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Otra característica de nuestra metodología analítica estriba en hallar el entrelazamiento entre economía y política y elaborar, a partir de allí, el marco general de nuestra visión de los sucesos en América latina y de las variantes particulares que revisten la crisis y los movimientos de masas.
En nuestros análisis de los 20 últimos años - desde la reforma neo-liberal de los 80’s hasta su bancarrota actual - hemos verificado a menudo cómo la crisis económica crónica ha imposibilitado a las clases dominantes y al imperialismo conservar sin problemas su dominación sobre las masas.Otra característica de nuestra metodología analítica estriba en hallar el entrelazamiento entre economía y política y elaborar, a partir de allí, el marco general de nuestra visión de los sucesos en América latina y de las variantes particulares que revisten la crisis y los movimientos de masas.
En nuestros análisis de los 20 últimos años - desde la reforma neo-liberal de los 80’s hasta su bancarrota actual - hemos verificado a menudo cómo la crisis económica crónica ha imposibilitado a las clases dominantes y al imperialismo conservar sin problemas su dominación sobre las masas. Su solución económica a la crisis no sólo no ha tenido los efectos deseados por los planificadores burgueses, sino que ha desencadenado una creciente y cada vez más cualificada reacción proletaria y de otros estratos. No obstante las profecías de los gurús de la economía mundial que anunciaban la cristalización de los milagros de la política neoliberal para los años 90’s, América Latina está envuelta hoy por lo que algunos analistas burgueses han denominado gráficamente “el torbellino de la africanización”. La idea de que la apertura económica, la reducción del tamaño del Estado, la privatización de las empresas y la inserción más estrecha en el comercio mundial traerían la riqueza general y el progreso se ha desprestigiado hasta convertirse en causa de irrisión. Las cifras incluidas en un estudio recientemente publicado por la CEPAL son sólo un pálido reflejo de lo que sucede y, aunque no muestran las condiciones en que se producen las tendencias hacia el deterioro de la situación general, son descriptivamente útiles: la región entera no logra salir de una recesión de casi cinco años; en Perú el desempleo y el subempleo rayan el 43% y la pobreza total, el 48%. Al mismo tiempo, en Colombia, según cifras oficialmente corroboradas por el DANE, el 76% (33 millones) de la población vive por debajo de la línea de pobreza, el desempleo y el subempleo tocan el 70% de la población en capacidad de trabajar. En conjunto, A. L. suma un total de “pobres absolutos” de 211 millones de personas - creciendo a un ritmo de un millón por año a lo largo de la última década - que corresponden al 43% de la población. 87 millones de estos pobres son indigentes. 77 millones de latinoamericanos viven en hacinamiento (más de 4 personas por habitación) y 165 no tienen acceso al agua potable. De los 44 millones de habitantes que se incorporaron a la fuerza laboral en la década de los 90’s, 20 millones subsisten en la informalidad y 10 millones más engrosaron las filas de la desocupación. En medio de esta imagen terrorífica la deuda externa pasó de 450.000 millones de dólares a un nivel de 740 mil millones de dólares. Según el citado informe de la CEPAL, en el 2001 el PIB de la región se incrementó apenas un 0,5%; la mayoría de los países redujeron sus ingresos por exportaciones (3,5% con respecto al 2000), el déficit de la balanza de pagos se elevó aproximadamente a 53 mil millones de dólares, equivalentes al 2,8% del PIB regional; la entrada neta de capitales tuvo que destinarse íntegramente, por tercer año consecutivo, al pago de la deuda externa y los precios de los principales rubros de exportación de la región (en su mayoría de origen minero y agropecuario) se desplomaron. Los pronósticos de crecimiento para la región en el 2002 son nulos y para algunos países como la Argentina se estima una caída de 10% a 15% en el PIB. En pocas palabras: la “economía” de A. L. no está ya en capacidad de atender siquiera su crecimiento vegetativo (demográfico).
En la Argentina, la combinación de la depresión económica con la espiral inflacionaria ha colocado a los trabajadores ante la situación más desesperante de la historia. El salario devaluado (además de sus reducciones nominales y los retrasos en las fechas de pago), se suma a los trágicos índices de desocupación plena y subocupación. La pequeñaburguesía y las capas intermedias de la ciudad y del campo sufren la ruina, por la destrucción del mercado interno y por la pérdida de todo ahorro logrado en períodos anteriores. El contraste entre una Argentina que produce alimentos para 300 millones de habitantes y el hambre omnipresente, ofrece la imagen cabal de la realidad. Nunca antes había quedado tan flagrante y ominosamente evidenciada la contraposición entre el principio regulatorio de la economía capitalista y las necesidades humanas. El capital no parece encontrar todavía su solución “económica” a la crisis. Los pocos sectores activos en el terreno de la exportación no generan valor agregado ni empleo masivo. El mecanismo usurario de la deuda externa, el monopolio imperialista de los servicios y de la energía y el asalto competitivo sobre los sectores rentables, a los que se ha unido la depauperación absoluta de la clase obrera, son el signo del avance de la centralización del capital y de la mayor integración al imperialismo. Los Faraones de la industria y de las finanzas han sepultado pueblos para construirse su imperio; millones deben renunciar no sólo a las presuntas maravillas del mundo moderno, sino incluso al aire y al agua, viviendo en verdaderas tumbas asfaltadas de las que se enorgullece la civilización. El actual Gobierno de Duhalde - al que el sindicalismo y la izquierda populista han prestado un consenso que ni siquiera la media burguesía le ha concedido - está llamado a completar el trabajo de concentración del capital, de transferencia de ingresos de los asalariados y las capas medias a la gran burguesía, y de subordinación de la economía local al circuito imperialista de reproducción de capital. Queda claro, a la sazón, que la reforma neoliberal incoada bajo la dictadura militar será terminada por la democracia. La reciente derogación de la Ley de subversión económica y la modificación de la Ley de Quiebras - que pone a la burguesía monopolista bancaria e industrial por encima del derecho penal y civil - así como el sobreseimiento de las figuras más corruptas de la política nacional - como el bergante Domingo Cavallo - configuran tan sólo síntomas visibles de la más absoluta prosternación de los tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) al verdadero poder, el económico.
