Conciencia de clase y organización revolucionaria (Capítulo IX): El idealismo del bordiguismo

Capítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VCapítulo VICapítulo VIICapítulo VIIICapítulo IXCapítulo X

Hasta ahora hemos estado argumentando que para la clase obrera, una clase sin una forma de propiedad que desarrollar, o defender, la única forma permanente en que puede unirse es en forma de una organización con un programa que exprese su conciencia revolucionaria. Así, una organización política como un partido es un producto inevitable de una clase obrera revolucionaria. Por muy importante que llegue a ser numéricamente este partido, siempre seguirá siendo una minoría, ya que mantenemos la opinión de Marx de que sólo en el proceso de la propia revolución se transformará la visión del mundo de la mayoría de la clase.

Por lo tanto, la preparación real y la dirección del derrocamiento del estado capitalista en todo el mundo son tareas para las que la lucha de clases crea un partido internacional. Sin embargo, como hemos visto antes, la naturaleza de ese partido y su relación con la clase no eran claramente comprendidas por la mayoría de los socialdemócratas. Seguía siendo un problema tanto en la Internacional Comunista como en los debates dentro de la Izquierda Italiana que intentaba enfrentarse a una contrarrevolución sin precedentes. A esto nos referimos ahora.

La Internacional Comunista

La organización política internacional más revolucionaria creada en la oleada revolucionaria posterior a la Primera Guerra Mundial fue la Internacional Comunista. La Internacional Comunista o Tercera Internacional se creó en Moscú en 1919. En un principio se había previsto celebrar el Congreso fundacional en Alemania, pero la revuelta prematura de los Espartaquistas y su posterior masacre hicieron que se descartara esa opción.

La vida de la Internacional comenzó verdaderamente con el II Congreso en 1920. Las Tesis sobre la función del partido comunista en la revolución proletaria reafirmaron la posición marxista básica sobre la relación del partido con el desarrollo de la lucha de clases (aunque podría haberse omitido la referencia darwiniana al “proceso de selección natural”).

1. El Partido Comunista es una parte de la clase obrera, y precisamente la parte más avanzada, más consciente, y, por consiguiente, más revolucionaria. El mismo se forma mediante la selección espontánea de los trabajadores más conscientes, más devotos, más lúcidos. El Partido Comunista no tiene intereses diferentes de los de la clase obrera. El Partido Comunista se distingue de la totalidad de los trabajadores porque posee una visión general del camino que la clase debe recorrer históricamente y, en todos los virajes del mismo, defiende los intereses no de grupos o de categorías parciales, sino los de toda la clase obrera.

Las Tesis también subrayan la importancia del papel del Partido Comunista en relación con los órganos de toda la clase, como los consejos obreros o los soviets.

El ascenso de los soviets como forma básica históricamente descubierta de la dictadura del proletariado no disminuye en absoluto el papel dirigente del Partido Comunista en la revolución proletaria. Cuando los comunistas “de izquierda” alemanes dicen [véanse su llamamiento al proletariado alemán del 14 de abril de 1920 firmado Partido Comunista Obrero de Alemania (KAPD - ed.)] que “el partido también debe adaptarse cada vez más a la idea soviética y asumir un carácter proletario” [Kommunistische Arbeiterzeitung nº 54], se trata de una expresión confusa de la idea de que el Partido Comunista debe fusionarse con los soviets y que los soviets deben sustituir al Partido Comunista. Esta idea es básicamente errónea y reaccionaria.
Hubo un período en la historia de la Revolución rusa en que los soviets marchaban contra el partido proletario y apoyaban la política de los agentes de la burguesía. Lo mismo ocurrió en Alemania. Lo mismo es posible también en otros países.
Para que los soviets puedan cumplir sus tareas históricas, es imprescindible un Partido Comunista fuerte, un partido que no se “adapte” simplemente a los soviets, sino que sea capaz de conseguir que los soviets no se “adapten” a la burguesía y a la socialdemocracia blanca, un partido que a través de sus fracciones en los soviets sea capaz de hacer que éstos le sigan.

Tesis 8

¿Y cómo podría ser de otro modo, a menos que pensemos que la conciencia comunista es generada por alguien más que por aquellas partes de la clase obrera que ya están luchando por cambiar el sistema? Las Tesis, sin embargo, guardan silencio sobre la relación precisa entre el partido y el soviet, y esto resultaría ser una omisión significativa. Lo que la Revolución Rusa nos enseñó fue que la construcción del socialismo, el cambio real del modo de producción, sólo puede ser logrado por la propia mayoría de la clase obrera, a través de sus órganos de clase (en el caso de Rusia, los soviets). Si los soviets no adoptan y llevan a cabo medidas comunistas, entonces la situación revolucionaria ha pasado. No hay forma de que el partido pueda asumir este papel por sí mismo. Lo que el Partido no es es un gobierno en espera (en el sentido en que lo son los partidos burgueses), ni asume el papel y las funciones del Estado.

