La crisis argentina según Lukács

Recientemente, las huelgas generales argentinas, la convergencia de elementos proletarios y de masas de campesinos, pequeñoburgueses urbanos y etnias oprimidas en los recurrentes y cada vez más prolongados levantamientos en Paraguay, en Bolivia y Perú, a pesar de sus modalidades y motivaciones aparentemente distintas, la inminente explosión de la crisis en Brasil, cuya deflagración será aún peor que la verificada en los episodios anteriores, la simetría de las respectivas evoluciones en México, Chile, Colombia y Venezuela, confirman la internacionalidad de la crisis argentina y nuestros prospectos de una rebelión de masas de alcances continentales. Las salidas burguesas se mueven dentro del itinerario que bosquejamos en BC-5. Los eventuales triunfos electorales de Lula en Brasil, del Frente Amplio en Uruguay (país en el que, en vista de la bancarrota del régimen de Battle, se propone una anticipación de las elecciones), los significativos avances electorales del trotskyzante Movimiento al Socialismo en Bolivia, preparan la captación de las reacciones proletarias hacia la alternativa de izquierda del capital. La izquierda democraticista tiende deliberadamente a mantener los movimientos del proletariado al nivel de la mera espontaneidad; al impedir la unificación del movimiento económico con el político, garantiza su dependencia respecto de la ocasión inmediata, su fragmentación en oficios, países, etc. A tal grado es consciente de esto la burguesía, que la embajadora estadounidense en Brasil ha exclamado: ¡Lula es la encarnación del sueño americano!

La crisis económica argentina y el proletariado

En nuestros análisis de los 20 últimos años - desde la reforma neo-liberal de los 80’s hasta su bancarrota actual - hemos verificado a menudo cómo la crisis económica crónica ha imposibilitado a las clases dominantes y al imperialismo conservar sin problemas su dominación sobre las masas. En la Argentina, la combinación de la depresión económica con la espiral inflacionaria ha colocado a los trabajadores ante la situación más desesperante de la historia. El salario devaluado (además de sus reducciones nominales y los retrasos en las fechas de pago), se suma a los trágicos índices de desocupación plena y subocupación. La pequeñaburguesía y las capas intermedias de la ciudad y del campo sufren la ruina, por la destrucción del mercado interno y por la pérdida de todo ahorro logrado en períodos anteriores. El contraste entre una Argentina que produce alimentos para 300 millones de habitantes y el hambre omnipresente, ofrece la imagen cabal de la realidad. Nunca antes había quedado tan flagrante y ominosamente evidenciada la contraposición entre el principio regulatorio de la economía capitalista y las necesidades humanas. El capital no parece encontrar todavía su solución “económica” a la crisis. Los pocos sectores activos en el terreno de la exportación no generan valor agregado ni empleo masivo. El mecanismo usurario de la deuda externa, el monopolio imperialista de los servicios y de la energía y el asalto competitivo sobre los sectores rentables, a los que se ha unido la depauperación absoluta de la clase obrera, son el signo del avance de la centralización del capital y de la mayor integración al imperialismo. Los Faraones de la industria y de las finanzas han sepultado pueblos para construirse su imperio; millones deben renunciar no sólo a las presuntas maravillas del mundo moderno, sino incluso al aire y al agua, viviendo en verdaderas tumbas asfaltadas de las que se enorgullece la civilización. El actual Gobierno de Duhalde - al que el sindicalismo y la izquierda populista han prestado un consenso que ni siquiera la media burguesía le ha concedido - está llamado a completar el trabajo de concentración del capital, de transferencia de ingresos de los asalariados y las capas medias a la gran burguesía, y de subordinación de la economía local al circuito imperialista de reproducción de capital. Queda claro, a la sazón, que la reforma neoliberal incoada bajo la dictadura militar será terminada por la democracia. La reciente derogación de la Ley de subversión económica y la modificación de la Ley de Quiebras - que pone a la burguesía monopolista bancaria e industrial por encima del derecho penal y civil - así como el sobreseimiento de las figuras más corruptas de la política nacional - como el bergante Domingo Cavallo - configuran tan sólo síntomas visibles de la más absoluta prosternación de los tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) al verdadero poder, el económico.

