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Home ›Nuestro método - Por una definición del concepto de decadencia
Artículo publicado en la revista Prometeo, VI Serie Nº 8. 2003-12-01. Versión original en italiano. Milán. Italia.
El término “decadencia” ”, inherente a la forma de las relaciones de producción y a la sociedad burguesa, se presenta con aspectos de valor pero también de ambigüedad. La ambigüedad reside en el hecho de que la idea de decadencia, o bien de declive progresivo de la forma productiva capitalista, parecería provenir de una suerte de proceso ineluctable de autodestrucción cuyas causas son remisibles al aspecto esencial de su mismo ser.
Tal imagen haría comparable el concepto de “decadencia” con la representación física por la cual el aniquilamiento de la materia en el impacto con la antimateria es una suerte de trayecto obligado donde las dos fuerzas, contradictorias entre sí, van acercándose progresivamente hasta producir su destrucción recíproca. El enfoque atómico corre parejo con el teleológico, ya que también aquí la desaparición y la destrucción de la forma económica capitalista sería un evento históricamente dado, económicamente ineluctable y socialmente predeterminado. Además de constituir un enfoque infantilmente idealista, dicha representación termina por tener repercusiones negativas en el terreno político, generando la hipótesis de que para ver la muerte del capitalismo sería suficiente sentarse a la orilla del río a contemplar el flujo irreversible de los sucesos o, a lo sumo, crear en las situaciones de crisis, y sólo en éstas, los instrumentos subjetivos de la lucha de clases como último envite de un proceso que, por lo demás, se presume inexorable.
Nada más falso. El aspecto contradictorio de la forma productiva capitalista, las crisis económicas que se derivan de él, la repetición del proceso de acumulación que es momentáneamente interrumpido por la crisis (pero de las cuales recibe nueva savia mediante la destrucción de capitales y medios de producción excedentes), no conducen automáticamente a su disolución. O interviene el factor subjetivo que tiene en la lucha de clases su punto de apoyo material e histórico y en las crisis la premisa económicamente determinante, o bien el sistema económico se reproduce llevando a niveles más altos todas sus contradicciones, sin por esto engendrar las condiciones de su propia autodestrucción.
No es válida la teoría evolucionista según la cual el capitalismo se caracteriza históricamente por una fase progresiva y por otra decadente si no se da una explicación económica coherente. Para este fin no es de ningún modo suficiente referirse al hecho de que en la fase de decadencia las crisis económicas y las guerras, así como los ataques al mundo del trabajo, se presentan con un ritmo constante y devastador. También en la fase progresiva, si con este término se entiende aquel largo período histórico en el cual la forma productiva capitalista ha superado progresivamente todas las formas de organización económica precedentes creando las condiciones de un enorme desarrollo de las fuerzas productivas, las crisis y las guerras se presentaron puntualmente, e igualmente se confirma la acción de los factores de ataque a las condiciones de la fuerza de trabajo. De ello son un ejemplo explícito las guerras libradas por las grandes potencias coloniales entre finales del s. XVIII y durante todo el siglo XIX hasta el estallido de la primera guerra mundial. El ejemplo podría continuar con el listado de los ataques sociales - y con frecuencia también militares - contra las revueltas e insurrecciones de clase registradas en el mismo período. Y después, según este planteamiento, ¿cuándo se habría pasado de la fase progresiva a la decadente? ¿Hacia el fin del siglo XIX? ¿Después de la primera guerra mundial? ¿Después de la segunda? Como si el problema se limitase a la cuestión de identificar cronológicamente cuándo el desarrollo capitalista ha arribado a su cúspide y cuándo ha comenzado a decaer sin tomar en consideración los factores económicos que han producido el fenómeno de la decadencia misma, a menos que se confundan los efectos con las causas. Pero tampoco es suficiente apelar a Marx cuando éste asume la definición del capitalismo como forma económica transitoria a la par de todas las otras formas que le han precedido. Es verdad que el capitalismo no difiere desde este punto de vista de los demás sistemas económicos históricamente conocidos, pero también es verdad que es necesario determinar el contorno de esa transitoriedad y caracterizar sus causas, de lo contrario el discurso permanecería en el ámbito de las definiciones ideológicas, válidas para todos los tiempos, sin un contenido concreto de análisis.