Cuando los bolcheviques llegaron al poder, comprendían en cierto modo esta situación. Lenin exhortaba constantemente a los trabajadores en los primeros meses después de octubre de 1917 que ellos mismos construyan el socialismo porque “nadie puede hacerlo por ustedes”.(1) La señal más clara de que la contrarrevolución estaba en marcha llegó cuando los bolcheviques, ante la necesidad de crear un ejército permanente (el Ejército Rojo) para luchar contra los blancos y el imperialismo internacional en la guerra civil de 1918-21, emprendieron el camino de la construcción de un estado.

Esto fue acompañado de la creación de una vasta burocracia que, con el tiempo, formó parte de una nueva clase dominante, inclusive con (después de la Segunda Guerra Mundial) el derecho a transmitir privilegios hereditarios. Después de Kronstadt, muchos bolcheviques llegaron a la conclusión de que el Partido era el estado y empezaron a justificar teóricamente el dominio del Partido como lo mejor para la clase obrera. La “dictadura del proletariado” de Marx se interpretó como la “dictadura del partido”. Esto no se comprendió plenamente en aquel momento y esta comprensión parcial se refleja en las Tesis sobre la función del partido comunista en la revolución proletaria. Mientras que las Tesis 9 y 11 son correctas al ver la necesidad de que el Partido Comunista siga existiendo hasta la abolición final de la sociedad de clases, la Tesis 10 es más una descripción del estado de cosas existente en la RSFSR que un análisis teórico del camino hacia la emancipación proletaria internacional. Concluye:

En la organización de un nuevo Ejército Rojo proletario, en la destrucción real del aparato estatal burgués y su sustitución por el comienzo de un nuevo aparato estatal proletario, en la lucha contra las estrechas tendencias artesanales entre grupos de trabajadores, en la lucha contra el “patriotismo” local y regional, en despejar el camino para la creación de una nueva disciplina laboral - en todos estos campos el Partido Comunista tiene la palabra decisiva. Con su propio ejemplo, sus miembros deben inspirar y dirigir a la mayoría de la clase obrera.

Claro, los miembros del Partido Comunista deben inspirar al resto de la clase obrera, pero las referencias al “aparato estatal proletario” ya apuntan en la dirección equivocada. En El Estado y la revolución Lenin había entendido que la clase obrera produciría a lo máximo un “semi-estado” que perdería su carácter opresivo con la supresión de la última clase explotadora de la historia. Pero esto fue escrito en 1917 y la realidad fue que a partir de 1918 la experiencia proletaria en Rusia ya estaba en retroceso. Y en 1920 la confusión entre partido y Estado ya estaba minando la idea de que la extensión internacional de la revolución era la tarea principal del Partido Comunista.

Aunque sus miembros pueden “inspirar y dirigir a la mayoría de la clase obrera en los soviets”, el Partido como organismo no es una institución de ningún territorio existente conquistado por la clase obrera. Su tarea es extender la revolución internacional. En este sentido, fue trágico que no se celebrara el congreso fundacional de la Comintern en Alemania, como se había planeado originalmente. Esto habría subrayado que la Internacional Comunista era un instrumento de la revolución mundial y no un brazo del Estado ruso, como inevitablemente llegó a ser cuando la oleada revolucionaria se había retirado.

Así las cosas, la Internacional Comunista pasó a formar parte del aparato de un nuevo Estado y se convirtió cada vez más en un instrumento de su política exterior en la lucha con los Estados imperialistas (en cuya órbita el nuevo Estado se vio gradualmente obligado a operar). Y aquí es precisamente donde hay que hacer la distinción entre partido y Estado. Si los soviets de un determinado bastión proletario necesitan crear Ejércitos Rojos u otras instituciones que formen parte de un nuevo Estado, se trata de un paso atrás temporal que pueden verse obligados a dar. Aunque sus propios miembros participen en los debates de esos soviets, el Partido, como organismo, permanece al margen de ese proceso. En Rusia, la guerra civil y la diezmación de la clase revolucionaria original hicieron que, como vimos en capítulos anteriores, el partido asumiera cada vez más funciones estatales.

Peor aún, la identificación del Partido con el Estado, y no con la lucha proletaria internacional, minó también las perspectivas de defensa del comunismo a escala mundial. Las consecuencias de este fracaso viven hoy entre nosotros. Y fue en la esfera internacional donde los antepasados de la actual Izquierda Comunista (y por tanto de la Tendencia Comunista Internacionalista) surgieron por primera vez como una tendencia distinta. Hay mucha confusión en torno a esto, tanto en términos teóricos como históricos, por lo que debemos analizarlo aquí. Al mismo tiempo, los debates en la izquierda comunista internacionalista también ponen de relieve la necesidad de examinar la naturaleza del propio partido de clase.

