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Home ›Huelga 31-8-99
La huelga del pasado martes 31 de agosto convocada por las centrales sindicales (CUT, CGTDC, CTC), por las agremiaciones campesinas y los transportadores - la cual ha conducido a la parálisis de cuando menos el 95% de la actividad económica - ha puesto en evidencia, pese a su brevedad, muchos de los signos de descomposición del régimen y de la sociedad. Las cuarenta y ocho horas del movimiento sintetizaron las últimas décadas de evolución crítica de la sociedad. Esta vez no sólo en las zonas agrarias, sino en las calles de las ciudades se condensaron extraordinariamente todas las contradicciones y conflictos de la sociedad y del Poder. La profunda recesión que atraviesa la economía - la cual registra una caída del 6% del PIB en el primer semestre de 1999 - ha servido de circunstancia propiciatoria para que salgan a flote los elementos sociales, los rasgos psicológicos, las tensiones, la ideología, las capacidades, las condiciones, las características, los intereses reales, la línea de conducta política y la verdadera naturaleza de las fuerzas que caracterizan el proceso de desintegración de la sociedad y del poder en Colombia.
El exasperante cuadro de conformidad social impuesto durante decenios por la conducta paternalista del Estado y por las tradiciones reformistas del Movimiento Obrero ha sido roto bruscamente por los acontecimientos de las últimas semanas en Colombia. La capacidad de las masas para tolerar los efectos de la progresiva depauperación de los últimos quince años parece haber llegado a su límite en el curso de la depresión actual. Tan sólo pocos días después del anuncio del profundo "ajuste económico" supervisado por el FMI (el cual contempla nuevos impuestos y el retroceso de la condición obrera a una especie de edad de piedra social), las masas trabajadoras reaccionaron lanzándose a las calles y violentando todas las normas de la compostura y del decoro en que querían sumirlas los dirigentes reformistas de los sindicatos. Sin un programa ni una organización preestablecidos - en Colombia, a despecho de la "plena" vigencia del derecho y la democracia, todas las organizaciones y formas sociales o políticas autónomas de los trabajadores han sido sistemáticamente destruidas por el terrorismo burgués imperante - miles de proletarios y subproletarios de las más importantes ciudades y campos se dedicaron a tomar lo que necesitaban y realizaron una expropiación temporal de la propiedad burguesa, sin respetar a las leyes ni a las autoridades establecidas. Por unas horas, por su cuenta y riesgo, desprovistos de puntos de partida organizativos, sin más medios que los que la situación ponía en sus manos y movidos por la pura fuerza de su instinto de clase, actuaron como si se tratara de un movimiento revolucionario consciente y pusieron en práctica el programa comunista de abolición de la propiedad y del Estado. La gran masa, cuya situación de miseria es tan extrema e irregular que no puede sostener una burocracia sindical ni una organización, sólo se organiza en tiempos de revolución. Esta masa no tiene otro modo de expresión que la revuelta ni otro medio de acción que la expropiación de la burguesía y la destrucción de la autoridad. Impulsada por la desesperación y el terror ante un futuro que se le revela con tonos apocalípticos, la masa es conducida a una confrontación en la cual encuentra los mecanismos y los elementos de fuerzas para organizarse, desbordando los marcos del orden social. Libres de pastores y fuera del alcance de los mecanismos de poder de la burguesía, los elementos de la masa pueden actuar según su voluntad, escuchando tan sólo su propia voz, la cual les habla de sus desdichas y sufrimientos; entonces, se reconocen momentáneamente a sí mismos, dejan de ser un simple rebaño y pueden llegar a erigirse en un sujeto social con personalidad propia capaz de ahondar en su situación e identificar sus problemas y necesidades. Aunque con un grado todavía vago de consciencia de clase, durante las acciones la masa se mostró capaz de entender su