Del mismo tenor es traer en apoyo de esta tesis otra frase de Marx según la cual, en un cierto punto del desarrollo capitalista, las fuerzas productivas entran en conflicto con las relaciones de producción, provocando el proceso de decadencia. Aparte del hecho de que dicha expresión concierne al fenómeno de la crisis en general y a la ruptura de la relación entre la estructura económica y la superestructura ideológica que pueden producir episodios de clase en sentido revolucionario y no a la cuestión en objeto, sigue siendo necesario entrar en la cuestión de caracterizar las causas de ese pasaje. Marx se limitó a dar del capitalismo una definición de “progresismo” sólo en la fase histórica en la cual eliminó el mundo económico feudal proponiéndose como un poderoso medio de desarrollo de las fuerzas productivas inhibidas por la forma económica precedente, pero su definición del concepto de “decadencia” nunca ha ido más allá de puntualizar en su famosa introducción a la Contribución a la crítica de la economía política el hecho de que “una formación social no perece hasta que se han desarrollado en su seno todas las fuerzas productivas a las que puede dar curso”. En tal caso, la investigación se efectúa en el sentido de verificar si el capitalismo ha agotado el impulso al desarrollo de las fuerzas productivas, y si es así, cuándo, en qué medida y sobre todo por qué. En otros términos, parafrasear a Marx, recitar que el capitalismo ha vivido una fase progresiva y hoy está en decadencia, que es una forma económica transitoria como todas las que la han precedido y que entra en la fase de decadencia cuando no está ya en condiciones de desarrollar las fuerzas productivas materiales que entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, no es de ningún modo suficiente ni desde un punto de vista analítico ni político.
Al contrario, el valor del término “decadencia” reside en identificar aquellos factores que, en el proceso de acumulación de capital, en la determinación de las crisis cíclicas, como en toda otra forma de expresión de las contradicciones económicas y sociales del orden capitalista, hacen todos estos fenómenos más agudos, menos administrables, hasta poner en dificultades cada vez mayores los mecanismos que presiden al proceso de valorización y de acumulación del capital.
Que el capitalismo sea una forma económica contradictoria y que su movimiento se exprese a través de ciclos de acumulación-crisis-nueva acumulación, es un dato de hecho que se infiere directamente de la materialidad de los acontecimientos. A su vez, las crisis económicas arrastran consigo una serie de consecuencias devastadoras que van desde la creciente pobreza de muchos a la concentración de la riqueza en las manos de pocos. Las crisis producen guerras que se presentan puntualmente como momentos de rapiña sobre los diversos mercados internacionales, sean éstos de bienes, financieros o de materias primas, pero también como momentos de destrucción de capitales y de medios de producción en tanto condiciones para un nuevo proceso de acumulación.
No es absolutamente posible caracterizar el presunto proceso de decadencia al interior de estas categorías económico-sociales, y tanto menos atribuirles un recorrido obligado que conduzca a la autodestrucción del sistema. O bien la indagación sobre la decadencia identifica aquellos mecanismos que presiden la desaceleración del proceso de valorización del capital, con todas las consecuencias que esto comporta, o bien permanece dentro de una perspectiva falsa, vanamente profética o, peor todavía, teleológica, carente de cualquier comprobación objetiva.
En términos simples, el concepto de decadencia incumbe solamente a la progresiva dificultad que encuentra el proceso de valorización del capital partiendo de la contradicción principal que se manifiesta en la relación entre el capital y la fuerza de trabajo, entre el capital muerto y el capital vivo, o en última instancia, entre capital constante y capital variable. Las dificultades siempre crecientes del proceso de valorización del capital tienen como presupuesto la caída tendencial de la tasa media de ganancia. El fenómeno de la caída de la tasa media de ganancia es una suerte de cáncer económico cuyas metástasis se difunden en todos los sectores de la forma productiva, haciendo cada vez más difícil el proceso de acumulación que está en la base de la vida y de las manifestaciones del capitalismo.