La Izquierda Italiana

Si el error de los que hoy buscan inspiración en las corrientes consejistas que rinden homenaje a la Izquierda Alemana (véase el capítulo 6) es negar la necesidad de una organización cualquiera que dé expresión a nuestra conciencia de clase revolucionaria, el error de los que surgieron de la Izquierda Italiana, a los que hoy llamamos bordiguistas, es ver el Partido no sólo como el instrumento del liderazgo revolucionario, sino también como el órgano del poder después de la revolución.

Llegan a esta posición mediante una lógica muy elegante, pero no dialéctica, ya que deja de lado el contexto en el que deberá construirse el comunismo. Mientras que la democracia capitalista depende para su funcionamiento de la pasividad de los trabajadores, el futuro “semi-estado” comunista será totalmente diferente a todo lo visto anteriormente. Sólo podrá triunfar mediante la participación activa de la mayoría de la clase obrera. Su única justificación para seguir existiendo, es la existencia de clases sociales hostiles. Cuando éstas desaparezcan y surja una sociedad sin clases, el Estado desaparecerá y los órganos de administración política se convertirán en órganos de la toma de decisiones económica racional: la sociedad de los “productores libremente asociados” prevista en el Manifiesto Comunista.

Sin embargo, esto es anticipar nuestro argumento. En la década de 1920, nuestros antepasados del Partido Comunista de Italia, un partido fundado por la Izquierda bajo el liderazgo del personaje formidable de Amadeo Bordiga, compartían una crítica común de la degeneración de la III Internacional. Para ellos, la adopción en el III Congreso de la Comintern en 1921 de la consigna “A las masas” no era necesariamente un error, ya que dependía de lo que significaba ir a las masas. Si significaba unir a todos los trabajadores en luchas comunes estaba bien, pero si significaba frentes unidos con los dirigentes de los mismos Partidos Socialistas que ya se habían negado a unirse a la Internacional Comunista, por la muy buena razón de que estaban en contra de la revolución, entonces no sólo era oportunismo sino incluso negligencia en su deber de clase.

Sin embargo, la Izquierda Italiana no se dividió por esto, sino que siguió luchando por mantener a la Comintern en el camino de la revolución internacional. Persistieron en verse a sí mismos como una sección de un partido centralizado internacionalmente. De hecho, podría decirse que llevaron este principio al extremo, ya que aceptaron que, como estaban en minoría dentro de la Internacional en luchar contra la política de frente único adoptada en el IV Congreso de la Comintern en 1922, era lógico que la dirección de la Comintern (que estaba naturalmente dominada por el Partido ruso) sustituyera a Bordiga y a la Izquierda como dirigentes del Partido italiano, a pesar de que había una mayoría aplastante tanto a favor de Bordiga como de las posiciones de la Izquierda en el Partido italiano. Ni siquiera la entrada de los centristas del Partido Socialista de Serrati en el partido minó la popularidad de la Izquierda y Gramsci (elegido por la Comintern para dirigir el PCd’I cuando Bordiga fue encarcelado por los fascistas) tuvo que recurrir a métodos de los que Stalin se habría sentido orgulloso en 1926 en el Congreso de Lyon para asegurarse de que se aceptara la línea de la Comintern.(2)

Los dos años rojos 1919-20

Fue la tradición de los comunistas de izquierda italianos en torno a Bordiga la que dio el apoyo más coherente a las ideas revolucionarias de Marx sobre la clase y la conciencia de clase. En la época de las ocupaciones de fábricas en Turín en 1919-20, Bordiga ya había argumentado contra los ordinovisti liderados por Gramsci, que la lucha económica de clase, aunque fuera por el control de los medios de producción, era bastante compatible con el orden burgués, y no generaba su propia conciencia socialista independiente.(3)

Además, Bordiga reafirmó el axioma marxista de que las ideas dominantes son las de la clase dominante y que, en condiciones de explotación capitalista, una mayoría del proletariado no puede devenir comunistas conscientes. Sólo al formar un partido político, que agrupa necesariamente a una minoría de la clase, puede el proletariado empezar a afirmar su independencia ideológica de la clase dominante. El partido, destilando y devolviendo a la clase su propia experiencia histórica, y las lecciones de la misma, podría provocar la transformación de las chispas de conciencia de trabajadores individuales en la conciencia de clase revolucionaria necesaria para derrocar el orden capitalista. En ese mismo proceso revolucionario, dirigido por el partido, capas cada vez mayores del proletariado, en el curso de un movimiento práctico, elevarían su conciencia a la de su guardia avanzada. Los resultados de las grandes batallas de clase de los trabajadores italianos de 1919-20 confirmaron este análisis.

Mientras Gramsci alababa las ocupaciones de las fábricas del Biennio Rosso (Bienio Rojo) como “soviets”, Bordiga señalaba correctamente que se trataba más de comités de fábrica que de soviets u órganos de poder de toda la clase. Bordiga también se opuso a la idea de que los comités de fábrica pudieran gestionar la producción y hacer que el capitalismo fuera irrelevante sin desafiar al sistema político capitalista.

