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En ningún otro de los temas abordados por la discusión comunista actual resulta tan plausible el retorno al marxismo clásico. Al gravitar esencialmente alrededor de los temas de las relaciones dialécticas entre consciencia y ser social, entre condicionamiento material objetivo y praxis revolucionaria, entre estructuras objetivamente dadas y subjetividad de clase, entre crisis y ruptura social y entre reacción y revolución, su problemática cobra una inusitada actualidad. Al examinar de nuevo algunas de las tesis centrales del marxismo clásico, encontramos las claves para entender las condiciones y características fundamentales que asume la ruptura objetivo-subjetiva efectuada por el proletariado y las clases subalternas en los periodos de crisis capitalista mediante la acción revolucionaria. La teoría marxiana de la "inversión de la praxis" o "praxis que se subvierte a sí misma", formulada por primera vez en las Tesis sobre Feuerbach y en la Ideología Alemana, arroja mucha luz en la dilucidación de este problema. Según ella, el agrupamiento y potenciación de los gérmenes revolucionarios producidos por la crisis, requieren el desarrollo de una subjetividad política subversiva que polarice a la clase alrededor de su propio proyecto social. Tal cosa no se consigue más que suscitando nuevas exigencias y circunstancias por medio de la acción y la política revolucionaria en la lucha de clases. Al generar nuevas demandas y relaciones humanas en y por la lucha, se propondrán simultáneamente nuevas condiciones para la militancia y la consciencia revolucionaria. Precisamente en su crítica al naturalismo feuerbachiano, Marx consideró que el proletariado carece de educadores externos y debe formar su conciencia a través de una praxis revolucionaria que cambia tanto las cosas y el mundo exterior como a sus propios actores. Así, en Marx la revolución surge del proceso de autoaprendizaje y de auto-emancipación del proletariado a través de la subversión de las relaciones sociales y políticas que configuran el ambiente social en que discurre la dominación. No sólo porque únicamente mediante la práctica revolucionaria puede manifestarse la fuerza y la capacidad de organización y dirección del proletariado, sino, más aún, porque la propia acción es, a su vez, el principal factor de crecimiento o de disminución de la fuerza y de la capacidad del proletariado. Al tiempo que la praxis revolucionaria incita y prepara las condiciones para la ruptura espiritual y cultural de las masas con la civilización capitalista, las sustrae a la influencia ideológica burguesa: al socavar las relaciones sociales, los vínculos de jerarquía y autoridad, socava también las inhibiciones psíquicas y las creencias de la sociedad; al cuestionar las cosas teóricamente y derrocarlas prácticamente hace dudar de todo, minando las condiciones de la adhesión que se tenía a unas ideas que, según lo expresaba el burgués republicano Lamartine, vacilan y caen. Solamente en la lucha directa de clase, siguiendo la pedagogía de la acción, puede el proletariado conquistar su autonomía, identificar sus verdaderos intereses históricos universales de clase y adquirir la fuerza y la aptitud para reordenar y gobernar a la sociedad.
Contra las preocupaciones oportunistas según las cuales la revolución proletaria llega demasiado pronto y no encuentra 'maduros' ni las condiciones económicas ni el proletariado Rosa Luxemburgo demuestra desde la década del 90 del siglo XIX (Ver Reforma social o Revolución) que la revolución no puede llegar demasiado pronto porque la simple existencia de las fuerzas revolucionarias del proletariado ya es una consecuencia de la madurez de las condiciones económicas. Desde el punto de vista del mantenimiento del poder, por el contrario, la revolución llega y debe llegar demasiado pronto. Porque la madurez revolucionaria sólo puede ser adquirida por el proletariado mediante la acción revolucionaria, en la revolución misma.
