El estado actual del capitalismo

VI Congreso del Partito Comunista Internazionalista (Battaglia Comunista)

Desde el fin de los años sesenta y los inicios de los setenta, el capitalismo mundial se ha caracterizado manifiestamente por una progresiva dificultad en su proceso de valorización. Ello determina un nuevo escenario al interior del cual se van agravando las relaciones entre el capital y la fuerza de trabajo, se exaspera el ataque de los gestores del capital en las confrontaciones con el mundo del trabajo, mientras el nivel de la lucha de clases, con la excepción de algunos episodios, registra el punto más bajo desde el comienzo del siglo.

En la base de este fenómeno económico opera una tasa media de ganancia cada vez más baja, de tal manera baja que hace progresivamente menos remunerativas las inversiones productivas e insoportable para cualquier capital nacional el peso del Estado social y los niveles "normales" del costo del trabajo.: VI Congreso del Partito Comunista Internazionalista (Battaglia Comunista)

Desde el fin de los años sesenta y los inicios de los setenta, el capitalismo mundial se ha caracterizado manifiestamente por una progresiva dificultad en su proceso de valorización. Ello determina un nuevo escenario al interior del cual se van agravando las relaciones entre el capital y la fuerza de trabajo, se exaspera el ataque de los gestores del capital en las confrontaciones con el mundo del trabajo, mientras el nivel de la lucha de clases, con la excepción de algunos episodios, registra el punto más bajo desde el comienzo del siglo.

En la base de este fenómeno económico opera una tasa media de ganancia cada vez más baja, de tal manera baja que hace progresivamente menos remunerativas las inversiones productivas e insoportable para cualquier capital nacional el peso del Estado social y los niveles "normales" del costo del trabajo. Las consecuencias están representadas por la exasperación de las insuperables contradicciones que desde siempre dan la medida de los ritmos y la vida de las relaciones de producción capitalistas.

El carácter cíclico de las crisis

Las crisis se presentan en ciclos más próximos entre sí, con mayor intensidad y extensión sobre el plano internacional; mientras sus efectos sociales son siempre más devastadores. Los períodos de animación son débiles y cortos, una suerte de breves intermedios en una situación de crisis envilecedora y permanente.

La disminución de la tasa de crecimiento del PIB. El PIB, o bien, la riqueza social que anualmente es producida, incluso cuando continúa aumentando, ve disminuir sensiblemente su tasa de crecimiento. La caída de la cuota media de ganancia condiciona las inversiones productivas y favorece la especulación insertando el sistema económico en una espiral negativa que termina por agravar los mecanismos de valorización y de acumulación del capital. En los países con una alta industrialización se ha pasado de un incremento del PIB del 10% entre las dos guerras mundiales, al 5% en la segunda postguerra para llegar al 8% en los últimos veinte años.

La exasperación de la concurrencia

La concurrencia, antes solicitada y luego exasperada por las crecientes dificultades de valorización del capital, trae consigo dos fenómenos económico-políticos complementarios. Al interior de los Estados nacionales el capital agrede a la fuerza de trabajo a golpes de flexibilidad productiva, de precarización del puesto de trabajo, de contención del costo de la fuerza de trabajo. Mediante su instrumento de poder político, el Estado, va aprontando las bases legislativas en defensa de sus intereses económicos cada vez más difíciles de alcanzar, con la salvaje reestructuración de su relación con el mundo del trabajo. Nacen, así, los contratos de solidaridad (con el capital), el salario de ingreso, el trabajo interino, los contratos de área, los contratos a término, etc. Todos los medios para obtener un costo de trabajo inferior hasta el 60%, única condición para elevar de nuevo la extracción de ganancia y la cuota de ganancia.

Al exterior, los capitales se enfrentan en el acostumbrado terreno de los mercados comerciales, financieros, de las materias primas (petróleo, pero igualmente otras materias) y también en el de la fuerza de trabajo de bajo precio, favoreciendo la descentralización productiva. La globalización, hija de la caída de la tasa de ganancia, de las crisis económicas rastreras, de la tentativa de reconquistar márgenes suficientes de ganancia y de la exasperación de la concurrencia, está recomponiendo velozmente los polos del imperialismo (Europa, Japón, USA, China y Rusia) en el terreno de las rivalidades comerciales y financieras, sin excluir episodios de guerra o de intervención armada de baja intensidad, con asesoría o fuera de las insignias de los organismos internacionales.

Para quien había declarado que con el fin de la guerra fría el mundo había marchado hacia un período de paz y de prosperidad económica, la respuesta escarneciente está en las precarias condiciones económicas de todo el mundo capitalista, en la guerra del Golfo, en la intervención de la OTAN en Yugoslavia, en las guerras civiles por la sobrevivencia biológica de los continentes africano y asiático, en los desórdenes provocados y controlados en el área petrolífera entre el mar Negro y el Mar Caspio, en Chechenia, Pakistán y Afganistán.

La deuda pública

En la especulación con la caída de la tasa media de ganancia y las consiguientes dificultades de valorización del capital, se presenta el endeudamiento del Estado. Desde hace veinte años a la fecha, la deuda pública, como constante fisiológica del capitalismo, compatible en términos absolutos y porcentuales con la riqueza social producida, va asumiendo dimensiones insostenibles. En los países de capitalismo desarrollado se va desde un mínimo del 60% (Alemania) sobre el PIB a un máximo del 124% (Italia). Ninguno, desde el Japón a los USA, ha podido sustraerse al endeudamiento, en tanto que condición necesaria para el sustento de la economía en apuros, bajo la forma de créditos facilitados si no directamente por debajo de la mesa por los bancos. Para los Estados el único medio de recibir suficientes cuotas de capital financiero para revertir en el mundo de la producción la progresiva asfixia por carencia de ganancia, no puede más que pasar a través del endeudamiento mediante la emisión y la venta de títulos públicos.