No nos gustaría que las masas trabajadoras se hicieran a la idea de que lo único que tienen que hacer para apoderarse de las fábricas y deshacerse de los capitalistas es crear consejos…
Estos estallidos fútiles y continuos que agotan diariamente a las masas deben fusionarse, organizarse en un gran esfuerzo global que apunte directamente al corazón de la burguesía enemiga.
Esta función sólo puede y debe ser ejercida por el partido comunista que, en el momento actual, no tiene ni debe tener otra tarea que la de orientar su actividad a hacer que las masas trabajadoras sean más conscientes de la necesidad de este paso político. Esta es la única vía directa que les permitirá tomar posesión de la fábrica, mientras que proceder de otro modo será luchar en vano.

Bordiga en Il Soviet 22.2.1920, reimprimido en Antonio Gramsci: Escritos políticos seleccionados 1910-20 ed. Quintin Hoare, o.235

Estas resultaron ser palabras proféticas cuando las masivas luchas espontáneas de la clase no lograron desafiar al Estado, no lograron generar conciencia socialista y, en cambio, atrapados en la ideología de la autogestión, fueron conducidos a la derrota. Bordiga criticó ahora la idea de que la conciencia surgiera de “formas” de lucha económica.

Una interpretación totalmente errónea del determinismo marxista y una concepción limitada del papel que desempeñan la conciencia y la voluntad en la formación, bajo la influencia original de los factores económicos, de las fuerzas revolucionarias, llevaron a mucha gente a buscar un sistema mecánico de organización que por sí mismo bastaría para hacer que las masas se dirigieran hacia la revolución con la máxima eficacia revolucionaria.

Partido y clase 1921

Es correcto decir que la lucha de clases diaria no produce automáticamente la comprensión comunista en toda la clase; ni siquiera la produce automáticamente en un solo proletario. Incluso aquellos proletarios, como Weitling y Dietzgen, que contribuyeron al pensamiento socialista, lo hicieron mediante el estudio científico de la historia de la clase obrera, y la restitución de sus lecciones a la clase mediante la acción política. Las condiciones de existencia del proletariado permiten que sólo una minoría sea receptiva a tales doctrinas bajo la explotación capitalista. Esto conduce a la formación de un partido y a la transformación de la experiencia de los trabajadores en conciencia y voluntad.

La clase se origina en una homogeneidad inmediata de intereses económicos que aparecen como la fuerza motriz primaria de la tendencia a destruir e ir más allá del actual modo de producción. Pero para asumir esta tarea, la clase debe tener su propio pensamiento, su propio método crítico, su propia voluntad orientada a fines precisos por la investigación y la crítica, y su propia organización de lucha que canalice y utilice con la máxima eficacia sus esfuerzos y sacrificios colectivos. Todo esto constituye el Partido.

Partido y clase 1921

Los errores del bordiguismo

Había, sin embargo, algunas distorsiones en la visión de Bordiga sobre la conciencia de clase. En los años de contrarrevolución, durante los cuales Bordiga evitó todo contacto con sus camaradas en la Izquierda Italiana, estos errores se endurecieron en posiciones políticas que finalmente resultaron ser un paso atrás. Bordiga tenía toda la razón al insistir en que no se puede hablar de conciencia comunista en el proletariado, ni de independencia de clase hasta que

podamos reconocer una tendencia social, o un movimiento orientado hacia un fin determinado, entonces podemos reconocer la existencia de una clase en el verdadero sentido de la palabra. Pero entonces el partido existe de forma material, aunque no formal.

Partido y clase 1921

Pero es bastante erróneo pasar de este punto, y afirmar que si el partido de clase no existe, entonces la clase misma no existe. O, como él dice,

Ni siquiera se puede hablar de una clase a menos que exista una minoría de esta clase que tienda a organizarse en un partido político.

De ahí a considerar que la clase en sí, que lucha económicamente en el plano de la identidad de clase, es simplemente una clase para el capital, y que su experiencia carece de valor, no hay más que un paso lógico. En la concepción de los herederos de Bordiga, el Partido Comunista Internacional (PCI), el programa se convierte en un conjunto de mandamientos, divorciado de la experiencia de la clase, o en el mejor de los casos meramente confirmado por ella, en lugar de, como en la concepción marxista viva, ser enriquecido por ella.

La teoría marxista es un bloque invariable desde sus orígenes hasta su victoria final. Lo único que espera de la historia es encontrarse cada vez más estrictamente aplicada y, en consecuencia, cada vez más profundamente grabada con sus rasgos invariables.