Lukács, Introducción húngara al folleto Huelga de Masas, Partido y Sindicatos
El conocimiento de la estructura de la que, independientemente de las representaciones y percepciones subjetivas de los individuos que conforman las clases, depende la producción y reproducción de la totalidad social, aporta la base racional para comprender desde su génesis y a través de su desarrollo los fenómenos más sutiles de la superestructura en la era capitalista (28), así como las condiciones y motivaciones de las formas ideológicas y de sus mutaciones y cambios de dirección. Aun cuando admitimos la conclusión monista de que la unidad del mundo reside en su materialidad, no reducimos la comprensión de la realidad, en cualquiera de sus niveles, a una categoría metafísica, aún si ésta se denomina “materia”. Las condiciones constitutivas de la clase y de su consciencia pertenecen al proceso histórico, son creaciones originales enlazadas con las actividades y relaciones que engendran y modifican las condiciones de la producción material de su vida. No existe, en consecuencia, una sustancia espiritual independiente de este proceso: la formación de la conciencia de clase y sus tribulaciones históricas cubre simultáneamente el proceso de transformación práctico de la sociedad y de la cultura. Por la misma razón de que el progreso de la conciencia está vinculado íntima y orgánicamente con las condiciones de existencia materiales de los individuos en la sociedad, la dirección que toma su desarrollo aparece como el reflejo de las mutaciones sufridas por las relaciones sociales y políticas entre las clases en cada fase del decurso histórico. No advertimos aquí el menor rasgo que nos indique que la conciencia sea o una mera tabula rasa - o reflejo pasivo y adjetivo - del mundo exterior y de la experiencia o un demiurgo productor de toda novedad histórica. Al contrario, contemplamos su función de síntesis, expresiva de la serie completa de actos de producción, reproducción, creación y transformación de los hombres reales, cuya dirección, intencionalidad, intereses y motivaciones se definen concretamente en conexión con las estructuras reguladoras de la convivencia humana.
No advertimos, pues, lo que el GPM ha creído ver. La dicotomía insalvable a que reconduce su sustantivación de la forma-partido, plantea en el ámbito de las relaciones partido-masas la reproducción de las formas políticas en que se resuelven las relaciones burguesas y revela las vías que puede tomar en una eventual revolución o en futuros movimientos sociales la reconstitución de categorías y relaciones de clase y de poder burguesas al interior de movimientos que se postulan sedicentemente como la alternativa al capitalismo. Admitimos que la conciencia histórica de los hombres es, sin duda, una fuerza activa y real, a la que cabe una función original y creadora en la historia, pero ello no significa que contenga su desarrollo. La misma conciencia de clase, en cuanto conquista máxima del proletariado en el camino de su propia auto-superación y auto-supresión como clase, constituye, en el mismo sentido, el complemento ideal y viviente de la praxis revolucionaria. En el plano del proceso histórico, la consciencia goza, sin duda, de libertad, pero, en rigor, se trata de una libertad condicionada por todas las relaciones y modos de producción históricamente generados.
Dado el carácter histórico-procesual de la conciencia de clase, el partido no surge como un organismo ya formado y definitivo. Como parte del movimiento de auto-emancipación proletaria, su emergencia y desarrollo no puede representarse dentro del papel de un guía mesiánico superimpuesto a la clase y que dirige al proletariado a escalones superiores de vida social a través de la proyección de sus luces intelectuales y morales, pues así como, en general, no es posible que la consciencia contenga la totalidad del desarrollo social y de su devenir, tampoco el partido agota en sí mismo el proceso histórico de la auto-emancipación proletaria. Cierto, la falsificación ideológica de la conciencia del proletariado y su embrutecimiento en el capitalismo parecería negarlo. A una edad muy temprana el obrero tiene, en efecto, la mente estéril y la inteligencia limitada, pero no es la facultad de pensar y abrirse al conocimiento y al mundo, comprendiendo la sociedad, la ciencia y la técnica, lo que le