La lógica polarizadora del capital se agudiza: primero, produce de modo creciente una masa de población excedentaria con respecto al nivel productivo existente y luego trata de deshacerse de la misma. Si sólo puede ocuparse de la ganancia y está constreñido a alcanzar este objetivo en condiciones competitivas cada vez más fuertes, la única fórmula de solución que le queda es el aniquilamiento y la destrucción física de su potencial oponente histórico, sobre todo cuando ésta se moviliza políticamente y constituye una fuerza real o, compelido por la evolución social, busca formas de vida en actividades y modos de producción diversos. Los actuales Estados no están hoy adecuados para asumir los costes sociales y económicos de una redistribución capaz de mantener con vida a estas poblaciones. Esta situación, que era particularmente patente en Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, parece hacerse extensiva de modo irresistible en la Argentina, Chile Brasil... debido a que la economía Latinoamericana sufre un proceso estructural de desactivación productiva. Según el último informe del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), la participación de América Latina y El Caribe en el comercio mundial ha sufrido una reducción continua a partir de la década del 50. En los años 50's era del 12%, en los 60's descendió al 8% y en el año 2000 se redujo hasta llegar al 4%. En los tres últimos años la participación de la agricultura y la industria ha caído fuertemente. La economía se ha tercerizado en el peor de los sentidos: el de la especulación y el de los servicios, incapaces de generar tecnología y dinámica productiva al resto del sistema. Ninguno de los periodos de bonanza económica ha sido encausado hacia la renovación de la estructura productiva capitalista, sino al fomento de la estructura especulativa financiera. En tales circunstancias, las economías de la región son incapaces de competir en el marco de los distintos proyectos de integración económica que promueve el imperialismo (ALCA). Por esta vía, los países de la región tienden a perder sus niveles de autonomía y a quedar más sujetos a las estrategias hemisféricas de los USA. A medida que se profundiza la crisis de la economía latinoamericana en su conjunto, las presiones para implementar la dolarización y un tratado de libre comercio con los USA aumentan. Los E. U. desean extender su participación en la economía regional (en lo que queda de ella) para copar las áreas de negocios de sus rivales europeos y asiáticos. Los sectores industrialistas de la burguesía se oponen a esta anexión económica (y también política) que terminaría aniquilando los niveles básicos de industrialización alcanzados por cada uno de estos países. El relanzamiento del MERCOSUR y la búsqueda de la intervención equilibradora de la CEE, en combinación con medidas protectoras para los sectores básicos y estratégicos de la economía, se inscriben en esta política. Existe, sin embargo, una corriente de izquierda burguesa, políticamente muy heterogénea, que resiste los planes de integración EU. Brasil - y junto a él Venezuela y Cuba - emerge como el principal oponente a los lineamientos de Washington y como el principal promotor del MERCOSUR y de una mayor integración con el capital europeo y asiático, cosa que ya ha quedado clara en el summit de Québec tras el enfrentamiento del presidente Cardoso con la delegación EU en torno al tema político de la defensa de “los derechos humanos en la región” y alrededor del llamado “comercio libre”. A nivel del modelo político-estatal, la diferencia comparativa entre los proyectos de la burguesía de este país y la norteamericana se refleja en la posición socialdemócrata del “presupuesto participativo” y el incentivo a la industrialización y la modernización de las relaciones sociales capitalistas en el continente frente a la hegemonía ciega y voraz del dólar que no parece reparar en el profundo efecto destructivo de la globalización de las ganancias sobre el empleo y los ingresos de los trabajadores. Naturalmente, esto se refiere mucho más a las necesidades de consenso y de movilización social de la burguesía brasileña y latinoamericana que a las realidades del capitalismo: en efecto, cualquier proyecto de integración a los mega-estados imperialistas implica el recrudecimiento de la competencia interimperialista, el acrecentamiento de la productividad del trabajo en los países del área y, por lo tanto, un incremento de la explotación tanto a nivel del rendimiento productivo como de los salarios obreros. Ahora bien, las grandes dificultades con que tropieza hoy esta política residen en la bancarrota financiera y productiva encarada por las distintas economías de la región. Queda en suspenso lo que hagan las partes en contienda en el campo de maniobra político.
Es precisamente aquí donde cobran relieve todas las paradojas y contradicciones presentes en el conjunto de la situación actual en Latinoamérica. Por un lado, el imperialismo se presenta como el principal obstáculo material a la revolución y, por el otro, el reformismo, con sus funciones desviantes al interior del movimiento obrero, se alza como un obstáculo político e ideológico. En la medida que su actividad está entretejida con las estructuras sociales capitalistas y trata de encuadrar los disímiles elementos sociales y sus contradicciones en la esfera política burguesa, la definición del papel asumido por estas dos fuerzas es irreductible a representaciones esquemáticas y exige examinar las circunstancias concretas con arreglo a las cuales discurre cada fase de la lucha. Si bien a las fuerzas socialdemócratas y populistas - tipo Chávez en Venezuela, el subcomanante Marcos en México, los distintos frentes democráticos en la Argentina, etc. - no obstante sus diferencias externas, les atañe la misión histórica de contener la revolucionarización de las masas en un sentido comunista y mantenerlas conscientemente en los marcos del capitalismo - fijándolas ideológica y organizativamente al nivel de aburguesamiento relativo (40) - hay que considerar también las otras facetas de su comportamiento y sobre todo la que ha hecho trascender su gestión política: la incomodidad que suscita su línea de acción en el contexto de la hegemonía regional del imperialismo yanqui. El ala izquierda de la SD y del populismo personifica, por un lado, ambiciones nacionalistas reprimidas por el imperialismo - y, en este sentido limitado, representa la subversión de su status-quo en el área - y, por el otro, formas de movilización y de democracia “popular” de tipo radical pequeñoburgués muy similares al jacobinismo revolucionario, que amenazan con arrasar los regímenes oligárquicos tradicionales en los que hasta el momento se había fundado ese status-quo. Aunque en su modalidad clásica estas formas se limitaban a conducir a la “masa popular” hacia el terreno interclasista del movimiento nacional democrático, cuyo desenlace usual era la erección del Estado de Derecho y la constitución de la “soberanía popular”, hoy, en razón del ya alto desarrollo capitalista, el movimiento jacobino no puede granjearse una base de masas sin arrostrar el riesgo de sacar de su letargo a las fuerzas antagonistas de las clases y producir niveles no siempre controlables de polarización social, conduciendo a menudo a choques violentos de las masas empobrecidas con los monopolistas y los terratenientes locales.
