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La comedia en la tragedia
América Latina vive hoy en medio de la tragedia y la comedia. La tragedia de sus masas sobre las cuales se han abatido todos los ciclones del mundo: los de la naturaleza y los de la mundialización capitalista. La comedia de la izquierda que se apresta a repetir las fórmulas salvadoras que ha poco naufragaron en el resto del mundo. De cualquier observación del subcontinente se desprende hoy un cuadro patético y horroroso. Las explicaciones que nuestro Partido ha dado de las condiciones y efectos de la mundialización han acertado al corazón del fenómeno. Por ejemplo, decenas de miles de empresas hasta la primera mitad del presente año han sido cerradas en el sector privado y un número considerable de entidades estatales en los sectores de las comunicaciones, el petróleo, la minería, la generación de energía, los servicios públicos y la producción de bienes de capital han sido vendidos o han experimentado recortes en sus plantas, disminución de su producción, descensos en sus tradicionales esferas de acción o han corrido la misma suerte de las primeras. En los pocos casos en que podemos hablar del surgimiento de nuevas empresas se verifica la tendencia a reemplazar la producción de mayor entidad técnica por una de inferior nivel. Sólo unos pocos países de la región dotados de adecuada infraestructura y de más potentes mercados financieros, dotados de una exuberante y capacitada fuerza laboral de bajo costo, han obtenido ventajas de dichos procesos. Al mismo tiempo, se registra la tendencia de los capitales de matriz nacional a salir de sus respectivos países de "origen". Algunos de los más importantes grupos monopolistas de matriz suramericana - cuya riqueza conjunta sobrepasa ampliamente el PIB de muchos estados nacionales de la región - han tomado opciones que confirman la visión del partido:
- desde hace alrededor de diez años han venido trasladando hacia Portugal, Brasil, Rusia y México su producción al no encontrar ya condiciones de inversión redituable en sus lugares de origen;
- en años más recientes, ante la imposibilidad de competir independientemente, han celebrado "alianzas estratégicas" con las compañías más dinámicas del mercado mundial.
A medida que los grupos locales más poderosos del capital se ven obligados a hacer más directa su conexión con el capital internacional, la llamada "industria nacional", que tan a menudo henchía de santo orgullo el pecho de los estúpidos politicastros y burgueses latinoamericanos, parece formar parte cada vez más de su ya muy remota historia parroquial. Pese a que nunca hubo verdaderamente una burguesía y un capitalismo nacionales, la burguesía monopolista, arrancada de sus antiguos "feudos" por la concurrencia, se ha puesto en cada unidad local a la vanguardia de los procesos de mundialización, ha repudiado por anacrónicas sus viejas vestiduras nacionales y ha adoptado el traje cosmopolita que más le conviene, participando de las corrientes fundamentales de la economía y los negocios.
Pero este proceso no avanza sin que se presenten resistencias y fisuras en el seno de las propias burguesías y Estados. En América Latina esto es bien claro: mirad a los zapatistas y el PRD en México, a los sandinistas en Nicaragua, a Chávez en Venezuela, al Partido de los Trabajadores en Brasil, a las Farc y al Eln en Colombia, etc... No obstante todas sus diferencias, a estas fuerzas subsiste un rasgo común: la apelación al Estado como mecanismo de salvación. Dirigida por la nueva clase media formada en los años 60' y 70', la llamada "izquierda" latinoamericana no es, en ese sentido, más que un movimiento de resistencia a la proletarización, un movimiento contrario a la afirmación de la expropiación y el empobrecimiento de los sectores medios de la población por efecto del desarrollo del capital. Los grupos sociales que lo inspiran se encuentran en alguno de estos tres casos: o no tienen ya significación real en el estado de las fuerzas productivas de la economía capitalista y en las relaciones de producción que las expresan (la vieja pequeñaburguesía), están integrados en las estructuras de poder, organización y control capitalista en la empresa y en el Estado o, finalmente, están en trance de transformarse en proletarios. En general, su consciencia no se halla adaptada a la situación concreta del mundo moderno ni a la revolución que éste contiene: no representan los intereses del futuro, sino los de la conservación social. Pese a la instrumentalización de algunas reivindicaciones de los trabajadores, este movimiento sólo usa al proletariado y a los desheredados como combustible y fuerza de choque. En efecto, la solución a los problemas y urgencias de las masas no está en la mira de esta nueva socialdemocracia: su objetivo es usar la fuerza de Estado como tabla de salvación social. El ala protectora del Estado es, en efecto, el último refugio a que acuden el burgués y el pequeñoburgués resentidos por el efecto despiadado de las leyes del capitalismo. Pero, ¿podrán las nacionalizaciones y las medidas jurídicas y administrativas del Estado crear de nuevo ese mundo edénico inmóvil y rodeado de seguras murallas protectoras a que tanto aspira el pequeñoburgués desconsolado ante la mundialización de la economía y los ultrajes del capital financiero internacional?
Chavez: el increible regreso de una ilusión
Desde 1992, año en el cual los militares rebeldes venezolanos encabezaron dos tentativas de golpe de Estado, se reconoce que el movimiento reformista está conformado por una amplia gama de sectores burgueses (grandes, medios y pequeños) aterrados por el alto grado de descomposición del Estado y de la sociedad durante la administración de CAP. Tras varios intentos fallidos de frenar estos procesos y de diferir la furia popular a través de la constitución de nuevos partidos, a la burguesía le quedaba el "golpista" Chávez, quien surgía con la aureola del heroísmo y el martirio desinteresados por el pueblo, como la última carta. A partir de la crisis política desatada a principios de la década de los noventa en el gobierno de Carlos Andrés Pérez (el célebre CAP artífice de la nacionalización del petróleo en 1976), los partidos políticos históricos (el democristiano COPEI y el socialdemócrata AD) se mostraron ineptos para detener la desintegración del Estado y desempeñar su función de mediadores entre una sociedad cada vez más indócil e inconforme y el Estado. Los votantes les infligieron duros castigos en las elecciones y, además, no pudieron evitar que entraran en la arena política los llamados "tribunos populares" en representación de una masa de marginados en trance de organizarse y que, con gran fuerza, se habían expresado durante las numerosas revueltas de la segunda mitad de los años ochenta y comienzos de los noventa. Sin que nadie pudiera impedirlo, los marginados, los habitantes de los cinturones de miseria de Caracas y otras ciudades estaban en movimiento: había, por tanto, que hacer algo.