falta; es la posibilidad. El desarrollo de movimientos prácticos de los trabajadores para subvertir las relaciones de poder y las estructuras que garantizan la alienación, la continua movilización de diferentes sectores del proletariado y su convergencia en acciones de masas cada vez más tempestuosas - como, en efecto, está sucediendo en la Argentina - presenta justamente la oportunidad para el rompimiento con el estado de sumisión ideológica de las clases subalternas y el acceso colectivo a la claridad de la conciencia de clase. El desarrollo del movimiento revolucionario a partir de cada uno de estos conatos de rebelión, que brotan de reacciones espontáneas a la exacerbación de la explotación y del dominio, es necesario justamente porque, al crear nuevas facultades entre los proletarios - a las que el nacimiento de sus organismos de poder brindará crecientemente objeto de aplicación - tiende a suprimir de raíz los comportamientos y esquemas mentales que prosternan a los trabajadores a la jerarquía capitalista y el Estado, destruyendo el suelo histórico de la sujeción y explotación actuales, y ayudando al nacimiento de la cosmovisión comunista. Quizá este proceso discurra bajo el fuego cruzado de las ideologías enemigas y conozca estancamientos y retrocesos transitorios en el avance de la conciencia del proletariado, pero, puesto que fuera de su acción subversiva nada puede comunicar realmente impulso y hacer necesario el esclarecimiento comunista del proletariado, no hay ni habrá otro camino para su ascenso. Dado que desde el primer día la verdadera revolución social pondrá al proletariado vencedor en la más ardua, febril y extensa actividad por hacerse dueño de los más grandiosos resultados de la evolución social, así como de todas las palancas indispensables para impeler la rueda de la historia hacia adelante, ningún otro proceso de la historia, comparado con aquél, habrá contribuido tanto y con tal profundidad a la perfección y bienestar del hombre. Sentirá lo que jamás había sentido, una expansión de ánimo extraordinaria. En el momento en que se lleva a efecto esta toma de conciencia, la toma de conciencia comunista, la Revolución y la emancipación proletaria que lleva en ciernes se reconocen mutuamente como necesarias la una para la otra y se abrazan estrechamente.
Pero, dado que aparta tajantemente - y sin transiciones dialécticas - las finalidades liberadoras del comunismo del proceso encaminado a darles vida - unido a la acción que se desenvuelve hoy - dado que considera que el objetivo final se encuentra fuera del proceso, “esperándonos en algún enigmático lugar” (29), dicho trabajo de crítica y transformación está completamente excluido de la perspectiva política del GPM. Mientras esta organización fija la conciencia del proletariado en el nivel económico-social puro, absolutizando su falseamiento ideológico, nosotros hacemos depender la ruptura con la falsa conciencia y el paso al cuestionamiento generalizado del capitalismo del fin de la estabilidad de las formas sociales burguesas y la introducción de praxis subversivas que reorganizan la realidad y la conciencia en una nueva perspectiva social. En efecto, la premisa esencial para la superación de las estructuras mentales y de organización cosificadas consiste en que la gran masa de trabajadores se involucre en luchas y organizaciones de clase que le proporcionen un escenario capaz de aportar las condiciones y recursos para elaborar una representación independiente del mundo y de la vida, de modo que el proceso de recepción, asimilación y transformación de las experiencias actuales sea realizado en el plano de una praxis revolucionaria capaz de diluir o, cuando menos, neutralizar en un alto grado, los residuos de experiencias y puntos de vista anteriores. Tales avances de la consciencia proletaria requieren de una profunda experiencia que, apoyándose en la crisis del capitalismo y la precariedad que suele experimentar la capacidad mistificadora de sus ideologías en este periodo, le ayude a la clase a desaprender lo aprendido durante el periodo reaccionario y a retomar su verdadera vía: la de la lucha de clases por sus objetivos históricos. Una nueva experiencia de masa, depurada de las influencias oportunistas, deberá proporcionar al proletariado la condición subjetiva suficiente para llevar a cabo sus tareas liberadoras.