dolor, sus pérdidas, sus intereses inmediatos y las temibles penalidades que le aguardan en el futuro. Al unirse para la acción ante esa masa se presenta la posibilidad de satisfacer inmediatamente todas las necesidades vitales que ha postergado por tanto tiempo. En el caso colombiano y latinoamericano la situación es de vida o muerte, los proletarios y subproletarios que atiborran las zonas marginales de los grandes centros urbanos no tienen nada que esperar del orden establecido; a sus ojos la acción debe ser pronta y efectiva para resolver cuando menos los problemas más inmediatos de aprovisionamiento. Así, pues, ya en la noche del lunes 30 y a lo largo de los días martes y miércoles, la masa procedió a organizarse de manera elemental para emprender acciones de supervivencia frente a la negligencia de una sociedad que la ha visto languidecer impasiblemente. En algunos casos actuó como si en realidad obedeciera a un programa concertado, poniendo sus necesidades y demandas por encima de las leyes sociales del capitalismo. Para satisfacerlas ignoró la propiedad, el mercado, el dinero, la autoridad, el "derecho" y la disciplina que la civilización burguesa le presenta como condiciones "justas", eternas y absolutas de la vida social. Inspirados en la noción instintiva de que la necesidad humana está por encima de las convenciones y relaciones dadas en la sociedad burguesa (particularmente sobre la propiedad privada y el dinero) y bajo la consigna ¡somos los hambrientos!, los proletarios intentaron dar una forma práctica inmediata a su programa, aunque de un modo todavía demasiado rústico y primitivo: tanto por el hecho de que sólo apuntaban, según suele decirse, a "coger del montón", como en virtud de que no se planteaban ni siquiera vagamente el problema de la posesión de los medios de producción y del Poder con miras a hacer funcionar a la sociedad de acuerdo con sus necesidades. Este proletariado y subproletariado carecen todavía de una real perspectiva revolucionaria que les permita desentrañar la raíz de su condición y su verdadera solución. Aun se requiere que el proletariado, como clase, reconozca su verdadera situación social y aprenda a levantarse unido contra su explotación e inhumanidad, derrocando el sistema generador de la miseria y construyendo el comunismo. El logro de este objetivo histórico reclama el desarrollo de un Partido revolucionario que sintetice la memoria histórica de la clase y esté fogueado en un rico y prolongado combate con la burguesía.
Escandalizada por la "mala conducta" de la "chusma", como suele llamar despectivamente la burguesía y la pequeña burguesía al proletariado, toda la buena sociedad y las gentes bien pensantes del país empezaron a reclamar del Estado el restablecimiento del "orden". Mientras las masas cansadas de esperar las providenciales decisiones salvadoras de la cúspide sindical o del oficial Consejo Nacional de Concertación (que reúne a patronos, gobierno y trabajadores) saben en su fuero interno que nunca se expedirán las prometidas medidas favorables, comenzaron a obrar por su propia iniciativa, asaltando los graneros abarrotados de víveres y comestibles ocultados por los especuladores, la burguesía, como suele ocurrir en los casos de protesta social en Colombia y ha sido habitual en el comportamiento estatal frente a las consecuencias sociales del sistema existente, se inclinó por la opción de militarizar campos y ciudades, desplegando su jauría de esbirros y asesinos (el ejército y la policía en Colombia suman 250 mil efectivos) a fin de recordarle a las masas cuál es su lugar y su deber en la sociedad. Expuesto sucintamente, este deber consiste en soportar supina y silenciosamente su dolor y su miseria mientras el orden trastornado es restablecido y la burguesía, a través de sus autoridades civiles y militares, recupera el control de la situación para imponerle sus medidas de austeridad al proletariado. Así, una vez más, las masas deben poner la agudización de su infortunio y su desdicha a contribución de la reconstrucción del orden que las mantiene en la opresión y la miseria.