La deuda conjunta

No sólo el Estado ha debido registrar la onda de la deuda en las confrontaciones de los subscriptores internos y externos, institucionales y privados, sino toda la sociedad capitalista internacional vive bajo el peso del endeudamiento. Si se suman las deudas de los Estados a las de las empresas y de las familias y allí se ponen en relación al producto mundial bruto, se llega al extraordinario índice del 130%. Una deuda total que el capitalismo no había alcanzado en toda su historia ni siquiera en las fases de crisis agudas como las del fin del siglo XVIII o de la gran depresión del "29".

El desmantelamiento del Estado social

En análogas condiciones (los descensos de la tasa de ganancia, insostenible deuda con los aún más insostenibles intereses correspondientes a los subscriptores), el Estado, patrocinador político y financiero del ciclo perverso inversiones-acumulación-crisis-menor tasa de ganancia, más inversiones-más acumulación-crisis-tasa de ganancia todavía menor, ha debido reconsiderar sus cuentas. Más tributos, pero no sobre los capitales y las ganancias, menos gasto en los sectores improductivos. Por excelencia, los sectores improductivos son la escuela, la sanidad y la previsión social. La paradoja de la sociedad contemporánea reside en el hecho de que para producir más riqueza en términos capitalistas se aumenta la explotación, se disminuye el acceso al consumo a un número siempre creciente de trabajadores, se crean ejércitos de desocupados, se penalizan los jóvenes, los enfermos y los pensionados, o sea a los cuatro quintos de la sociedad.

Las privatizaciones

Cincuenta años de intervención del Estado en la Economía no sólo no han resuelto las contradicciones del sistema económico capitalista y sus crisis recurrentes, sino que lo han conducido en los años setenta a una serie de depresiones iguales, si no superiores, a la del año 1929. Esto ha proporcionado a las burguesías internacionales la idea de que el camino para salir del círculo perverso de las crisis económicas pasa por el retorno a la economía de mercado, al neoliberalismo a través de la institución de las privatizaciones. Otras paradojas se cumplen. La "ciencia" económica burguesa considera poder sanear los perjuicios de las relaciones de producción capitalistas sacando al Estado de la economía, olvidando que cincuenta años antes se invocaba su intervención para contener y superar los estropicios económicos y sociales del liberalismo. De ello se sigue que las contradicciones capitalistas no pueden ser administradas ni mucho menos superadas por ninguna de las distintas formas de gestión de las relaciones de producción. En realidad, la desvinculación del Estado de la economía y las consiguientes privatizaciones tienen otras motivaciones. Ante todo, su desequilibrio financiero no le consiente seguir siendo por más tiempo simultáneamente solicitador externo, financiador de los mecanismos productivos y empresario. Secundariamente, las privatizaciones son uno de los medios para intentar aligerar la deuda pública vendiendo las "joyas" de la familia. En tercera medida las privatizaciones, esto es, el traslado de la propiedad y del relativo contrato con la fuerza de trabajo desde un ente público a un sujeto empresarial de derecho privado, permiten al capital disponer de una mayor capacidad de maniobra en el terreno de los licenciamientos. En fin, allí donde el Estado es desbarajustado por la deuda pública y por los déficit que le conciernen en primera persona, y siendo en los hechos incapaz de continuar operando como momento financiero y económico del proceso de acumulación, como lo había hecho por más de cincuenta años, las privatizaciones resultan ser el mejor ámbito en el seno del cual se favorecen los procesos de concentración, tanto nacionales como continentales e intercontinentales. Un ejemplo de ello es suministrado por la fusión de la Stet-Telecom, así como la del grupo AT&T-Unisource comprensivo de la sueca Telia, la Telecom Suiza, la holandesa KPN y de la Telefonica española.

La concentración de los medios de producción

En el espacio de quince o veinte años un grupo cada vez menor de empresas ha llegado a detentar una cuota cada vez mayor del producto mundial bruto. Los efectos de la tasa de beneficio decreciente han impuesto una extraordinaria aceleración en los procesos de concentración económica. A comienzos de los años "70" las primeras quinientas empresas mundiales no superaban el 29% de la producción mundial. Hoy las primeras doscientas aportan al menos el 30% empleando sólo 18,8 millones de trabajadores que representan el 0,75% de la fuerza de trabajo mundial. En este escenario las anexiones se multiplican, las empresas más grandes fagocitan a las más pequeñas a ritmos jamás alcanzados. Aquellos que ya eran colosos van asumiendo gigantescas dimensiones transnacionales. La General Motors tiene un facturado superior al PIB de Dinamarca, la Ford tiene uno mayor que el de Sudáfrica, mientras que la Toyota supera en gran proporción al PIB de Noruega.