Es preciso, por tanto, identificar, pese a las muchas analogías que podamos encontrar con otros casos históricos, las características presentadas por la dinámica de conflicto social y político en Argentina, en Colombia, Bolivia, Venezuela, etc... Los rasgos de la situación se definen tanto por la naturaleza nacional-capitalista de la mayoría de las direcciones y organizaciones que confluyen en el movimiento popular, cuanto en la extrema agudeza de la crisis del capitalismo internacional, de la cual se deriva una dinámica social y política explosiva en la periferia, donde el imperialismo transfiere las repercusiones más brutales de sus contradicciones. En consecuencia, en la definición ulterior de cada uno de estos movimientos debemos estimar, ante todo, el efecto arrojado por cada fase de la lucha política y social sobre los equilibrios de clase y su repercusión sobre el juego de fuerzas económico-sociales articuladas con los intereses del imperialismo en la zona. Respecto a la evolución inmediata, la interrogante principal estriba, por tanto, en lo siguiente: suponiendo que la confrontaciones abiertas por las rupturas sociales y políticas de los últimos años hayan perfilado más claramente los dos campos enemigos de la sociedad y su pugna prosiga avanzando hacia términos no conciliables, ¿el movimiento de masas, ahora más consciente de su fuerza, presionará cada vez más hacia condiciones sociales superiores a las que ofrece hoy el capitalismo? Llegados a ese punto, ¿hacia dónde se inclinarán los organismos políticos que consuetudinariamente han canalizado tales movimientos? ¿Podrán éstos seguirlos conteniendo o cabe la posibilidad de que se profundice la ruptura con la sociedad burguesa y se vislumbre entonces una alternativa histórica a ella?
No es difícil vaticinar hacia el futuro inmediato la acentuación de las contiendas intestinas y de clase en toda América Latina, dado que la recuperación capitalista - y sus concomitantes tentativas de reorganización productiva y social - implicará llevar la explotación y la opresión hasta el paroxismo, determinando violentas reacciones de defensa, con el correspondiente incremento de las organizaciones de oposición y sus posibilidades de acción. Ningún análisis de la región puede soslayar que con las ininterrumpidas luchas de los cinco años precedentes se han registrado profundas fracturas sociales y políticas en las sociedades, con las que tendrá que contar cualquier cálculo político en el futuro próximo. Las urgencias de la burguesía le impedirán dar reversa a sus políticas más lesivas. Es muy probable que ni siquiera la izquierda del capital consiga apaciguar a las masas y que, en consecuencia, a la burguesía le resulte cada vez más difícil sostener su posición. El arreciamiento de las luchas sociales y los aprietos financieros de las burguesías de la región provocarán rupturas políticas más traumáticas. Dentro de esta dinámica, es casi seguro que la izquierda se vea obligada a renunciar a su “izquierdismo”, para dejar tan sólo su demagogia. De cualquier modo, la formación de potentes movimientos independientes de masas desesperadas en Argentina, Brasil, Bolivia y Ecuador, la emergencia de un bloque de izquierdas gubernamentales de corte populista y nacional-capitalista en Venezuela y Brasil, junto a la presión del imperialismo yanqui por una mayor integración en su esfera económica y las tentativas de recuperación capitalista en todo el subcontinente, coadyuvarán a radicalizar las posiciones y a profundizar el foso que las separa. Por más que las diferentes variantes de la izquierda burguesa en la región busquen medrar con sus adversarios políticos, debemos dar por hecho que los grupos capitalistas privados más ligados al capital financiero y el imperialismo atacarán cada vez más agresivamente cualquier esfuerzo por constituir regímenes que, en la búsqueda de la reconciliación social y el crecimiento industrial, otorguen un mayor peso económico al Estado - aunque no sea, en el mejor de los casos, más que puro keynesianismo - y fomenten un grado más alto de “organización popular”. Evidentemente, tal cosa equivaldría a frustrar esos procesos de integración en la medida que su realización exige no una restricción, sino una ampliación de la liberalización. Al respecto basta conocer las recientes declaraciones de la asesora de relaciones exteriores de Bush, Condoleeza Rice, reclamando prácticamente la capitulación del Gobierno Chávez y no reconociendo su “legitimidad” ante la “comunidad de naciones”. Así, pues, todos los signos que hay en el ambiente indican que la presión del imperialismo se va ha intensificar y extender y no vemos ninguna salida posible para la situación, salvo un aplastamiento de uno de los dos bandos a través del recurso de la fuerza. Dada la recurrencia y acuidad de las reacciones de masas en los diversos países de la región, esta última alternativa se manifestará de modo más nítido si el imperialismo torna muy urgente el cierre de cualquier tendencia estatista ante la aproximación de la perspectiva del ALCA. Nunca hay que olvidar que la izquierda depende de las masas y de sus movimientos. Si éstas son excesivamente espoleadas por las medidas económicas de la burguesía, la izquierda podría ser conducida a una grave disyuntiva: o claudica definitivamente ante las fracciones burguesas adversarias y se integra a sus políticas, retractándose de todo lo que ha venido sosteniendo por décadas, o trata de seguir controlando las reacciones de masas dentro de su propio proyecto de capitalismo estatal y “social”. En este último caso, la izquierda deberá apelar a métodos de movilización y de violencia política para subsistir, ya que el capitalismo, dada la acentuación de sus tendencias monopolistas y centralizadoras en el curso de la crisis, necesitará organizaciones “obreras” y populares cada vez más estrechamente subordinadas y coordinadas a los dispositivos de control capitalista.
Aunque la clase dominante ha intentando adelantar varias reformas desde la segunda mitad de la década de los setenta, las estructuras sociales demasiado rígidas y los regímenes políticos oligárquicos no sólo siguen siendo inadecuados para encarar las mutaciones que se están registrando, sino que ni siquiera pueden intentar la realización de reformas trascendentales sin exponerse al peligro de desencadenar una revolución política. Y en estados de extrema tensión social la revolución política puede ser el preludio de la revolución social. En vista de los síntomas de hundimiento de la economía real y de la creciente restricción de la cuota de ganancia, la misma facultad de auto-reforma del establecimiento burgués se encuentra en entredicho.
Tras un largo periodo en que las oligarquías y las dictaduras garantizaron la estabilidad del status-quo social y político, la circunstancia indicada ha abierto una fase de equilibrio inestable en cuanto al desenvolvimiento socio-político del subcontinente, cuya evolución se caracteriza por la bancarrota generalizada de los regímenes y los partidos tradicionales y la búsqueda de las formas políticas más funcionales a las vertiginosas y explosivas dinámicas socioeconómicas resultantes de la mundialización y la debacle capitalista. Como consecuencia, según lo habíamos resaltado ya en un remoto análisis de Colombia:
los factores de crisis se han ido acumulando larvariamente y las fuerzas democrático-burguesas que buscan una redistribución de los papeles de los detentores del poder se han fortalecido gradualmente como alternativa política.