Justamente aquí - en medio del inmenso retroceso impuesto por las direcciones tradicionales del M. O. - surge imperativamente entre los mejores revolucionarios la tentación de llevar a cabo esta catarsis dentro del repliegue ostracista a que esa nefasta hegemonía ha condenado a las vanguardias. Nunca podrá insistirse suficientemente, por tanto, en que fuera del proceso histórico y la experiencia de las masas en las luchas de clases, en su marcha concreta, no sólo es imposible elaborar y aportar los elementos científicos del programa revolucionario que sirvan de directriz estratégica del movimiento proletario, sino suscitar y potenciar las disposiciones políticas e ideológicas de la consciencia y la actividad revolucionaria en la clase. El centro de nuestra directriz metodológica acentúa la exigencia de mostrar la conexión íntima entre la superación de las formas de conciencia ideológicas y la subversión de la praxis fundada en la escisión-alienación del ser social.
A este respecto conviene señalar que la conexión de la praxis burguesa con la conciencia del proletariado tiene un efecto distorsivo en tres niveles básicos:
En primer lugar, la acción del orden social se presenta exteriormente como movimiento autónomo de las mercancías. En segundo lugar, la percepción inmediata de la clase está compartimentada y a menudo pertenece a ámbitos asaz estrechos de tipo corporativo: enclaustradas en los compartimentos estancos de la división del trabajo, la actividad y la consciencia de las masas se desglosan de la totalidad social y su movimiento; adquieren una falsa autonomía respecto del proceso social global, obscureciéndose o desfigurándose el vínculo estructural con la clase. (30)
Y, en tercer lugar, la experiencia histórica de la clase, realizada en el plano económico-fetichista del salario y de la alineación política - es decir, en el plano del corporativismo, del régimen parlamentario, de la legalidad burguesa y de la ley capitalista del salario - bajo la conducción ideológica del reformismo y el oportunismo, tiende deliberadamente a mantener los movimientos del proletariado al nivel del mero tradeunionismo y dentro de los estrechos marcos nacionales; al impedir la unificación del movimiento económico con el político, garantiza su dependencia respecto de la ocasión inmediata, su fragmentación en oficios, países, etc. y, por lo tanto, obstaculiza también la necesaria correlación y coordinación entre los procesos que tienen lugar en la sociedad - las distintas manifestaciones de la tendencia insita a la acumulación del capital hacia las crisis y el derrumbe - y los grados de desarrollo de la consciencia de las masas. La inercia del capitalismo hace a su modo una obra semejante.
Tanto por lo que se refiere al dominio de las relaciones económicas de producción e intercambio, cuanto por lo que concierne a la política del movimiento obrero, la propia praxis alienada de las clases subalternas es, en efecto, la responsable de crear y reproducir las diversas formas de conciencia ideológica que contribuyen a perpetuar el dominio capitalista. Para exteriorizar y dar forma real a las energías revolucionarias latentes del proletariado - orgánicamente conectadas con las fuerzas económicas autodestructivas del capitalismo - es preciso, por tanto, que éste sitúe su praxis en el terreno del enfrentamiento directo al capital y el Estado. Hablando en general, la conformación de la consciencia de clase, así como de la organización y la voluntad revolucionarias en la acción, no puede tener lugar más que cuando la inflexión de las relaciones de clase de la estructura por obra de las crisis económicas se ve acompañada de una fuerte contienda política en el seno de las organizaciones de masa que surgen como reacción espontánea a la crisis con las corrientes e intereses sociales extraños u hostiles a la realización del programa comunista, hasta que la capacidad política y crítica del proletariado se desarrolle suficientemente para superar primero las influencias oportunistas y reformistas que limitan su movimiento al intercambio fetichista del capitalismo y adquirir - entonces y sólo entonces - en perfecta ruptura con todas las instituciones y formas de vida procedentes de la sociedad burguesa, la consciencia de clase adecuada a su situación real y su misión histórica. Pero esta clarificación no opera como “ilustración”, sino como una auténtica “pedagogía de la acción” a partir de la respuesta espontánea y elemental de los estratos sociales que sufren y reaccionan personalmente a los efectos de la dinámica capitalista. Por la misma causa de que los estratos más politizados del proletariado, sus estructuras partidarias y sus cuadros padecen el influjo de la inercia social; de que, igualmente, ellos viven inmersos en las atmósferas y ambientes sociales burgueses y, por ende, no están exentos de su impronta; también ellos, consecuencialmente, deberán atravesar el proceso de transformación y reeducación que arriba hemos asignado al conjunto del proletariado.