La concentración del capital financiero

La dificultad con la que el capital se valoriza en los procesos de producción favorece la fuga hacia la especulación. Masas colosales de capital especulativo, incontrolado e incontrolable por los Estados, diariamente se dirigen de un área a otra, creando la fortuna o la desgracia de las divisas y de las economías según la orientación de los flujos migratorios. Al igual que para los medios de producción, también para el capital financiero la centralización en polos de referencia, Dólar, Yen o Marco, se desarrolla a ritmos exacerbados. Al lado de los colosos americanos o japoneses representados por los Fondos de pensiones, por los Fondos comunes de inversión, las aseguradoras, los Bancos y por las diferentes entidades Financieras, se están creando concentraciones homólogas en Inglaterra y Alemania, así como en el resto de Europa. Conjuntamente, en el mercado financiero internacional se ha formado una masa de capital especulativo cuyo valor es 50 veces superior al del capital productivo. Por lo demás, los dos procesos caminan pari passu. La concentración económica tiene necesidad de la concentración financiera y las dos son hijas de la misma crisis de las relaciones de producción capitalistas. La crisis de las ganancias apremia para que las empresas más fuertes busquen en la concentración de los medios de producción la "solución" a sus problemas de valorización. Pero para que esta concentración sea posible en términos verticales y horizontales es necesaria una alta disponibilidad de capital financiero. La misma crisis aconseja a otros capitales huir de las inversiones productivas para correr el riesgo de la especulación, creando en parte las condiciones para que se plantee la oferta de capitales destinados a las empresas que, a fin de conseguir el objetivo de la concentración a través de las fusiones y los coligamientos, son constreñidas al endeudamiento. Dinámica contradictoria, pero por la misma razón perfectamente en línea con la praxis del capitalismo.

La doble polarización

En los últimos veinticinco años ha ido ampliándose la brecha entre los detentadores de la riqueza nacional y los desposeídos. El proceso de concentración de los medios de producción y el de centralización del capital financiero ha hecho que los ricos deviniesen más ricos y los pobres siempre más pobres. Según los datos del ISTAT el 20% de la población posee el 78% de la riqueza nacional, mientras el 80% se debe contentar con el 22%. En los USA, según los datos del OCSE, el 1% de la población detenta el 48% de las riquezas financieras, mientras el 80% de los más pobres administra el 6%. En el período 1974-1994, la porción de la renta nacional bruta poseída por el 5% de los americanos más ricos ha pasado del 16,5% al 21,1%. Mientras el 20% de la población más pobre ha visto reducirse su cuota de renta que ha pasado del 4,3% al 3,6%.

La pauperización

Hijo de la crisis de la tasa de beneficio y del desmantelamiento del Estado social es el fenómeno de la pauperización. En un tiempo los analistas burgueses consideraban que la pobreza generalizada era un fenómeno típico de los países del Tercer mundo, porque estaba caracterizado por una economía débil, incapaz de garantizar el trabajo, las rentas, las necesarias infraestructuras sociales asistenciales y de previsión. Hoy estos mismos analistas están constreñidos a constatar la existencia del fenómeno también en los países capitalistas avanzados. Como de costumbre, la paradoja del capitalismo emerge. También en presencia de sociedades que crean cada vez más riqueza, aumenta la pobreza, que de factor ocasional ligado a las crisis económicas se ha convertido en un mal endémico del capitalismo desarrollado y está destinado sólo a aumentar. De acuerdo con los datos de la OCSE, en Italia existen seis millones de desheredados, o sea de individuos que sobreviven por debajo de la línea de pobreza. Sólo en los países de la CEE, han sido censados 50 millones de desheredados. Por su parte, hay 45 millones en los USA.

La desocupación

El mismo discurso vale para la constante pérdida de puestos de trabajo y para las enormes dificultades que afrontan los jóvenes para encontrar una ocupación estable. La causa reside en la apelación exasperante a los mejoramientos tecnológicos, es decir, al rompimiento de los tiempos y de los costos de producción que la concurrencia, presionada por la caída de la tasa de beneficio, impone como condición necesaria para la sobrevivencia de los capitales. De suyo se comprende que no es la tecnología en sí misma la causa de la desocupación, sino el uso capitalista que se hace de ella. Si la tecnología fuese, como es, disminución de los costos y de los tiempos sociales necesarios para la producción de la riqueza, debería aumentar la disponibilidad de las mercancías y los servicios y, simultáneamente, se liberaría tiempo social para dedicar a actividades alternativas a la productiva. Todos podrían trabajar con horarios laborales inversamente proporcionales al aumento de la productividad social y teniendo a disposición una mayor riqueza para distribuir. Pero en la sociedad capitalista sucede exactamente lo contrario. El incremento tecnológico puesto a disposición de las necesidades de valorización del capital se transforma en desocupación de la fuerza de trabajo que es sustituida por las nuevas técnicas productivas, que no sólo no permiten el mantenimiento de los trabajadores convertidos en excedentarios, sino que imponen a los trabajadores ocupados una mayor explotación tanto mediante el aumento del plusvalor relativo, como, en muchos casos, del plusvalor absoluto por medio de la prolongación de la jornada de trabajo, los horarios extraordinarios y los week end laborales, incluso en el caso de que no hayan sido previstos en el momento, por los contratos nacionales. Así, se consuma la enésima paradoja. Para garantizarse menores costos productivos y sociales, el capital impone a través de su estado la reforma pensionística, que no es otra cosa que el alargamiento de la vida laboral, con el resultado de constreñir a trabajar a los ancianos, dejando fuera de las relaciones de producción a la mejor parte de la sociedad, esto es, a los jóvenes. La conclusión es que en el capitalismo moderno la desocupación ya no está ligada a la marcha cíclica de la economía, sino que se ha convertido en un factor permanente. Se crean desocupados en la fase de crisis económica y no se reintegran en el momento de la animación. En los últimos años las crisis económicas han continuado produciendo desocupación mientras los períodos de alza no han conseguido crear las condiciones para la configuración de una contratendencia. Antes bien, las mismas alzas del ciclo económico, caracterizadas por las reestructuraciones tecnológicas, han terminado por producir otra desocupación.