En este contexto, tras las "rebeliones" militares bufas de 1992 y, especialmente, en los últimos dos años, ha cobrado relieve la figura del coronel venezolano Hugo Chávez. Casi de inmediato, alrededor de su imagen pública se ha desencadenado un candente debate que, en vista de la importancia de su país (el principal proveedor Occidental de petróleo a los USA), ha tenido gran eco en los medios periodísticos y políticos del globo. Se trata de saber cuál es el rol de Chávez en el ámbito de Venezuela y, a partir de ahí, establecer en qué sentido incidirá sobre los derroteros actuales y futuros del continente. Mientras algunos ven en él al tradicional y vetusto caudillo militar populista latinoamericano, otros lo consideran una figura innovadora y original en la que se sintetizan las influencias de los generales anti-imperialistas del Perú de la década del setenta (Juan Velasco Alvarado), el castrismo, las ideas económicas keynessianas y, por supuesto, la ideología bolivariana del panamericanismo. Al final, parece que ha prevalecido la opinión de la prensa de "izquierda" internacional que lo presenta como un "crítico radical de la corrupción general", como un representante de los oprimidos y marginados, sublevado contra "las desigualdades", "contra la mundialización económica y la dictadura de los mercados financieros".
Esta imagen sólo es posible porque los constructores de mitos de la izquierda no suelen distinguir la retórica de la realidad y de la acción política. Pero el producto de su mitomanía no resiste el análisis. El escándalo en torno a Chávez tiene, ciertamente, relación con una propaganda agigantadora, pero también con los temores que inspira todo reformador a los representantes de las debilitadas estructuras del poder oligárquico tradicional, los cuales tienden a agigantarlo aún más. Sin embargo, no podemos incurrir en el mismo craso error en que impenitentemente se sumerge la izquierda: el de reducir el sistema de poder o el proceso social tan complejo de la sociedad capitalista a una forma o a un régimen político específicos. Sólo la simplificación extrema a que ha procedido la izquierda burguesa, la cual reduce la sociedad y su sistema de dominación a un régimen político específico, del que incluso serían emanación, permite darle una connotación de "revolucionarios" a personajes del carácter de Chávez. Hay un punto el que debemos ser categóricos: el sistema como tal es irreductible a las formas políticas provisionales revestidas por el poder de las oligarquías nativas; la pugna entre los diversos intereses burgueses que se manifiestan políticamente puede dar lugar, en concordancia con la correlación de fuerzas, los alineamientos sociales y el estado de desarrollo de la sociedad, a una multiplicidad de formas políticas e institucionales diferentes a las que tradicionalmente han dominado. De cualquier modo, las necesidades del sistema capitalista, expresadas a través de tendencias y relaciones de fuerza dinámicas en la economía y en la sociedad, no son susceptibles de congelarse en un orden político especial. Sólo los grupos que están ligados al viejo régimen político venezolano, hoy agotado por la misma marcha de la sociedad burguesa, se hallan incapacitados para adecuar las superestructuras políticas y las directrices estatales a la situación modificada. Tales grupos carecen de los consensos que antes les otorgaba el soborno de la clase media. Precisamente por estar demasiado asociados con los factores causantes de la crisis social e institucional en curso, han perdido la dirección política e ideológica que los hubiese capacitado para rehacer el tejido social roto y reconstruir el consenso. He aquí la gran ventaja que le confiere a Chávez el no estar ligado de ningún modo al pasado ni compartir sus responsabilidades políticas. A deferencia de los dos partidos dominantes, conforme lo ha subrayado el escritor y líder intelectual Uslar Pietri, que "no tienen el coraje de modificar una situación de la cual extraen gran provecho", Chávez representa a la nueva clase media excluida del poder e interesada en efectuar en las condiciones más favorables la modernización, vale decir, la internacionalización de la economía y del Estado venezolanos, en el marco del actual movimiento mundial de definición de los bloques de poder imperialista.
Si reparamos en el fondo de su discurso y acciones, Chávez tiene dos caras, si así puede decirse, que son empleadas según un criterio de oportunidad política y se encausan a un mismo fin: una interna, inofensiva, por la cual nuestro héroe se nos aparece de inmediato como un continuador de las reformas emprendidas desde 1989 - pero sin prestigio y bajo el hado del escarnio - por el vilipendiado CAP; otra externa, populista y agresiva que reproduce el gráfico lenguaje popular en su relación con las masas. Toda su "originalidad" reside en su retórica democraterista y en su estilo plebeyo de hacer política que evoca al de los jacobinos de la Revolución francesa, donde nos confiesa el profundo amor y la fe ciega del demócrata por el pueblo. En él se restauran las ideas políticas abstractas del siglo XVIII que confunden la vida y organización del Estado con un mítico contrato social en el que los simples particulares ceden libremente a las instituciones consentidas la representación de la voluntad general. Chávez hace aquí el papel del caudillo incorruptible que en el interregno de los regímenes destronados encarna la idea de Nación y la soberanía popular. Llevados por su ardiente oratoria democrática nos sentimos transportados a otra época, a una época en que las relaciones, las clases y las fuerzas productivas de la sociedad moderna aún estaban formándose y todo el horizonte de las luchas históricas de los hombres se agotaba en la conquista de la emancipación política dentro de un régimen de perfecta igualdad jurídica administrada por los órganos del pueblo soberano. No obstante, Chávez podría ser postulado a la condición de homólogo de Robespierre, de Saint-Just, y de los otros gigantes de la revolución francesa sólo si prescindiéramos de la Convención, del Comité de Salvación Pública, de los comités y los cabildos populares, de la continua movilización de la plebe, de la discusión pública en los clubes políticos, de la milicia popular, de las medidas de expropiación, del "impuesto progresivo" y, por supuesto, de la ejecución de los "enemigos del pueblo" por "madame guillotina".
