II

¿Qué se entiende, entonces, por partido? ¿El simple desenvolvimiento lógico de una idea de la revolución social o el proceso histórico mediante el cual el proletariado se constituye en clase, se auto-educa en la lucha y se organiza con arreglo a su propio proyecto de sociedad? Según lo sugiere la exposición del GPM, el partido es una asociación de burgueses esclarecidos poseedores de una ciencia hermética inasequible para la gran masa y que fungen de celosos guardianes de la ortodoxia marxista. Bordeando lo mesiánico, le atribuye la misión de insuflarle la verdadera consciencia de clase a los toscos e ignaros obreros. De la exégesis sectaria del leninismo se desprende la transfiguración de la doctrina en un patrimonio de los intelectuales burgueses y la construcción del partido en una misión moral encargada a una categoría superior del espíritu (la élite, el “estado mayor” revolucionario). Sin negar la existencia de individuos burgueses revolucionarios y el papel notabilísimo desempeñado por personalidades de la inteliguentsia radical en la formulación de los principios teóricos del movimiento obrero y comunista, el nacimiento del partido no puede ponerse en dependencia de ellos - lo cual equivaldría a ponerlo a merced de una contingencia - sino verse como un resultado necesario de la selección y decantación de los elementos de clase presentes de modo constante en el escenario de la lucha contra el capital. Tal función coincide perfectamente con la naturaleza del marxismo, el cual no constituye una doctrina sustantiva elaborada al modo de una ciencia pura privativa de los intelectuales, sino la sistematización de un proceso histórico cuyas premisas, resultados y suerte final están indisolublemente ligados al movimiento real del proletariado. Creer que los elevados grados de comprensión y de posibilidad de organización y acción reclamados por el proceso revolucionario, emanan de la pura actividad de esclarecimiento individual o grupal, es creer que la realidad - y, de rechazo, la historia - emanan de nuestra consciencia. En este sentido, el "partido-consciencia" del que nos habla el GPM no es, pues, más que un momento formal, un mero fruto del pensamiento abstracto que prescinde del proceso histórico. La revolución social, pensada como pura emanación de un partido-espíritu científico no es, en efecto, otra cosa que el reverso ideológico de la propia praxis cosificada y cosificadora de la sociedad capitalista, la cual pone a las masas en situación de subordinación pasiva frente a las élites activas y de extrañamiento frente al conjunto de la actividad y de los fines sociales. No hay, por tanto, espacio para un auténtico proceso revolucionario sin la subversión de este estado. El GPM procede, en cambio, al revés: congela y reduce la realidad de clase y el trabajo de construcción del partido a esa relación. Tomando una postura completamente acrítica frente a la “realidad” capitalista, convierte la representación abstracta que nace de esta situación de alienación en el punto de vista del partido, sin ver la conexión necesaria y profunda que enlaza la función del partido revolucionario, su actividad actual, con el proceso total de emancipación del proletariado. Si la gran tarea histórica del PC consiste en ayudar al proletariado a superar la cosificación que le viene impuesta por su propia situación existencial en el capitalismo y a acceder, por así decirlo, a su mayoría de edad histórica y política, la masa de la clase no puede seguir siendo tratada como un simple instrumento o receptáculo del partido, es preciso que funja como el sujeto político central del desarrollo revolucionario; si, por el contrario, se absolutiza la división partido-masas e incluso se estima pertinente el preservarla, jamás quedarán al descubierto los principales mecanismos del dominio burgués y de la sujeción material y espiritual del proletariado: a las masas, sobre las cuales gravita una nueva esfera ideológica superior (el partido) que aspira a perpetuar la alienación-división del trabajo, les dará igual que la revolución se haga bajo las enseñas de Marx o de Lenin, que bajo las de Stalin o Pol-Pot porque continuarán sometidas. El punto en torno al cual se juega el destino de la revolución moderna, su corazón, es la participación y el potenciamiento de la facultad de gestión directa de las masas en todos los asuntos de importancia social.