Programa Comunista 2 p.7

Aparte de sonar como una pieza de teleología hegeliana, esta insistencia en la “invariabilidad” parece ignorar, no sólo los avances teóricos y los cambios que Marx hizo en sus puntos de vista en el curso de su reflexión sobre el desarrollo de la lucha de clases, sino también la contribución de la acción de la clase al enriquecimiento del programa comunista. Por ejemplo, la posición de Marx sobre el Estado, desde la de asumirlo hasta la de aplastarlo, vino directamente de la experiencia de la Comuna de París de 1871. Es muy cierto que, aunque fueron los obreros parisinos quienes “asaltaron el cielo” (Marx) ese año, fue Marx, sobre la base de la experiencia de la Comuna, quien desarrolló la teoría de la dictadura proletaria, y no los obreros de París, ni individual ni colectivamente. Sin embargo, fue la experiencia concreta de la clase concreta la que forjó la base para el desarrollo de la teoría marxista, en este caso como en otros.

Partido y clase

Sin embargo, las formulaciones erróneas de las posiciones de Bordiga, que más tarde florecieron como caricaturas en los diversos Partidos Comunistas Internacionalistas bordiguistas, no han permanecido incontestadas en la tradición de la Izquierda Italiana. El reconocimiento de que es necesario que la clase obrera luche y cree un partido de clase que englobe su conciencia de clase revolucionaria, siempre ha sido defendido por nuestros camaradas del Partido Comunista Internacionalista (PCInt.). Defendían con firmeza que este partido no puede ser “producto del último minuto”, sino que tiene que existir para defender las posiciones comunistas dentro de la clase obrera antes de cualquier estallido revolucionario, por pequeño e impopular que sea su atractivo en las condiciones normales de explotación capitalista. Con esta comprensión se fundó el Partido Comunista Internacionalista por Onorato Damen, Luciano Stefanini (“Mauro”) y otros, en la clandestinidad en 1943.

Pronto atrajo a la mayoría de los miembros de la Izquierda Italiana que habían sobrevivido a los ataques del estalinismo, el nazismo y el fascismo, o dentro o fuera de Italia. Bordiga, que no había dicho nada político desde 1927, al principio no lo apoyó. Al inicio aconsejó a sus partidarios que entraran en el Partido Comunista Italiano (PCI) estalinista de Togliatti, pero finalmente el éxito del nuevo partido atrajo su apoyo. Sin embargo, sus ideas se habían fosilizado y pronto empezó a oponerse a los principios fundacionales del PCI. Fueron muchas las cuestiones por las que dividió el partido en 1951, pero la de la naturaleza y el papel del Partido fue una de las más significativas. Mientras que los “bordiguistas” (como se les conocerá en adelante) sostenían que

"El Estado proletario sólo puede estar dirigido por un único partido... el partido comunista gobernará solo, y no abandonará nunca el poder sin combatir materialmente…" (Dictadura proletaria y partido de clase de Battaglia Comunista 3, 4 y 5, 1951 – traducido en Programa Comunista (marzo de 1976) p.49)

el Partido Comunista Internacionalista en su Plataforma Política de 1952 sostuvo que,

"No hay posibilidad de emancipación de la clase obrera, ni de construcción de un nuevo orden social, si éste no surge de la lucha de clases…
En ningún momento y por ningún motivo el proletariado abandona su papel combativo. No delega en otros su misión histórica y no cede el poder a nadie, ni siquiera a su partido político." (p.5-6, nuestro énfasis).

El bordiguismo parece osificado en torno a las Tesis de la Comintern de 1920 que ya estaban, como hemos visto, afectadas por la transformación del Partido Ruso en una nueva clase dominante. De hecho, el programa comunista “invariable” del bordiguismo parece sufrir de un tipo selectivo de invariabilidad. La idea de que los trabajadores necesitan un Estado unipartidista se añade a su dogma, ¡pero la posibilidad que ofrecen los soviets de crear un semi-Estado que se marchitará una vez suprimida la burguesía es una novedad peligrosa! Sin embargo, criticar los errores bordiguistas es relativamente fácil. Es más difícil partir de ahí y elaborar una posición marxista coherente sobre la conciencia de clase. Como creemos que nuestros camaradas lo han hecho, no podemos hacer nada mejor que dejarles hablar por sí mismos.

Una vez más volvemos al punto esencial de la doctrina comunista según el cual existe una gran diferencia entre la “instinto de clase” y la “conciencia de clase”. El primero nace y se desarrolla en el seno de las luchas obreras como patrimonio de los propios trabajadores; procede del antagonismo de los intereses materiales y se nutre de las crecientes condiciones económicas, sociales y políticas provocadas por este antagonismo. La segunda conciencia nace del examen científico de las contradicciones de clase, crece con el crecimiento del conocimiento de estas contradicciones; vive y se nutre del examen y elaboración de los hechos procedentes de las experiencias históricas de la clase ... La conciencia socialista es la reflexión científica sobre las experiencias de la clase y sobre los problemas que plantea, desarrollada por quienes disponen de los medios para emprender esta reflexión y se identifican políticamente con la clase.