Quizá Chávez no tiene las pretensiones de la izquierda burguesa europea de ejercer una ciencia política, pero es, cuando menos, más astuto y realista que sus mitificadores del Viejo Continente que lo elevan sin fundamento alguno a la condición de "revolucionario". ¿Pero cuáles son las razones que los llevan a identificarlo bajo un calificativo tan rotundo y amenazante? Sus repetidas críticas al neoliberalismo y al impacto de los mercados financieros mundiales: una vez más los pueblos y sólo los pueblos - los cuales no son más que una imagen espectral de un lenguaje político ya muerto, usada indistintamente por grupos burgueses opuestos para darle una apariencia universal a los intereses particulares que intentan reivindicar políticamente - "deben recuperar la potestad de su propio destino, usurpado por la conspiración de los consorcios financieros imperialistas". De ser así, el mismo George Soros, el célebre multimillonario, rey de las bolsas mundiales, debería llevar el mismo nombre a justo título. En 1997 éste publicó un polémico ensayo donde atacaba con gran dureza al sistema capitalista afirmando que:
el libre mercado y la filosofía del laissez faire son la más grave amenaza que existe hoy contra la sociedad abierta, la paz mundial y la cultura democrática. Sin una cauta regulación por parte del Estado y unas políticas avanzadas de redistribución de la riqueza el mercado polariza bárbaramente la sociedad entre pocos ricos y muchísimos pobres, crea un clima de crispación y violencia social, destruye los consensos y genera un clima propicio para el renacimiento de las ideologías antidemocráticas.
Así, pues, a diferencia de los ideólogos de la izquierda europea, Chávez, el recién venido al podium de los revolucionarios, ha entendido perfectamente que la práctica política se afinca en realidades económicas y hechos tozudos. Aunque exteriormente el chavismo se ha gestado y desarrollado en un clima de contienda cada vez más aguda y extensa, su verdadera fuerza reside en la historia reciente del país, de la cual son víctimas y victimarios sus dos predecesores inmediatos (CAP y Caldera). En este periodo, Venezuela, la cual en 1970 ocupaba el tercer lugar en la exportación mundial de petróleo, pasó a ser el quinto (5); el mismo precio del petróleo, pese a la guerra del golfo, había caído a lo largo de la última década: los ingresos por concepto de exportación de petróleo habían disminuido. El nivel de vida de la mayor parte de la gente es hoy inferior al que tenía hace un decenio. Cuando el prestigio de CAP y de los partidos, acusados de una pertinaz corrupción, caía por el suelo, al ser asociada con la decadencia económica y política de Venezuela, Chávez, con su aparatoso golpe de opereta de 1992, electrizó a un país sumido en la incuria y el aburrimiento por el juego corrupto de los barones políticos. Mientras los primeros se hacían impopulares por la eliminación de los subsidios para los servicios básicos - con el consiguiente aumento en el precio de la electricidad, el agua y otros productos esenciales - Chávez emergía santificado con la aureola del martirio. El ya citado Uslar Pietri ha indicado cómo cansadas de penar mientras sus dirigentes prosperaban, las masas ansiaban un cambio y fácilmente se reconocieron en Chávez, el campeón de la oposición y quien más lejos había ido para desafiar al régimen. Por otra parte, también supo explotar a su favor la psicología del boom que ha llevado a la gente a mantener la esperanza de continuar viviendo como en la época dorada del petróleo y hace que la explicación del nuevo estado de cosas se busque en la mala voluntad de los políticos, es decir, fuera de las condiciones estructurales de la economía capitalista (la división internacional del trabajo, las ventajas comparativas y la especialización, el sistema de crédito internacional, por ejemplo) y sus movimientos cíclicos.
Como movimiento político, el chavismo parte de la constatación de que las privatizaciones del último decenio sólo han retribuido a las clases adineradas. Los costos inmediatos los pagan la clase media y los trabajadores. Todo el horizonte de la clase media se ha obscurecido: las pequeñas y medianas industrias son incapaces de competir con las máquilas y las grandes concentraciones industriales del norte de México, los funcionarios pierden sus trabajos a medida que las burocracias descienden y los trabajadores se sumergen en el paro y la miseria al mismo ritmo que las compañías se reconvierten tecnológicamente o sus propietarios trasladan sus capitales a otras latitudes. En este contexto el trabajo de los políticos para controlar a las masas y darles sedantes sociales se hace demasiado difícil. Su impopularidad y descrédito crecen tanto como deben recortar los presupuestos con que detenían o integraban los movimientos sociales. Al mirarse en el espejo de su vecino geográfico e histórico, Colombia, los líderes venezolanos han llegado a pensar que las simples amenazas de disturbios, huelgas e incluso golpes de Estado pueden degenerar en una situación de guerra interna crónica semejante a aquella que en Colombia ha desmembrado y liquidado al Estado. Chávez y el chavismo han venido para exorcizar esto. En el fondo, han venido a aplicar el mismo programa implementado por el desprestigiado Salinas de Gortari en México hacia el fin de la década de los ochenta. La hipertrofia del Estado venezolano es precisamente uno de los blancos de las reformas impulsadas por el chavismo. Primero, dará continuidad, con un rigor que sus dos antecesores nunca hubieran podido alcanzar, a la reestructuración del Estado iniciada en la primera mitad de la década de los noventa, vendiendo un vasto portafolio de compañías, reduciendo la burocracia y las sinecuras con que pagaban sus favores políticos, desacelerando la inflación y negociando mejores condiciones para la deuda externa. Otra de sus labores será mejorar la producción petrolera es decir, la columna dorsal de la economía del país, conservando la propiedad estatal de la misma. Chávez seguirá el mismo camino de sus antecesores. Así pues, en suma, lo que CAP ha vivido antes como tragedia, Chávez lo protagoniza hoy como comedia.
No obstante toda la euforia que hoy rodea su figura, Chávez no opera en el mundo de la pura voluntad política, sino en el de la despiadada realidad económica. Conviene, por tanto, examinar los aspectos más relevantes de la situación venezolana para entender cómo y en qué sentido la acción del famoso coronel se halla condicionada.
El mercado de capitales como clave de la salida momentanea a la crisis del estado y la sociedad en Venezuela
Ya durante la pasada administración Caldera la excesiva burocratización y la tramitología eran prácticas endémicas. Pero más nocivo que la corrupción, pequeña y grande, era el desperdicio flagrante causado por un deficiente control presupuestal y, con frecuencia, por la no culminación de los proyectos. El dinero recaudado por el Estado era invertido en obras o actividades que carecían de posibilidades de reproducción en términos económicos. De acuerdo con un artículo de The Economist de julio de 1996, el informe anual del contralor general de Venezuela declaraba que:
el Estado como tal, está tan desorganizado que está a punto de desaparecer, si es que no ha desaparecido ya.