Precisamente el carácter distintivo de la política oportunista en materia de organización consiste en privilegiar aquellos tipos de vínculos entre la masa y el partido que le permiten al aparato constituirse ex professo en un poder sobre y contra la clase. Para los comunistas, en cambio, el centro de gravedad de las cuestiones de organización está en el desarrollo de la capacidad política de la clase para constituirse independientemente en el sujeto de la revolución total a través de la defensa de sus propios objetivos y de sus intereses autónomos de clase. (24)

Para los aparatos que se han edificado sobre la impotencia de las masas, el partido desempeña el papel de cerebro director y coordinador del movimiento social, con funciones de comando sobre una clase que es utilizada como masa de choque para alcanzar los objetivos del aparato dirigente. La fuente de la fuerza de una organización semejante reside en las debilidades y deformaciones impuestas por la división capitalista del trabajo, generalmente ligadas a la estructura de subordinación y dominio creada por la burguesía y el Estado para someter a las masas. Es absolutamente anti-marxista y anticomunista pretender suplir la debilidad de la clase obrera, su persistente estado de víctima de la contrarrevolución, con la voluntad de un partido, de un aparato o, de cualquier modo, de una parcial organización de hombres y mujeres. Ciertamente, conforme lo hemos puntualizado ya en otro lugar, bajo circunstancias en las que la clase en sí no ha llegado a ser todavía una clase para sí, la construcción del partido revolucionario sólo puede adelantarse en condiciones de estricta separación de la clase. Pero la inescamoteable tarea de preparar, en las circunstancias de relativo aislamiento y de minoría no dirigente, las condiciones de la dirección futura, son inseparables del impulso a la clase en el sentido de erigirse en sujeto autónomo sobre la base de sus intereses históricos independientes y revolucionarios cuando son afirmados en la acción colectiva inmediata contra el capital. Inevitablemente, bajo la situación actual, la organización que pretenda dirigir a la clase debe necesariamente adecuarse a los niveles de sujeción burguesa que la clase expresa. En efecto, una clase que, como ocurre hoy en Europa y en Asia, aún no consigue manifestar siquiera su defensa no se dirige a la revolución. Pero, ¿qué resta "al final" del planteamiento del GPM? Se evidencia el insuficiente desarrollo de su crítica al estalinismo y a la talmúdica leninista de tantas otras corrientes pseudo-revolucionarias encargadas de su apología práctica. No resta, por el contrario, más que la forma-partido como aparato dirigente del tosco proletariado. Al igual que en la concepción y la praxis general del oportunismo, la organización deviene de medio de lucha y poder del proletariado en un fin en sí mismo, encerrado en sus propios problemas y necesidades: en este punto, el partido sustituye y absorbe las funciones que la teoría marxista clásica atribuye exclusivamente a la clase. Sin embargo, un partido no puede reemplazar a la clase con su propia organización formal sin destruir al mismo tiempo la dinámica que conduce a la emancipación y al comunismo. En nuestra visión, en cambio, el partido es la expresión, en la acción y en la organización del proletariado, de la lucha por los principios, los métodos y el programa del comunismo, por la emancipación respecto del capital y de toda forma de explotación y dominio. Este no puede ser, por tanto, sino la consecuencia del proceso de construcción del instrumento político de la lucha de clases, a lo largo de los períodos de calma y de continuación de una lucha que de cualquier modo nunca termina, cuya primera condición es la expresión de la minoría revolucionaria como corriente política organizada de vanguardia.

Según lo visto en anteriores confrontaciones con organizaciones que, al igual que el GPM, pretenden representar un camino concreto de superación crítica del viejo movimiento obrero socialdemócrata y estalinista, tampoco este grupo ha encarado la dificultad mayor, la de reconocer el defecto de fondo de la izquierda mundial después del tránsito de la Tercera Internacional al campo contrarrevolucionario: ver la organización política, el partido, no como el instrumento de la política revolucionaria en la clase, sino, al contrario, como el objetivo al cual plegar la política. No es entonces - para Stalin, los estalinistas, los socialdemócratas y, por lo que parece, también para un considerable número de trotskystas y críticos radicales de izquierda - la política del partido la que se plega al programa revolucionario, sino el programa (las posiciones políticas, los objetivos, los instrumentos organizativos) el que se plega al partido, a su misma existencia y fuerza. (25)

Su punto de referencia no es la clase, sus problemas, su condición; sino el partido. Y, en las situaciones no revolucionarias, la fuerza - es decir, la existencia de una organización fuerte - es proporcional a la compatibilidad entre la política de tal partido y los equilibrios sociales y políticos existentes, o bien es proporcional a la integración de dicho partido en los mecanismos específicamente políticos de la formación social dada. De aquí deriva, naturalmente, la práctica político-organizativa de tales partidos, en los cuales se vuelve a proponer exactamente el esquema y las jerarquías de la empresa capitalista: una dirección ligada sólo "al éxito de la empresa" misma y una base que debe ejecutar ciegamente (con el viejo sistema explicitado - tan sólo explicitado - por los fascistas del "creer, obedecer y combatir") las órdenes y seguir los giros de los negocios, es decir, de los equilibrios con y en el cuadro político (por esto mismo burgués) en el cual se mueve.