La reducción de los espacios contractuales

En un escenario económico caracterizado por la creciente dificultad de valorización del capital, por la necesidad de invertir cada vez mayores capitales con el resultado de tasas de beneficio menores, de un lado se han impuesto los términos de una drástica reorganización de los factores de la producción, del otro se hace necesaria una importante revisión de las relaciones entre el capital y la fuerza de trabajo. Nace así la fábrica "ligera", el uso racional de los equipos (el "just in time", justo a tiempo), la descentralización productiva, la robotización, pero nace también la flexibilidad, la precariedad del puesto de trabajo, la eliminación de toda recuperación salarial respecto de la inflación. En su lucha por la sobrevivencia, irritada por la concurrencia interna e internacional, el capital ha debido restringir los espacios económicos en su relación con la fuerza de trabajo. El poder adquisitivo de los salarios ha sido retrotraído al nivel existente en los inicios de los años setenta. Las reivindicaciones económicas ya no son toleradas. Las renovaciones contractuales antes de partir deben tener en cuenta tanto el nivel de la inflación como el de las condiciones generales del mundo empresarial. En veinte años los términos de la lucha de clase se han derrumbado completamente. En los decenios pasados era la clase obrera la que llevaba la iniciativa en la contienda por las migajas que el capital podía conceder. No disponiendo de más migajas, el capital es hoy el que toma la iniciativa en el ataque a las condiciones salariales y normativas de la clase obrera.

El salario como variable dependiente

Que la condición de trabajo asalariado es la base primaria de la valorización del capital es cosa notoria. Que el salario haya perdido complemente cualquier variabilidad en las confrontaciones con el beneficio lo es mucho menos, también en los ambientes de izquierda, frecuentados por sedicentes comunistas a la Bertinotti. Mientras en los años precedentes el salario, aún no pudiendo siquiera rozar la línea de las compatibilidades de la valorización del capital, gozaba de un mínimo de indexación y, por tanto, de salvaguardia de su poder adquisitivo, hoy todo esto ha prácticamente desaparecido. La conexión de los salarios con la escala móvil y otros mecanismos de adecuación, aunque parciales y tardíos, representaban el mínimo vital con base en el cual el proceso de explotación concedía a la fuerza de trabajo un simulacro de adecuación de su renta en relación con el aumento del costo de la vida. Desde hace algunos años, eliminada casi completamente la escala móvil, los salarios han sido uncidos progresivamente a la cuota media de ganancia, o sea el capital ha inventado para la fuerza de trabajo una suerte de indexación alrevés, por la cual a cuotas medias de ganancia más bajas deben corresponder salarios proporcionalmente contenidos, si no directamente más bajos.

El trabajo negro, el trabajo de los "negros", el trabajo negro de los "negros"

En la alocada carrera por contener los costos de la fuerza de trabajo, el capital no se ha limitado a pretender y a obtener del Estado todas las leyes que le pongan la cabeza de la clase obrera en una bandeja de plata, tales como las relativas a los contratos de ingreso, de formación, de solidaridad, sobre el trabajo interino y sobre los contratos de área, sino que ha incrementado la plaga del trabajo negro. Además, con una actitud más delincuencial que hipócrita, ha sacado provecho de la inmigración como fuente de mano de obra a precios irrisorios, mientras iba elaborando leyes que reglamentasen la inmigración. De fenómeno ocasional el trabajo negro de la mano de obra "negra" se ha transformado en un comportamiento constante asumido por el capital en la confrontación con la fuerza de trabajo legislativamente desprovista de garantías. Cuanto menos garantías rodean a la fuerza de trabajo, más garantizados están los beneficios del capital.

El reformismo ayer y hoy

El reformismo ayer. El reformismo, es decir, la ideología según la cual se puede llegar al socialismo a través de un recorrido de reformas económicas y políticas sin pasar necesariamente por la revolución social, ha sido, es y será una constante en la práctica de la lucha de clases en cuanto herencia de la ideología burguesa. Hasta cuando las relaciones de producción capitalistas cuenten con condiciones para expresarse, a la par de las ideologías burguesas que las justifican y las sustentan, el reformismo tendrá el modo y la posibilidad de expresarse en cuanto condicionamiento evolutivo e idealista burgués, tomando enseguida la vocería de los intereses del mundo del trabajo.

La imposibilidad del reformismo

Desde los inicios del siglo, entre las dos guerras mundiales y durante los primeros decenios de la segunda postguerra, aunque con mayor dificultad, el reformismo ha conseguido implantarse de manera estable en la conciencia de la clase obrera internacional gracias al espacio económico reivindicativo que el capitalismo de entonces, a pesar suyo, estaba en situación de conceder. Las llamadas conquistas del mundo del trabajo, pagadas por otra parte con durísimas luchas y sacrificios, han sido posibles gracias al hecho de que las burguesías de la época marchaban sobre tasas de ganancia enormes, o de cualquier modo en grado de absorber los aumentos salariales y las reducciones del horario de trabajo, así como de soportar el peso de aquel gran amortizador social que respondía al nombre de Estado Social. Pero el reformismo de entonces y después jamás habría podido ir más allá de las compatibilidades del sistema obrando sobre el terreno de las conquistas "democráticas" en el momento en el cual hubiese puesto el problema central de la lucha de clases: el control de los medios de producción para organizar una sociedad en la cual la producción y la distribución de la riqueza no pasaran más a través de las categorías económicas capitalistas, sino de las socialistas, que para nacer y desarrollarse habrían debido hacer plaza arrasada del capital, de la ganancia, del trabajo asalariado y, por lo tanto, de la misma burguesía. En caso de que el reformismo hubiese intentado, cosa que no hizo nunca, ir realmente en contra de las compatibilidades del sistema, se habría encarado con la imposibilidad práctica de realizar su programa idealista. Para impedírselo habría intervenido la burguesía, primero con sus leyes y luego con su ejército. En ese punto o se habría recogido al interior de las compatibilidades del capitalismo, cosa que hizo, convirtiéndose con el tiempo en su apéndice ideológico y económico, o bien habría debido admitir, cosa que nunca hizo, que el programa de emancipación del proletariado podía pasar solamente a condición de que la lucha de clases saliese del angosto ámbito del reivindicacionismo económico y político para resolver el problema sobre el terreno de la fuerza y de la violencia de clase. Esto no por el gusto de la violencia y de la confrontación a toda costa, sino porque la burguesía no le habría ofrecido ningún otro terreno de confrontación. No se ha dado jamás en la historia en general, y en la historia de la lucha de clases, que una clase económicamente dominante dejase su poder, y con él todos los privilegios que comporta, sin combatir con todos los medios posibles, hasta con la reacción más violenta y brutal. Entonces la imposibilidad del reformismo podía no estar en antítesis con una política de reformas, a condición de que ellas fuesen más al interior de las compatibilidades económicas del sistema y que no lo pusieran en discusión desde un punto de vista político. Hoy las cosas han cambiado radicalmente.

