Conclusión: el GPM y el análisis de Argentina

Tras una fase relativamente larga de conflictos sociales espasmódicos, se ha abierto en la Argentina hacia el final del año 2001 un ciclo de luchas y confrontaciones de clase de larga duración que - a falta de un partido comunista - puede desembocar en una revolución política con gran participación obrera - según la fórmula trotskysta del “gobierno obrero” - aunque abrumado por las dinámicas y reclamos sociales ligados a las tendencias comunistas instintivamente expresadas por el proletariado en el curso de las luchas, o en el retorno de formas políticas dictatoriales - preferiblemente bajo el ropaje de la “dictadura civil” - y siguiendo el dictak de un pool de potencias imperialistas.Tras una fase relativamente larga de conflictos sociales espasmódicos, se ha abierto en la Argentina hacia el final del año 2001 un ciclo de luchas y confrontaciones de clase de larga duración que - a falta de un partido comunista - puede desembocar en una revolución política con gran participación obrera - según la fórmula trotskysta del “gobierno obrero” - aunque abrumado por las dinámicas y reclamos sociales ligados a las tendencias comunistas instintivamente expresadas por el proletariado en el curso de las luchas, o en el retorno de formas políticas dictatoriales - preferiblemente bajo el ropaje de la “dictadura civil” - y siguiendo el dictak de un pool de potencias imperialistas. Recientemente, las huelgas generales argentinas - la huelga de los trabajadores estatales del 22 de mayo y la huelga general del 29 de mayo - la convergencia de elementos proletarios y de masas de campesinos, pequeñoburgueses urbanos y etnias oprimidas en los recurrentes y cada vez más prolongados levantamientos en Uruguay, Paraguay, Bolivia y Perú, a pesar de sus modalidades y motivaciones aparentemente distintas, la inminente explosión de la crisis en Brasil, cuya deflagración será aún peor que la verificada en los episodios anteriores, la simetría de las respectivas evoluciones en México, Chile, Colombia y Venezuela, confirman la internacionalidad de la crisis argentina y nuestros prospectos de una rebelión de masas de alcances continentales. De otro lado, las últimas disposiciones del FMI-BM en materia de la administración de la crisis y la sociedad argentinas, van por la misma vía. En contraste, la previsión inicial del GPM español consistía en que el movimiento de masas en Argentina era un suceso aislado y pasajero, una tormenta efímera, “un reacomodo de diversas clases al interior del sistema” cuyos límites residían “en el contenido de clase pequeñoburgués de sus protagonistas y de sus reivindicaciones”. En vez de una reacción espontánea de los estratos más depauperados del proletariado y de la pequeña burguesía en vías de proletarización, el GPM veía en los sucesos argentinos tan sólo...

la proyección política del enemigo principal de los asalariados conscientes en esta etapa de la lucha de clases mundial: el espontaneísmo populista como barrera ideológica y política a la autoorganización del proletariado como clase para sí.

Frente a ella y para condenarla, se erigía porfiadamente en el represente de la ciencia marxista de cuyo crédito vive.

Probablemente el GPM esperaba (como tantos otros dogmáticos) movimientos revolucionarios puros, dictados por el propio partido - nacido por gracia y virtud del espíritu santo - para admitir el hecho elemental de que el proletariado se está volviendo a poner en movimiento (no obstante hacerlo de modo confuso y mal dirigido). (42)

Su incomprensión del carácter procesual del movimiento y de la conciencia de clase, ha conducido al GPM a ignorar los gérmenes progresivos introducidos por el principio de organización asambleario en la lucha de masas y las distintas tentativas de coordinación de las instancias propias de los trabajadores frente al aparato estatal y patronal. En GPM simplifica el avance del proletariado a la pura negación-impugnación de las variantes ideológicas burguesas que improntan los movimientos de masas, sin ver en las nuevas formas y métodos de lucha asumidos por los trabajadores el comienzo de una crítica-práctica a las camisas de fuerza sindicales y partidistas que coadyuvan a su sometimiento y el despunte de formas de lucha general, política, contra el poder burgués en su conjunto.

Quizá este grupo se vería asistido por la razón si se limitara a responder a posiciones del tipo “en Argentina hay en acto una lucha revolucionaria del proletariado”, sostenidas por grupos como la LSR y otras subespecies trotsktystas. Pero seguramente nuestros sabuesos del GPM han perdido la pista al estimar que los sucesos argentinos se limitan a un movimiento pequeño burgués. Tal vez el GPM presumía que un avance de la corriente revolucionaria entre las masas se registra sin encontrar serias resistencias: rutinas, inercias, prejuicios ideológicos, praxis políticas insuficientes, etc. y puede obedecer a la pura preparación cerrada del partido político, del que, entre otras cosas, las masas se dejarán dirigir no obstante estar al margen de su propia experiencia política e histórica. (43)

El señor Earl Gilman, a quien el GPM ha respondido agrestemente, tenía mayor razón que dicha organización cuando decía, en coro con los trotskystas de la LSR, que:

en Argentina se ha abierto un proceso de contestación social sin límites políticos ‘predeterminados’.

No compartimos, sin embargo, la esperanza de Gilman y de la LSR que juzgaban, en virtud de la magnitud de la rebelión popular, que:

la burguesía Argentina carece de recursos para evitar la progresión revolucionaria de este nuevo brote en la lucha de las clases subalternas en ese país.

