El «socialismo» bolivariano va de farol

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En Venezuela, las masas proletarias (especialmente) ya llevan semanas saliendo a la calle.

El lado bueno es que están hartos, aunque sea con consignas democráticas, de que les tomen el pelo quienes -desde los tiempos de Chávez hasta los de Maduro- utilizan el nombre del socialismo para disfrazar que el bolivarismo no era más que, bajo el maquillaje de una institucionalidad democrática completa con parlamento y oposición, la forma (más o menos) estatal de oprimir a los trabajadores y administrar la propiedad de fábricas, empresas y bancos, donde poco o nada cabía la disidencia.

Lo malo es que, en ausencia de una organización verdaderamente revolucionaria, estos miles de explotados se convertirán en una masa de maniobra de una parte de la burguesía -la que mira a EEUU y al capitalismo bajo el disfraz de la libre empresa y de la propiedad ya no estatal sino privada de los medios de producción- contra la otra parte. El régimen de Chávez y más tarde de Maduro ha podido disfrutar de una fase de relativo crecimiento financiado a través de los ingresos del petróleo y las asociaciones con los países del bloque imperialista opuesto a la OTAN, el triángulo Moscú-Pekín-Teherán.

El resultado fue el desarrollo de un estado del bienestar que - al menos en los primeros tiempos - garantizaba cierto acceso a los sistemas de salud, bienestar y educación, y reducía la pobreza extrema. Sin embargo, en sí mismo no tuvo mucho efecto en las relaciones de poder entre el capital (estatal y privado) y el trabajo. Las relaciones de dominación del primero sobre el segundo se mantuvieron como antes, mientras el trabajo era aplastado por la miseria desatada con el ir y venir de los precios del petróleo en particular. De hecho, toda la economía venezolana dependía del oro negro, en el que estaba fijada y que se había mostrado incapaz de diversificar las exportaciones y la economía en general. A la crisis económica siguió inevitablemente la crisis del chavismo, a caballo entre la muerte del líder que le dio nombre y la llegada de Maduro.

Tras la victoria electoral de la oposición a Maduro, su respuesta fue llenar la judicatura venezolana de hombres afines a él y luego crear una asamblea formada exclusivamente por bolivaristas. Más tarde, en 2019, el país también pasó por la fase del enfrentamiento entre Maduro y Guaidó -el líder del bando que miraba a la Casa Blanca- hasta llegar a la fase postelectoral de 2024.

En el transcurso de la misma, el tándem opositor Machado-Uritia, en el que la primera ha sido la verdadera alma de la coalición pero el segundo fue el candidato debido a las maniobras judiciales de Maduro para expulsar a Machado de la contienda, la sociedad venezolana se ha enfrentado a la devaluación de la moneda, al aumento de la inflación, a la dramática escasez de medicinas en las farmacias y de productos en los supermercados, al recurso frecuente a los apagones en los centros urbanos para ahorrar energía y a los más de 8 millones de emigrantes que representan el mayor éxodo de la historia en tan poco tiempo.

A pesar de que Maduro lo ha intentado todo, incluyendo, por supuesto, jugar la carta nacionalista con el propósito de alisarle el pelo a los altos mandos de las fuerzas armadas en la reivindicación de la región del Esequibo, en Guyana, para Caracas, y a pesar de intentar restablecer relaciones económicas con los tan odiados yanquis a quienes, se dio cuenta, si quiere sobrevivir, necesita vender su petróleo -y ellos para sus propias necesidades, comprarlo-, las cosas se le han ido de las manos. El país está dividido entre los que impugnan el resultado victorioso del presidente saliente y los que apoyan su autenticidad. Ambos bandos se enfrentan para apoyar dos formas distintas de explotación del proletariado y dictadura de la burguesía, aunque disfrazadas de maneras diferentes.

Gane el frente que gane, los trabajadores venezolanos siguen perdiendo, porque cambien o no las formas, la realidad de sacrificios, sangre y sudor siempre permanecerá para ellos. La única esperanza para el proletariado venezolano es cuidarse de los ‘consensuadores’, demagogos a sueldo de tal o cual parroquia burguesa que pueden argumentar sobre todo, pero de una cosa no discuten nada: el capitalismo no se toca.

El llamamiento que hacemos tanto a los individuos como a las vanguardias dispersas dentro de esas fronteras, además del de crear un partido revolucionario, arma política indispensable, es el de dar confianza a los explotados de que aún es posible una sociedad alternativa al capitalismo, que en esa sociedad las máquinas en las que trabajarán o los medios de transporte que utilizarán no serán propiedad del estado sino de todos, es decir, de la comunidad que, una vez eliminadas las desigualdades, es decir, las clases, prescindirá también del estado -que será arrojado al vertedero- junto a los dirigentes del bolivarismo que hasta ahora les han engañado, porque a éstos les separa del comunismo una distancia abismal.

La Vespa Rossa

El viernes, el 9 de agosto de 2024

PS Los camaradas franceses del GRI también han elaborado un artículo sobre Venezuela, en el que, en la misma línea, huelga decirlo, citan datos adicionales: leftcom.org

Sunday, September 1, 2024