Algunos comparan su ineficiencia con su faraónico tamaño: 1.3 millones de empleados públicos para una población de apenas 20 millones de habitantes. El estatalismo venezolano sólo es comparable al de los países del viejo bloque soviético del Este de Europa. Lo abarca casi todo, sin que, como subraya Pietri, ello signifique "un real provecho para el bienestar general". Desde la última administración de CAP, pasando por Caldera, los grupos dirigentes, bajo la presión de Washington y el FMI, han emprendido el viraje hacia una economía de libre mercado con recorte del déficit fiscal para detener el proceso de desintegración.
El déficit fiscal - el cual alcanza actualmente el 8% del PIB, alimentando una inflación anual que oscila entre el 30 y el 45% - está entre las grandes pesadillas de los nuevos administradores venezolanos. Esto ha ejercido presión sobre el bolívar, lo cual a su vez ha instado al banco central a elevar las tasas de interés. Por otro lado, las opciones de acción de los más recientes gobernantes venezolanos han estado restringidas enormemente debido a que las finanzas públicas han sido recortadas por la caída del precio del petróleo. Después de esta caída en la primera mitad de la década de los 90', la economía venezolana sufrió el colapso del Banco Latino, el segundo más grande del país. Por su parte, antes se había privatizado el Banco Central y se invirtieron U$1.000 millones de sus reservas para detener una situación que iba a llevar hacia una pérdida de fe en la moneda. Esta serie de sacudidas y colapsos han motivado la apertura de la banca venezolana a la inversión extranjera a lo largo de la segunda mitad de la década. Una parte de los más de setenta bancos extranjeros que en la actualidad tienen oficinas de representación en Caracas, ha aprovechado esta situación y las nuevas normas expedidas durante la pasada administración Caldera para aumentar sus operaciones en la banca de inversión. Chávez se enfrenta a un problema parecido. Al igual que su antecesor, necesita entradas de capital que lo ayuden a mantener el equilibrio en la cuerda floja de las luchas políticas. Considerando el elevado déficit fiscal y la inflación, heredados de las administraciones pasadas, Chávez deberá reducir el gasto público y abrir las puertas a la inversión extranjera. Tal cosa nos muestra cómo bajo cualquier circunstancia política media una íntima relación entre el mercado de capitales y equilibrio político.
El estado venezolano y el proyecto de chavez
Hubo un tiempo en que, gracias a los ingresos que le reportaba el petróleo, Venezuela podía darse el lujo de tener un Estado omnipresente, con los consiguientes abusos pero sin sufrir las consecuencias. Para tener una idea del envilecimiento de las administraciones del Estado venezolano conviene referirse al símil de Uslar Pietri:
la venta de hidrocarburos ha reportado al Estado, entre 1976 y 1995, alrededor de 270 mil millones de dólares. A título de comparación, el Plan Marshall, el cual, tras la segunda guerra mundial, permitió la reconstrucción de Europa Occidental, representó una ayuda total de apenas 13 mil millones de dólares. Un pequeño país como Venezuela que recibe, a modo de regalías petroleras, una suma global equivalente a 20 planes Marshall... Esta cifra astronómica no ha llevado a dotar al país ni siquiera de una infraestructura mínima ni a reducir las escandalosas inequidades sociales.
Le Monde Diplomatique, diciembre 1998, pág 9
Siguiendo la idea de Uslar , el Estado, y no el pueblo, recogió la cosecha, y pese a sus gigantescos ingresos por concepto del petróleo, ha terminado en la catástrofe en que nos encontramos hoy. Antes de la última administración de CAP en 1989, los gobiernos gastaron a manos llenas como si la bonanza petrolera no hubiese terminado, menguaron las reservas internacionales de la nación y se hicieron incapaces de atender el servicio de la deuda externa. No obstante ser ciertas las denuncias del señor Pietri, la razones de que Venezuela haya seguido un modelo rentístico estriban menos en la corrupción de sus dirigentes políticos que en las condiciones de la división internacional del trabajo en que ha nacido y operado la industria venezolana. El hecho de que, en vez de invertir sus ingentes recursos para favorecer una industrialización y modernización de fortuna extremadamente dudosa, los gestionarios del Estado venezolano hayan preferido enriquecerse a sí mismos, no se explica tanto por la corrupción de éstos (afirmación que nos conduce sin remedio a una petitio principii), como por las condiciones en que el trabajo y el capital se distribuyen en el contexto de la acumulación y del mercado mundiales. Sin embargo, la actual dinámica de la mundialización le exige a países como Venezuela modificaciones parciales en su organización industrial y en su papel internacional.
A Chávez le corresponde, pues, rediseñar el Estado no ya para recuperar algunas de las formas tomadas por algunos de sus aparatos en los últimos lustros, sino para salvar el futuro de la sociedad burguesa que no sólo se está quedando sin mecanismos de contención, sino sin una industria facultada competitivamente para el futuro. Ya Chávez mismo y sus seguidores han descrito la administración pública como un imperio de cartulina, en donde el control de la nómina ofrece un campo amplio para enriquecimiento propio y padrinazgo. Los partidos que se sucedían en el poder, el socialdemócrata AD y el democristiano COPEI simplemente creaban instituciones, nombraban o despedían funcionarios según se iban relevando en el gobierno. De ello se trasluce que las distintas administraciones habían subordinado el aparato de Estado a sus propios intereses particulares de casta, limitándose a desempeñar una función vegetativa en la reproducción de la economía y de la sociedad, sin visión estratégica del desarrollo económico a largo plazo.