Es claro que si al comienzo fue presa del desconcierto y la inacción, luego ha operado en el sentido más lógico para ella, pese a las dificultades de su negociación con el FMI. Sin embargo, las circunstancias actuales dejan expuesta la gran vulnerabilidad y debilidad de la dominación burguesa en ese país. Pero esto no lo puede ver el GPM debido a su extremo esquematismo. En líneas generales, el GPM se limita a rumiar un conjunto de verdades generales y lugares comunes. Su óptica dogmática no le permite ver las conexiones de la crisis. En su miopía, la situación crítica es estimada como un fenómeno sin ramificaciones internacionales que envuelve exclusivamente a la Argentina y ahí termina. (44)

Pero su análisis también reafirma la perspectiva positivista que reduce el conjunto de los efectos de la crisis en todas las clases y capas sociales - sobre sus relaciones y su comportamiento - a un fenómeno sociológico de “recomposición social” sin repercusión alguna sobre la dinámica, las perspectivas políticas y la relación de fuerzas entre los elementos en lucha hoy en la Argentina (y el resto de Sudamérica). ¿No hay acaso una condición en la totalidad histórica que preste realidad objetiva y concreción a la actual crisis? ¿Es verdad que la crisis se circunscribe a la formación social argentina y que la pequeña burguesía sólo está destinada a formar una masa reaccionaria delante del proletariado? Si nos ceñimos a la letra de la exposición del GPM, no existe un entorno o mundo real circundante de la crisis argentina. Esta consideración abstracta de la crisis conduce a una subestimación de su acuidad y de sus repercusiones histórico-políticas.

Precisamente uno de los aspectos más dignos de consideración en el desenvolvimiento de la situación argentina es la intervención de estratos significativos del proletariado portadores de gérmenes comunistas. Tal cosa abre la posibilidad de que la lucha de masas, sus consignas directivas y, por lo tanto, su conciencia, transcrezcan hasta adquirir el carácter de una verdadera lucha de clases que dé a sus originales motivaciones anticapitalistas un significado positivo al resolverse en la unificación del proletariado en el sentido del combate por su propia dictadura revolucionaria. La prosecución del movimiento de masas con más fuerza y con mayor grado de coordinación, la continuación y generalización de las luchas callejeras y las tomas de fábricas, a lo que se han venido a añadir las tentativas de copamiento de las ciudades y los esfuerzos por ponerlas bajo el control de los organismos de masas, la elevación de los niveles de enfrentamiento y de la decisión combativa, la movilización permanente y general, reforzada por la tendencia hacia la acción insurreccional y la dirección del movimiento por medio de instancias autónomas, muestra no sólo la imposibilidad de conservar el actual cuadro del Poder, sino una alteración de los equilibrios socio-políticos. El punto más alto de la alteración del cuadro social y político burgués configurada hoy se expresa en la búsqueda amplia de formas sociales y políticas alternativas al viejo orden. Que inicialmente esto haya sido impuesto por la pura fuerza de las cosas y no por la voluntad consciente guiada por el “Partido-ciencia”, no autoriza a ninguno a condenar las iniciativas y movimientos de las masas en nombre de una conciencia de clase ultramundana que debería descender sobre las cabezas de los actores sociales desde las altas cumbres de la doctrina. Lo que cuenta realmente en el momento actual es precisar el efecto que tienen para el desarrollo de la política revolucionaria el agotamiento de los métodos y modelos de dominación y la exploración de soluciones históricas a su situación por parte de las masas. En lugar de hallar aquí un límite contra el cual maldecir, o una simple reacción condicionada digna de ponerse al mismo nivel de los epifenómenos sociológicos y, por lo tanto, reductible al puro dato - al igual que “las abultadas estadísticas de suicidio, robo con violencia o accidentes de trabajo en ese país” - nosotros encontramos la preparación de condiciones objetivas y subjetivas para el progreso de la toma de conciencia comunista del proletariado.

A diferencia del GPM y la CCI, no consideramos los fenómenos observables en la Argentina y otros países latinoamericanos como simples “acontecimientos” o “hechos” sociológicamente documentables. Por el contrario, examinamos los hechos al interior de la totalidad social capitalista y los ubicamos como elementos o eventos - hilvanados y concatenados - de un proceso histórico que bien puede frustrarse o llevarse a cumplimiento en conexión con la toma de conciencia del proletariado y su constitución en sujeto revolucionario. Hay que tener siempre presente que los denominados “acontecimientos” y “fenómenos” empíricamente verificables, aunque aparezcan de modo disperso y hasta caótico, no son simples “hechos” o datos fácticos susceptibles de considerarse aisladamente, sino resultados de un proceso. Su formación tiene lugar al interior de ese proceso y cada uno de sus aspectos está en conexión con su mismo movimiento de desarrollo, y sus significados precisos dependen de las estructuras donde funcionan. Esto guarda relación, en primer lugar, con la dinámica capitalista - el ciclo económico - y particularmente con la lógica de la crisis y, en segundo lugar, con el choque de fuerzas sociales, cuyos actores vivos y reales despliegan, a niveles más o menos altos, todo cuanto han aprendido y acumulado política y organizativamente en el curso de su propia experiencia de lucha.