Sin embargo, también la carta reformista de izquierda de la burguesía, esto es, el modelo SD, se expone a un rápido agotamiento ante su presumible inacción e ineficacia frente a las acuciantes demandas de masas al borde de la muerte por inanición. El espacio de acción para las opciones y políticas reformistas se acerca cada vez más a cero. Lo cual, a su vez, refuerza la llamada “derechización” de los grupos burgueses más poderosos que siempre han asociado el ascenso de la democracia pequeñoburguesa y los movimientos sociales a la “amenaza comunista”. A partir de la ofensiva internacional capitalista por revertir los desastrosos efectos de la decadente cuota de ganancia mediante el incremento de la explotación del proletariado - esto es, del neoliberalismo - los sectores dominantes parecen inclinarse por un recrudecimiento de los métodos autoritarios y despóticos de gobierno. He aquí por qué todo el proceso reformista (neoliberal) de los últimos años se ha llevado a cabo en medio de un clima de terrorismo que ha llevado en mucho países incluso al exterminio de importantes núcleos reformistas. El marxismo enseña que, mientras subsistan relaciones capitalistas, el proceso de concentración y centralización dentro de la crisis y la intensificación de la rivalidad interimperialista, al estar determinado por las necesidades de beneficio y acumulación, puede sólo aumentar las contradicciones capitalistas. Cuanto más se centraliza el control sobre la economía y cuanto más la economía misma se convulsiona - y esto es, precisamente, lo que está sucediendo en Latinoamérica con la afluencia del mercado de capitales y las ondas de choque del capital financiero internacional - más debe intensificarse la explotación y más grandes devienen los conflictos de clase. En este punto se hacen conspicuas las contradicciones envueltas por el desarrollo burgués: al tiempo que cae la tasa de ganancia y se exacerba la concurrencia intercapitalista, el régimen establecido necesita una sociedad más disciplinada y coordinada. En consecuencia, se ve forzado a interferir la actividad política de aquellos grupos y capas sociales que basan su acción en la capacidad de gratificación del capitalismo. Sin posibilidad de crear una burocracia “obrera” o una nueva capa pequeñoburguesa al servicio de la burguesía monopolista, la cual comparte, en condiciones normales, sus beneficios y coadministra con ella el establecimiento capitalista, el orden capitalista no tiene otra alternativa que recurrir al terrorismo de Estado y a la más draconiana disciplina social para mantener a las empobrecidas masas en el redil. Bajo tales circunstancias, sólo aquellas organizaciones que ayuden al control totalitario sobrevivirán en el campo burgués, mientras que en el campo proletario lo conseguirán sólo aquellas que apelen a métodos revolucionarios..
Como hemos visto arriba, en Latinoamérica converge una multitud de fuerzas en choque. La impronta de diversas facciones del imperialismo metropolitano, la concurrencia de grupos capitalistas y terratenientes locales, así como los intereses que enfrentan a los primeros con las masas trabajadoras del campo y la ciudad, crean una situación de conflicto generalizado y ubicuo. Si bien cada uno de estos grupos va a la caza de la ganancia máxima y entiende que puede ganar sólo si los demás pierden, no se pueden excluir alianzas temporales o incluso duraderas entre intereses que pueden sentirse solidarios y entrar momentáneamente en simbiosis para derrotar adversarios demasiado fuertes. No obstante, el rasgo típico del conjunto de latinoamérica es la escasa base social en que descansa el régimen burgués, determinado por el hecho de depender de grupos económicos oligopolistas violentamente contrapuestos al resto de la sociedad. Esa característica fundamental está en el origen de las grandes dificultades que afronta el régimen para generar consenso alrededor de sus instituciones y medidas políticas y es la responsable de que las funciones integradoras y consensuales del Estado, vale decir, su capacidad de negociación y tramitación de conflictos, haya sido siempre extremadamente reducida.
Uno de los mayores fracasos del establecimiento burgués latinoamericano ha consistido precisamente en su ineptitud para cooptar e institucionalizar ampliamente a la izquierda reformista. Hoy en día las contraprestaciones y beneficios que éste puede ofrecer a cambio de eventuales servicios a la dominación son menores. Por otra parte, el viejo sindicalismo corporativista y su jerarquía de trabajadores-funcionarios del Estado, impulsado por los modelos cepalinos de industrialización y proteccionismo (recordad la famosa fórmula de la “sustitución de importaciones” del economista Raúl Prebish), ya no funcionan en una sociedad abierta al mercado internacional y sometida a las fuertes presiones competitivas de los Estados, las compañías y los mercados financieros. Los sindicatos y partidos reformistas y nacionalistas, los aspirantes a funcionarios y la pequeñaburguesía, todos cuantos procuran sobrevivir a la expropiación, a la ruina y el empobrecimiento creciente que serán el corolario inevitable de la lucha descrita arriba, intentarán decidir su suerte ofreciendo sus servicios a uno de sus protagonistas. Por su parte, la agudización de los conflictos interimperialistas y de clase que acompañarán este proceso, harán que la apariencia de legalidad, neutralidad y arbitraje imparcial que tiene que suscitar el Estado burgués para mediar entre los diversos intereses que tienen lugar en el seno de la sociedad burguesa, se borre cada vez más. En virtud de su necesidad de asumir una función demasiado evidente en favor de los grupos económicos locales e internacionales más poderosos, el Estado y los partidos de Estado operarán cada vez más abiertamente como órganos de la guerra imperialista de clase contra el proletariado.
En segundo lugar, debemos considerar la posibilidad de que, a medida que se compliquen las cosas para el régimen, se plantee una alternativa proletaria. A juzgar por el comportamiento de las masas durante los últimos acontecimientos en Venezuela, la decantación revolucionaria sólo podría producirse con el hundimiento de la SD y/o el agotamiento de la experiencia política populista. Dicha decantación partiría de un neto deslinde de clase que provocara el desbordamiento de las actuales organizaciones de masas - es decir, de las instancias en que las masas han hecho su propio aprendizaje político y han formado su conciencia (las camisas de fuerza sindicales y otros órganos para-empresariales y para-estatales) - y su reemplazo por organismos verdaderamente autónomos, capaces de actuar con arreglo a metas y perspectivas de clase, tal como, en efecto, está sucediendo con el movimiento piquetero en la Argentina. Pero ni aún así estaría garantizado su paso al comunismo, dada la ausencia del partido y del programa que tracen esa directriz en el movimiento proletario, como lo demuestra una vez más la evolución socio-política en Argentina.