El reformismo imposible

En la fase actual de vida del capitalismo permanece firme la hipótesis de fondo, esto es, la imposibilidad de alcanzar las condiciones para la construcción de una sociedad socialista por medio de reformas, también los espacios reformistas de pequeño o gran valor están enormemente restringidos. El techo de las posibilidades ha descendido de modo directamente proporcional a la reducción de la tasa de ganancia e inversamente proporcional al aumento de las dificultades de valorización del capital. Mientras en los decenios precedentes las luchas obreras podían obtener resultados yendo al ataque del capital, royendo la parte de los beneficios cuya falta el mundo empresarial podía sustentar, ahora se asiste al fenómeno opuesto. Es el capital el que, después de haberse servido de la lógica del reformismo, es decir, de calibrar las reivindicaciones y el mismo nivel de la lucha de clases a las compatibilidades del sistema, agrede a la clase obrera en todos los frentes. Él recorta los salarios, él comprime el nivel de vida, él impone contratos feudales, la movilidad y la precariedad del puesto de trabajo, como si fuesen las consecuencias inevitables de soportar en nombre de la compatibilidad, de una entidad superior que unas veces se llama patria, sociedad y otras la salvaguardia del bien "común", la democracia.

Esto comporta dos observaciones. La primera es que la burguesía en su ataque violento contra el mundo del trabajo no es movida por elecciones de carácter táctico o por accesos de agresividad precedentemente reprimidos, sino por los ritmos de valorización del capital y por su estado de precariedad económica, por las exigencias del mercado y por la concurrencia internacional siempre más exasperadas y constrictivas. La segunda es que, descendiendo el techo de las compatibilidades, es decir, con la restricción de los espacios de acción reivindicativa tanto en el campo económico como en el político, la necesidad de que la lucha de clases devenga en un acto revolucionario, se coloca, al interior de un hipotético espacio de conflictualidad, mucho antes y con mayor inmediatez respecto de los escenarios económicos y políticos precedentes.

La utopía del neoreformismo

Después de la caída de la URSS, de la sociedad que ha pasado a la historia como la cristalización del "socialismo real", en verdad, del capitalismo de Estado tal y como la contrarrevolución stalinista lo ha modelado y contrabandeado en la historia, el marxismo y el comunismo son presentados como lo peor de cuanto pudiese suceder a la humanidad. En el mejor de los casos, para quien ha entendido que el stalinismo no podía ser considerado ni siquiera lejanamente una parcial o incumplida realización del programa comunista, el comunismo es considerado como una hipótesis muy remota y la confrontación de clases definitiva como una estrategia no practicable. Mejor, por tanto, estar con los pies en la tierra, no perseguir utopías revolucionarias, sino propiciar inmediatamente las luchas dentro y contra el sistema que por sí solas pueden crear las condiciones para la transición de una sociedad a otra sin esperar la ruptura revolucionaria como trampolín de lanzamiento de la transformación. En este cuadro estratégico, el neo o radical reformismo considera posible operar desde los espacios "democráticos" para construir la alternativa a la sociedad capitalista por medio de tres recorridos de la lucha de clases: a) una política social en estado de resolver los actuales estragos de la sociedad burguesa, tales como la desocupación, la salvaguardia del ecosistema, y contemporáneamente b) dar inicio a una organización de la producción alternativa a la vigente, c) desarrollar un sistema de distribución de la riqueza que no tome en cuenta las ganancias sino las necesidades individuales. En el primer caso, entrarían en acción las labores socialmente útiles, el salario mínimo garantizado o el salario de "ciudadanía", el trabajar menos y el laborar todos, así como el control sobre las empresas productivas en clave ambientalista. En el segundo, el modo de producción diferente y contrario partiría de las empresas no lucrativas, de su expansión hasta suplantar la producción "normal", llegando así a prefigurar una sociedad económicamente productiva no ya según la lógica del beneficio, sino según las necesidades sociales. En el tercer caso, la nueva distribución no haría otra cosa que seguir, como natural punto de llegada, el desarrollo de las dos condiciones precedentes.

Utopía es considerar a la democracia como un instrumento que la clase obrera puede emplear para su emancipación, cuando es el mejor medio político que la burguesía posee para administrar su poder económico. En el momento en el cual la lucha de clase debiese traspasar las compatibilidades que la misma democracia circunscribe, el derecho civil, el penal, la propiedad privada, el Estado, las estructuras democráticas se transformarían inmediatamente en su contrario, en una dictadura.