El aspecto más prometedor y llamativo de este proceso es que el furibundo apoliticismo que caracterizaba la actitud primaria de las masas ha sido sucedido por un creciente interés político y por la demanda angustiosa de directrices estratégicas para la lucha: al considerarse la necesidad de una solución futura, ha empezado a plantearse desde hace meses, en efecto, la cuestión de quién detenta el poder y con vistas a qué objetivos sociales e históricos. Es aquí donde coincidimos con el GPM al denunciar el protagonismo de la izquierda radical argentina como la principal garantía de derrota del movimiento o, lo que en el fondo equivale a lo mismo, de su desviación en sentido estatalista. En efecto, las salidas burguesas se mueven dentro del itinerario que bosquejamos arriba. Los eventuales triunfos electorales de Lula en Brasil, del Frente Amplio en Uruguay (país en el que, en vista de la bancarrota del régimen de Battle, se propone una anticipación de las elecciones), los significativos avances electorales del trotskyzante Movimiento al Socialismo en Bolivia, preparan la captación de las reacciones proletarias por las alternativas de izquierda del capital. La izquierda democraticista tiende deliberadamente a mantener los movimientos del proletariado al nivel de la mera espontaneidad; al impedir la unificación del movimiento económico con el político, garantiza su dependencia respecto de la ocasión inmediata, su fragmentación en oficios, países, etc. A tal grado es consciente de esto la burguesía, que la embajadora estadounidense en Brasil ha exclamado: ¡Lula es la encarnación del sueño americano!

Ya en diciembre del año pasado creíamos estar ante una situación pre-revolucionaria que podría desembocar en una verdadera revolución proletaria si sobre el terreno operase un auténtico partido comunista revolucionario. Por entonces escribíamos:

Esta circunstancia (la ausencia del PC), aunque central, no opaca, sin embargo, las señales alentadoras de los sucesos argentinos. A diferencia de los países de la región donde se mezclan otros elementos sociales e históricos distintos de la insurgencia obrera, el movimiento de masas argentino es una reacción a la evolución del capitalismo, con un importante componente proletario. Las razones directas e inmediatas de sus reivindicaciones y de su levantamiento corresponden al más típico proceso de descomposición de la sociedad capitalista. Hay que subrayar que además de representar la más impresionante dinámica de auto-organización del proletariado en los últimos cuarenta años de historia de la clase trabajadora latinoamericana, el movimiento de las masas argentinas se ha presentado en gran medida como una sublevación contra los sindicatos y propuesto formas de organización fundadas en la acción directa y en las exigencias de la lucha contra la burguesía y el Estado capitalista. La organización de las asociaciones de “piqueteros”, por medio de las cuales las masas responden a la marginalidad y al paro y planean acciones directas contra la propiedad, la burguesía y el Estado; el desarrollo de las “comisiones internas” en las fábricas y sitios de trabajo, organizadas a menudo por fuera y contra los sindicatos; la preponderancia del método asambleario para la convocatoria y la discusión de la política a seguir por el movimiento de masas, apuntan a un proceso de revolucionarización y preconstitución del proletariado en clase. Para que este proceso avance se requiere que el movimiento dé simultáneamente dos pasos fundamentales: primero, proceda al armamento general del proletariado y, segundo, a la organización de formas consejistas de poder alternas al poder burgués.

El origen de esta postura política reposa en que las condiciones para sobrepujar las formas tradicionales de la alineación e integración de los movimientos sociales en el esquema de poder (crisis de los dispositivos de control social, es decir, de los sindicatos y del sistema de partidos) están configurándose en las batallas de hoy. Durante meses hemos insistido categóricamente en que, con todas sus debilidades y deficiencias, la lucha de los proletarios en la Argentina ha planteado las cuestiones centrales relacionadas con la disyuntiva histórica entre la reforma social o la revolución y ha involucrado a significativos sectores de la población en los temas de la gestión económico-social y del poder. En el transcurso de las sesiones de las “asambleas populares” efectuadas en todo el país, se ha abordado incluso la discusión crucial acerca de la expropiación de los expropiadores en un Estado controlado directamente por los trabajadores. Sin embargo, debéis fijaros bien en que no aducimos, en absoluto, que los estratos en movimiento hayan emprendido una marcha segura e inexorable hacia la revolución socialista; tan sólo advertimos que esta posibilidad se encuentra in nuce en la experiencia social y política de los piquetes mientras se hallen presentes las condiciones de la revolucionarización del proletariado: es decir, mientras prevalezca la acción directa sobre la delegación política y la asamblea de masas sobre la burocracia. Por tanto, en vez de extraer ex nihilo la praxis comunista del proletariado - dejando su suerte histórica a merced de un deus ex machina exterior - puntualizamos sobre qué base concreta se puede dar el salto a una perspectiva semejante. Nuestra visión proviene del hecho de que, excepto en la Argentina, los temas claves de la política revolucionaria no habían vuelto a ser siquiera tocados a un nivel tan amplio en las últimas tres décadas ni se habían considerado como problemas y desafíos inmediatos de ningún movimiento de masas. Por otra parte, puede asumirse como un avance la idea de reunir un Congreso de los organismos de lucha de los trabajadores en fábricas, empresas y barrios, para imponer un programa que unifique en la acción a las filas obreras y ponga en pie una estrategia independiente de clase, y que avance en un plan de lucha hacia la huelga general política para tirar abajo al gobierno y al régimen de partidos.