(28) Normalmente, las ideologías se limitan a justificar y racionalizar las praxis de los diferentes grupos sociales sin llevarlas nunca a niveles profundos de comprensión. Por el hecho de que no hay nada preciso ni predeterminado en la conducta ni el universo ideológico de las clases, el plano de la conciencia es, en primer lugar, un terreno en disputa y, en segundo lugar, se distingue por la ambivalencia y contradictoriedad de sus formas y símbolos. Desprovista de historia propia, sus contenidos y significados siempre deben ser buscados en las condiciones y circunstancias concretas de las estructuras sociales y su evolución. Probablemente para desentrañar cabalmente el contenido profundo - y casi siempre velado - de las formas ideológicas, sería menester considerar todas las concatenaciones de la formación social y seguir cuidadosamente la parábola histórica descrita por sus respectivas fases de génesis, desarrollo y decadencia. En la medida que ha establecido firmemente que tales formas y representaciones no son en modo alguno fruto fortuito del azar ni expresión de la "libre actividad del espíritu", sino que corresponden exactamente al carácter históricamente determinado de las formaciones sociales, el marxismo ha desentrañado los lazos genéticos que mantienen las diversas actitudes y praxis - así como las diferentes direcciones ideológicas - con las condiciones sociales de existencia y los intereses materiales de las clases fundamentales. A lo largo de su peculiar recorrido histórico, el contenido, el sentido y la significación concretos de los movimientos experimentados por las formas superestructurales se refieren tanto a los procesos socio-históricos de formación y descomposición atravesados por las clases y capas de la sociedad cuanto a sus interacciones funcionales con los restantes componentes de la totalidad social.
(29) G. Lukács, “Historia y Conciencia de Clase”.
(30) Huelga añadir que uno de los resultados más desastrosos del influjo ejercido sobre la conciencia por el fenómeno del progreso tecnológico vertiginoso es la aparición masiva de la paleofrenia. Espoleado por la necesidad de acumular competitivamente el capital, el progreso técnico conduce tanto a una situación de super-especialización y compartimentación del trabajo, cuanto a una mayor contraposición entre la ciencia y los instrumentos de trabajo - que operan no sólo como escuetos medios de producción, sino como medios de producción de debilidad y sojuzgamiento - respecto a las actividades de los simples individuos aislados y sus fines. En un punto dado, la paleofrenia aparece como una consecuencia inevitable. Ella consiste en el desfase creciente y cada vez más generalizado entre la conciencia que los individuos tienen acerca de las características evolutivas de su época y el grado en que realmente han avanzado las formas sociales y la técnica que le sirven de soporte a su acción, lo cual impone sin remedio la disminución de las facultades de recepción y de participación en el proceso conjunto de la sociedad, cuya dirección es ahora, gracias a la anterior circunstancia, más firmemente controlada por la élite. Aunque, a diferencia del pasado, los resultados del progreso no aparecen ya asociados a las cualidades personales de los individuos de la élite, esta última, independientemente de poseer o no aptitud para aprehenderlos y asimilárselos, los controla colectivamente gracias a personificar el dominio absoluto del capital sobre todas las ramas de la actividad social (Mediante las relaciones monetario-mercantiles, la división entre trabajo y capital y la parcelación laboral, la clase gestionaria del capital absorbe, controla y administra a los individuos, a los grupos y a su actividad, incluyendo también el complejo industrial-militar y el sistema estatal): esto por sí solo vale tanto como si todos los lujos y refinamientos del progreso constituyeran una bofetada a la esperanza de extender las posibilidades humanas.
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