Democracia y dictadura son las dos caras de la misma medalla burguesa. Su alternancia depende solamente del nivel de peligrosidad de la lucha de clases. En tiempos de paz social, cuando el proletariado sufre el condicionamiento de la clase capitalista, la democracia representa el mejor mecanismo para la administración de la relación entre capital y fuerza de trabajo, de otro modo la dictadura interviene como momento represivo en las confrontaciones con el mundo del trabajo. De cualquier manera, es válido el principio general de que cualquier democracia burguesa, incluso la mejor, basa su ser institucional y social en la explotación de la fuerza de trabajo, y que ningún mecanismo burgués permitirá jamás procesos de transformación social, o solamente reivindicaciones económicas radicales, que puedan poner en discusión el capital y sus necesidades de acumulación.

Utopía es pretender imponer al capitalismo la reabsorción de millones de desocupados simplemente poniendo a trabajar a todos con horarios reducidos con paridad salarial, cuando el capital para sobrevivir a la concurrencia y a sus mismas contradicciones está constreñido a operar en sentido opuesto, sobre todo en una fase histórica en la cual el el sistema económico capitalista sufre de bajos beneficios, ha restringido los márgenes de compatibilidad y pone en las reestructuraciones con un alto contenido tecnológico, que prevén la expulsión de fuerzas de trabajo, la propia salvación económica. De otro modo, no se explicaría cómo las mimas fuerzas del radical reformismo, que hoy proponen la practicabilidad de slogan análogos, no han sabido impedir nunca un solo licenciamiento.

Utopía es pretender construir la alternativa social y económica al capitalismo por medio de las empresas sin lucro en el momento en el cual estas experiencias sociales o se dedican a la asistencia social, basándose en el voluntariado o en el espíritu de solidaridad humana, o bien se insertan en el mundo de la producción real, y entonces serán constreñidas a actuar en el marco de las categorías económicas capitalistas que se llaman: capitales de inversión, ganancias, trabajadores asalariados, producción de mercancías, concurrencia y mercado. Subsistiendo este cuadro de referencia, serán las relaciones de producción vigentes las que condicionarán y transformarán a las empresas sin lucro hacia el único modelo de empresa posible bajo un régimen capitalista, la empresa por ganancias, y no al contrario.

Utopía es pretender que las estructuras portadoras de la nueva sociedad pueden nacer y crecer en el vientre del capitalismo hasta determinar la muerte de éste último en el instante en el cual, gracias a su suficiente madurez, salgan a luz para dar cuerpo a su alternativa económica y política. La historia y el marxismo han demostrado precisamente lo contrario, es decir, que para superar las contradicciones del capitalismo, para dar ulterior desarrollo a las fuerzas productivas, para liberar el mundo del trabajo de la esclavitud salarial es preciso destruir el cuadro general de referencia político y económico en cuyo seno se mueve el capital; de otra manera será el capital con sus fuerzas de represión quien destruirá cualquier veleidosa fantasía reformista, prosiguiendo su camino hacia la barbarie social.

Utopía es pensar que se puede operar sobre los efectos degenerativos del capitalismo en sentido reformista, dejando inalteradas y libres de expresarse las causas que los producen.

La lucha de clase y las tareas de los revolucionarios

Los revolucionarios y el partido revolucionario no escogen el terreno y los tiempos de la lucha que son impuestos por el capitalismo, sino que buscan presentar un punto de referencia constante independientemente del nivel de la lucha de clases, permitiendo el avance de las condiciones organizativas. No pueden determinar la lucha de clases, pero contribuyen a su desarrollo reivindicativo y político.

Cuando el dominio de la burguesía no es tan fuerte para aniquilar también los más elementales sobresaltos del proletariado, en primera instancia la lucha de clases se presenta como momento reivindicativo económico, en teoría tanto más intenso cuanto mayor es la presión del capital. En este caso, el papel de los revolucionarios es el de estar presentes a la cabeza de las luchas con el objetivo de conducirlas hasta el fondo, hasta el límite de las compatibilidades del capital. Contemporáneamente es menester combatir políticamente todas las veleidosas posiciones reivindicativas, no compatibles con el sistema, irrealizables al interior del cuadro capitalista, no sólo porque no conducen a ninguna victoria, incluso si es momentánea y efímera, sino sobre todo porque abren el camino a ardientes derrotas de las cuales después es más difícil que el movimiento de clase pueda recuperarse, y alimentan en la clase obrera la ilusoria esperanza de que mediante las reformas se puede conquistar gradualmente el socialismo.

Retorcer las reformas contra los reformadores para denunciar los límites del capital