Una vez más el caso argentino atestigua que no existen movimientos sociales en estado “puro”, ajenos a todas las influencias y contradicciones que dibuja la historia del desarrollo burgués. El actual desenvolvimiento de las cosas allí, ilustra precisamente una de esas situaciones en extremo complejas en las que, bajo el embate de una crisis sistémica, la sociedad se ve conmovida en todas sus capas y, además de estratos del proletariado, se produce la intervención de otros dramatis personae sociales cuya dirección depende tanto de los procesos de descomposición y reestructuración de la sociedad burguesa, cuanto de la cambiante correlación de fuerzas entre las dos clases estructurales. (45)

Aquí se patentiza, en contraste, otro de los grandes errores de método en que incurre el GPM. El GPM pretende caracterizar los movimientos sociales con categorías rígidas que marcan una línea divisoria irrebasable cuasi metafísica entre el movimiento de clase revolucionario y las formas mixtas e impuras de expresión de la rebeldía social, como si entre tales movimientos y el tejido de la sociedad no mediara más que el vacío y, por lo tanto, la actividad política de los demás estratos estuviera exenta de la dialéctica y la dinámica de la lucha de clases. Quizá inspirado en la idea de una revolución homogénea y orgánicamente proletaria, a cuya espera supedita todas sus posturas políticas, el GPM limita su participación actual en los sucesos argentinos a una intervención intelectual. Pero para quienes, como nosotros, la revolución tiene un carácter procesual, la teoría de la revolución debe concretarse organizativamente a través de las mediaciones reales que unen el movimiento presente con el objetivo final. Es claro que, en el contexto de la actual formación social latinoamericana, se sobrentiende la intervención decisiva en la revolución de otras clases y capas sociales. En algunos casos, el movimiento de aquéllas puede promoverla; en otros también puede, con la misma facilidad, tomar una orientación contrarrevolucionaria, porque la situación de clase de esas capas (pequeñaburguesía, etnias oprimidas, etc.) no tiene en modo alguno prefigurada una orientación necesaria de sus acciones en el sentido de la revolución proletaria, ni puede tenerla. Un partido revolucionario concebido en términos de una revolución puramente proletaria tiene que fracasar necesariamente en su acción respecto de esas capas, en el fomento de sus movimientos en beneficio de la causa proletaria, en la tarea de impedir que la acción de éstas favorezca la contrarrevolución.

Dicho error se relaciona esencialmente, por tanto, con el tratamiento y representación de los fenómenos de la estructura y de la superestructura capitalista como pertenecientes a un sistema puro teóricamente reducido a las relaciones entre las dos clases fundamentales del modo de producción capitalista. En efecto, la esquematización que presenta los fenómenos y procesos en cuestión como algo limitado esencialmente a las relaciones y movimientos de dos clases puras no coincide directamente con la realidad concreta, en la cual, sin duda, hay diversos sectores sociales en movimiento. La heterogeneidad de los agentes sociales significa que en la realidad las clases no se encuentran tan netamente separadas como en la teoría, prevaleciendo, respecto a las formas puras de proletarios y borgueses, formas mixtas de trabajadores más o menos sometidos a la explotación y más o menos ligados a - o divorciados de - los modelos de vida dominantes. La principal tarea de la vanguardia es aquí desentrañar las mediaciones que ligan, en virtud de la acción de fuerzas y procesos económico-materiales primarios, la perspectiva de estos estratos al movimiento anticapitalista, advirtiendo, al mismo tiempo, las repercusiones concretas que conlleva en la praxis social de las masas explotadas - y, en general, sobre la conducta de las clases, y sus diversas capas y estratos en la batalla política - el involucramiento político de estos sectores. No existe otro camino para dilucidar los lineamientos generales de una "intervención diferenciada" sobre la clase que parta de y comprenda no sólo las implicaciones que tiene concretamente su estratificación, sino el entorno socio-histórico de la crisis misma, privilegiando el estudio de la incidencia de estos factores en la correlación ulterior entre la revolución y la contrarrevolución.

En efecto, por las razones aducidas arriba, hay una diferencia cualitativa y de principio muy importante entre que, dada una coyuntura en la cual el proceso económico suscite en el proletariado un movimiento espontáneo de masas, la situación de la sociedad entera sea a grandes rasgos estable, o que se produzca en ella una profunda reagrupación de todas las fuerzas sociales, un resquebrajamiento de los fundamentos del poder de la clase dominante. Por eso tiene tanta significación el reconocimiento de la importante función de las capas no proletarias en la revolución, el reconocimiento del carácter no puramente proletario de ésta. Ningún dominio minoritario puede mantenerse más que si le es posible situar ideológicamente en su estela las capas que no son directa ni inmediatamente revolucionarias, consiguiendo de ellas el apoyo a su poder o, por lo menos, una neutralidad en su lucha por el poder (Es obvio que a eso se añade el esfuerzo por neutralizar partes de la clase revolucionaria, etc.). Esto se refiere por encima de todo otro caso a la burguesía.

