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Home ›Capitalismo hoy - China, un boom con pies de arcilla
La versión original de este artículo ha sido publicada en lengua inglesa en la revista Internationalist Communist nº 22.
Todos los economistas burgueses están aterrados por el impacto catastrófico que sobre la economía china podría tener eventualmente el SARS (1) y sus consecuencias a nivel internacional. ¿Podrá tener éxito el asombroso desarrollo económico chino en superar el pánico de los meses recientes o decaerá arrastrando a la entera economía mundial hacia el vórtice de otra recesión?
Las dudas que afligen a los economistas burgueses nos retrotraen violentamente a la Edad Media, cuando una simple epidemia era suficiente para degradar precipitadamente los niveles de vida de millones de seres humanos, demostrando al mismo tiempo que el tan elogiado desarrollo económico del país oriental es fruto de condiciones particulares de la economía mundial en mayor medida que de un proceso endógeno. Las proclamas de los ideólogos de la burguesía que anunciaron la globalización del capital como la eliminación final de las crisis cíclicas, garantizando la prosperidad de la humanidad y la paz, parecen estar a muchos años luz de distancia. Ninguna de estas promesas ha sido cumplida; de hecho, en tiempos recientes se ha registrado una guerra por año y los datos referidos a la salud económica mundial han sido todos negativos. Desde la primera Guerra del Golfo de 1991, combatida bajo la bandera de la ONU por todas las potencias mundiales contra el régimen iraquí de Saddam Hussein, a la segunda Guerra del Golfo de marzo de 2003, en la cual los británicos y estadounidenses ocuparon Irak, la humanidad ha experimentado otros conflictos importantes como los de Kosovo y Afganistán, sin contar la guerra en Somalia y la miríada de guerras de baja intensidad, que han transformado partes de Asia y África en teatros permanentes de guerra. Si el capitalismo no ha tenido éxito en garantizar la paz, la globalización del capital ha logrado solamente la expansión del hambre y la miseria, y en gran escala. En los años noventa, bajo la presión de la crisis, continentes enteros colapsaron económicamente. Nos abstenemos de recitar la lista completa de países golpeados por crisis económicas y financieras extremadamente serias por juzgar suficientemente ilustrativos los ejemplos de la crisis mexicana de 1995, la de los “tigres asiáticos” de 1997 y, finalmente, la de Argentina del último año. Son crisis económicas cuyos efectos a nivel social han sido devastadores, conduciendo a millones de proletarios al hambre más profunda y ocasionando un salto hacia atrás de al menos 50 años en cuanto a calidad de vida se refiere.
Los nefastos efectos de la crisis del capital no han permanecido restringidos a los países de la periferia, sino que también se han hecho sentir en los puntos céntricos del sistema imperialista. Si Argentina y Turquía han colapsado, Japón no logra todavía salir a flote de una crisis que lo ha mantenido hundido por 12 años; y Europa misma, a pesar del nacimiento del euro, está viviendo al borde de una recesión; de hecho, el crecimiento del PIB en los países de la Unión Europea es muy cercano a cero. Pero lo que está causando mayor preocupación es la grave crisis que tiene en sus garras a los EUA, la más seria recesión desde la Segunda Guerra Mundial. El estado de la economía estadounidense es tan serio que doce mermas sucesivas de las tasas de interés no han sido suficientes para relanzar la locomotora americana. Si las tradicionales medidas de política económica no pueden permitir la reemergencia de la asmática maquinaria productiva estadounidense, la última carta que la burguesía norteamericana puede jugar es la agresión imperialista. Esta es la fuente del impresionante programa para el rearme militar y el desencadenamiento de una guerra por año en cualquier parte del planeta, aunque las últimas cifras oficiales sobre el estado de la economía demuestran que tampoco estas medidas son suficientes para hacer crecer el PIB por lo menos en medio punto porcentual.