Su pretensión de refundar el partido comunista depurado del estalinismo y de la socialdemocracia como producto de la mera adquisición de claridad teórico-crítica sin conexión con el desarrollo y actualización plena de los procesos económico-sociales y político-organizativos destinados a suministrar las fuerzas materiales y espirituales para la constitución del proletariado en clase, hace del actual partido-consciencia promovido por el GPM una entelequia. La idea de que en un partido o en un grupo político cualquiera se absolutice y fije a priori la consciencia “revolucionaria”, significa erigir una especie de prisión para ahogar y corromper anticipadamente las iniciativas y acciones tan polifacéticas y diversas emprendidas por núcleos igualmente interesados en la prosperidad del movimiento de clase. Bajo el peso del espíritu escolástico de autoridad y jerarquía, los diferentes núcleos de vanguardia jamás podrían contribuir efectivamente a la cristalización de un organismo que le confiera una forma política viva y operante en la clase al programa comunista en la acción contra el capital. Mientras no converjan efectivamente la actividad política concreta de los elementos de vanguardia - que operan en el sentido de la centralización del proletariado alrededor del programa comunista - y el movimiento de clase amplio y combativo, reactivado por la actual crisis mundial, cualquier tipo de absolutismo ideológico en torno a pequeños núcleos de militantes obrará como un escollo - y no precisamente como uno de los menores - con los que tropieza el trabajo internacional encaminado al esclarecimiento y la unificación de los militantes que ponen en primer plano la tarea de preparar el futuro Partido mundial del proletariado. Por tanto, a la búsqueda de formas profundas de comprensión y de puntos de partida social para transformar radicalmente el estado de cosas actual va inseparablemente unida la denuncia de toda tendencia al ensimismamiento de los núcleos e individuos militantes como autodestructiva y reaccionaria. (26)

También aquí el GPM choca con el materialismo dialéctico, de acuerdo con el cual, la historia no reside en la supuesta consciencia substantiva de individuos o grupos, sino en la lucha continua entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales personificada en clases que son a la vez objeto y sujeto de los complejos procesos materiales y espirituales acaecidos en la sociedad. En el mundo real, las cosas que solemos distinguir como “consciencia” o “ser social material” no son más que elementos de la praxis social. Lejos de hablar de la “conciencia de clase” como de una categoría pura y abstracta, el procedimiento correcto estriba, por el contrario, en considerar las relaciones históricas concretas entre el desarrollo social, organizativo y político de "la clase" y "su conciencia adjudicable". De hecho, conciencia y existencia social forman un todo indivisible, están encadenadas la una a la otra de tal manera que ninguna puede entenderse sin su contraria: ambas forman una totalidad histórica concreta. Se trata de elementos en constante mutación, que están formándose y cambiando continuamente, actuando y reaccionando el uno sobre el otro:

no existe ni un solo átomo vivo en la materia que no tenga su astuta réplica e imagen en el espíritu. (27)

Sólo en la medida que es objeto de una consideración abstracta, la conciencia de clase puede existir sin la clase, vale decir, sin el hombre social y su praxis, como conciencia del partido. En cambio, desde el punto de vista del proceso real de formación de la conciencia, no hay lugar para el espíritu sin la materia y viceversa. Contrariamente a las contraposiciones abstractas bajo las que suele desenvolverse la metafísica exposición del GPM, en la historia real de la formación de las clases y de sus luchas la conciencia es un momento del desarrollo sujeto a los cambios de la praxis de las clases en el curso de estas luchas. Por tanto, lo que el GPM ha identificado bajo la denominación de “partido-ciencia” no es una forma sustantiva con historia propia y es absolutamente improcedente considerarlo fuera de las relaciones y conflictos de clase, fuera de las formas peculiares que, con arreglo al desarrollo de las contradicciones burguesas, adquieren los mismos en cada época.