La modalidad que ha revestido la crisis “argentina” - en realidad se trata de una crisis que envuelve, con manifestaciones específicas en cada región, tanto al centro como a la periferia capitalista - conmueve al conjunto de la sociedad y destruye todo el tejido que mantenía adheridas a las capas intermedias a la dominación de la burguesía. Conviene recordar la ya vieja observación de Lukács relativa al hecho de que la burguesía tiene el poder en las manos de un modo mucho menos inmediato que las clases dominantes anteriores (por ejemplo, que los ciudadanos de las ciudades-Estado griegas, o que la nobleza en la época de florecimiento del feudalismo). La burguesía tiene que contar mucho más con pactos y compromisos que permitan la convivencia y articulación tanto de las diversas esferas de interés que alberga en su interior y compiten entre sí, cuanto con las clases que aún dominan sectores de la sociedad de un modo no puramente capitalista (latifundistas), para poder utilizar según sus propios fines el aparato del poder influido por todas estas fuerzas conflictivas y, por otra parte, se ve obligada a dejar el ejercicio efectivo de la violencia (ejército, baja burocracia, etc.) en manos de pequeñoburgueses, campesinos, miembros de etnias oprimidas, etc.

Si, a consecuencia de la crisis, se desplaza la situación económica de esas capas y su adhesión ingenua e irreflexiva al sistema social dominado por la burguesía queda, por efecto de ello, debilitada, entonces el entero aparato de poder de la burguesía puede disgregarse de un solo golpe, por así decirlo, y el proletariado puede encontrarse como vencedor y sin que, por tanto, haya realmente vencido en una tal pugna... La dirección que tomen definitivamente - el que contribuyan a una ulterior descomposición de la sociedad burguesa, o sean luego utilizados por la burguesía, o se suman en la pasividad una vez vista la esterilidad de su arranque, etc. - no depende intrínsecamente de la naturaleza interna de estos movimientos, sino que depende sobre todo del comportamiento de las clases capaces de conciencia autónoma, a saber, la burguesía y el proletariado. Pero cualquiera que sea su posterior destino, ya el mero estallido de esos movimientos puede acarrear fácilmente la paralización de todo el aparato que sostiene y pone en marcha la sociedad burguesa. Así puede imposibilitar, temporalmente al menos, toda acción de la burguesía... En ese momento, como lo subraya Lukács, el poder social se encuentra, por así decirlo, tirado sin dueño en la calle. La posibilidad de la restauración se debe siempre a que no hay ninguna capa revolucionaria que sepa hacer algo con ese poder sin dueño. Así se produce para el proletariado un entorno social que asigna a los movimientos de masas espontáneos una función completamente distinta de la que habrían tenido en un orden estable capitalista, y ello aun en el caso de que esos movimientos, considerados en sí mismos, conserven su vieja naturaleza esencial. Aquí aparecen transformaciones cuantitativas muy importantes en la situación de las clases en lucha, pese a que todavía el proletariado no se reconozca suficientemente en su situación y sus intereses comunes. En primer lugar, ha progresado aún más la concentración del capital, con lo cual se ha concentrado también intensamente el proletariado, aunque no ha sido capaz de seguir totalmente el desarrollo ni organizativamente ni desde el punto de vista de la conciencia de clase. En segundo lugar, la situación de crisis impide cada vez más al capitalismo evitar con pequeñas concesiones las presiones del proletariado. Su salvación de la crisis, su solución económica de la crisis, no puede conseguirse más que por una exacerbada explotación del proletariado. (46)

Hoy, toda gran huelga es abordada como si se tratara de una guerra civil y en cada lucha inmediata se plantea la cuestión del poder.

Llegamos aquí a uno de los puntos de mayor controversia con el GPM. Nunca como alrededor de la cuestión de la actitud de las capas no proletarias frente a la revolución tal organización se ha alejado tan manifiestamente del procedimiento metódico que conviene seguir para determinar las modalidades de la intervención política proletaria. Sin el reconocimiento de esta complejidad dialéctica, una organización revolucionaria carecerá de aptitud para tratar y resolver correctamente las contradicciones en el seno del movimiento de clase, jamás tendrá la suficiente ductilidad para canalizar en el frente revolucionario los diversos movimientos de alineación y reagrupamiento suscitados por la crisis entre las capas pequeñoburguesas y semi-proletarias ni obtendrá jamás comprensión de las tareas que, mirando a la eventual quiebra generalizada de la dominación burguesa, le incumbe asumir en el terreno de la revolucionarización y la unificación del proletariado y los estratos subalternos.