Prometeo, primer semestre de 1978

Esta discusión nos remite a las cuestiones planteadas en los dos primeros capítulos. La aparente contradicción entre las ideas de Marx de que “las ideas dominantes son en todas partes las de la clase dominante” y, sin embargo, “la emancipación de la clase obrera debe ser tarea de los propios obreros” sólo se resuelve reconociendo que la organización proletaria tiene dos vertientes. En primer lugar, necesita un instrumento político que una y elabore su conciencia colectiva anticapitalista. Este órgano transforma las lecciones abstractas de la experiencia proletaria del pasado en un programa concreto de acción de clase. En segundo lugar, necesita organismos de clase que, cuando asuman el programa comunista, sean los verdaderos medios de transformación de la sociedad.

La existencia misma de estas organizaciones no es una garantía de victoria proletaria, pero sin ambas (u otras organizaciones similares aún por descubrir) ni siquiera podemos hablar de una posibilidad real de éxito.

La naturaleza de un partido de clase

Otra cuestión que surge naturalmente de la escisión bordiguista del PCInt es la naturaleza del partido de clase. La mayoría de las personas que apoyan la idea de la emancipación proletaria pero que rechazan la idea del partido también basan su opinión en las experiencias negativas del pasado. Esto es particularmente verdad en el caso de la evolución del Partido Bolchevique hacia el monstruo estalinista en que se convirtió en la década de 1930. Esta evolución comenzó antes de la muerte de Lenin y, como hemos visto, estuvo íntimamente relacionada con el hecho de que el Partido se convirtiera en el propio Estado.

La prohibición de las facciones en el X Congreso del Partido en 1921 tiene una importancia enorme en este respecto porque también representó el abandono por parte de los bolcheviques de una de sus mayores fortalezas anteriores, que era la existencia de una multiplicidad de opiniones en su seno. Fue la falta de monolitismo de los bolcheviques la que fue fuente de su dinamismo dentro de la clase obrera. La orientación prerrevolucionaria de los bolcheviques hacia la clase obrera, y su postura casi aislada de transformar la guerra imperialista en la guerra civil, fueron los cimientos de su transformación en verdadero instrumento de la clase en 1917.

El bolchevismo no surgió de las páginas de ¿Qué hacer? sino de su atractivo directo al nivel creciente de la conciencia de clase a medida que avanzaba la guerra.(4) El punto significativo de este episodio es que el partido, por pequeño que sea (y los bolcheviques sólo tenían 8.000 miembros en febrero de 1917) debe existir antes de un acontecimiento revolucionario general. Manteniendo el programa revolucionario (producido por la experiencia histórica de la clase obrera) dentro de la clase obrera (por impopular que esto pueda parecer a corto plazo), puede convertirse en el vehículo en torno al cual la clase obrera puede agruparse en su asalto inicial al capitalismo.

Dentro del Partido Bolchevique, el principio rector era el del “centralismo democrático”. Esto significaba que la dirección del Partido era elegida por sus miembros y que las cuestiones políticas claves se decidían en Congresos de todos los miembros. En los años anteriores a 1917 y hasta 1921, el Partido Bolchevique a todos los niveles se caracterizó por fuertes desacuerdos y debates serios pero animados. Fue esta capacidad de iniciativa de las bases lo que contribuyó a hacer del bolchevismo una fuerza tan dinámica dentro de la clase obrera. Esta actividad de las bases era en realidad una mejor garantía de una vida interna saludable que el centralismo democrático, ya que con la caída de la iniciativa local durante la guerra civil, el partido empezó a degenerar. Bajo Stalin el toque final a esta degeneración era distorsionar la propia historia del partido. El monolitismo y la “disciplina” pasaron a ser identificados y elogiados como las fuentes del éxito del partido en 1917. Esta reescritura de la verdadera historia del bolchevismo fue fundamental para el mito estalinista del omnisciente Partido (y del Gran Líder).

El elemento democrático del “centralismo democrático” se vio socavado primero por el control de Stalin sobre los nombramientos de los secretarios locales del partido (que amañaban las elecciones), y después por el sistema de clientelismo que completó la transformación de lo que antes había sido una fuerza de lucha por la revolución en una nueva clase dominante. El centralismo democrático entendido sólo como centralismo estalinista sigue haciendo que el término sea odioso para mucha gente hoy en día. La cuestión clave no es cómo llamarlo, sino el reconocimiento de que tiene que haber algún mecanismo para que los miembros del partido decidan sobre la política y la dirección de su propio partido. La tolerancia de las facciones, e incluso de las tendencias, y un mecanismo que garantice la democracia interna son básicos para asegurar la vitalidad de una organización revolucionaria.