De suyo se comprende que la caída de la tasa media de ganancia, naciendo de las modificaciones de la relación entre capital y fuerza de trabajo (en otras palabras, del hecho de que las inversiones cada vez mayores en capital constante respecto de aquellas en capital variable reducen la base de explotación de la fuerza de trabajo aún intensificándola), es una constante de las relaciones capitalistas, que ha operado en progresión ascendente desde que éstas nacieron.
Frente a las inversiones cada vez más consistentes - y aún en presencia de masas de ganancia crecientes - la tasa media de ganancia disminuye en razón de la modificación de la relación orgánica del capital, de modo que cuanto mayor es el avance del proceso de acumulación, tanto más la ley de la caída encuentra ámbitos para expresarse. Se ha evidenciado, además, que, pese a haber operado siempre, la crisis de las ganancias sólo se ha hecho sentir fuertemente desde hace pocos decenios, describiendo un círculo infernal del cual el capitalismo mundial parece no poder salir. Ya hacia el final de los años sesenta, según estadísticas emitidas por los más conocidos organismos económicos internacionales como el FMI, el Banco Mundial y el mismo MIT (Massachussets Institute of Technology) y según investigaciones de economistas del área marxista como Ochoa y Moseley, las tasas de ganancia en los EUA se situaban un 35% por debajo de las registradas en los años cincuenta. El mismo fenómeno, aunque con diferente velocidad e intensidad, ha cobijado a todos los países del área capitalista desarrollada.
Tomar en consideración la caída tendencial de la tasa media de ganancia desde el momento en que se extienden y profundizan sus consecuencias sobre todos los factores que regulan los mecanismos normales de acumulación del capital, y estimar cuándo las medidas adoptadas contra dicha tendencia se vuelven menos eficaces, significa evidenciar cuán penoso deviene el proceso de valorización del capital (el cual funge simultáneamente como punto de partida y de llegada del capitalismo, como condición de su existencia como forma productiva, cualquiera sea el momento, progresista o decadente, que atraviese). Esto no quiere decir que apenas entra en esa fase, el capitalismo se vuelve incapaz de mantenerse todavía como fuerza productiva creciente, significa solamente que los ritmos de expansión económica disminuyen notablemente, que las crisis económicas se hacen más frecuentes y profundas, que las guerras asumen un carácter permanente en la regulación de las relaciones entre las distintas secciones del capital internacional y que el conflicto sin cuartel signa todos los mercados vitales para la supervivencia de las relaciones de producción.
Se verifica el recrudecimiento de los ataques contra las condiciones sociales y económicas de la fuerza de trabajo y, lo que es más importante aún, se asiste a la contradicción típicamente capitalista de que frente a la mayor posibilidad de crear riqueza social, la sociedad burguesa crea más pobreza.
Pero la lista de estos fenómenos económicos y sociales, una vez identificados y descritos, no puede ser estimada por sí sola como la demostración de la fase de decadencia del capitalismo. En rigor: es tan sólo la enumeración de sus efectos, pero la causa primera que los irradia y les comunica vida se encuentra en la ley de la caída tendencial de la cuota de ganancia. En este sentido y con esta perspectiva se deben leer los factores que hacen del capitalismo un sistema decadente. Y lo es, no porque produzca menos, sino porque está obligado a disminuir los ritmos de crecimiento; no porque continúe originando guerras, sino porque las guerras se han convertido en un fenómeno permanente; no porque produzca crisis, sino porque el desequilibrio económico ha devenido en una constante, conduciendo a una suerte de crisis persistente y, en fin, no porque explote de manera más o menos intensa a la clase trabajadora, sino porque el asalto sin precedentes al salario directo e indirecto, el gradual desmantelamiento del estado social, el uso de la fuerza de trabajo en términos de flexibilidad - esto es, de un uso temporal coherente única y exclusivamente con las necesidades del momento productivo de la empresa y nada más - se han convertido en una prioridad a la que el capitalismo no puede renunciar so pena de exponerse al colapso.