Lo primero que hay que destacar a este respecto es que, en el caso de las capas intermedios, la función determinante de la infraestructura capitalista es mucho más compleja, pues las mediaciones que articulan y unen su posición y su comportamiento específicos con la formación social dada ( y, por lo tanto, con la actividad de los demás grupos sociales), en cuanto son extrínsecos a su propia situación de clase, fundamentan la ambigüedad de su comportamiento social e histórico, el cual tiene que ser definido finalmente por fuerzas externas. Dado que no mantienen un nexo necesario con el funcionamiento y desarrollo de la estructura económica capitalista, no están en capacidad de desarrollar una representación totalizadora de la sociedad ni realizar una toma de conciencia autónoma. Por el contrario, su posición objetiva en la sociedad, del mismo modo que sus perspectivas ideológicas y políticas, oscilan en uno u otro sentido con sujeción a las variaciones sufridas por los equilibrios sociales y según las diversas influencias derivadas de la correlación de fuerzas entre las clases en el curso del proceso histórico. Tales capas carecen de una conciencia de clase referible o referida a la transformación de la sociedad entera; como siempre representan, por consiguiente, intereses de clase estrictamente particulares, que ni siquiera en la apariencia pretenden ser intereses objetivos de la sociedad entera; como su vinculación objetiva con el todo es puramente casual, o sea, causada sólo por los desplazamientos del todo, sin poder orientarse en la transformación del todo; y como, por último, su orientación al todo y la forma ideológica que ella tome, pese a poderse entender genéticamente de un modo necesario-causal, tiene un carácter casual, resulta que los efectos de esos movimientos están determinados por motivos externos a ellos. En cuanto son completamente incapaces de una acción dirigida al todo y de formarse una conciencia propia, sus verdaderas actitudes y tendencias sociales no pueden ser objeto de clarificación sin descubrir, al mismo tiempo, los mecanismos que regulan las relaciones entre las dos clases estructurales de la sociedad burguesa y las sobrevivientes capas sociales no capitalistas. En este sentido:

los frentes de la revolución y de la contrarrevolución surgen más bien en forma cambiante y sumamente caótica. Fuerzas que hoy actúan en el sentido de la revolución pueden actuar muy fácilmente mañana en el sentido contrario. Y - cosa de particular importancia - esos cambios de orientación no se siguen simple y mecánicamente de la situación de clase, ni menos de la ideología de las capas en cuestión, sino que están siempre decisivamente influidos por las cambiantes relaciones con la totalidad de la situación histórica y de las fuerzas sociales...

He aquí grosso modo cuál es el procedimiento al que explícitamente se arregla nuestro raciocinio.

Aunque enfatizamos la función esclarecedora de una teoría general que, al poner en el centro del análisis la infraestructura que sustenta y pone en marcha a la totalidad social, devela los verdaderos nexos estructurales del capitalismo y conecta cada uno de los fenómenos sociales y políticos con las leyes que presiden el movimiento del actual sistema social, juzgamos futil la pretensión de que la realidad empírica de clase se conforme con los postulados teóricos para autorizar la intervención política. Como marxistas, los miembros del GPM deben saber que no existe correspondencia directa entre los resultados del análisis teórico y los fenómenos sociales presentados por la observación empírica. Éstos se caracterizan, justamente, por su "impureza" y polimorfidad. Antes que elementos en estado puro, directamente observables en la realidad, tenemos ante nosotros verdaderas mixturas muy difíciles de identificar con exactitud a partir de los recursos ordinarios de la teoría abstracta. La tentativa de arreglar la acción de la vanguardia a los requisitos del modelo teórico conduce a la simplificación y ésta, a su vez, a la desfiguración de la realidad, para terminar en la impotencia. Así, el intento de derivar los argumentos que sustentan la intervención político-social de la vanguardia de la representación esquemática de las condiciones que debe aportar el desarrollo capitalista para acometer la intervención revolucionaria exitosa del proletariado, despoja a la realidad de las relaciones vivas y dinámicas y priva a la propia vanguardia de los medios y agentes que le proporciona el proceso histórico para concretar su transformación. Aunque recurrimos a esquemas para representarnos el movimiento real, nuestra visión es irreductible a ellos. Pese al papel central que desempeña en la elaboración teórica al aportar los cánones y criterios de discriminación usados para ordenar y sistematizar el material sobre el que versa la investigación, la esquematización no ahorra a esta última el pasaje al análisis concreto de una realidad que sólo puede captarse en la serie orgánica de sus procesos fisiológicos e históricos o, en otros términos: in vivo.

A sabiendas de que el proletariado es todavía una masa heterogénea y de que en las luchas sociales reales se mezclan todos los estratos y capas de la población lesionados por las contradicciones capitalistas, entendíamos la gran complejidad de la situación argentina y la inicial confusión de metas y propósitos que reinaba - y reina aún - en las filas de la oposición. Así, pues, nuestras indicaciones políticas partían del reconocimiento de que en el terreno de los acontecimientos inmediatos concurren todos los factores sociales y políticos configurados por el proceso histórico. Tal es justamente la causa de que en el escrito citado estableciéramos la línea de conducta que debía presidir la actuación de los revolucionarios en el presente periodo:

Para contribuir a que las masas accedan a esta conciencia será necesario desarrollar primero una verdadera oposición de clase, para lo cual se requiere que la rebelión genere núcleos de poder político de los explotados: las Asambleas de los trabajadores organizadas territorialmente y por unidades fabriles.

Esto no implicaba negar la importancia central del PC para infundirle una forma organizada y creadora a la fuerza elemental de las masas; a diferencia del GPM, nunca hemos pretendido que en las fases iniciales de un gran movimiento de masas el mayor porcentaje de la población involucrada se mueva con arreglo a nuestras consignas ni esperamos a que todos los requisitos de la revolución estén listos y garantizados para dar luz verde a la intervención de la vanguardia. Dicha circunstancia no es posible más que gracias a la maduración revolucionaria de la masa del proletariado y de la propia vanguardia y esto no puede suceder más que en el curso de la revolución misma. Siguiendo a Lenin, sabemos que “las masas sólo aprenden de su propia experiencia directa”. Bajo una presunción contraria, la vanguardia, siempre cuidadosa de su pureza inmaculada, excluiría de plano cualquier posibilidad de mezclarse en el torrente de los acontecimientos y, separada del movimiento real de la clase, se auto-condenaría a una existencia marginal precisamente en el momento en que arrecian los conflictos que pueden dar nacimiento a una verdadera oposición de clase.