No obstante los llamados sindicales a la calma y al mantenimiento de las acciones de protesta dentro de los lineamientos de la democracia, durante los dos días del paro las masas ocuparon la calle por su propia cuenta. Preparados durante el día anterior, ya en la mañana del martes se registraron los primeros asaltos y motines de hambrientos, los cuales prosiguieron el resto de la jornada. El miércoles tuvieron lugar escenas similares, pero con más vigor que el día anterior. Numerosos centros comerciales, despensas, tiendas, camiones cargados de víveres y lugares de acopio fueron nuevamente saqueados. Pero los "revoltosos" también irrumpieron en "casas de empeño" (o "casas de la piedad") e incluso en modestas viviendas de pequeñoburgueses, lo que sugiere un ánimo de venganza social contra los objetos más próximos del odio popular, es decir, contra aquellas sanguijuelas de barrio, usureros y acaparadores tan justamente aborrecidos por las masas. Por la TV fueron pasadas las imágenes de furibundos pequeñoburgueses que derramaban lágrimas de cocodrilo ante la vista de la "turba" irrefrenable que se apoderaba de los bienes acaparados con que calculaban especular durante el paro y en los días siguientes al mismo. Alentada por sus ilusiones mucho más que por la existencia de una ventaja material real, ante el ataque del proletariado la pequeñaburguesía en esta fase de la reacción popular se ha unido en masa a la burguesía en defensa de la sacrosanta propiedad. Al presenciar por la TV la imagen de la propiedad "honradamente" adquirida atropellada por el populacho sedicioso, todo pequeñoburgués se reconoció de inmediato en la tragedia de sus congéneres expropiados por los amotinados: la respetable propiedad se veía, así, amenazada por una inescrupulosa multitud de criminales enardecidos. Al grito de ¡vienen los vándalos! la sociedad burguesa en su conjunto acudió a tomar las armas y marchó a reprimir a las masas con la saña que suele dictar el miedo. Las escenas de pequeñoburgueses y burgueses sumados a las "fuerzas del orden" repeliendo con armas de fuego a la "canalla", fueron repetidas una y otra vez a través de las pantallas televisivas. Tal es la reacción de una sociedad que invoca la defensa de un orden que significa carestía, especulación, usura, indiferencia y brutal egoísmo en medio de la hecatombe colectiva y que llega al extremo de pedirle al proletariado que inmole su vida en aras de la tranquilidad de la burguesía.
Llegados a este punto vale la pena hacerse una reflexión. El lanzamiento en masa del proletariado a la calle, así como la toma de fábricas y empresas, le presenta a éste la primera prueba de su enorme fuerza y el pensamiento de sacudirse de toda autoridad y de todo poder, ofreciéndole ocasión, quizá por primera vez, de manifestar espontáneamente lo que verdaderamente siente y quiere. De este modo, el poder real, aunque sólo sea por unas pocas horas, pasa a manos de la masa de la calle. ¿Qué sucedería si, en vista de la acción de masas, se encontraran de pronto rotas las relaciones entre el poder central, el provincial y el local, desarticulados los mecanismos de control y dispersas y diezmadas las fuerzas de la autoridad? Al difundirse la noticia de que la Ciudad está sin autoridad ni bajo ningún poder, lo más seguro es que en cuestión de horas terminara por aflorar lo que de modo latente e inconsciente se ha estado gestando por decenios: he aquí que lo que hasta entonces había sido contenido por el miedo inspirado por la violencia burguesa encontraría una oportunidad para manifestarse.