En este contexto internacional marcado por la recesión, el único país que parece inmune a la crisis es China, la cual registró el año pasado (2001) un crecimiento del PIB de entre 7-8%. Una impresionante tasa de crecimiento que la arroja al círculo de las grandes potencias económicas del futuro. Si tomamos en cuenta las dimensiones del estado chino, con una población de 1.3 mil millones de habitantes, podemos ver el rol que el gigante asiático puede jugar. Sin embargo, detrás de la propaganda de los números se esconden contradicciones sociales extremadamente serias que podrían ocasionar que toda la sociedad china colapsara bajo su peso. Las contradicciones sociales son el fruto de un desarrollo capitalista inevitablemente desigual que, por un lado, genera formas de enriquecimiento sin precedentes y, por el otro, cubre de pobreza amplias áreas del país.
La evolución de la economía china
Con el fin del régimen de Mao, China dio un giro hacia una nueva fase marcada por un rompimiento radical con el pasado. Una vez que la mistificación “socialista” de la acumulación primitiva en China fue develada por el agotamiento de las estrategias de industrializar el país manteniéndolo cerrado a la competencia y la injerencia extranjera, se dio paso a un modelo económico y político que, en los últimos 25 años, ha abierto sus puertas al capital y los mercados internacionales. La victoria del PC de Mao sobre el Kuomintang en 1949 unificó a China y fue descrita por la propaganda estalinista y maoísta como la segunda revolución comunista del siglo XX, después de la de 1917 en Rusia, pero pronto habría de dar por terminada su misión histórica bajo la sucesión de crisis económicas en que se sumiría el país después del Gran Salto Adelante de 1958, de la retirada de la ayuda soviética en 1960 (que motivó su aislamiento total del resto del mundo) y durante la llamada Revolución Cultural, la cruenta contienda interburocrática extendida entre 1966-1976. El colapso de la producción agrícola e industrial, la burocratización de los distintos niveles del proceso de toma de decisiones, incluyendo los más elementales, y la completa invasión de todas y de cada una de las esferas de la sociedad por el partido, impuso a la burguesía china la tarea de llevar a cabo un giro de 180 grados con respecto al pasado. Los trágicos hechos de la Plaza de Tiananmen (primavera de 1989) y la posterior represión de la oposición fueron los últimos y más obvios ejemplos de la crisis de la sociedad china. Una literal hambruna del proletariado agrícola y urbano desafió la política de represión y provocó su disensión contra la continuación de la política de sacrificios impuesta por el régimen.
A inicios de los años ochenta, el giro histórico se realizó: de la “vía china al socialismo” se pasó repentinamente al “socialismo de mercado”, esto es, de una mistificación a otra, pero con cambios significativos en la política económica y, sobre todo, en relación con el resto del mundo. La política de “puertas abiertas” inaugurada por Deng, tuvo el objetivo de impulsar las relaciones económicas internacionales, superar ideológicamente la concepción maoísta de la auto-suficiencia y las preocupaciones sobre la interferencia de los inversionistas extranjeros en la política interna. Tal política se manifestó concretamente en la apertura de China al comercio exterior, a la inversión extranjera directa y a los créditos internacionales. Para favorecer y fomentar la apertura al mundo exterior, se crearon las áreas experimentales para el libre mercado, las llamadas zonas económicas especiales (ZEÈs), en cuyo interior la inversión externa goza de protección particular. La creación de las ZEÈs ocurrió en el sur del país, en particular en las provincias de Guangdong y Fujian. Especialmente, a inicios de la década de los ochenta fue muy favorable para los inversionistas internacionales invertir en las ZEÈs, en las cuales regía una política de exención de impuestos industriales y comerciales, así como de aranceles a las exportaciones y bienes recibidos a cambio; el impuesto estimado sobre los ingresos fue muy favorable, siendo de 10% para las empresas con participación externa empleada en la producción para exportación, y 15% para el resto. Todas estas ventajas fueron reducidas en los años posteriores, aunque los inversionistas internacionales continuaron gozando de autonomía completa en sus decisiones de gestión y la distribución de ganancias y recursos. La política de puertas abiertas ha favorecido enormemente la afluencia de inversión extranjera directa a China. En poco más de veinte años, de 1978 a 1999, hubo una confluencia de cerca de un tercio de la inversión extranjera total de todo el mundo en el Imperio Celestial, sumando una cifra anual de 40 mmdd. (2)
La política de puertas abiertas, así como el fomento a la inversión extranjera directa, han determinado también un desarrollo sin precedentes en el comercio con el mundo exterior. Desde mediados de los años noventa, China ha registrado un superávit comercial en constante crecimiento, el cual, en el curso de 2002, fue de 45 mmdd.