La modalidad que ha revestido la crisis “argentina” - en realidad se trata de una crisis que envuelve, con manifestaciones específicas en cada región, tanto al centro como a la periferia capitalista - conmueve al conjunto de la sociedad y destruye todo el tejido que mantenía adheridas a las capas intermedias a la dominación de la burguesía. Conviene recordar que la burguesía tiene el poder en las manos de un modo mucho menos inmediato que las clases dominantes anteriores (por ejemplo, que los ciudadanos de las ciudades-Estado griegas, o que la nobleza en la época de florecimiento del feudalismo).

La burguesía tiene que contar mucho más con pactos y compromisos que permitan la convivencia y articulación tanto de las diversas esferas de interés que alberga en su interior y compiten entre sí, cuanto con las clases que aún dominan sectores de la sociedad de un modo no puramente capitalista (latifundistas), para poder utilizar según sus propios fines el aparato del poder influido por todas estas fuerzas conflictivas y, por otra parte, se ve obligada a dejar el ejercicio efectivo de la violencia (ejército, baja burocracia, etc.) en manos de pequeñoburgueses, campesinos, miembros de etnias oprimidas, etc.

Si, a consecuencia de la crisis, se desplaza la situación económica de esas capas y su adhesión ingenua e irreflexiva al sistema social dominado por la burguesía queda, por efecto de ello, debilitada, entonces el entero aparato de poder de la burguesía puede disgregarse de un solo golpe, por así decirlo, y el proletariado puede encontrarse como vencedor y sin que, por tanto, haya realmente vencido en una tal pugna... La dirección que tomen definitivamente - el que contribuyan a una ulterior descomposición de la sociedad burguesa, o sean luego utilizados por la burguesía, o se suman en la pasividad una vez vista la esterilidad de su arranque, etc. - no depende intrínsecamente de la naturaleza interna de estos movimientos, sino que depende sobre todo del comportamiento de las clases capaces de conciencia autónoma, a saber, la burguesía y el proletariado. Pero cualquiera que sea su posterior destino, ya el mero estallido de esos movimientos puede acarrear fácilmente la paralización de todo el aparato que sostiene y pone en marcha la sociedad burguesa. Así puede imposibilitar, temporalmente al menos, toda acción de la burguesía... En ese momento, como lo ha dicho Lukács, el poder social se encuentra, por así decirlo, tirado sin dueño en la calle. La posibilidad de la restauración se debe siempre a que no hay ninguna capa revolucionaria que sepa hacer algo con ese poder sin dueño. Así se produce para el proletariado un entorno social que asigna a los movimientos de masas espontáneos una función completamente distinta de la que habrían tenido en un orden estable capitalista, y ello aun en el caso de que esos movimientos, considerados en sí mismos, conserven su vieja naturaleza esencial. Aquí aparecen transformaciones cuantitativas muy importantes en la situación de las clases en lucha, pese a que todavía el proletariado no se reconozca suficientemente en su situación y sus intereses comunes. En primer lugar, ha progresado aún más la concentración del capital, con lo cual se ha concentrado también intensamente el proletariado, aunque no ha sido capaz de seguir totalmente el desarrollo ni organizativamente ni desde el punto de vista de la conciencia de clase. En segundo lugar, la situación de crisis impide cada vez más al capitalismo evitar con pequeñas concesiones las presiones del proletariado. Su salvación de la crisis, su solución económica de la crisis, no puede conseguirse más que por una exacerbada explotación del proletariado. (1)

Hoy, toda gran huelga es abordada como si se tratara de una guerra civil y en cada lucha inmediata se plantea la cuestión del poder.

