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Este artículo fue enviado por un contacto que actualmente vive en España y se declara partidario de nuestras perspectivas.
EL LADRILLO
Los españoles bautizaron a la burbuja inmobiliaria que como una marea inundó toda su geografía durante más de diez años: la llaman El Ladrillo.
1.- Los buenos años.
Cuando el capital no encuentra ocasiones para valorizarse en la producción a causa de la baja tasa de ganancia, las busca en otros sitos. Así los capitales sobrantes de los países centrales entraron en España a partir de la creación del euro como préstamos a bajo interés y con plazos largos de amortización. Un formato ideal para financiar el gasto más importante que hace un trabajador español en su vida: la compra de una casa.
En España el acceso a la vivienda a través del alquiler es muy escaso y casi no existe el alquiler público: la forma mayoritaria es la compra de vivienda en el mercado. De ese modo los promotores y terratenientes pueden realizar los beneficios en plazos cortos, mientras que la financiación corre por cuenta de los bancos y cajas de ahorro.
Las condiciones de los préstamos permitieron incrementar los precios de venta manteniendo la cuota de la hipoteca. A plazos más largos e intereses más bajos, mayor el precio de la vivienda. Súbitamente los propietarios españoles se volvieron ricos: el precio de sus viviendas se multiplicó de la noche a la mañana.
El precio de venta de una vivienda se compone de una parte que es su precio de producción: equivale a los costos de producción más la tasa media de ganancia. La competencia se encarga de llevar esa parte al precio al socialmente necesario. El resto, si lo hay, corresponde a la renta de la tierra. Los trabajadores, una vez dejada en el trabajo su cuota parte de plusvalía, aún tienen que dar de comer a los zánganos terratenientes si quieren tener una casa donde vivir.
Con los altos precios los terratenientes españoles se vieron de la noche a la mañana sentados sobre una mina de oro. Solo hacía falta obtener de los Ayuntamientos las autorizaciones administrativas para edificar; algo que no era difícil, bastaba con sentarse a hablar entre amigos con el alcalde o el concejal de urbanismo llevando un maletín con suficiente dinero.
Comprar una vivienda dejó de ser solamente dar respuesta a una necesidad vital: pasó a ser un excelente negocio. La demanda de los inversores se orientó hacia El Ladrillo y los precios se elevaron aún más. No importaba cuan elevados fueran: “nunca bajan” era el lema; mejor aún: “siempre suben”. Así la producción de viviendas se disparó, alcanzando las 800.000 anuales durante aproximadamente 10 años, sumando más unidades que en todo el resto de Europa junta. En paralelo se expandió el consumo suntuario – también de los trabajadores – alimentado una vez más por el crédito fácil y barato que se suministraba a deudores sobradamente solventes.
La demanda de fuerza de trabajo parecía ilimitada y entraron millones de inmigrantes para darle respuesta. Los jóvenes abandonaban sus estudios para ir a trabajar a la construcción.
Los préstamos corrieron a cargo de los bancos y cajas de ahorro españoles. Para realizarlos se endeudaron a su vez con bancos europeos y americanos, ya que el capitalismo español no es capaz de alcanzar esos inmensos volúmenes de producción de capital.
Finalmente el estado recaudaba impuestos abundantes en proporción a la alta actividad – si bien la evasión fiscal fue la norma: España era el país de Europa en el que más billetes de 500 euros estaba en circulación en la economía sumergida. A estos ingresos se sumaban las aportaciones de los Fondos Estructurales europeos. Los servicios públicos mejoraron y las obras públicas proliferaron hasta lo innecesario. El mejor de los mundos - el movimiento perpetuo, la burbuja autoalimentada - se hizo realidad. Entre tanto los terratenientes han podido acumular unos beneficios que pueden estimarse en 1.000.000.000.000 euros.
Sin embargo, hubo quien quedó excluido de la fiesta. Una parte de los trabajadores, sobre todo los más jóvenes, no alcanzaban a pagar las cada vez más altas cuotas hipotecarias; puesto que la época de El Ladrillo también fue la de los “mileuristas”. Así que tuvieron que quedarse a vivir en la casa de sus padres: España es de los países con una edad de emancipación juvenil más tardía. No pudieron formar familias y si las formaron, no tuvieron hijos: España es uno de los países con más baja tasa de natalidad del mundo. O tuvieron que vivir en pisos compartidos con otros jóvenes. Los inmigrantes, por su parte, se hacinaron en “pisos patera” o en “camas calientes” (alquiler de una cama para dormir por horas).
España tiene pese a todo un mecanismo para ofrecer vivienda barata a sus trabajadores: se llama “vivienda protegida”. Consiste en fijar oficialmente el precio de venta de una vivienda producida por la iniciativa privada, mucho más bajo que el de mercado; así se consigue reducir drásticamente la renta del suelo de la que se apropian los terratenientes. El estado tiene la capacidad legal de destinar los suelos privados a ese fin en la cantidad necesaria. Pero durante los años de El Ladrillo la cantidad de viviendas protegidas a la venta cayó en picado; solo se podía acceder a ellas por sorteo, resultando agraciados 1 de cada 5 demandantes. Así el estado protegió la continuidad de la burbuja inmobiliaria y las rentas de los terratenientes.