La apertura de la economía china a los mercados internacionales, así como el fomento de la inversión extranjera y del comercio exterior, han transformado profundamente al país, provocando un salto notable hacia la industrialización. En los últimos veinte años, la República Popular de China ha tenido un importante crecimiento anual de 9% y, de acuerdo con el Banco Mundial, para 2010 su economía podría superar a la de EUA, convirtiéndose en la más grande del mundo. No obstante ser cierto que el ritmo de desarrollo chino no tiene par en el mundo desarrollado, es necesario efectuar un breve examen de la realidad para evitar caer en la trampa de la propaganda de la burguesía internacional, la cual pretende hacer pasar la transformación de China como la nueva Meca del capitalismo mundial. De modo que, para evitar caer en el fácil entusiasmo de los ideólogos de la burguesía y poner el boom económico chino en su justo lugar, es necesario establecer, en primer lugar, las dimensiones de la economía china en el contexto internacional. Actualmente, en 2001, el PIB chino es de 1,179 millones de dólares mientras que el de EUA y el de la Unión Europea fueron casi diez veces mayores, excediendo 10 mil millones de dólares tanto en EUA como en el área del euro. Países como China, que apenas inician su trayectoria capitalista y que cuentan, al partir, con un muy bajo nivel de producción, pueden lograr crecimientos notables del PIB mucho más rápido y fácil, mientras que en los países donde el capitalismo está maduro la consecución de tasas similares está fuera del alcance. La experiencia histórica de los últimos 30 años demuestra que la crisis del ciclo de acumulación, abierta a inicios de los años setenta, impuso al capitalismo ritmos de crecimiento mucho más bajos que los de los años cincuenta y sesenta, un período en que el ciclo económico experimentaba su fase ascendente. Si en su lugar consideramos el ingreso per capita, podemos fácilmente entender lo bajo que es el nivel de China con respecto a países como Japón, EUA y Alemania. Si dividimos el PIB chino entre una población de 1.3 mil millones de habitantes obtenemos una cifra per capita muy baja que no se compara con el país europeo más pobre. Las proyecciones del Banco Mundial no hacen esta distinción, así como no toman en cuenta las diferentes bases productivas de las que parten China y EUA.
Privatización de la economía y crecimiento del desempleo
Desde los tiempos de Deng y la aplicación de las fórmulas del socialismo de mercado, uno de los objetivos del régimen chino es el de lanzar una radical privatización de la economía. Dicho proceso está vinculado a la apertura de la economía china al resto del mundo y a la consecuente afluencia de capital extranjero. A pesar de la transición al socialismo del libre mercado, la reforma del estado se retarda en despegar debido a las dificultades sociales que ocasiona dicho proyecto. Algunos hechos pueden ayudarnos a entender el problema. Las cifras más recientes, referidas a 2001, nos dicen que en China, veinte años después de que fuera lanzada la primera privatización, aún existen aproximadamente 118,000 empresas estatales, la mayoría de las cuales operan con pérdidas y a un nivel de competitividad más bajo que las empresas no-estatales y de aquellas que toman ventaja de la inversión extranjera. Las firmas estatales tomadas en su conjunto producen un tercio del PIB y absorben más de dos tercios de la fuerza de trabajo china. Si consideramos sólo el sector industrial, observamos que las empresas estatales producen 27% de la producción industrial nacional, mientras que emplean 70% de los trabajadores en el sector. (3)
Debido a la baja competitividad de las empresas estatales, el gobierno ha estimado que la reestructuración del aparato industrial haría superfluos a más de un tercio de los trabajadores empleados en estas empresas. Las pérdidas acumuladas de las empresas estatales se han incrementado exponencialmente en los años recientes, pasando de 55 mil millones de yuanes a 541 mil millones de yuanes en 1995; en el mismo período su contribución a la producción industrial se redujo a la mitad, descendiendo de 70% en 1985 a 35% en 1995.