Crisis de la burguesía, pero también crisis ideológica del proletariado

El que sean realizables las distintas salidas o soluciones para el capitalismo depende del proletariado. En la crisis se hace conspicuo que el proletariado no sólo es objeto del desarrollo económico - y, en cuanto tal, elemento de reacciones espontáneas condicionadas por ese desarrollo - sino, potencialmente, sujeto codeterminante del mismo. Aquí el proletariado no es sólo mera víctima pasiva de leyes fatales, sino que tiene la posibilidad de organizarse como clase y obrar como fuerza real capaz de modificar el rumbo de los acontecimientos. Por tanto, la situación argentina hace pertinente hablar de nuevo de lo que Lukács denominó “crisis ideológica del proletariado”. Dicho concepto se refiere a una situación en la cual, pese a ser muy precario objetivamente el estado del capital y el poder de la burguesía, el proletariado sigue preso de las formas intelectuales y emocionales del capitalismo. En Argentina esta cautividad ideológica es sólo parcial porque el proletariado ya ha revelado signos de acción autónoma y de incredulidad en el sistema, pero ha sido incapaz de elaborar su propio proyecto de poder y su propia solución de la crisis. No es la ilusión de las masas en la clase dominante, sino la propia debilidad de los explotados para diseñar una perspectiva de poder lo que ha permitido sobrevivir a la burguesía y ha dejado el campo despejado para la maniobras del gobierno de Duhalde. Esta ineptitud del proletariado le ha dado tiempo a la burguesía para estudiar la salida electoral y establecer un cronograma de prioridades que hará recaer todo el peso del desprestigio por las medidas anti-obreras en la actual administración, pese al fiasco de la esperanza de llegar a septiembre del 2003 sin necesidad de convocar a elecciones anticipadas (éstas, en efecto, han sido previstas para marzo de ese año). Bajo una situación en la que las condiciones de vida de las masas son cotidianamente golpeadas, es obvio que la respuesta de los trabajadores en el terreno de la lucha está por debajo de la magnitud de los ataques. No obstante, la exasperación de la población y el alto grado de concentración de las organizaciones obreras y “populares” ha permitido la subsistencia de una fuerte tendencia a la huelga de masas y a la confrontación directa. La responsabilidad fundamental de las debilidades proletarias reside tanto en los sindicatos y otras instancias de masas de carácter corporativista (centros y federaciones estudiantiles, Federación Agraria, etc.) cuya función consiste en atomizar y despolitizar el movimiento, cuanto en los partidos de izquierda intra y extraparlamentarios, que privan de autonomía la organización-acción de masas e intentan dirigirla hacia estructuras recuperadoras de la institucionalidad burguesa. Unos y otros pueden cumplir estas funciones porque es imposible para el proletariado un desarrollo ideológico homogéneo hacia la dictadura y el comunismo y porque la crisis, al mismo tiempo que la debacle del capitalismo, significa también una transformación ideológica del proletariado que se ha formado en el capitalismo bajo la influencia de las formas de vida de la sociedad burguesa. Consciente o inconscientemente, de modo abierto o soterrado, el rol de la izquierda y de los sindicatos es seguir la inercia del capitalismo y preservar el retraso subjetivo que hace al proletariado inferior a sus tareas históricas revolucionarias. Aunque resta como dato estimulante el que el proletariado ha sido en todos los momentos superior a sus viejas direcciones, jamás había sido tan claro como ahora que la crisis del proletariado es la crisis de dirección revolucionaria. Sin la resolución de la cuestión de la dirección política de los movimientos de masas, la clase obrera será susceptible de nuevo a las distintas alternativas de “derecha” o de “izquierda” opuestas al resquebrajamiento del capital: Lula y el PT en Brasil, Evo Morales y el MAS en Bolivia, señalan hoy el horizonte de la recuperación ideológica burguesa del movimiento de lo explotados.

(1) En efecto, el FMI exige continuar con la desvalorización de la FT, el ajuste del presupuesto del centro y las provincias (cuyo efecto se calcula en el despido de cerca de un millón de trabajadores durante este año), la transformación en bonos de las cuentas en dólares y otras medidas que profundizan la pauperización absoluta de la clase obrera y confirman la ruina de la pequeñaburguesía.