Todo esto explica profundamente por qué desde el comienzo de todo el movimiento los esfuerzos de los sindicatos, los partidos y el Estado se encaminaron a subordinar a las masas a la red institucional ad hoc. El fin es aquí también bastante claro: invalidar el proceso de autoorganización de las masas, transferir nuevamente al Poder burgués en todas sus formas estatales y privadas el control de la situación a través de la manipulación de las necesidades y a medida que el efecto de la represión y el terror reaccionario haga retornar la paz social. Por todos los medios la burguesía está procurando persuadir a las masas de que no deben confiar en sí mismas y, en cambio, deben renunciar a su iniciativa autónoma y a cualquier tentativa de organización independiente. A los ojos del Estado y la sociedad burguesa, la única actitud en que la masa resulta aceptable es la de la mendicidad pasiva y ciegamente obediente; el único lenguaje que no parece criminal a sus oídos es el del servilismo. Se trata, por tanto, de reemplazar la acción directa de las masas en pro de sus necesidades e intereses por la subordinación mecánica al Estado y a las entidades públicas y privadas que sólo persiguen sumirlas de nuevo en el aislamiento y la resignación. No es extraño que con el regreso de los líderes sindicales y populares a la mesa de diálogo, con el anuncio de créditos internacionales y del traslado de millonarios fondos del presupuesto nacional para "atender" los problemas básicos y de reconstrucción de la economía y de la sociedad, los desprestigiados agentes del actual gobierno Pastrana hayan recobrado brío e intenten unificar a las esferas dirigentes de la sociedad burguesa (incluidos los sindicatos) en un bloque homogéneo y coherente capaz de quitarle la iniciativa y el impulso a la naciente resistencia de masas.
Otro de los objetivos de la campaña desatada por el conjunto de la sociedad burguesa contra los "revoltosos" es obtener para la burguesía una tregua en las acciones que le permita romper la unidad conseguida por las masas en el transcurso de las jornadas de las semanas anteriores, en espera de que las medidas adoptadas surtan su efecto y permitan que los mecanismos de control y contención social (jueces, cárceles, manicomios, policía, ejército, iglesia, aparato burocrático, etc.) vuelvan a ser efectivos contra el proletariado. Para la burguesía es primordial dispersar a los elementos de la clase, encerrando a cada individuo dentro de su ámbito privado, a fin de conseguir la desintegración de los elementos que hasta el momento han actuado conjuntamente y han dado lugar a niveles de organización, a vínculos y sentimientos de ayuda mutua y de solidaridad durante los motines. Su tarea esencial consiste en generar un estado de impotencia y de dependencia pueril que contribuya, en conjunto, a sumir de nuevo a las masas en la desorganización y la apatía.
En esta tarea el Orden recibe el apoyo de los sindicatos. Hasta ahora la principal función de los sindicatos ha sido ocultar el fondo de los mecanismos sociales que han detonado la explosión de masas y proyectar los espejismos detrás de los cuales deben correr los trabajadores. De hecho, sin que nadie se los pida, los sindicatos se han consagrado ha fomentar la ilusión de que esta masa - cuya vida puede resumirse en una sola palabra: 'pauperismo' - puede y debe esperar algo del sistema que durante siglos la ha hundido en el cieno. Lo que necesitamos, según ellos, es un capitalismo que funcione en interés de la clase obrera: basta con modificar el modelo económico que ha enmarcado en los últimos 15 años la evolución del país. Con este propósito insisten en que una reforma del Estado hará que el sistema venga en su auxilio cargado de dádivas y generosas ayudas para los desvalidos. Mientras se predica que un Estado "controlado por los patriotas" (como se hacen llamar a sí mismos) tendría no sólo la intención, sino los medios de resolver los problemas de los desempleados y la caída del salario real - problemas que, entre otras cosas, no tienen origen en el modelo económico neoliberal, como lo predican los sindicatos y los reformistas, sino en la fase crítica del ciclo estructural de la acumulación capitalista, vale decir, en las mismas condiciones de existencia de los hombres en la sociedad clasista - se cubren con el velo del reformismo los mecanismos capitalistas que han generado la miseria, la marginalidad, la discriminación y el abandono. Si al colocar a las masas frente a una situación extrema que ha puesto en tela de juicio su propia supervivencia la depresión económica actual ha servido de detonante a una reacción tan amplia entre el proletariado dentro de una sociedad que descansa en la competencia individualista por ganancias, sólo la dinámica capitalista, que une a la acumulación de capital la expropiación y pauperización de las masas, puede ser responsabilizada de la situación de orden público actual. Se oculta cuidadosamente a las masas que, mientras persista la larga fase de crisis del capitalismo, las tentativas de recuperación destinadas a alcanzar tasas de ganancia suficientes para continuar la acumulación de capital y mantener a los grupos dirigentes - ya sea las emprendidas bajo el actual sistema empresarial y el dictado del FMI, ya sea bajo la dirección de un hipotético gobierno sindical o insurgente - sólo puede lograrse mediante el sacrificio del proletariado, a través de la creciente desvalorización-explotación de la FT.