Enfrentada a su propia lucha contra la degeneración de la Comintern, la Izquierda Italiana también prestó cierta atención a esta cuestión. A medida que el centralismo democrático se convertía en su opuesto a través del proceso de “bolchevización” (es decir, el estalinismo), plantearon la idea de que se necesitaba algo más. En las Tesis al Congreso de Lyon del Partido Comunista de Italia, la Izquierda Comunista escribió;

Otro aspecto de la consigna de la bolchevización es considerar como garantía segura de la eficiencia del partido una completa centralización disciplinaria y una severa prohibición del fraccionismo. La última instancia para todas las cuestiones controvertidas es el órgano central internacional, en el cual tiene - si no jerárquicamente, al menos políticamente - la hegemonía el Partido Comunista Ruso.
Esta garantía en realidad no existe, y todo el planteamiento del problema es inadecuado. De hecho, no se ha evitado el desenfreno del fraccionismo en la Internacional, sino que, por el contrario, ha sido estimulado bajo formas disimuladas e hipócritas. Por otra parte, desde el punto de vista histórico, la superación de las fracciones en el partido ruso no ha sido un expediente ni una receta de efectos mágicos aplicada en el terreno estatutario, sino que ha sido el resultado y la expresión de un feliz planteamiento de los problemas de doctrina y de acción política.
Las sanciones disciplinarias son uno de los elementos que garantizan contra las degeneraciones, pero a condición de que su aplicación quede en los límites de los casos excepcionales, y no se vuelva la norma y casi el ideal de funcionamiento del partido.
La solución no está en una exasperación vana del autoritarismo jerárquico, a la que le falta la investidura inicial, ya sea porque las experiencias históricas rusas, aunque grandiosas, son incompletas, o porque, de hecho, en la Vieja Guardia misma, custodia de las tradiciones bolcheviques, se han resuelto desacuerdos en maneras que no pueden ser considerada a priori como las mejores. Del mismo modo, tampoco existe la solución en una aplicación sistemática de los principios de la democracia formal, que en el marxismo no tiene otra función que la de una práctica organizativa que puede ser cómoda.
Los partidos comunistas deben realizar un centralismo orgánico que, con las máximas consultas posibles con la base, asegure la eliminación espontánea de toda agrupación que tienda a diferenciarse. Esto no se obtiene con prescripciones jerárquicas formales y mecánicas; sino, tal como dice Lenin, con la justa política revolucionaria.(5)

Esta búsqueda de una nueva fórmula organizativa es totalmente comprensible dada la degeneración tanto del Partido Comunista de la Unión Soviética como de la Comintern. Así, a la Izquierda Italiana se le ocurrió la idea de que era necesario algo más que el mero centralismo democrático para dar nueva vida revolucionaria a los organismos en deterioro de la Revolución de Octubre. Dado que Stalin había truncado el voto tanto en el ruso como la mayoría de los demás partidos, el centralismo democratico (que por ese entonces ya no existía) sólo hacía el juego a los órganos ejecutivos. La idea del “centralismo orgánico” debía garantizar que hubiera más discusión y más debate dentro de la Comintern y sus partidos.

Sin embargo, el verdadero problema era histórico. La contrarrevolución había frenado la oleada revolucionaria proletaria de 1917-21 y las fuerzas del conservadurismo habían superado no sólo a los capitalistas, sino también a una Comintern que se había convertido en el mero departamento exterior de la URSS. Huelga decir que las Tesis de la Izquierda fueron rechazadas por la dirección gramsciana (que consiguió trucar el voto amenazando con quitar los ingresos a los revolucionarios profesionales que formaban parte de las delegaciones - véase la nota 2). La Izquierda fue entonces expulsada del Partido que había fundado.

La idea del centralismo orgánico quedó así enterrada durante los siguientes 25 años. Resurgió en el mundo de la posguerra sólo cuando la corriente bordiguista, formada dentro del Partido Comunista Internacionalista (el verdadero heredero histórico de la Izquierda Italiana), la revivió como parte del proceso de su escisión del PCInt. Sin embargo, este renacimiento del “centralismo orgánico” fue en una dirección más autoritaria que la tesis original. Esto se puso de manifiesto en el intercambio entre Onorato Damen (principal fundador del PCInt) y Bordiga. Damen argumentó que el “centralismo orgánico”, tal y como lo definía Bordiga, era una receta para la dictadura dentro del partido. De hecho, Bordiga había llevado el concepto un paso más allá que las Tesis de Lyon (que pedían el voto o la “democracia formal” cuando fuera necesario). Ahora Bordiga sostenía que el Partido

persigue el objetivo de restablecer un contacto cada vez más amplio con las masas explotadas, y elimina de su estructura uno de los errores de partida de la Internacional de Moscú, al deshacerse del centralismo democrático y de cualquier mecanismo de votación, así como hasta el último miembro elimina de su ideología cualquier concesión a tendencias demócratas, pacifistas, autonomistas o libertarias.

nuestro énfasis

Damen no rechaza totalmente el aspecto “orgánico” del centralismo, pero reafirma que, aunque el centralismo democrático no es perfecto, es la única forma saludable de mantener la relación entre los miembros de un partido proletario mundial y su dirección elegida, “entre libertad y autoridad”. En otras palabras, en algunos momentos, cuando la discusión no llega a un consenso, las cuestiones tienen que resolverse inevitablemente mediante votación de los miembros. Bordiga justificó su rechazo del centralismo democrático alegando que sólo lo empleaban los partidos de la III Internacional porque eran “impuros”, pero como señaló Damen, nunca existirán partidos comunistas “puros”, ya que incluso en los trabajadores más avanzados permanecen todo tipo de resabios capitalistas que sólo se eliminarán bajo un modo de producción diferente.