Entre los años sesenta y ochenta, las bajas tasas de ganancia favorecieron y aceleraron la intervención del Estado en la economía. El objetivo al que apuntaba esta intervención consistía en sostener a los sectores productivos nacionales que soportaron en mayor medida el impacto del descenso de la cuota de ganancia. El medio para lograrlo fue la deuda pública, esto es, la emisión de títulos del gobierno a renta fija. Dicha maniobra se implementó hasta que se hizo insostenible. Los créditos concedidos a bajas tasas, la gestión de quiebra por parte del mismo Estado de sectores enteros de la economía, han tenido como resultado la anormal expansión de la deuda pública hasta el riesgo de desastre de las finanzas estatales. A finales de los años ochenta no había país industrializado, desde los EE.UU. y los mayores países europeos al Japón, que tuviese un déficit financiero inferior al 60% del PIB hasta alcanzar, en algunos casos, el 110-120% del PIB.
Sólo en este punto el capital internacional ha considerado necesario tomar el camino del neoliberalismo, en la falsa hipótesis de que el Estado es la causa de las crisis económicas y que el retorno al libre mercado es la receta justa para recuperar las ganancias perdidas, y para reanimar el proceso de valorización y de acumulación. Quince años de neoliberalismo y de globalización de la economía, han replanteado por enésima vez las crisis y evidenciado los mismos problemas que se intentaban resolver abandonando un Estado que ya no estaba en situación de poner en ejecución de manera plena una política de salvación de las relaciones capitalistas porque se hallaba al borde de la bancarrota. Esto significa dos cosas. La primera es que el capitalismo no puede superar sus propias contradicciones cambiando las formas de gestión y de propiedad de los medios de producción. La segunda demuestra que la ley de la caída tendencial de la tasa media de ganancia continúa operando por cuanto incumbe a las modificaciones inevitables de la relación entre el capital constante y el variable, y que las acciones contrarrestantes encuentran cada vez mayores dificultades para ser efectivas. No obstante, el Estado sigue siendo invocado en los momentos particularmente agudos de las recesiones: subvenciona los sectores menos rentables (como la agricultura), sostiene y protege el mercado interno del acecho de la competencia internacional, haciendo caso omiso de las leyes del libre mercado a las cuales formalmente se adhiere y a las cuales hace referencia.
Siguiendo un trayecto paralelo pero con aceleración doble, el Estado ha iniciado el desmantelamiento del sistema de asistencia pública, de la seguridad social y la salud, así como de la educación y la investigación. La conjunción de endeudamiento y bajas ganancias (ligados a un menor recaudo de impuestos provenientes de los sectores productivos y la consiguiente disminución de las posibilidades de autofinanciamiento), ha vuelto insoportable el peso del welfare, cuyas funciones y amplitud han debido reducirse progresivamente, dentro de un proceso del que hasta el momento se advierten las graves consecuencias pero no su fin. La paradoja que envuelve el actual decurso de la sociedad capitalista - paradoja desconocida en las décadas precedentes - es que, frente a un potencial productivo y tecnológico históricamente incomparable, produce cada vez más pero crece a tasas cada vez menores, en tanto que una parte cada vez más exigua de esta riqueza es destinada al estado social.
Otra consecuencia de las bajas tasas de ganancia es la ralentización de la producción de riqueza bajo la forma de mercancías y servicios. Mientras en los años inmediatamente posteriores al fin del segundo conflicto mundial, el crecimiento del PIB en los países de alta industrialización se expresó en un promedio de alrededor de 5-7%, en los años setenta y ochenta se situó en alrededor de 3-4%, para después retroceder al 2.5% en la última década del siglo XX. El sistema está todavía en condiciones de producir riqueza, pero lo hace con mayor lentitud y dificultad. Las inversiones productivas crecen menos que las de tipo especulativo, en promedio solamente el 75-80% de la capacidad instalada de las empresas es usada, mientras los capitales destinados a la investigación son porcentualmente decrecientes. Las razones residen siempre en la disminuida rentabilidad del sistema capitalista que, no obstante el aumento de la productividad, empuja a los capitales a optar preferiblemente por el camino de la inversión especulativa a expensas de la inversión productiva, constriñéndolos a seguir el movimiento espasmódico de la ganancia fácil recabable más en el corto que en el largo plazo.