El slogan o directamente las luchas sobre las cuales el radical reformismo llama a la clase proletaria a enfrentarse con el adversario de clase, si en primera medida van enmascaradas como veleidosas e imposibles en su realización práctica, pueden ser usadas, por un lado, como momento político de denuncia de los aproches idealistas del reformismo en la lucha de clase, de otra parte, deben ser impugnadas como demostración de la incapacidad del capitalismo para resolver sus contradicciones y de la progresiva ahistoricidad (anacronismo) de las actuales relaciones de producción. Un ejemplo entre otros: el trabajar todos y trabajar menos con paridad de salario. Reivindicación sugestiva que sobre todo parte de un real desajuste y necesidad de los trabajadores, base portadora del movimiento político del radical reformismo tanto en Italia como en el exterior. Ante una instancia semejante, el comportamiento de los revolucionarios debe obedecer a dos directrices. La primera es la de demostrar cómo el capitalismo no puede, ni aún deseándolo, aceptar ni el principio ni el contenido de reivindicación análoga, so pena de su suicidio como forma económica dominante. La segunda es la que proclama la necesidad de que, en una sociedad en la cual el desarrollo tecnológico ha creado condiciones para que se pueda trabajar un tercio del tiempo laboral actual produciendo el doble en términos de mercancías y servicios a costos sociales netamente inferiores, de superar los límites y las contradicciones de las relaciones de producción que permiten semejante posibilidad, pero que la niegan en los hechos para no perder su poder sobre la fuerza de trabajo y sobre la riqueza capitalísticamente producida. Esto significa impugnar la reivindicación no para planteársela a la clase obrera como objetivo posible y compatible con el sistema económico vigente, sino como instrumento de denuncia al capital, de sus perversas y devastantes contradicciones, que pueden ser superadas sólo por un medio, la revolución proletaria. No es que no sea posible trabajar menos y trabajar todos, lo que es imposible es hacerlo en el seno de las relaciones de producción capitalistas, dentro de las cuales el uso de la tecnología, o bien, la disminución de los costos y de los tiempos sociales, se transforma en desocupación, en mayor explotación, en pobreza y hambre. La alternativa no está en encontrar una solución reivindicativa dentro del sistema, sino contra el sistema y las leyes económicas que producen tales contradicciones.

El objetivo de la ruptura revolucionaria

No lo determina el rol de los revolucionarios en la lucha de clases. La denuncia de las insuperables contradicciones del capitalismo y del infantilismo del radical reformismo no son otra cosa que la base para el salto cualitativo que debe efectuar la lucha de clases. O se llega a la conexión de las instancias reivindicativas en la perspectiva de una solución revolucionaria, o bien el péndulo de la lucha de clases continuará oscilando entre el economicismo más o menos radical y las utopías reformistas, sin transformarse en un movimiento de alternativa política al capitalismo. El concepto, al igual que la perspectiva de la revolución social, debe ser el punto de referencia de la actuación política de los revolucionarios y del futuro Partido, incluso cuando parten de las problemáticas contingentes y cotidianas. Igualmente, debe estar claro que ningún movimiento de clase en sentido revolucionario puede concebir la lucha contra el capitalismo prescindiendo de golpear también al neoreformismo, bastión de "izquierda" de la conservación burguesa, no tanto y no sólo por sus propensiones idealistas, presas fáciles de la conservación burguesa, cuanto por su declarada propensión contrarrevolucionaria. El sentido de la ruptura revolucionaria como condición imprescindible para la creación de las condiciones del cambio social, no debe estar jamás ausente de las perspectivas de intervención de los comunistas ni aún en las luchas reivindicativas de bajo perfil.

El Sujeto Revolucionario y el Ambiente Social

La reestructuración del mundo del trabajo

Las actuales condiciones de vida del capitalismo imponen la flexibilidad productiva que, a su vez, determina la movilidad laboral, la precariedad del puesto de trabajo y la desocupación. Cuando el capital no encuentra estas condiciones en el seno del propio mercado, se ve constreñido a efectuar la descentralización productiva en áreas más favorables, a invertir allí donde el costo del trabajo es menor, a parcelar la producción en el mercado global. El resultado es que en las modernas sociedades del capitalismo avanzado se crean las condiciones para una tripartición del mundo del trabajo. La primera parte está compuesta por los trabajadores "garantizados", por todos aquellos que tienen ya un puesto de trabajo fijo, pero en condiciones de sufrir el chantaje de la superexplotación, de verse progresivamente alejados de la edad de su jubilación y de aceptar salarios bajos o directamente inferiores al mínimo garantizado. La segunda es representada por los trabajadores precarios, es decir, por una porción de fuerza de trabajo que entra y sale de los mecanismos productivos según la marcha del ciclo económico y de las necesidades contingentes de la empresa. El flujo in-out es cada vez más reglamentado por las Agencias de trabajo interino según el esquema del usa y bota. La tercera parte, compuesta por los condenados de la sociedad, destinada a crecer tanto numéricamente como en términos de incontrolabilidad social, no admitida en un puesto de trabajo y sentenciada a no percibir ninguna renta, es la de los desocupados fisiológicos, desprovista de garantías aún en el plano de la asistencia social.

La descomposición política y económica del proletariado

El radical reformismo por medio de sus idealistas e impracticables "soluciones", considera poder resolver el problema de la precarización laboral y de la desocupación creando las condiciones para la recomposición del mundo del trabajo. En los hechos el capital no puede reintegrar la fuerza de trabajo que ha expulsado con base en sus necesidades de valorización. En cambio, es verdad lo contrario, es decir, que la masa de los desocupados y de los precarizados está destinada a aumentar, así como están destinadas a aumentar las distancias económicas y sociales entre los tres troncos del mundo del trabajo. Situación, esta última, particularmente favorable al capital, ya sea por obtener contratos y salarios cada vez más flexibles y contenidos, como por dividir políticamente el frente del trabajo poniendo a los precarizados en contra de los desocupados y a estos dos contra los garantizados. Viejo juego practicado desde siempre por las clases dominantes y válido hasta cuando la lucha de clases no supere el actual estado político y organizativo.

La recomposición política del proletariado

El problema, por tanto, no es el de la recomposición económica del proletariado, negada por la dinámica de las contradicciones del capitalismo, sino el de su recomposición política. El aspecto estratégico consiste en recomponer los tres troncos del mundo proletario sobre un terreno de enfrentamiento político contra el capital, asumiendo como punto de partida básico que la superexplotación de quien está en la fábrica, la volatilidad del puesto de trabajo para los precarizados, así como el estado de desocupación para quienes están fuera de los mecanismos productivos, son tres condiciones impuestas por el capitalismo que pueden ser superadas sólo a condición de superar el capitalismo mismo. El aspecto táctico es el de partir de las contradicciones económicas que el capitalismo hace vivir cotidianamente en la piel de los trabajadores tanto dentro como fuera de la fábrica.