Observamos, consiguientemente, como un muy claro síntoma de prematura esclerosis e impotencia sectaria la actitud del GPM frente al movimiento de masas en la Argentina. Por el hecho de que en la luchas en curso están presentes también consistentes estratos de la pequeña y media burguesía, el GPM tuerce la nariz y, rehusándose a reconocer su carácter de clase y su valor anticapitalista, no vacila en condenarla. Negar el contenido anticapitalista de esta participación significa, en última instancia, no haber comprendido siquiera la real dimensión y la gravedad de la crisis económica a escala internacional y sus perspectivas. Justamente gracias a la respuesta del proletariado argentino el devenir de la crisis aparece hoy menos amedrentador. Contrariamente a lo que los mass media sostienen y, especialmente, los medios televisivos, las manifestaciones callejeras que han traído consigo la dimisión de más de dos presidentes en el giro de una semana, no han sido iniciadas por las movilizaciones de la pequeña y media burguesía defenestradas en el abismo de la miseria por el bloqueo de los depósitos bancarios. No ha sido el movimiento de la pequeña burguesía arruinada el que ha detonado y conformado la acción de masas. Sin posibilidades de cristalización independiente éste ha confluido - y, en muchas ocasiones, incluso se ha fundido - con las luchas que desde hace meses el proletariado auto-organizado en las comisiones internas y en los comités de huelga, constituidos por los trabajadores y los desocupados (piqueteros), se estaban conduciendo en oposición tanto a los sindicatos como a los partidos políticos tradicionales, comprendidos aquellos sedicentemente izquierdistas. Cierto, en el actual estado de las cosas y sobre la base de las informaciones en nuestra posesión, el movimiento parece todavía lejos de adquirir una clara conciencia comunista, lo cual hace altamente probable su derrota. Pero este, como ya lo hemos subrayado, es el precio que paga el proletariado por la falta del partido revolucionario.

En suma: la situación actual nos muestra simultáneamente la coexistencia y pugnacidad de los elementos ambivalentes y contradictorios. De un lado, las luchas que el proletariado está adelantando se caracterizan fuertemente por situarse en el terreno del anticapitalismo y, de otro, la ausencia de una conciencia comunista difundida las aparta, al menos a corto plazo, de la única salida verdadera a la cual deberían tender para ser resolutivas: el abatimiento del capitalismo, la instauración de la dictadura del proletariado y de las relaciones de producción de tipo socialista, o bien a la revolución comunista. Por cierto, la experiencia argentina significa un gran viraje tanto porque está confirmando que la espontaneidad proletaria puede llegar incluso al asalto del Estado burgués y a proponer la adopción de medidas sociales que vulneran los mecanismos y equilibrios de la acumulación y la ganancia, pero jamás al cumplimiento de la revolución comunista, cuanto porque, en un momento en que se había propagado la convicción de que no existen alternativas diferentes al capitalismo, ha dado confirmación de la gran actualidad histórica de la revolución misma.

Permítasenos unas últimas palabras a propósito del actual gobierno argentino. Coincidimos con el GPM en que la diferencia entre el gobierno de Duhalde y sus dos inmediatos predecesores reside en una precaria estabilidad explicable por el respaldo de la burocracia sindical, con el que ha contado hasta hoy. Sin embargo, es falso aseverar, a menos que convirtáis la ignorancia en argumento, que el sindicato cuenta todavía con la capacidad de “mantener a los asalariados en activo completamente al margen de toda esta movida”. En efecto, ¿dónde dejáis las confrontaciones en Repsol-YFP, en emfor, en los puertos, en Zanón, en los ferrocarriles...? También es falsa la apreciación de que:

... [en] los acontecimientos de la Argentina de hoy día, el proletariado no aparece por ningún lado, porque la clase obrera, como tal, no está protagonizando el proceso.

Tal falsedad nace de una definición de “proletariado” bastante restringida, circunscrita a los obreros productivos en activo. En realidad, el concepto marxiano abarca indiferentemente a todos los desposeídos vendedores de fuerza de trabajo, sin especificar su categoría (es decir, si se inscriben en las categorías de “trabajadores productivos” o “improductivos”) ni la destinación económica de su actividad. Bajo esta presunción no cabe duda de que una sección proletaria - la más avanzada de la clase y la única relevante y representativa actualmente en términos del proceso de constitución del sujeto político revolucionario - está peleando. Debemos hacer énfasis, por un lado, en que nuestra definición de “proletariado” no excluye a los desempleados y, por el otro, en que no esperamos que toda la clase se lance unánimemente desde el comienzo a la lucha. El movimiento revolucionario es, al menos inicialmente y durante mucho tiempo, la iniciativa política de una minoría activa y consciente en el proletariado: cuando estemos ante una “mayoría” nuestro trabajo como revolucionarios probablemente ya habrá concluido.