No obstante sus debilidades, la izquierda y la SD cuentan todavía con sus fortalezas. La más importante es que los partidos tradicionales de la burguesía, como lo han corroborado ampliamente los últimos acontecimientos, poseen, en unos casos, plataformas y estructuras tan heterogéneas que son incapaces de formular sus acciones al interior de una estrategia coherente - obrando sólo en función de impulsos externos o criterios oportunistas - y, en otros casos, son tan elitistas desde el punto de vista social que no tienen más remedio que auto-condenarse a llevar una existencia aislada. Se trata, por tanto, de aparatos inorgánicos y, muy frecuentemente, desprovistos de base popular. De ahí que su paso a una ideología totalitaria y a formas dictatoriales de control sean quizá la única forma en que estos partidos podrán sobrevivir en el actual contexto del capitalismo. El tirano Alberto Fujimori en el Perú puede haber sido el comienzo de una nueva generación de políticos latinoamericanos y su experiencia podría eventualmente extrapolarse al conjunto del subcontinente. Gracias a una extendida lumpemburguesía, al generalizado marginamiento y disgregación social y cultural de la población, a la preponderancia de las modalidades de exacción parasitaria del trabajo social, las formas tiránicas de gestión del populismo de derecha - caracterizadas por el autocratismo cesarista, la administración policíaca de la población y la regulación despótica de las relaciones sociales y laborales - los regímenes tipo César Gaviria en Colombia, Fujimori en Perú o Carlos Saúl Menen en Argentina pueden haber inaugurado el modelo de gobierno que prevalecerá en el futuro. No obstante, el éxito y funcionalidad de tales experiencias corresponde sólo a los instantes más desesperados para el dominio burgués y siempre chocan con su incapacidad de conservar una base de masas por mucho tiempo. Tal es el punto fuerte de las distintas SD’s y lo que, pese a las monumentales bancarrotas políticas sufridas en Chile, Nicaragua, El Salvador..., las hace subsistir. Debido a la desintegración de los viejos establishments clientelistas y la pérdida del monopolio de las finanzas públicas, los partidos históricos burgueses carecen hoy de mecanismos de vinculación e integración social que le proporcionen una amplia base de masas a sus proyectos. Sin medios para edificar estructuras democráticas policlasistas, los partidos tradicionales - y esta en una situación generalizable a toda Latinoamérica - se han ido convirtiendo en aparatos raquíticos que necesitan reconstruirse o ser reemplazados. Con la única salvedad de la SD y del populismo (de izquierda y de derecha), no existen hoy en América Latina organizaciones o fuerzas políticas aptas para captar e integrar masas en el ámbito institucional. Ya sea que tenga o no conciencia de esta función, la burguesía necesita todavía de la SD y del populismo. Ahora bien, hay que destacar la lucidez con la que algunos de los representantes de esta dos corrientes explotan - en Chile, en Brasil, en Venezuela, en Colombia, etc. - los vacíos dejados por los desuetos partidos oligárquicos y las ventajas que les reporta la anterior circunstancia: manipulan los contrastes y las tensiones sociales a favor de la neutralización tanto de lo que resta de los viejos partidos políticos, cuanto de los intereses susceptibles de devenir conflictivos con la dirección de los nuevos regímenes que pretenden edificar. Por lo demás, no cabe duda de que la SD y el populismo en sus dos variantes tienen su propia lectura de las clases y de la lucha de clases, a las que reconocen como el dato elemental de todo raciocinio y cálculo políticos, pero a diferencia del marxismo tratan de situarse por encima de ellas y buscar un “punto medio” que les permita alcanzar el equilibrio dentro de un estado de conflictualidad básica. Tal es el caso de Chávez en Venezuela, quien hace el papel de un volatinero que intenta mantenerse en la cuerda floja del poder pese a - o, más bien, gracias a - las fuerzas contrarias de las clases, que tienden a hacerlo caer.
En suma: ante la perspectiva de la crisis y la configuración de un contexto social día tras día más agitado, todas las certidumbres de la burguesía de ejercer un dominio seguro y sin disputa, asociadas a la victoria estadounidense en la “guerra fría”, empiezan a vacilar. Vislumbrando los peligros que encierra una evolución “antagonista” del conflicto social, los partidos y corrientes burgueses más avisados hablan de la necesidad de evitar el salto neoliberal en el vacío y proponen la vuelta a un capitalismo social, manteniendo, empero, la perspectiva “globalizadora”. Dicho capitalismo, que presuntamente se ajustaría al punto medio entre el capitalismo y el comunismo, tendría que acordar de nuevo un rol intervensionista al Estado, aplicaría medidas redistributivas del ingreso, fomentaría la industrialización mediante el fortalecimiento del mercado y la demanda internas, etc. El campo para el enfrentamiento entre la ortodoxia del capitalismo, hoy dominante, y las viejas recetas SDs bajo nuevos ropajes, está ya preparado y adquiere caracteres de urgencia ante la generalización de la actitud de insubordinación social y de movilización de los trabajadores. En efecto, el capitalismo tiene su ortodoxia, tiene sus Bernardo Güi, sus santo Domingo de Guzmán, y tiene también sus herejes, a los socialdemócratas. Las alternativas de recuperación política e ideológica burguesas de los movimientos sociales que han venido irrumpiendo en la escena en los últimos años con una potencia y amplitud inusitadas, están a la vista. Ciertamente el campo de maniobra burgués es cada vez más estrecho y, en consecuencia, las posiciones se extreman. Al igual que la Inquisición medieval, en la guerra total, en la violencia intra y extra-institucional que ya consume a países como Colombia, Venezuela, Bolivia y Brasil, la ortodoxia del capitalismo desearía quemar unos cuantos miles de herejes ad majorem gloriam Dei. Aunque es usual que los ortodoxos culpen de sus propios fracasos en la administración del sistema a la falta de credulidad de los herejes en las posibilidades del capitalismo, ante las debilidades de los regímenes tradicionales para enfrentar la crisis, la instrumentalización política de la herejía SD podría ser de nuevo conveniente para minar desde adentro el campo de la rebelión en ciernes. Por otra parte, pese a su estado de insumisión permanente y beligerante, las masas latinoamericanas todavía no se han comportado como el sujeto de una profunda clarificación de sus perspectivas políticas en el sentido del comunismo ni han constituido sus vanguardias de clase. Así, pues, gracias al subsistente estado de perplejidad en que se hallan sumidos grandes contingentes de explotados recién llegados a la lucha, la manipulación política socialdemócrata estaría todavía vigente, aunque esta vez más al nivel de una ilusión política que de la posibilidad de proyectar una economía mixta con un sólido pacto social entre trabajadores y capitalistas.
Visto el cuadro actual, la cuestión política que se plantea al proletariado latinoamericano se resume del siguiente modo: o cooperar a la sobrevivencia de un sistema en crisis u obrar como su sepulturero. Sabemos que sin un neto deslinde comunista de éste, podría ponerse de nuevo a las masas frente a una falsa disyuntiva, eligiendo entre los dos verdugos que hoy le venden la ilusión de un futuro promisorio a cambio de un comienzo pletórico de sacrificios y miseria; pero cabe también esperar que las tendencias revolucionarias en que hoy se debate el proletariado argentino señalen en el futuro próximo al proletariado de A. L. y del mundo no sólo el camino de la regeneración política y de la autonomía, sino el de la salida del odiado capitalismo.