Desde nuestra perspectiva histórica y metodológica, los fenómenos de la superestructura se comprenden como parte de una totalidad determinada por el conjunto de sus relaciones económico-materiales de producción-reproducción y, por lo tanto, cualquier cambio de la conciencia de las clases de la estructura presupone un cambio de su praxis. El mundo de la pseudoconcreción - tal como, en efecto, han llamado los filósofos desde Hegel a un universo hipostasiado de relaciones sociales - emanado de una condición histórica especial cuya realidad primaria reside en la economía, o sea, el mundo de relaciones, intereses y fuerzas reificadas que identificamos con el nombre de capitalismo, es el cuerpo vivo de la ideología. En este sentido, el ámbito de la representación ideológica y el de sus entes no es un mero flatus vocis, sino también una entidad con dimensión y existencia óntico-sensible en la vida práctico-material; para el marxismo, por ende, el mundo ideológico está investido de tanto poder y realidad - verbi gracia, la idea de "dios" - como el universo - enigmático, incontrolable y suprahumano - de entidades substantivadas de la economía. Dicho de otro modo: el poder de la ideología sobre la conciencia - su capacidad falseadora - es simultáneamente el poder material del capitalismo sobre la vida, del cual es su expresión mental. No se puede, por tanto, desplazar el poderío ideológico burgués sobre la conciencia de las clases subalternas si la rivalidad ideológica no está acompañada, al mismo tiempo, por un proceso de subversión práctico del dominio material de la burguesía. He aquí por qué la génesis y desarrollo de la conciencia de clase mantiene un nexo profundo con la crisis de la sociedad capitalista. El estudio de las crisis - de sus peculiares características, de su dinámica y de su entorno socio-histórico concretos - proyecta luz acerca de cómo tendrá lugar la escisión indispensable entre el proletariado y la burguesía para que se realice de manera global la toma de consciencia comunista y se organice el movimiento revolucionario.

(24) A la clarificación de este problema viene muy a propósito la declaración del Manifiesto Comunista:

Los comunistas no son un partido particular frente a los otros partidos obreros...no tienen intereses distintos de los intereses de todo el proletariado...no plantean principios especiales sobre los cuales desearían modelar el movimiento proletario. Se distinguen de los otros partidos proletarios sólo por el hecho de que, de una parte, ellos ponen de relieve y hacen valer los intereses comunes, independientemente de la nacionalidad, del entero proletariado, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios; y, de la otra, por el hecho de que sostienen constantemente el interés del movimiento en su conjunto, a través de los diversos estadios de desarrollo recorridos por la lucha entre el proletariado y la burguesía. Por tanto, en la práctica, los comunistas son la parte más progresiva, más resuelta, de los partidos obreros de todos los países, y en cuanto a la teoría ellos tienen la ventaja sobre la restante masa del proletariado de comprender las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento proletario. La mira inmediata de los comunistas es la misma de los otros partidos proletarios: la constitución del proletariado en clase, el abatimiento de la burguesía, la conquista del poder político por parte del proletariado.

(25) En la Respuesta a Luis Bilbao escribíamos:

Al anteponer los intereses y la sobrevivencia política de la organización y, particularmente, de su equipo dirigente, a la clase, el partido político, pese a seguir llamándose "obrero" o "comunista", procuró mantenerse siempre sobre el terreno del juego político institucional que le proporcionaba la posibilidad de cogestionar, como un rodaje más de los mecanismos político-ideológicos de reproducción burguesa en sus funciones de control social y de fabricación del consenso, una sociedad dominada absolutamente por el capital; en este proceso, los partidos Socialdemócratas primero y, poco después, los partidos comunistas ligados a la Tercera Internacional, terminaron adecuándose al capitalismo y renunciando a sus originales intenciones revolucionarias. De manera gradual, el programa histórico, los principios y metas del proletariado, fueron abandonados por el tradeunionismo, el corporativismo, el economicismo y la adaptación democraticista. La misión y la naturaleza del partido se transmutaron en su contrario: sus esfuerzos, intereses, preocupaciones y medios ya no fueron orientados a la revolucionarización del proletariado, sino a ganar un espacio en la sociedad burguesa y a sacar provecho de su fuerza e influencia social y política para obtener una posición respetable en el Estado, gestando un movimiento social que alentaba la utopía reaccionaria acerca de la posibilidad de resolver los problemas y contradicciones intrínsecos a las relaciones de clase dentro de la sociedad de clases. Por su parte, la organización existía sólo en función del aparato, el cual, a su vez, era controlado por una casta de funcionarios profesionales, entre cuyos miembros surge de modo natural el interés de acomodarse y conservar el capitalismo.

(26) No es lícito soslayar la situación actual del movimiento comunista, en la que, salvo en la mente de algunos pocos militantes esparcidos por todo el mundo, no existe todavía ningún organismo capaz de operar en el sentido de un verdadero partido de clase; en cambio, tenemos ante nosotros todo un archipiélago de corrientes y sectas pretendidamente marxistas, incapaces de articularse, de influenciar poderosamente y de dirigir internacionalmente a los proletarios en lucha.

(27) Hermann Melville, “Moby Dick”.