La Organización Mundial del Comercio es un síntoma

La enfermedad es el capitalismo

La asamblea de la OMC en Seattle se ha convertido en el punto focal en razón de lo que el Financial Time ha llamado:

un nivel preocupante... [de] inquietud pública en las relaciones del capitalismo y de la globalización.

Financial Time del 27/11/99

Entre quienes participan en las protestas están Los Amigos de la Tierra y Ayuda Cristiana, sindicatos, anarquistas y gente de izquierda, como también los pequeños agricultores y los comerciantes de los países más pobres del mundo.

Sus reivindicaciones van desde una modificación de las reglas de la OMC, la cual transformaría a esta última en un ente en "beneficio de todos", hasta la eliminación de la OMC misma, de modo que se ponga fin a la diferencia monstruosa entre ricos y pobres creada por el capitalismo en los últimos 20 años.

Algunos piensan directamente que deshacerse de la OMC significa deshacerse del capitalismo.

Ahora bien, es verdad que la OMC es una de las organizaciones dirigidas por las más ricas potencias capitalistas y por sus multinacionales. Su objetivo se sobrentiende en el abatimiento de todas las barreras nacionales que pueden impedir la creación de una economía verdaderamente global para los gigantes monopolísticos, hoy en encarnizada lucha por acrecentar las respectivas cuotas de mercado, disminuir los costos y mantener los niveles de ganancia.

Las áreas abarcadas en las tratativas y en control de la OMC muestran que prácticamente todos los aspectos de la vida son encerrados en la jaula del beneficio capitalista - transformados en una mercancía para comprar y vender en función de las utilidades de las despiadadas compañías multinacionales. Desde las plantas y sus semillas a los genes del DNA humano, no hay límite a todo cuanto puede convertirse en fuente de ganancias para el capital monopolístico.

Los servicios públicos, desde la limpieza de las escuelas hasta la gestión de los hospitales, están destinados a ser vendidos al mejor postor (a escala global). Todo obstáculo "local", no sólo las tarifas aduaneras, sino las reglas sanitarias y de seguridad - o cualquier otra cosa - será considerada una barrera ilegal al comercio.

Detrás de todo esto, naturalmente, está el hecho de que los salarios y las condiciones de trabajo también deben ser niveladas por lo bajo a fin de que la concurrencia capitalista pueda desplegarse sobre el mercado internacional.

Pero todas estas tendencias son parte integrante de la mundialización del capital que se ha acelerado cuando menos desde el inicio de los años 80', mucho antes de que naciese la misma OMC (1994).

La mundialización emana de las profundidades del capitalismo. No es un producto de la perversidad de la OMC, sino una respuesta a la crisis de las tasas de ganancia en descenso, la cual atenaza al capitalismo desde el fin de la expansión de la segunda post-guerra (aproximadamente 1971).

La cruel dinámica del capitalismo hoy no puede ser revertida haciendo más "democrático" o menos "descarado" este instrumento del capitalismo.

Desgraciadamente, las protestas contra las tratativas de la OMC no podrán suspender el curso del capitalismo más de cuanto lo ha hecho la tentativa de detener por un día la City de Londres en la primavera pasada.

Han pasado los días en los cuales el capitalismo - cuando menos en los países más ricos - podía permitirse exhibir un rostro gentil y jugar según las reglas de la seguridad del trabajo, de los aumentos salariales anuales, de los servicios públicos para todos y cosas por el estilo.

Sindicatos como la AFL-CIO en los USA y los grupos de izquierda como el SLP de Scargill en Gran Bretaña o Rifundazione en Italia, que pretendían que la abolición de la OMC contribuiría a echar atrás el reloj de la historia y a poner de regreso la seguridad del trabajo en su propia casa, están buscando movilizar a los trabajadores a favor de un proteccionismo nacionalista y reaccionario. Esto no tiene nada que ver con la "resistencia al capitalismo".

Una cosa es de cualquier modo segura: con OMC o sin OMC el capitalismo mundial está creando las bases para una resistencia mundial. Nunca antes la diferencia entre los más ricos y los más pobres ha sido tan grande. Nunca antes tantos seres humanos han sido privados de los más necesarios medios de subsistencia. Nunca el capitalismo ha estado tan centralizado ni la realidad de la explotación capitalista se ha presentado tan desnuda y clara.

Jamás ha sido tan evidente que la condición de la clase obrera es sustancialmente igual en todo el mundo. El Financial Time tiene razón en preocuparse. El hecho de que muchos de los manifestantes anti-OMC - pese a que políticamente se hallan mal dirigidos - estén protestando contra el capitalismo muestra que la propaganda de la clase dominante sobre la pretendida "naturalidad" del estado de cosas presente empieza a no ser convincente. Y ya era hora.

Mientras el número de desocupados crece día a día, los trabajadores con un empleo trabajan en condiciones cada vez más duras por salarios cada vez más bajos.

Todo esto en un mundo que produce tantos alimentos que sería posible nutrir a todos y cada uno; donde los costos para suministrar agua potable para los mil millones y medio de personas que están privadas de ella, serían apenas una gota en el mar de dólares en que flotan gentes como Bill Gates; donde la cantidad de mercancías producidas permitiría - en una sociedad racional - llevar a cada uno una tranquila existencia.

Una vez que los que producen la riqueza del capitalismo empiecen a reconocer que existe una alternativa a ese sistema y que ella se cuenta entre sus posibilidades, el problema ya no será el libre comercio para las multinacionales, sino la libre distribución de los bienes producidos por la colectividad para la satisfacción de las verdaderas necesidades del hombre. Entonces, protestas como éstas se mostrarán como insignificantes.

En aquel momento, para conservarse, el capitalismo recurrirá a todas sus fuerzas para detener el movimiento. Pero una clase obrera mundial organizada en sus órganos de autogobierno, listos a tomar el poder y a luchar conscientemente para llevar adelante el programa comunista, hará temblar de nuevo a las clases dominantes.

El comunismo no es una utopía imposible como nuestros gobernantes desearían hacer creer. En este mundo del capitalismo global es, hoy más que nunca, la única solución.
Los proletarios no tienen otra cosa que perder más que sus cadenas. Tienen en cambio un mundo que ganar.

¡Trabajadores de todos los países, uníos!

BIPR