2.- El pinchazo.
Con la crisis americana de las subprime España fue expulsada del paraíso. Bien es cierto que muchos lo veían venir: el Banco de Santander, por ejemplo, vendió todos sus inmuebles antes del pinchazo y se trasladó a oficinas en alquiler.
El crédito se secó, la actividad se detuvo, las empresas cerraron, los trabajadores fueron al paro. Los hipotecados – promotores inmobiliarios y particulares - no pudieron pagar más las cuotas. Comenzaron los desahucios a morosos y los bancos a acumular viviendas vacías (3.000.000 viviendas vacías estimadas en la actualidad en un país que echa a sus trabajadores a vivir en la calle). Pero las viviendas y el suelo cayeron de precio: los balances de bancos y cajas dejaron de dar números negros y pasaron a los rojos. La recaudación fiscal del estado se hundió.
España volvió a donde estaba antes del comienzo de todo esto, al final de los “gloriosos” años del socialista Felipe González: 25% de desempleo, 50% de desempleo juvenil, y además en plena crisis económica mundial. Pero con una diferencia: la deuda privada equivale a 2.1 veces el PIB anual: 2.100.000.000.000 euros ..
Muchos bancos y cajas españoles están quebrados, son zombies. Para que puedan devolver el dinero que les prestaron, “Europa” va a darles una ayuda de 100.000.000.000 euros, con el aval del estado español. La deuda privada comienza a ser también deuda pública.
3.- Zapatero.
El gobierno socialista (?) de Zapatero cabalgó durante 4 años la burbuja: “Jugamos en la Champion’s League – Vamos a sobrepasar a Italia y a Francia “ (sic). Luego, ante las evidencias de la crisis, intentó salidas “Keynesianas”: gasto público para mantener el empleo. Así las finanzas españolas pasaron del superávit al déficit: España debe hoy el 75% de su PIB anual. La receta no dio un gran resultado y el desempleo sigue subiendo: ya hay 5.000.000 de desempleados en un país con una población activa de 17.000.000 de trabajadores. El estado ya está económicamente quebrado.
Pero cosechó un éxito: el apoyo de los sindicatos “de clase”. Comisiones Obreras y UGT, contemplaron impasibles como una parte de la clase trabajadora se sumergía en el desempleo mientras que otra, la del sector privado de la economía, debía aceptar resignada la rebaja de sus salarios y las mayores exigencias de rendimiento.
Durante ese período los trabajadores del sector público no se vieron afectados por el desempleo y mantuvieron en lo fundamental sus remuneraciones; por lo tanto, tampoco protestaron.
4.- Rajoy.
Pero todo acaba y esto también. El último Zapatero y ahora el gobierno de derechas de Rajoy debieron dar respuesta a las exigencias del FMI, el BCE y los gobiernos de los países centrales de Europa. Y la dieron, ambos la misma: recortar drásticamente el gasto y con él, empleo público. Reducir los salarios del sector público y privatizar servicios. Desregular la negociación colectiva de trabajadores y empresarios y facilitar los despidos. Penalizar a los inquilinos y beneficiar a los caseros. Hacerse cargo de la deuda privada.
5.- La clase trabajadora.
La clase trabajadores ha evidenciado durante los años pasados una posición, como poco, netamente defensiva, sino de colaboración lisa y llana.
Durante el auge la conflictividad obrera fue inexistente. Eran los años en los que un joven trabajador de la construcción dejaba de formarse, se compraba un BMW y se inflaba a cocaína los fines de semana.
Cuando llegaron las vacas flacas cada uno cuidó de su parcela, grande o pequeña. La conflictividad se limitó a intentar evitar el despido en su propia empresa, aceptando el empeoramiento de las condiciones de trabajo y remuneración; cuando el despido finalmente llegaba, los trabajadores asumieron pasivamente su condición de marginados sociales o comenzaron a emigrar.
Los trabajadores del sector público – entre ellos los del subvencionado sector minero asturiano – disfrutaron de la seguridad en el empleo, si bien con ciertos recortes en los salarios. Ahora también ellos se ven en peligro y comienzan a reclamar; pero solo por el mantenimiento de los servicios públicos, o sea, de sus puestos de trabajo.
Es inevitable que la lucha obrera consista en la defensa de las propias condiciones laborales y de la propia posibilidad de trabajar. Lo que es suicida para la clase trabajadora es limitar esa lucha al marco del propio puesto de trabajo. Urge ampliar la reivindicación obrera y transformar las exigencias de trabajo y remuneración adecuadas en un reclamo que se haga en nombre de la clase en su conjunto; así confrontará contra capitalistas y terratenientes que han demostrado una vez más que solamente pueden llevar a los trabajadores a la ruina.
El Ladrillo ha terminado. Los españoles dicen ahora: cuando baja la marea se ve quien está desnudo. La que está desnuda es la clase trabajadora: los capitalistas y terratenientes viven bien y ya han enviado sus gigantescos beneficios a los paraísos fiscales.
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