La visión del GPM guarda a este respecto un nexo sólo parcial - muy parcial - con la actual condición estructural de la clase obrera argentina y latinoamericana. Antes que fortalecerse, el sindicato ha perdido cada vez más relación con la clase obrera. En medida notable la crisis actual del Poder burgués se manifiesta también como una crisis de la institución sindical y sus claros roles en el control social. Su obsolescencia histórica queda patentizada por su desfase respecto de las condiciones reales de la formación social latinoamericana y argentina: en efecto, la rama “económico-tradeunionista” del este movimiento, obrando en clara oposición a la inmensa masa marginal generada por el desarrollo polarizador del capitalismo, ha circunscrito su actividad allí donde las condiciones de contratación de la FT - esencialmente las ofrecidas por los sectores más prósperos de la industria o de los servicios del Estado, caracterizados por un alto grado de acumulación y un más fuerte espíritu corporativo - consentían el establecimiento de ventajosas organizaciones sindicales, mientras que la gran masa de los vendedores de la FT está conformada por los que han quedado fuera de todo convenio y conquista sindical: los tres millones de trabajadores en negro, los más de dos millones y medio de sub-empleados, que junto a los tres millones de desocupados constituyen el 60% de la fuerza de trabajo de la Argentina. Si a esto le sumamos la legión de verdaderos parias en la producción como son los contratados temporalmente, estamos hablando del 80% de la fuerza de trabajo que ha sido expulsada de los sindicatos estatizados, cuyo cuerpo dirigente está constituido por una de las más corruptas burocracias del mundo. El verdadero reto para los revolucionarios está en organizar esta nueva masa obrera. Y no se trata de regresar al punto de partida del viejo movimiento obrero, organizando a los trabajadores en sindicatos, sino en desarrollar una fuerza de clase que se expresa directamente y sólo puede reivindicarse a través de consignas generales y ya no meramente corporativas. El movimiento piquetero es el mejor ejemplo de esta evolución y es lo que confiere un carácter directamente político, general, a su lucha con la burguesía y el Estado. En este sentido, para las organizaciones que, como nosotros, no han definido jamás su política en el terreno de la lucha por alcanzar la hegemonía sindical, que nunca han equiparado su esfuerzo por alcanzar la dirección política "socialista" con el control del viejo movimiento obrero - tras la expulsión de los “reformistas” y el “copamiento” supuestamente revolucionario del sindicato, según lo indica la táctica del PO, del PCR, del PTS, etc., en la Argentina - sino con la ruptura de los aparatos “obreros” funcionales al Estado y a la patronal, la situación actual presenta grandes oportunidades a la política revolucionaria.

(42) Su extrema rigidez doctrinal convierte la mayor parte de los “análisis” del GPM en un lecho de Procusto que reduce la representación de las cosas a las proporciones que adquieren en el esquema abstracto.

... el BIPR se limita a dar por cierto que el proletariado argentino está "en movimiento", "determinado" por la idea de su autoorganización y “con capacidad de manifestar el sentido de la ruptura de clase y de la identificación de su enemigo político”. Pero en "El movimiento de los piquetes", los compañeros del BIRP van más allá, porque llegan a decir que “En el plano político (los piqueteros) proponen la destrucción de todo el andamiaje del sistema político actual y su sustitución por lo que ellos denominan “un gobierno de los trabajadores”, y que, “No obstante el carácter todavía tosco y rudo de su conciencia, el movimiento de los piquetes tiende instintivamente hacia el comunismo”.
En estos juicios observamos una concesión - que suponemos inadvertida o involuntaria- al espontaneísmo político, que no se compadece con la proclamada necesidad del partido antes de que se den las condiciones prerrevolucionarias, como condición de que el movimiento pase del instinto a la conciencia de clase. Así lo indican correctamente los compañeros en los puntos 8), 10), 11) y 12) de su "Plataforma" que acabamos de transcribir aquí.

(43) Su ineptitud para comprender la contradictoriedad de los movimientos de clase se refleja en análisis como el siguiente:

[El] instinto de clase conduce a los obreros argentinos - activos o en paro - a luchar sindicalmente contra sus pequeños y medianos patrones dadas las condiciones favorables para ello, al tiempo que, políticamente, en general se mantienen fieles al proyecto frentepopulista y estatista de preservación de estos sectores capitalistas nacionales anacrónicos, ineficientes y superexplotadores, como está pasando hoy en la inmensa mayoría de las Asambleas Populares del país.

(44) Del análisis de este diagnóstico nos ocuparemos posteriormente.

(45) Prestando caso omiso al método dialéctico, el GPM se obceca en su visión esquemática.

El programa de raíz ideológica nacionalista burguesa adoptado por las Asambleas Populares, a nuestro modo de ver se explica por estas circunstancias, muy poco que ver con una supuesta tendencia social instintiva de estos explotados a romper con el sistema.

(46) “Historia y Conciencia de Clase”. Hasta qué punto el cuadro de la Argentina coincide con el descrito por Lukács, lo atestigua el hecho de que el FMI exige continuar con la desvalorización de la FT, el ajuste del presupuesto del centro y las provincias (cuyo efecto se calcula en el despido de cerca de un millón de trabajadores durante este año), la transformación en bonos de las cuentas en dólares y otras medidas que profundizan la pauperización absoluta de la clase obrera y confirman la ruina de la pequeñaburguesía.