El plan de Chávez contempla, por el contrario, un conjunto de medidas coherentes de adecuación capitalista para la era de la plena mundialización. En gran medida se inscribe en la idea keynessiana de que la disciplina y el control de un plan económico resultan indispensables en los países atrasados para lograr objetivos prioritarios que no se alcanzan mediante la libre operación del mercado allí donde las facultades competitivas son débiles. Su idea de fondo es de la más pura estirpe capitalista: dotar a Venezuela de una reserva de infraestructura social que le permita a la población tener capacidad para participar en los actuales procesos del capitalismo y, por ende, alcanzar un mayor nivel de competitividad internacional. A juicio de Chávez, para sobrevivir a una situación de capital mundializado es indispensable que los miembros de la sociedad dispongan de condiciones mínimas para su subsistencia y su educación en tal forma que puedan ingresar como agentes activos a cualquier nivel de la producción en el momento oportuno. Esto supone para Venezuela lo que ya le ha aconsejado Uslar: usar la fortuna petrolera para edificar una nación pujante que privilegie la educación, la salud y los servicios públicos. En suma: el modelo de Chávez, es Europa o, más específicamente, las socialdemocráticas Holanda y Suecia. El Estado juega aquí los papeles tanto de garante de la equidad y de la infraestructura social, como de agente de la acumulación social del capital.
En este aspecto Chávez sufre de irrealismo político, cae en una especie de utopismo económico: en efecto, ignora que la inserción de un país en el espectro de la actual economía internacional depende de su posición en los mercados financieros y no de la voluntad de su gobierno; ignora que uno de los principales efectos de la mundialización capitalista es la mayor especialización de la producción y, por lo tanto, una mayor concentración-centralización del capital tanto al "interior" como al "exterior" de las naciones; ignora también una de las más conocidas leyes del movimiento capitalista: la contradicción entre la producción social de las ganancias y la apropiación individual de las mismas, a la cual está unida la concentración de la riqueza y el poder social, de un lado, y de la miseria y la impotencia del otro. El Estado con dirección socialdemócrata no puede remediar esto con políticas redistributivas del ingreso en el ámbito de una economía altamente endeudada e industrialmente abrumada por la competencia mundial y la necesidad de aplicar todos sus esfuerzos en la recuperación económica; ignora, por último, que dada la estructura monopólica rentística y parasitaria del capitalismo decadente, la acumulación, en la fase crítica del ciclo económico, no es ya el leitmotiv fundamental, sino la especulación sobre la misma riqueza, reapropiándose el ingreso en los circuitos comercial y financiero. Por lo demás, el estado ya no puede asumir el desarrollo de una industria nacional, subsidiada casi por completo por elevadas salvaguardias aduaneras o por transferencias directas del Estado, que gravan a la sociedad tan sólo para obtener bienes o servicios que se consiguen más baratos en el mercado internacional y que, por lo tanto, se hallan consagradas tan sólo a dar empleo a la FT, sin dejar nada a la acumulación y a la modernización. En conjunto, el resultado de este movimiento es tanto una mayor concentración del capital y de la misma riqueza en menos manos como una mayor inserción de la economía local en el concierto internacional.
Formulado en términos capitalistas el verdadero reto de Venezuela está en otro lado. Pese a que, como tantos otros países latinoamericanos, ha construido su industria detrás de los altos muros del proteccionismo, está unida a una comunidad capitalista por los flujos económicos. Para poner su petróleo, debe, por tanto, competir mejor en los mercados globales. El mecanismo del mercado global desechará a las empresas que no pueden triunfar a nivel mundial. Las empresas tienen que organizarse no sólo para batallar con el resto del mundo en su propia región, sino para beneficiarse de las corrientes tecnológicas que dominan la innovación actual del capital. Esto es tanto más cierto por cuanto Venezuela es un país que por siglos y, particularmente en las pasadas décadas petroleras, ha dependido de los recursos naturales y de la tierra, no de la industria y la productividad laboral humana para crear riqueza. Venezuela no puede aislarse del resto del mundo, exigiéndose una industria autárquica. Ni Chávez ni nadie pueden volver a plantear que los mayores costos de una industria semejante, son el precio del desarrollo de la nación: la autosuficiencia industrial es una costosa fantasía en una economía mundial. El único resultado de este tipo de directrices es una industria cuya operación y resultados cuestan varias veces por encima de los costos y precios mundiales. Efectivamente: a medida que los productos de esas industrias cobren un papel más importante en los negocios y en la fabricación, la compañías que las organizan se encontrarán funcionando con una enorme desventaja.
Contra el logro de este objetivo se alza un tipo de estructura monopolista que se ha formado en Venezuela no como el resultado de la lucha competitiva a partir de la eficacia y de la modernización y progreso continuo de los medios de producción, sino sobre privilegios estatales sin pasar por el filtro de la lucha en el mercado (nos referimos a la industria no petrolera venezolana). Este tipo de monopolios que surge del privilegio estatal y que se estanca en una economía cerrada no puede tolerar la presencia de fuerzas competitivas que lleguen a amenazar el privilegio de su poder social y económico. En las dos últimas décadas, el capital venezolano ha sido incapaz de realizar, por su estructura monopólica rentística y parasitaria, una acumulación moderna de medios de producción. La preponderancia de estos dos caracteres ha generado una estructura económica y una burguesía estancadas que le temen a cualquier cambio.
La política de Chavez no ignora esto, pero, frente a un liberalismo a secas que desprecia todo consenso y pacto social, prefiere contar con suficiente respaldo político a sabiendas que el capital no es sólo economía sino también política. Así, pues, además de reestructurar sus plantas y reducir radicalmente los costos, las empresas, cuya "competividad" internacional ha sido sostenida gracias a onerosos subsidios estatales, elaborarán nuevos convenios con los sindicatos. Y no hay duda que en este punto Chávez tiene y tendrá el apoyo decidido de estos últimos, los cuales no pueden intervenir en la política de una industria privatizada, pero sí en una en manos del gobierno. Ellos continuarán formando parte de la clientela del gobierno de turno y de los partidos que se reformarán o crearán para administrarlo, como tales son fundamentales en la estrategia de poder del nuevo jefe político: le aportarán, en efecto, los medios para encuadrar a las masas y mantener una clase obrera disciplinada a discreción del gobierno. En resumen: el Estado y las organizaciones de la sociedad civil tratarán de operar de consuno, desarrollando una relación menos conflictiva, cooperando entre sí y dividiéndose más racionalmente el trabajo del dominio. No obstante, frente a la opción neo-liberal, la vía capitalista del chavismo - la cual no es más que una combinación ecléctica de distintas racionalizaciones ideológicas burguesas - tendrá que demostrar en los próximos años que el gobierno, depurado del grosero clientelismo y el paternalismo del pasado, puede controlar de forma directa y racional el gasto público y, a través de un plan estratégico que priorice el desarrollo y la modernización social e industrial, asegurar mejor que el manejo privado la economía de costos para obtener los máximos rendimientos, con lo cual se asegura el continuo progreso de los medios de producción y de la eficiencia empresarial.