Es una crisis que tendrá un gran impacto en el empleo. Si la muy temida reorganización de las empresas estatales tuviera lugar, seríamos testigos de una explosión de desempleo masivo de proporciones bíblicas. El programa de reestructuración completa traería consigo decenas de millones de trabajadores abandonados a su suerte. De acuerdo con datos oficiales, la tasa de desempleo en áreas urbanas en 2001 fue de 3%, pero es más realista hablar de un nivel de desempleo cercano al 20%, al cual es necesario añadir 30 millones de jóvenes que se arrojan al mercado de trabajo cada año. Tan sólo en 1999, 6.1 millones de trabajadores se hicieron redundantes en las empresas estatales y, en los próximos años, otros 12 millones perderán su ocupación. En China, el desempleo significa pobreza absoluta, dado que no existen los amortiguadores sociales que hay en Europa, no obstante los recortes continuos en el gasto social que atenúan parcialmente por algunos meses el malestar de encontrarse sin empleo.
La entrada de China en la OMC
La integración de la economía china en el ámbito mundial experimentó una repentina aceleración en noviembre de 2001, gracias a la entrada del gigante asiático en la Organización Mundial del Comercio (OMC, sucesor del GATT a partir de 1995). Las negociaciones para su admisión en la OMC fueron muy largas, debido a la resistencia en su contra, especialmente de EUA que bloqueó su ingreso como miembro 143 del organismo internacional hasta el último momento. Con objeto de lograr su admisión, el gobierno de Beijing tuvo que hacer numerosas concesiones: ante todo, tuvo que abolir el control estatal de precios de la mayoría de bienes y servicios. Después de la eliminación del control de precios estatal, los precios de más del 90% de los productos agrícolas y materias primas debían ser determinados por el mercado. La consecuencia inevitable de tal decisión fue el disparo inmediato de la inflación, la cual, a pesar de las cifras oficiales que insisten en tenerla bajo control, fue de casi 20% el último año. La liberalización de los precios de los productos agrícolas fue acompañada por la eliminación de los subsidios estatales a la agricultura, beneficiando, de hecho, a los países más industrializados, a los que, en este sentido, les fue permitida la colocación de sus productos más competitivos en el mercado chino. Según los acuerdos para el ingreso en la OMC, los subsidios estatales a la agricultura china no deben exceder 8.5% del valor de la producción, mientras que en los países avanzados esos subsidios no pueden exceder 5% del valor de la producción agrícola. Durante el período de transición, el estado chino mantendrá el control sobre los precios de unos pocos productos agrícolas tales como cereales, aceite vegetal, algodón y tabaco, y sobre productos considerados de interés estratégico como gas natural, electricidad, servicios postales y telecomunicaciones.
Si, desde el punto de vista de la producción agrícola, China tuvo que hacer concesiones considerables a la competencia internacional, las ventajas derivadas para la producción industrial también tuvieron que ser considerables. Gracias a su entrada en la OMC, China gozará de beneficios particulares para la exportación de productos industriales cuya fabricación requiere de un uso intensivo de fuerza de trabajo como son calzado, productos electrónicos para el mercado masivo y juguetes. En muchos sectores, China posee una gran porción de la producción mundial. Por ejemplo, el 83% del vestido casual y femenino, el 80% del calzado femenino, el 75% de los artículos deportivos, el 40% de la ropa blanca doméstica y el 24% de los artículos de relojería son producidos en China. Una enorme masa de bienes con un bajo contenido tecnológico que son competitivos única y exclusivamente gracias a los bajos salarios de los trabajadores chinos. Los efectos de la entrada de China en la OMC están destinados a trastornar profundamente su tejido económico y social, con fuertes repercusiones tanto en los niveles de empleo como en los salariales. Con la terminación de los subsidios estatales para la agricultura, es previsible que muchos de sus cerca de 350 millones de trabajadores agrícolas, bajo la presión de la liberalización de precios y el consecuente incremento en el costo de vida, se vean forzados a emprender importantes migraciones hacia las más industrializadas regiones costeras. Un proceso que en parte ya se ha iniciado y que está destinado a ampliarse en el futuro cercano. Millones de campesinos expulsados de sus propias tierras u obligados a abandonarlas, no tendrán más que dos opciones: o marchar hacia las grandes ciudades en busca de trabajo o encaminar sus pasos hacia los países vecinos. Con el flujo constante de fuerza de trabajo en búsqueda de empleo, la presión para la reducción del costo de la fuerza de trabajo aumentará, contribuyendo a una mayor merma de los salarios en empresas que producen para la exportación. He aquí el motivo por el que los grupos multinacionales han transferido su actividad productiva a China, donde pueden beneficiarse de los niveles salariales más bajos. En las fábricas chinas, donde son producidas mercancías de famosas marcas mundiales al mismo nivel de profesionalismo y productividad, el salario promedio de un trabajador chino representa un cuarto del recibido por un trabajador estadounidense.