A la sazón, la crisis de la burguesía, ha implicado también la crisis ideológica del proletariado. En efecto, el que sean realizables las distintas salidas o soluciones para el capitalismo depende del proletariado. En la crisis se hace conspicuo que el proletariado no sólo es objeto del desarrollo económico - y, en cuanto tal, elemento de reacciones espontáneas condicionadas por ese desarrollo - sino, potencialmente, sujeto codeterminante del mismo. Aquí el proletariado no es sólo mera víctima pasiva de leyes fatales, sino que tiene la posibilidad de organizarse como clase y obrar como fuerza real capaz de modificar el rumbo de los acontecimientos. Por tanto, la situación argentina hace pertinente hablar de nuevo de lo que Lukács denominó “crisis ideológica del proletariado”. Dicho concepto se refiere a una situación en la cual, pese a ser muy precario objetivamente el estado del capital y el poder de la burguesía, el proletariado sigue preso de las formas intelectuales y emocionales del capitalismo. En Argentina esta cautividad ideológica es sólo parcial porque el proletariado ya ha revelado signos de acción autónoma y de incredulidad en el sistema, pero ha sido incapaz de elaborar su propio proyecto de poder y su propia solución de la crisis. No es la ilusión de las masas en la clase dominante, sino la propia debilidad de los explotados para diseñar una perspectiva de poder lo que ha permitido sobrevivir a la burguesía y ha dejado el campo despejado para las maniobras del gobierno de Duhalde. Esta ineptitud del proletariado le ha dado tiempo a la burguesía para estudiar la salida electoral y establecer un cronograma de prioridades que hará recaer todo el peso del desprestigio por las medidas anti-obreras en la actual administración, pese al fiasco de la esperanza de llegar a septiembre del 2003 sin necesidad de convocar a elecciones anticipadas (éstas, en efecto, han sido previstas para marzo de ese año). Bajo una situación en la que las condiciones de vida de las masas son cotidianamente golpeadas, es obvio que la respuesta de los trabajadores en el terreno de la lucha está por debajo de la magnitud de los ataques. No obstante, la exasperación de la población y el alto grado de concentración de las organizaciones obreras y “populares” ha permitido la subsistencia de una fuerte tendencia a la huelga de masas y a la confrontación directa. La responsabilidad fundamental de las debilidades proletarias reside tanto en los sindicatos y otras instancias de masas de carácter corporativista (centros y federaciones estudiantiles, Federación Agraria, etc.) cuya función consiste en atomizar y despolitizar el movimiento, cuanto en los partidos de izquierda intra y extraparlamentarios, que privan de autonomía la organización-acción de masas e intentan dirigirla hacia estructuras recuperadoras de la institucionalidad burguesa. Unos y otros pueden cumplir estas funciones porque es imposible para el proletariado un desarrollo ideológico homogéneo hacia la dictadura y el comunismo y porque la crisis, al mismo tiempo que la debacle del capitalismo, significa también una transformación ideológica del proletariado que se ha formado en el capitalismo bajo la influencia de las formas de vida de la sociedad burguesa. Consciente o inconscientemente, de modo abierto o soterrado, el rol de la izquierda y de los sindicatos es seguir la inercia del capitalismo y preservar el retraso subjetivo que hace al proletariado inferior a sus tareas históricas revolucionarias. Aunque resta como dato estimulante el que el proletariado ha sido en todos los momentos superior a sus viejas direcciones, jamás había sido tan claro como ahora que la crisis del proletariado es la crisis de dirección revolucionaria. Sin la resolución de la cuestión de la dirección política de los movimientos de masas, la clase obrera será susceptible de nuevo a las distintas alternativas de “derecha” o de “izquierda” opuestas al resquebrajamiento del capital: Lula y el PT en Brasil, Evo Morales y el MAS en Bolivia, señalan hoy el horizonte de la recuperación ideológica burguesa del movimiento de lo explotados. (41)
En la Argentina las cosas son, por tanto, mucho más complejas. El verdadero problema del movimiento de clase en dicho país no consiste, como lo estima el GPM, en la ausencia de tendencias reales hacia la ruptura revolucionaria, sino (además de la impronta nacional-burguesa del peronismo) en el peligro de subordinar su fuerza y su efecto político al proyecto estalinista-trotskysta más radical de resolver las luchas actuales en modalidades de gestión Estado-capitalistas. Una y otra vez hemos denunciado que la puesta en vigor de la nacionalización, sin indemnización, de las empresas actualmente privatizadas (Repsol-YPF, Telefónica, Aerolíneas y otras empresas) y su incorporación a la administración de un "gobierno obrero", no aportaría nada a las metas proletarias. Dado que el proyecto del PO y de los estalinistas no contempla la demolición de la maquinaria burocrático-militar del Estado, la destrucción del poder patronal en las empresas ni su sustitución por los órganos de poder del pueblo armado, no puede tener otra consecuencia que la de hacer recaer sobre la clase obrera ya no sólo los costos económicos de la recuperación capitalista - como, en efecto, sucedería en la hipótesis de que se mantuviese el cuadro de económico del capital y la concentración de la fuerza política en el Estado - sino todos los esfuerzos y costos políticos que ella lleva consigo, lo cual no se encontraba siquiera en los cálculos de los más astutos políticos de la burguesía argentina. El "gobierno obrero", como ama llamarlo el PO, se dedicaría a administrar la crisis de los capitalistas, como ya lo hizo en Polonia bajo Walessa o en Nicaragua bajo los sandinistas. Si atacara los intereses de estos últimos y se planteara conducir a toda la clase obrera por ese camino a nivel nacional, entraría en contradicción flagrante con todas las instituciones del régimen y del Estado patronal, no sólo con la Gendarmería, sino incluso con la "asamblea constituyente" que es la panacea para el PO. En último análisis, seguiría el mismo camino de la Unidad Popular chilena y la tentativa de transformación social terminaría en masacre.
El peor crimen histórico de un partido de oposición estriba en lanzar la consigna del poder obrero dejando a las masas a merced de la violencia burguesa: en este sentido, la vía reformista al "socialismo" es uno de los mayores peligros que enfrenta la clase obrera argentina. En el fondo, esta versión etapista y estatalista de los cambios sociales se opone, pese a sus proclamas, a un verdadero "gobierno de los piqueteros".
Por lo tanto, cuando habla de "gobierno de los piqueteros" su política no es que las organizaciones de los explotados tomen el poder e instauren una comuna obrera, sino que esos organismos se disuelvan en la democracia burguesa.