Petroleo y política
Como lo hemos visto arriba, la mitificación izquierdista de Chávez está imbuida de la fantástica idea de que la política flota en una especie de vacío socio-económico y es una esfera que depende de la mera voluntad, la cual excede a la economía y a las relaciones de clase condicionadas por ella. No obstante, el mundo en que suelen desenvolverse las acciones y las luchas reales es exactamente lo opuesto. En el trasfondo del chavismo y de la lucha política de los últimos 10 años en Venezuela está la inmensa riqueza petrolera del país y la estrategia que la burguesía debe seguir para administrarla. De nuevo se plantea el problema ya expuesto por Pietri hace 64 años: sembrar el petróleo o simplemente recogerlo sin criterio histórico alguno. En efecto, como es sabido a partir de agosto de 1997 el equilibrio de poder en la industria del petróleo ha empezado a registrar cambios drásticos. Desde esta fecha, Conoco, una división de DuPont, y la empresa estatal de petróleos de Venezuela, gracias a un acuerdo de perforación de U$2.200 millones, iniciaron...
la perforación de los primeros 500 pozos en las verdes planicies que circundan el norte del río Orinoco.
ibidem, pág 10
Se cree que en estos campos descansan bajo tierra 2000 millones de barriles de crudo de baja calidad, que serán transportados a lo largo de 200 kilómetros de oleoducto que corre en sentido norte hasta llegar al puerto caribeño de José. Desde allí es puesto en venta, con destino especial a las refinerías USA.
Ciertamente, como lo planteaba un artículo de la revista Forbes en junio de 1997:
¿qué pueden representar 2000 millones de barriles en un mundo que consume esa misma cantidad de petróleo en menos de un mes? Simplemente que este campo es tan sólo un eslabón de una larga cadena de nuevos hallazgos ubicados muy cerca de los EU - en Colombia y México - en el propio territorio estadounidense: en los alrededores del Golfo de México. “Dependiendo de la cantidad de petróleo que haya en estos campos, las importaciones de crudo provenientes del Oriente Medio a este hemisferio podrían detenerse”, ha sostenido Thomas Mannning, de Purvin & Gertz, una firma consultora para la industria petrolera con sede en Houston, Texas.
El punto clave es que los equilibrios petroleros pueden cambiar en relación con las reservas verificadas y el balance de fuerzas imperialistas a nivel mundial (del cual dependen las políticas de explotación que las administran en el largo plazo). Recordemos que la franja petrolera del Orinoco venezolano guarda en su interior 270 mil millones de barriles, rivalizando de esta manera con las reservas de Arabia Saudita, calculadas en 262 mil millones de barriles. Los industrialistas del petróleo han soñado por décadas con las reservas del Orinoco, pero la estructura del crudo que allí se encuentra se asemeja en su densidad y composición al carbón líquido. Pocos años atrás nuevas técnicas de perforación han permitido la extracción y la utilización de este crudo, de una manera económica. Unas bombas sumergibles de diseño novedoso que fueron instaladas en el fondo de los pozos del Orinoco, por ejemplo, ayudarán a salir del subsuelo el pesado material.
Los 76.000 millones de barriles de petróleo de alta calidad que tiene Venezuela en reservas ubican a este país suramericano en el quinto lugar de importancia entre los exportadores de petróleo y productos derivados, después de Arabia Saudita, Noruega, Irán y Rusia. Sin embargo, cuando Venezuela saque a la superficie este aceitoso líquido decantado en las entrañas de la tierra, podrá aumentar la producción de poco más de 3 millones de barriles diarios registrada en el año de 1996 a 5.5 millones de barriles diarios para el año 2006. En una década, Venezuela podría ascender al envidiable segundo lugar en esta prestigiosa lista, con exportaciones anuales cercanas a 1.800 millones de barriles, frente a los 3.000 millones que exporta Arabia Saudita cada año.
Forbes, junio de 1997
Venezuela carece de medios propios para explotar este nuevo Potosí y, en consecuencia, pese a su demagogia, Chávez tendrá que apelar al capital internacional, trátese éste de inversión directa representada en bienes de equipo e instalaciones o bien de endeudamiento externo. Al igual que los dos gobernantes anteriores, no tiene otra alternativa. Chavez se verá obligado a vender, a posicionar y promover el capital de las compañías nacionales en el mercado mundial de capitales en busca de financiamiento para su supervivencia. Si no se encuentra posicionada para enfrentar los crecientes mercados, la industria petrolera venezolana bajo control estatal, que depende enteramente del mercado y de los precios mundiales, se estancará o se arriesgará a hundirse. Tal cosa le exigirá al gobierno miles de millones de dólares en inversión doméstica y extranjera para modernizar su industria de petróleos, rehacer la economía del país y mitigar el conflicto social que se ha ido acumulado en los últimos decenios. El reciente acuerdo con la OPEP (que recorta la oferta petrolera) y las negativas de Irak a aceptar los términos de los aliados, los cuales han motivado en las últimas semanas de noviembre de 1999 el alza del precio del barril en más de U$17 dólares con respecto al precio anterior (hasta el viernes 26 del mismo mes el precio ya llegaba a los $27 dólares), no es más que una tregua provisional que le ha servido a Chávez para escampar la borrasca de la política interna. Momentáneamente este acuerdo ha constituido un impulso tanto para la economía como para las finanzas venezolanas, pero no lo consideramos durable dados los intereses imperialistas que están en juego.