Desarrollo dependiente de países extranjeros
El mecanismo económico que hasta ahora ha permitido a China desarrollarse a un ritmo sostenido, no difiere, aparte de algunos aspectos que deben ser tomados en consideración, del que llevó a países como México, los tigres asiáticos y Argentina a la bancarrota. De hecho, también China, como los dos países latinoamericanos y los del sudeste asiático, ha atraído una enorme masa de capital extranjero con objeto de relanzar su propia economía. La afluencia del capital internacional ocasionó una elevada deuda externa que, en el curso del año 2000, ascendió a 148.8 mmdd. Dicha deuda estaba sustancialmente bajo su control gracias al crecimiento constante de las exportaciones y del PIB. En este sentido, la proporción entre deuda externa y PIB permaneció sustancialmente constante y no generó el pánico de insolvencia entre los inversionistas extranjeros que llevó al fracaso a los países arriba mencionados. Tal es la primera gran diferencia que emerge entre China y aquellos otros países que terminaron bajo los fuertes golpes del colapso económico. China, hasta ahora, ha sido capaz de equilibrar el flujo de capital extranjero con las exportaciones de bienes, que se han hecho competitivas única y exclusivamente gracias a los salarios extremadamente bajos de los trabajadores chinos. El mecanismo disparó su primera sirena de alarma durante la crisis de los países del sudeste asiático en 1998. Pocos meses de recesión económica en los países del área fueron suficientes para disminuir drásticamente el volumen de las exportaciones chinas.
Lo expuesto anteriormente muestra, en sustancia, que detrás del milagro chino se esconden los mismos peligros de un brusco colapso en la producción que condujeron a la bancarrota a países enteros y sumieron a millones de proletarios en la hambruna más horrenda. El incremento constante de las exportaciones ha compensado hasta ahora el flujo de capital del exterior, pero todo esto hace de China un país que depende en una magnitud amenazante de las tendencias en los mercados internacionales y, en particular, de Japón y EUA. El comercio con Japón y EUA representa más de la mitad del comercio exterior chino. De acuerdo con los datos más recientes publicados por el gobierno de Beijing, en el curso del año 2001 el comercio exterior chino alcanzó el umbral de 600 mmdd, sobre todo gracias al incremento de las exportaciones a los EUA, país que en el último año se ha convertido en el mayor socio comercial de China.
En comparación con los países que han caído bajo los golpes de la crisis económica, China difiere no sólo por sus enormes dimensiones territoriales y demográficas, sino también por el hecho de que posee una de las mayores reservas monetarias del mundo. Justo en los dos últimos años, China ha incrementado sus reservas monetarias en 6.5%, alcanzando, a finales de 2000, 156 mmdd. La tenencia de una masa considerable de reservas monetarias ayudó al gobierno de Beijing en su decisión de evitar la devaluación de su propia moneda durante la crisis de los tigres asiáticos, evitando con ello, además, una interrupción en el flujo de capital del exterior. Desde el punto de vista del equilibrio macroeconómico, estas reservas monetarias han permitido a China, hasta ahora, repeler todos los ataques especulativos contra su propia moneda, alimentando en este sentido el flujo de inversión directa del exterior. Al mismo tiempo, las exportaciones tienden a hacerse menos competitivas debido a la revaluación de la moneda china en relación a otras monedas de la región. La naturaleza contradictoria del mecanismo significa que si, de un lado, una revaluación protege el flujo de capital, por otro lado, esto hace menos competitivas a las exportaciones y, así, son creadas las condiciones para cerrar el círculo vicioso en el cual está basado el desarrollo económico.