El programa del PO es igual al de la SD weimariana en los años 20's y tendría sus mismas implicaciones. La eventual - aunque por ahora improbable - instauración de un gobierno obrero no sólo sería impotente para hacer pagar la crisis a los capitalistas (la mayoría de los cuales ha puesto a salvo sus capitales mediante la fuga de la casi totalidad del capital líquido del país), sino que, al nacionalizar y tratar de relanzar la economía, estaría abocado a suprimir muy pronto justamente aquello en lo que había fundado su justificación, es decir, todas las reivindicaciones relativas a la distribución de la jornada laboral y a la estructura de salarios en los principales sectores de la industria a su cargo, llamando a la clase trabajadora a la austeridad y el sacrificio por el mantenimiento del nuevo gobierno. Tal línea de acción contrasta con el comportamiento que asumiría el poder revolucionario una vez implantado. Éste se movería inmediatamente en el sentido del comunismo, adoptando urgentemente medidas tales como la socialización radical de los medios de producción fundamentales (hoy monopolizados por las multinacionales imperialistas y/o paralizados por la crisis del capital), la gestión directa de la industria y de la distribución por las asociaciones de productores y consumidores, la eliminación del dinero como medio de distribución y cálculo económico y su sustitución por un plan nacional de los trabajadores que parta de la estimación precisa de la proporción existente entre las suma de las fuerzas productivas disponibles y la suma de las necesidades sociales. En otras palabras, nuestra actitud ante el movimiento en la Argentina refleja la posición invariante de los revolucionarios: tratamos de operar como la conciencia crítica del movimiento. Al tiempo que señalamos sus posibilidades y sus límites - denunciando sus insuficiencias, sus contradicciones y anticipando su desenvolvimiento ulterior - lo instamos a ir tan lejos como sea posible y a no retroceder ni vacilar ante la enormidad de sus tareas. En este momento es necesaria la emergencia de un terrible escenario de lucha y confrontación de clase que contribuya con su ejemplo y su sacrificio a sacar violentamente al proletariado internacional de su marasmo y vuelva a dar sentido al proyecto de una sociedad sin clases y sin Estado.
Las dos principales características que hacen prometedor el movimiento piquetero desde la óptica de su potencial revolucionario consisten:
Primero, en argentina no se ha dado una simple revuelta aislada, sino que se ha constituido, desde abajo y por fuera de los sindicatos y otras formas de mediación del Estado capitalista, un verdadero movimiento de oposición al estado de cosas existente. Sobreponiéndose al paso del tiempo y a los continuos y abruptos cambios en la esfera del poder político, en el curso de una lucha cada vez más amplia y feroz, el movimiento ha venido dotándose de instancias propias de lucha y ha radicalizado sus directrices de acción a la par que la burguesía argentina se ha mostrado incapaz de responder a las más elementales peticiones de supervivencia de las masas.
El segundo aspecto se concretiza en el vigor real expresado por el movimiento para arrastrar a las masas explotadas, cuya fuerza se ha podido ponderar claramente en el derrocamiento del gobierno de centro-izquierda de De la Rúa y el fracaso de las siguientes tentativas de configurar un nuevo status-quo bajo la sombra del peronismo, lanzando un desafío que mide la profunda radicalización del conflicto social. Aunque parece insólito, la burguesía argentina ha recurrido a las mismas maniobras efectuadas dos años antes por la ecuatoriana. La cuestión a saber aquí es si las masas argentinas padecen la misma credulidad e incapacidad política de las ecuatorianas y peruanas. No lo estimamos probable, pero, como sucede siempre en estos casos, no se podrá afirmar nada hasta que el curso de los acontecimientos indique un viraje firme del proletariado (argentino) hacia la autonomía política y organizativa. La posibilidad de que el movimiento de las masas sobreviva a esta maniobra depende de una clara delimitación del partido de la revolución - el cual apenas se esboza vaga y tímidamente en algunas expresiones organizativas y políticas del proletariado - frente al partido de la contra-revolución, cuyo perfil es, en cambio, bastante definido..
En Argentina se ha puesto, por lo tanto, al orden del día la enorme tarea de extender, desarrollar y centralizar los piquetes, los organismos de defensa de los trabajadores, los comités de huelga y los organismos embrionarios de democracia directa que las masas han erigido a través de su lucha, porque en ellos reposan los factores para preparar y organizar la toma del poder por la clase obrera, demoliendo las instituciones del Estado burgués e imponiendo el Poder Obrero. Es decir, o se avanza con una estrategia y un programa para la revolución proletaria, o se retrocede por el camino de la reforma, de la conciliación con la burocracia sindical y con el régimen democrático burgués que, a cambio de algún escaño parlamentario, neutraliza e integra a las corrientes que se dicen revolucionarias. Esa es la alternativa de hierro: reforma o revolución. Y lo que la clase obrera necesita es un partido obrero revolucionario e internacionalista, que muestre a los explotados el foso insalvable que los separada del orden actual y abra el camino a una nueva sociedad ligada a la construcción de los organismos de fuerza de las masas. Uno de los primeros y principales pasos en esa dirección consiste en la repulsa de la pretensión de "organizar a la vanguardia obrera alrededor de la bancada socialista", como propugna el PO y otros. En la visión SD de muchos trotskystas y estalinistas argentinos la coordinación política de los trabajadores no se dirige a la promoción de la revolución y del socialismo, sino a la utilización de la vanguardia como terreno de maniobra para sacar votos en las elecciones. En la visión de la derecha trotskysta los trabajadores pueden triunfar y tomar el poder sin destruir el Estado burgués, sin soviets, sin milicias obreras, en fin, lo pueden hacer pacíficamente con elecciones.
(40) ¿En qué consiste este aburguesamiento? Ya lo hemos respondido en otro lugar, pero no sobra reiterarlo. a) dependencia del movimiento respecto de la ocasión inmediata; b) fragmentación en oficios, países, etc. c) divorcio del movimiento económico y del político; d) orientación del movimiento hacia partes del Estado y de la sociedad, no hacia su totalidad.