Pero antes de abordar directamente el desarrollo de la industria petrolera, Chavez tendrá que abocarse a la transformación del actual andamiaje estatal y político venezolano, construido con base en el soborno de los sectores inferiores de la sociedad y en una maquinaria clientelista que garantiza la reproducción del sistema de baronías políticas apoyado en ella, es decir, debe proceder a destruir el uso clientelista dado por los políticos al aparato y los recursos del Estado y, al mismo tiempo, debe contar con un respaldo político popular que por ahora sólo puede ganarse prometiendo la reconstitución del Estado benefactor comprometido en primer lugar con la nación. Así como implementando una política social con resultados efectivos. De otro lado, debe armonizar este objetivo inmediato con las miras estratégicas de la burguesía venezolana, es decir, con la necesidad de hacer de PVDSA - la compañía estatal de petróleos cuyos ingresos de U$ 34. 000 millones en 1996 la ubicarían en el séptimo lugar entre las más grandes del sector - una empresa capaz de disponer del capital de inversión que hoy le restringe la política impositiva del gobierno...
aunque PDVSA ha sido más eficiente que su homóloga mexicana, señalaba un artículo de The Economist de junio de 1993, ha tenido que operar bajo condiciones desfavorables. El gobierno fija el precio local del petróleo absurdamente bajo, mientras que le impone a la compañía impuestos por encima del 80% de sus ingresos; por lo tanto, PDVSA está crónicamente descapitalizada.
El gobierno, en efecto, emplea las utilidades de la misma en financiar la mayor parte de sus programas de "bienestar", con inversiones cercanas a los U$ 8.000 millones al año. De estos dineros, en efecto, no queda mucho para invertir en planes de desarrollo para el petróleo del Orinoco.
A partir de 1995, los legisladores venezolanos fueron persuadidos de permitir el ingreso de capital foráneo como único medio de financiar la industria local y la economía nacional, dependiente del petróleo. En la segunda mitad de la década de los noventa la estatal petrolera ha firmado varios contratos de empresa conjunta con las firmas estadounidenses Conoco Inc., una división de E.I. du Pont de Nemours, Mobil y Arco, las multinacionales Exxon, Costal corpo., la japonesa Itouchi y la francesa Total S.A. por decenas de miles de millones de dólares para exploración de pozos, construcción de oleoductos y modernización de instalaciones. Pero esta actividad se ha extendido a otros campos de la energía. Exxon, Mitsubishi y Royal Dutch/Shell se unieron en los 90' a Petróleos de Venezuela en el más grande y ambicioso proyecto de conversión de gas natural a gas líquido para ser exportado a los USA (ver The New York Times, agosto de 1993).
El desafio petrolero y la política
Uno de los grandes retos de Ven es aumentar su capacidad refinadora para encarar a Arabia Saudita y otros grandes concurrentes. De lo contrario, sería sometida a una insostenible guerra de producción y precios por parte de Arabia Saudita. El convenio de la OPEP para recortar la producción de petróleo, adoptado en el último año y al cual el actual gobierno de Venezuela ha sumado su respaldo, ha, ciertamente, presionado hacia arriba los precios, lo que ha constituido un impulso tanto para la economía como para las finanzas públicas venezolanas. Pero esto no esto no puede durar mucho en la economía mundializada. En el fondo de la nueva actitud del gobierno venezolano hay un interés político en ganar tiempo para realizar las reformas en que está empeñado: en este sentido necesita de una situación internacional de precios desprovista de turbulencias.
Para entender la política de Chávez y su alternativa capitalista hay que considerar las necesidades de más largo plazo de su industria petrolera, no un engañoso paso táctico en el que sus orientadores de hoy parecen retractarse de su política de ayer. Es consabido que aunque Venezuela fue uno de los miembros fundadores de la OPEP, ha estado burlando por muchos años su cuota de producción en unos 800.000 barriles diarios. El pronóstico hacia el futuro es que inundará el mercado con mucho más petróleo desautorizado. ¿Por qué? Porque la burguesía venezolana no puede renunciar a la expansión de su industria petrolera sin renunciar al mismo tiempo a su futuro económico y el fundamento de éste reside en aumentar la producción y su competitividad en el mercado mundial: sus condiciones están en la innovación tecnológica de su industria y en sus inmensas reservas de crudo, en este terreno libra una carrera contra reloj con el mismo desarrollo técnico y la exploración de nuevas fuentes de energía más baratas y sustitutivas del petróleo.
La revista estadounidense FORBES llamaba la atención en 1997 acerca del enorme cambio en los equilibrios del poder petrolero. Quien, en efecto, repare en las proporciones nacionales de las reservas petroleras comprobadas del mundo hace apenas diez años podía considerar fácilmente las reservas venezolanas como una fracción de las de Arabia Saudita. Sin embargo, el país suramericano desde 1996 y, probablemente antes, ha comenzado a explorar su inmensa franja petrolera del Orinoco. Estas reservas incrementan el total de reservas de Venezuela a unos 343 mil millones de barriles (270 en la franja del Orinoco + 73 de petróleo liviano)...
cifra que, según Forbes, lo convertiría en el segundo país exportador más importante del mundo.
La misma revista advertía que aunque los costos de extracción y mejoramiento del viscoso petróleo venezolano son más altos - costaban en 1997 entre $6 y $8 dólares por barril - se vendía por cerca de U$15 a los precios del mercado en ese mismo año. Por la misma fecha el petróleo de calidad superior extraído de los estados de Texas y Louisiana se vendía a U$20 por barril, pero el margen entre el costo de la extracción del petróleo y su precio en el mercado era (y es) lo suficientemente amplio como para atraer grandes cantidades de dinero en inversiones (Ibidem, pág. 12). Robert Trunek, encargado de supervisar los negocios de Arco en Venezuela, afirma que:
los retornos sobre inversión que podemos obtener con el petróleo del Orinoco son competitivos con los del resto del mundo.
ibidem
Según la clasificación hecha por Price Waterhouse y Petroleum Intelligence Weekly en 1997, citados por dicha revista, la capacidad de refinación de 2.4 millones de barriles diarios con que cuenta en la actualidad Petróleos de Venezuela convierte al país en el más grande refinador de las Américas. En los últimos años esta capacidad ha crecido gracias al acuerdo entre PDVSA y Mobil. Estos últimos transportan 100.000 barriles diarios hasta la refinería de Mobil en Chalmette Louisiana, en la que PDVSA tiene el 50% de las acciones.