Conclusiones
El crecimiento económico de China en los últimos diez años es el fruto paradójico de las condiciones particulares de la crisis en que se halla sumido el capitalismo internacional. Gracias a la liberalización de la economía, a la creación de zonas territoriales despejadas de obstáculos burocráticos e impuestos donde los fondos internacionales de inversión pueden operar sin el peso de restricciones u obligaciones sociales y a la presencia de fuerza de trabajo de muy bajo costo, China se ha transformado en el área preferida por las grandes empresas trasnacionales para efectuar la “deslocalización” de su producción. Nada de esto significa que China seguirá las mismas líneas de desarrollo que los países capitalistas avanzados: en otras palabras, en China no asistiremos al nacimiento de una industria regularmente difundida a lo largo del país o a la afirmación de amplios estratos de pequeña y media burguesía o de aristocracia obrera, como sucedió en la fase ascendente del ciclo de acumulación en EUA o en los países de Europa Occidental. Aún si el crecimiento lograra ser continuo en el futuro próximo, su avance sólo se verificará en ciertas áreas geográficas bien delimitadas del país (por el momento, las ZEE). Al mismo tiempo, dicho crecimiento puede ser mantenido únicamente sobre la premisa de que los ya de por sí bajos salarios de los trabajadores sean reducidos aún más a fin de atraer inversión internacional al país. Un desarrollo económico semejante sólo puede proseguir a condición de llevar al hambre a millones de campesinos, de provocar su expulsión del campo y de contar con un proletariado chino dispuesto a trabajar cada vez más por menos.
China está destinada a jugar un rol de primer orden en las relaciones inter-imperialistas en el futuro cercano, no sólo por el hecho de que representa la principal reserva de fuerza de trabajo del capitalismo mundial, sino también por sus enormes dimensiones territoriales y demográficas. En esta fase de la política internacional, en la cual EUA está dispuesto a jugar al máximo todas sus cartas para mantener su dominación imperialista sobre el mundo - incluso la de sumirlo en un estado de guerra permanente - , China, por sus dimensiones y su posición geográfica estratégica, está destinada a estar en el centro del escenario mundial. Su crecimiento en la última década ha causado que tome un rol preponderante en el este de Asia y en todo el Pacífico. Su oposición a la segunda Guerra del Golfo, la creciente tensión de sus relaciones con los EUA, la amenaza de trasladar sus reservas monetarias hacia el euro, el acercamiento a Rusia y a las repúblicas ex-soviéticas del Asia Central, así como los vínculos comerciales cada vez más estrechos con los países europeos, permiten vislumbrar en qué campo estratégico terminará alineándose China en el curso del conflicto imperialista, todavía incipiente, entre EUA y el bloque constituido por Francia, Alemania y Rusia. En el presente estado de cosas, todo está sujeto a cambios precipitados, no sólo por lo que incumbe al eje París-Berlín-Moscú, sino porque, observando las condiciones sobre las que descansa su actual crecimiento económico, China puede pasar en poco tiempo del boom a una recesión económica con consecuencias sociales catastróficas.
Lorenzo Procopio(1) El denominado síndrome respiratorio agudo severo, o SARS por sus siglas en inglés “Severe Acute Respiratory Syndrome”.
(2) Maria Weber, Il Miracolo Cinese: perché bisogna prendere la Cina sul serio, (The Chinese Miracle: Why China Must Be Taken Seriously), Il Mulino 2003, p. 38.
(3) Ibid, p. 125.
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