Intervenir en la fábrica, pero no sólo en ella

Aunque el proletariado y la fábrica continúan siendo el sujeto y el lugar privilegiados de la intervención de los revolucionarios, por las razones anteriormente indicadas, no pueden limitarse a esto. Cuando más avanza el proceso de descomposición económica del mundo del trabajo, más se necesita, junto a la actividad que se realiza en la fábrica y el puesto de trabajo, una presencia política en el territorio, la única en estado de llegar a los precarizados y a los desocupados. El esfuerzo no se limita a los grupos de fábrica o al puesto de trabajo, sino también a los grupos territoriales, condiciones organizativas para la recomposición política del proletariado.

El punto de partida

Un análisis del actual nivel de la lucha de clases indica un vértice hacia el descenso que no tiene punto de comparación en la historia, por lo menos desde la culminación de la segunda guerra mundial. Sobre todo en los últimos años, el mundo del trabajo no ha sabido responder al ataque que el capita le ha lanzado con inaudita violencia. Han pasado, sin encontrar siquiera mínima resistencia, la supresión de la escala móvil, la cancelación del Estado social, la reforma de los salarios, los licenciamientos, los contratos de área, el trabajo interino, una primera reforma de las pensiones y, con ellos, un diluvio de medidas económicas que han podado los ya magros salarios, cuyo poder adquisitivo ha sido retrotraído al nivel de los inicios de los años 70. La continuación de la lucha de clases no puede más que partir de este nivel, o bien de la consciencia de una derrota histórica por su dimensiones y por su intensidad y de una relación de fuerzas entre las clases favorable, nunca como hoy, a la burguesía. El punto de partida debe, por consiguiente, ser bajo, como el nivel de politización del proletariado. Es necesario volver a partir del ABC de la lucha de clase, haciendo contemporáneamente plaza arrasada de todos los vestigios de la ideología burguesa (vale decir, de las nociones según las cuales no existe alternativa a la actual forma productiva y hablan de la necesidad de la política de los sacrificios, del fin de la lucha de clases, de que estamos todos en el mismo barco...) y de las ilusiones del radical reformismo (trabajar todos, trabajar menos con paridad de salario, crear la alternativa al capitalismo al interior del capitalismo mismo, la vía reformista al comunismo).

Antes resistir

El otro punto de partida de la lucha de clase pasa por la resistencia que el proletariado saldrá a organizar contra los ataques de la burguesía, la resistencia que hasta hoy casi ha faltado completamente y sobre la cual ha de reconstruirse la conciencia de clase y la recomposición política. No tanto porque, persistiendo el actual cuadro de referencia económico, político e institucional, se pueda detener el ataque de la burguesía, cuanto porque el organizar la resistencia contra los ataques de la burguesía significa:

  1. enlentecer o, cuando menos, hacer más difícil el proceso de expoliación en las confrontaciones de la fuerza de trabajo,
  2. recomenzar a poner los problemas organizativos y políticos de la defensa de los intereses inmediatos,
  3. sobre esto reconstruir la identidad de clase que la burguesía, con la ayuda de los sindicatos, del viejo y del nuevo reformismo habían casi completamente liquidado.

Luego atacar

Incluso si la segunda fase no debe necesariamente abrirse después de la finalización de la primera, lo mejor sería que las dos fases fuesen concomitantes o inmediatamente subsiguientes. Dado el actual bajo nivel de la tensión social, si la lucha de clase no despega desde el terreno económico reivindicativo, difícilmente podrá llegar al terreno político. Ataque no significa la escalada al cielo en la visión utopista del ordinario radical reformismo, sino comenzar a desembarazarse de la incómoda situación de defenderse para soportar mejor el peso de los ataques, para dar vida a reivindicaciones concretas, posibles, llevarlas hacia su límite, para luego encender la cuestión política. Si defenderse significa encauzar en la fábrica y en la sociedad los ataques del capital, para atacar es necesario ligar la lucha contingente, cotidiana, reivindicativa a una estrategia política. Esto implica tener clara consciencia de que las reivindicaciones son la condición primaria, pero también el límite de la lucha de clase; significa que las reivindicaciones posibles se han de perseguir hasta el fondo y, en el caso de las no compatibles con el sistema, pero necesarias al proletariado como a toda la sociedad, que el enfrentamiento se pone a nivel político revolucionario.

La globalización de las luchas

El internacionalismo proletario, o bien la internacionalización de las luchas tanto a nivel político como reivindicativo, siempre ha estado en la base de la estrategia revolucionaria, aun cuando nunca como en esta fase de la historia. La globalización de la economía, la descentralización productiva, la búsqueda de mercados en los cuales el costo de la fuerza de trabajo sea netamente inferior al del mercado interno, el empleo creciente de trabajo no tutelado proporcionado por los inmigrantes, tanto en Europa como en los USA y en Japón, imponen una estrategia de luchas que, por sectores homogéneos, empiece a proponerse sobre una escala no sólo nacional, sino con contornos más amplios como los trazados por el moderno capital.

Milán, 25-27 abril 1997

Tesis del VI Congreso del PCInt

VI Congreso del Partito Comunista Internazionalista (Battaglia Comunista)

Milán, 25-27 abril 1997: VI Congreso del Partito Comunista Internazionalista (Battaglia Comunista)
Milán, 25-27 abril 1997