En un estadio dado del desarrollo de la relación entre capital constante y capital variable se crea una relativa ausencia de capitales que influye negativamente sobre el proceso de acumulación. Mientras crece la cantidad mínima necesaria de capitales que están en la base de las inversiones para las fases de la reproducción ampliada, disminuye la tasa de ganancia y se crean las condiciones de una ralentización del incremento de la masa de ganancia, exponiendo cada vez más el mundo de la producción al crédito y, por lo tanto, el endeudamiento. Esto impone al sistema la carrera por el control de los mercados financieros, la innovación de los instrumentos bursátiles diseñados para reclutar los ahorros y los capitales especulativos, dando vida, a la sazón, a formas más sofisticadas de concentración de capitales enderezadas a cubrir las necesidades de las inversiones. El parasitismo, las repetidas burbujas bursátiles, las consecuentes crisis financieras, el endeudamiento de las empresas, son sus efectos más evidentes.
Una paradoja análoga envuelve el ataque al salario directo y a las condiciones de vida del proletariado.
Cuanto más aumenta la productividad de las instalaciones, cuantos más récords abate la tecnología en términos de tiempos y costos de producción, tanta más desocupación se engendra, tanto más se acrecientan la precariedad y la pobreza en el mundo del trabajo. Salvo los breves instantes de recuperación del proceso de valorización del capital, el descenso de la tasa de ganancia impuesto por la introducción de la tecnología determina la necesidad de incidir mayormente en la contención de los salarios como principal rubro comprimible de los costos de producción. Mientras aumenta la riqueza social, aunque cada vez menos y con mayor dificultad, disminuye la tasa de ganancia y el capital se ve compelido a reforzar el dominio sobre el mundo del trabajo, aumentando su explotación y haciéndolo temporalmente idóneo a las necesidades productivas en el momento en que éstas se expresan y nada más. Toda la gama de los nuevos contratos a término: por llamada, interinos, de usar y tirar para emplear una terminología que proporcione una descripción más precisa, y la tentativa de contraer los salarios al nivel más bajo posible, son operativamente los instrumentos que el capital está usando para contrarrestar una situación de dificultad de valorización sin precedentes.
La agresión al salario directo, precedida por la erosión gradual del salario indirecto, que sobreviene rápidamente y con aceleraciones jamás vistas anteriormente, propuesta y efectuada en todos los países capitalistas avanzados, con breves - si no es que brevísimas - desviaciones, no puede ser imputada a una presunta ferocidad inesperada del capital internacional, sino a un factor objetivo que ha uniformado el comportamiento económico al ponerlo bajo el influjo de una misma necesidad.
Las guerras localizadas y devastadoras, de igual modo que las crisis económicas que las generan, se han convertido en un estado permanente del capitalismo. Las bajas tasas de ganancia han creado una situación de crisis permanente en la cual el intervalo que media entre un período de recesión y uno de recuperación económica es lábil y breve, y donde la solución bélica parece ser el medio más importante para resolver los problemas de valorización del capital.
El uso de la violencia, preventiva o no, la agresión sistemática sobre todos los mercados de interés estratégico, el empleo de la fuerza como modelo institucional para regular las relaciones internacionales entre los distintos segmentos concurrentes del imperialismo, han devenido en formas de expresión normal de las relaciones de producción capitalistas y de las estructuras de poder. En tan sólo doce años, contados a partir de la desaparición del imperialismo soviético hasta hoy (1), se han registrado cinco guerras en la Europa balcánica, en el Medio y en el Extremo Oriente sin solución de continuidad. Los mismos analistas burgueses que habían teorizado la apertura de escenarios de paz y de prosperidad económica para la humanidad después del derrumbe de la URSS, no han sometido a crítica alguna la inadecuación e inepcia de los procedimientos metodológicos que los llevaron a conclusiones y previsiones que la práctica, la experiencia y el movimiento histórico ulterior no han confirmado. Tampoco han hecho nada para entender científicamente la caída tendencial de la tasa media de ganancia. Han presentado la victoria sobre la Unión Soviética como el fracaso del comunismo, sin imaginar que se trató del fracaso de un capitalismo del todo particular, y no han rozado siquiera la idea de que los problemas del capitalismo occidental han sobrevivido, agigantados, exasperados por su más grande e incontrolable contradicción.
Fabio Damen(1) Se refiere al año 2003 en que se redactó y publicó por primera vez esta nota. NDR.
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Marzo 2007
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