(41) En un documento coetáneo a las primeras manifestaciones insurreccionales en Argentina, trazábamos un cuadro de la situación que realzaba las dificultades y amenazas con que tropieza la rebelión de las masas. Además de los peligros provenientes del campo de la reacción, denunciábamos la existencia de toda una legión de embarulladores que con propuestas de “Asambleas Constituyentes” y toda suerte de “Programas de Reconstrucción económica y social” pretenden sacar al proletariado del camino de su propio Poder y preservar la paz social, aun cuando esto envuelva la exacerbación de la opresión y la miseria reinantes. Si existe una corriente revolucionaria en Argentina, su primera tarea consiste en evitar que tales maniobras desvíen el torrente social de los explotados hacia la solución de las necesidades de la perpetuación del poder capitalista. El reformismo y la conciliación de clases deben constituir el principal blanco de denuncia y combate político del partido de la revolución en ciernes. En efecto, desde la óptica del desarrollo revolucionario, el principal problema a que se enfrenta el proletariado en argentina estriba en quedar política e ideológicamente prisionero en la telaraña de la política burguesa y de sus falsas divisiones. Ya hace cuatro años escribíamos que América Latina vive en medio de la tragedia y la comedia.
La tragedia de sus masas sobre las cuales se han abatido todos los ciclones del mundo: los de la naturaleza y los de la mundialización capitalista. La comedia de la izquierda que se apresta a repetir las fórmulas salvadoras que ha poco naufragaron en el resto del mundo. De cualquier observación del subcontinente se desprende hoy un cuadro patético y horroroso... A medida que los grupos locales más poderosos del capital se ven obligados a hacer más directa su conexión con el capital internacional, la llamada ‘industria nacional’, que tan a menudo henchía de santo orgullo el pecho de los estúpidos politicastros y burgueses latinoamericanos, parece formar parte cada vez más de su ya muy remota historia parroquial. Pese a que nunca hubo verdaderamente una burguesía y un capitalismo nacionales, la burguesía monopolista, arrancada de sus antiguos "feudos" por la concurrencia transnacional, se ha puesto en cada unidad local a la vanguardia de los procesos de mundialización, ha repudiado por anacrónicas sus viejas vestiduras nacionales y ha adoptado el traje cosmopolita que más le conviene, participando de las corrientes fundamentales de la economía y los negocios. Pero este proceso no avanza sin que se presenten resistencias y fisuras en el seno de las propias burguesías y Estados. En América Latina esto es bien claro: mirad a los zapatistas y el PRD en México, a los sandinistas en Nicaragua, a Chávez en Venezuela, al Partido de los Trabajadores en Brasil, a las Farc y al Eln en Colombia, etc... No obstante todas sus diferencias, a estas fuerzas subsiste un rasgo común: la apelación al Estado como mecanismo de salvación. Dirigida por la nueva clase media formada en los años 1960 y 1970, la llamada "izquierda" latinoamericana no es, en ese sentido, más que un movimiento de resistencia a la proletarización, un movimiento contrario a la afirmación de la expropiación y el empobrecimiento de los sectores medios de la población por efecto del desarrollo del capital. Los grupos sociales que lo inspiran se encuentran en alguno de estos tres casos:
* o no tienen ya significación real en el estado de las fuerzas productivas de la economía capitalista y en las relaciones de producción que las expresan (la vieja pequeñaburguesía),
* o están integrados en las estructuras de poder, organización y control capitalista en la empresa y en el Estado,
* o, finalmente, están en trance de transformarse en proletarios debido a la presión de la competencia del gran capital internacional y el desmantelamiento de la economía protegida y del WelfareState, sustituidos hoy en todas partes por el “librecambismo” y el LeanState.
En general, su consciencia no se halla adaptada a la situación concreta del mundo moderno ni a la revolución que éste contiene: no representan los intereses del futuro, sino los de la conservación social. Pese a la instrumentalización de algunas reivindicaciones de los trabajadores, este movimiento sólo usa al proletariado y a los desheredados como combustible y fuerza de choque. En efecto, la solución a los problemas y urgencias de las masas no está en la mira de esta nueva socialdemocracia: su objetivo es usar la fuerza del Estado como tabla de salvación social. El ala protectora del Estado es, en efecto, el último refugio a que acuden el burgués y el pequeñoburgués resentidos por el efecto despiadado de las leyes del capitalismo. Pero, ¿podrán las nacionalizaciones y las medidas jurídicas y administrativas del capitalismo de Estado crear de nuevo ese mundo edénico e inmóvil rodeado de seguras murallas protectoras con el que sueña nostálgicamente el pequeñoburgués desconsolado ante la mundialización de la economía y los ultrajes del capital financiero internacional?.
Aunque ha sido el capitalismo y no el comunismo el que ha expropiado despiadadamente a la pequeñaburguesía y destruido sus sueños idílicos de constituir prósperas naciones de propietarios, los discursos inaugurales de los presidentes Rodríguez y Duhalde, en los que incluso responsabilizan directamente al capitalismo de la debacle argentina y llaman a la reconstrucción de la “gran Argentina de Perón”, apelan al mismo imaginario pequeñoburgués tan difundido en la mente del pueblo argentino para conjurar de nuevo el espectro del comunismo como antes lo hiciera exitosamente Perón. Constituyen, sin duda, un ejercicio ideológico tendiente a legitimar el establishment que hoy se siente acorralado tanto por la evolución crítica del capital, cuanto por la inmensidad del movimiento social y la total bancarrota del régimen. Es aquí donde el peronismo, bajo diferentes formas y ropajes (incluso adoptando el lenguaje del trotskysmo o del estalinismo) sigue jugando un papel central. Históricamente el peronismo ha sido el vehículo ideológico y político de la contrarrevolución en argentina; cada vez que ha irrumpido una fuerza proletaria de vasto alcance, se recurre al peronismo, vale decir, al opio del pueblo argentino, para servir los fines de la contención social. El papel jugado por el justicialismo de Perón entre la clase trabajadora ha sido nefasto en la medida que ha impedido la decantación del proletariado argentino, pese a sus tendencias revolucionarias, hacia el comunismo. Nada como el justicialismo con su fraseología nacionalista y estatalista - detrás de la cual suele estar el imperialismo - ha producido tanto "quietismo" y conservadurismo en la clase obrera argentina. El otro gran enemigo que tiene el proletariado es el sindicalismo y el reformismo estalinista y trotskysta, hoy unido, que sólo pregona una reforma del régimen actual dentro de la perspectiva del capitalismo de Estado. El otro agente contrarrevolucionario es el sindicalismo. Hay que empezar por decir sin ambages que en todas partes del mundo y, particularmente allí donde los sindicatos son fuertes, la política del capital ha sido religiosamente acatada. La explicación de los retrocesos sociales registrados en los últimos 20 años en la Argentina y el resto del mundo no descansa en la debilidad o la imperfección de la organización sindical o del parlamentarismo de izquierda, sino en la misma naturaleza del sindicalismo y del parlamentarismo (cualquiera sea su color). En la actual fase de decadencia de la sociedad capitalista, el sindicato y el reformismo están llamados a ser un instrumento esencial de la política de conservación y, por lo tanto, a asumir precisas funciones de instituciones del Estado.
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