Naturalmente, de ser acertada esta previsión del futuro el pacto petrolero y Arabia Saudita reaccionarán. Eventualmente - como lo observaba Leonidas Drollas en 1997 cuando era director del Centro de Estudios Energéticos Mundiales, en Londres, cuyo presidente es el sheikh Yamani - Arabia Saudita se encontraría...
muy irritada con una sobreproducción venezolana. Si los precios del petróleo caen ostensiblemente, los saudíes podrían abrir sus grifos para demostrarles a los venezonanos que han llegado demasiado lejos.
ibidem, pág. 14
"De allí la necesidad de asegurarse", de acuerdo con palabras de Luis Giusti, el jefe de PDVSA en 1997: en efecto, cuando los precios del petróleo caen, los márgenes de las refinerías aumentan. Así, pues, al tiempo que incrementa la producción, PDVSA tiene que incrementar también su capacidad de refinación. Sólo de esa manera, puede asegurar un nicho para su petróleo. Hay que tener en cuenta que ningún proyecto de expansión representa una buena noticia para la OPEP (organización de países exportadores de petróleo).
En 1985 el ministro de Petróleos de Arabia Saudita, sheikh Ahmed Zaki Yamani, castigó a los transgresores de las cuotas y recapturó la participación en el mercado al inundar el mundo con crudo de bajo costo. ¿Podrían los árabes tomar medidas semejantes contra Ven en un futuro próximo? [...]
ibidem
Sin embargo, la apertura del Orinoco es una buena noticia para EU que todavía importa 34% de su petróleo desde Oriente y Africa... Tampoco existen en Venezuela el fundamentalismo islámico ni su vecino es Irak.
Socialismo no es equivalente a nacionalización
Dentro de la mitología que sustenta la imagen "socialista" del nacionalismo chavista hay un capítulo conspicuo: el del control estatal de la industria. Una vez más la experiencia y la vida refutan las ilusiones políticas. En lugar de ser un signo de "socialización" como lo entiende la "izquierda", a partir de la nacionalización de 1976, todos los gobiernos de Venezuela han usado el petróleo para pagar la corrupción generalizada y sobornar a la masa. Su esquema rentístico ha estimulado, además, la pasividad de los grupos subalternos al garantizarles un minimum para su supervivencia. Éstos se han hecho corruptos a través de un sistema de subsidios, donativos, prebendas, exoneraciones fiscales y privilegios correlacionado con el acrecentamiento del Estado y su riqueza. Chávez ha proclamado una y otra vez ante la constituyente que convocó que el monopolio estatal sobre el petróleo es intangible y permanecerá así para siempre, esto significa que va a continuar empleándolo para pagar la política "social" del gobierno. Quizá ya no lo podrá hacer del mismo modo que sus antecesores, dado el cuadro descrito atrás, pero lo hará porque es su única fuente de maniobrabilidad política.
Por otra parte, la nacionalización o la privatización del petróleo es una medida sujeta al comportamiento de los precios del petróleo: si los precios descienden los monopolios estatales serán ineptos, si suben quienes han privatizado parcial o totalmente deberán retomar los caminos que conducen al monopolio estatal. La caída de los precios mundiales del petróleo en los últimos años ha reducido los ingresos y ha puesto a dudar acerca de la suerte de los consentidos monopolios estatales. Los gobiernos mantendrán o pondrán fin al control de la industria energética en función de las ventajas que les reporte una u otra situación. En este sentido puede hablarse de la ecuación precios elevados igual (=) nacionalismo, precios bajos igual (=) liberalismo.
Pero, además, hay otra circunstancia importante que debe subrayarse porque refuta mejor que las dos razones anteriores la abusiva asociación entre "nacionalización" y "socialización": la estatización no es la reapropiación de la riqueza por la sociedad, sino una forma extrema de monopolización del capital que es tanto un resultado de la espontánea concentración-centralización del capital en el transcurso de la concurrencia mundial, como una condición dirigida a aumentar por medios políticos y organizativos el poder social y económico del capital en el mismo terreno de la concurrencia. La estatizada riqueza venezolana no ha estado en manos de todos los miembros de la sociedad, sino de sus grupos poseedores y dirigentes: ha permanecido, sigue y seguirá estando en manos del capital financiero internacional por cuenta de la inversión "foránea" directa y de la deuda externa independientemente de las intenciones de sus administradores contingentes.
En materia de política económica y de expansión industrial esto aparece con una evidencia incontrastable. El caso es que si Chávez tiene entre sus proyectos desarrollar la industria petrolera nacional tendrá que recurrir a la inversión directa y al crédito externos, los únicos que pueden proporcionar los recursos para esta meta dado el debilitamiento del sistema financiero del país, el enorme gasto público, la caída del precio internacional del petróleo durante la totalidad de la última década del siglo XX y las expectativas que la prédica chavista ha suscitado entre la masa de sus seguidores, cuyos favores tendrá que pagar tarde o temprano de querer continuar siendo una figura política relevante. Carente de capital y tecnología, la compañía petrolera del gobierno verá con mejores ojos el valor que representa asociarse. Por ahora el mayor desafío que tiene esta industria es aumentar la producción de petróleo crudo y refinado, lo cual obliga a Chavez a asociarse o a pedir prestado. La reapertura de los campos petrolíferos en los primeros años noventa se ha realizado dentro de la mira de producir 5.7 millones de barriles diarios para el año 2005. En efecto, para 1996, transcurridas dos décadas de haber sido nacionalizada la industria petrolera, la producción petrolera era apenas ligeramente superior a la de la época en que la Exxon corp. y la Royal/Dutch Shell Group dominaban la escena: en las décadas de los cincuenta y sesenta estas dos multinacionales bombeban 3 millones de barriles diarios, en la actualidad PDVSA apenas alcanza una cifra de 3.2 millones. El ineludible imperativo de fondos hará que se sigan presenciando privatizaciones de empresas en otros sectores o que se dé inicio a empresas conjuntas con intereses repartidos equitativamente y los contratos de construcción. En el campo del petróleo probablemente se darán en arriendo pozos o incluso refinerías hasta cubrir los costos de construcción. Al igual que en el reciente pasado (la última administración de CAP y la de Rafael Caldera), Chávez y su equipo muy seguramente darán prioridad a la asociación estratégica con compañías internacionales, por ser ésta una alternativa mejor que el endeudamiento (el cual ha ascendido a un monto equivalente al 60% del PIB). En este punto, Chávez es tan confiable como su ídolo ideológico Simón Bolívar, quien no dudó en aliarse con Gran Bretaña primero para financiar y promover la "campaña libertadora", como se le llamó por aquel entonces, y, después, para impulsar la riqueza de la burguesía por el comercio exterior.
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