La Internacional de Lenin tenía ciertamente sus debilidades, debidas a la inmadurez del período histórico que siguió al colapso de la II Internacional y a la crisis que afligía entonces al mundo capitalista. Toda organización proletaria reproduce, aunque de forma más avanzada y a escala inversamente proporcional, las características del período histórico en el que se formó. Y es seguro que los aspectos negativos presentes en la III Internacional estarán presentes, aunque articulados de forma diferente en las futuras organizaciones internacionales, como lo prueban ampliamente las condiciones objetivas en las que actúan las diversas agrupaciones de la Izquierda Comunista que hoy reclaman el derecho a contribuir a la reconstrucción del partido proletario internacional. Entre estas agrupaciones, la que más sufre la intolerancia y las crisis es el “Programa Comunista” bordiguista, donde la dinámica del centralismo democrático funciona más profundamente, como se ve en el ciclo explosivo de sus contradicciones internas.(6)

También argumentó que este mecanismo es esencial dentro del partido para garantizar que sus miembros estén debidamente preparados para la lucha revolucionaria. Esta defensa del centralismo democrático no tiene nada que ver con el estalinismo, que se escudaba en el término para mantener un centralismo puro sin nada de democrático. Como muestra la cita anterior, sostenía que el desprecio de Bordiga por la democracia dentro del partido no sólo estaba más cerca del estalinismo, sino que ya había tenido graves consecuencias para sus seguidores tras la escisión original de 1952. La corriente bordiguista se ha escindido varias veces en su historia (en parte, como sostiene Damen más arriba, debido a las consecuencias de intentar mantener un centralismo orgánico artificial), cada escisión reivindicando ser la única y verdadera encarnación de la vanguardia proletaria. Del mismo modo que “no hay camino real hacia la ciencia”, como señaló Marx en su introducción a El Capital, tampoco hay atajo hacia el comunismo. Su instauración sólo llegará cuando el proletariado haya digerido y comprendido plenamente las lecciones de sus luchas y derrotas anteriores. Mientras tanto, esto deja margen en sus vanguardias revolucionarias para el debate y la discusión sobre el camino hacia nuestra emancipación como clase.

Por eso no sólo es importante estar de acuerdo en que la discusión y el debate dentro del partido son necesarios, sino que también hay que fomentarlos activamente. Obviamente, esto no significa que no haya límites para la discusión, pero en cada etapa de la lucha histórica de la clase obrera las lecciones de su lucha pasada preparan una serie de parámetros en los que puede tener lugar dicho debate. Dentro de estos parámetros (ya estén consagrados en una plataforma o en un programa) debe mantenerse el máximo grado de libertad para que pueda desarrollarse un verdadero órgano de lucha de la clase obrera. Las facciones y tendencias (que surgirán y desaparecerán inevitablemente en el curso de la lucha contra el capitalismo) no sólo deben ser toleradas, sino que deben gozar de plenos derechos de debate. Como sostenía Damen en el texto ya citado, es

En esta relación dialéctica constante entre la militancia y la dirección del partido, en esta necesaria integración de libertad y autoridad, radica la solución al problema…

Un partido debe tener una unidad de acción centralizada para derrotar al enemigo de clase, pero no se llega a una unidad significativa sin un diálogo constante entre sus miembros. Esta es sólo una de las muchas lecciones que debemos extraer del período de la contrarrevolución. La historia del bordiguismo demuestra que, trágicamente, “no ha aprendido nada y no ha olvidado nada”, como dijo una vez Napoleón sobre la monarquía borbónica.

Notas

(1) Véase nuestro folleto 1917. El libro Rusia: revolución y contrarrevolución está en proceso de traducción del inglés al español. Folleto aquí: leftcom.org

(2) Secretarios locales del Partido eran pagados por el Partido. Gramsci les informó que tenían que votar a favor de las tesis de la Comintern o perder sus sustentos. Esta es una de las razones de por qué la Izquierda Italiana siempre ha considerado peligroso un partido de revolucionarios profesionales que aleja a los trabajadores de sus camaradas.

(3) Para más sobre el debate real entre Bordiga y Gramsci véase Antonio Gramsci: Pre-Prison Writings en Internationalist Communist Review 13 (£3 de la dirección de la OOC) o véase leftcom.org

(4) Para más sobre esto véase nuestro folleto 1917 o léase A. Rabinowitch Los Bolcheviques llegan al poder (New Left Books 1979)

(5) Se puede encontrar estas en international-communist-party.org

(6) Para el argumento completo véase Centralised Party, Yes Centralism over the Party, No! en leftcom.org articles/2010-03-17/centralised-party-yescentralism-over-the-party-no

Sunday, March 10, 2024