Pero hay otro hecho importante: la sociedad burguesa en su conjunto se niega a reconocer a los amotinados en una categoría diferente a la de la delincuencia. Con ello, la burguesía se niega, al mismo tiempo, a admitir el carácter clasista de la sociedad existente y, por lo tanto, a reconocer la insolubilidad de los problemas de las masas dentro del capitalismo. Al describir a la masa sublevada en los tonos sombríos y perversos del delincuente profesional que acecha la hora en que la desesperación le ofrezca brazos para soliviantar el crimen, el sistema - y particularmente los medios de desinformación a su servicio - trata inúltilmente de encubrir la protuberante y genuina revuelta de esclavos en ciernes en Colombia y Latinoamérica. No obstante, ha logrado invocar en su socorro toda la enorme legión de prejuicios y sentimientos sociales unidos a la existencia de la propiedad privada. En efecto, se asegura que la masa de la pequeña burguesía, espantada por el espectro de una amenaza general a la propiedad y a su bienestar tan honradamente adquiridos, cierre filas entorno a la burguesía y su gobierno
En este propósito la burguesía ha recibido la inmensa ayuda proporcionada por los medios. Entre las técnicas usadas para manipular las opiniones y percepciones del público en torno a los acontecimientos se cuenta la invisibilización de la gran masa. Su situación, su miseria y su reacción justa y necesaria frente al estado de cosas existente fue objeto desde el comienzo de un proceso de desfiguración que situaba a los protagonistas y sus acciones en el terreno del código penal y del derecho y no de los conflictos de intereses sociales inmanentes a la estructura material clasista de la sociedad. Durante las filmaciones de la revuelta, una de las técnicas empleadas para conseguir este objetivo consistió en enfocar exclusivamente las cámaras sobre aquellos pocos sublevados que en medio de los asaltos masivos a tiendas tomaban objetos distintos a los víveres, ignorando simultáneamente al gran número de los que contemporáneamente participaban de estas acciones. La ampliación hasta la exageración de la imagen de dos o tres personas destacadas artificiosamente por los camarógrafos del resto de la masa, le permitió a los mass media eclipsar a los dos o tres mil asaltantes más que angustiosamente se debatían entre la multitud y bajo el fuego policial para recoger comestibles. De este modo, los medios consiguieron imprimir una imagen precisa en la mente de un sector del público televidente, el cual, naturalmente, terminaba respondiendo de modo puramente reflejo a las elecciones y conceptos que previamente los medios habían establecido por él. Tal cosa contribuyó a que desde el mismo instante que se tuvo noticia de la revuelta callejera en urbes importantes como Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, las opiniones y emociones del público se encontraran predispuestas a aceptar pasivamente el punto de vista de los medios, a los cuales les fue relativamente fácil inducir sus conclusiones acerca de los acontecimientos en un sentido predeterminado, separando a un gran número de telespectadores y radioescuchas de los sentimientos e ideas que hubiese despertado la contemplación de lo sucedido sin la mediación de manipulación alguna.
Sin embargo, gracias a la generalidad y amplitud de la movilización favorable a la protesta, la historia ad usum delphini (para el uso de los niños) de los profesores y periodistas ha entrado en colapso; quizá la única excepción, en este caso, son los trabajares estatales organizados en sindicatos, quienes básicamente han salido ha luchar no contra el sistema, sino por mantener los privilegios sociales y los llamados "derechos adquiridos" que tan clamorosamente los separan de la masa del proletariado. Mientras los mecanismos profundos de la sociedad y los verdaderos móviles de la conducta humana salían a relucir con ocasión de los motines y revueltas, la ideología del consenso, las costumbres y las prácticas burguesas se mostraron patentemente como inadecuadas e ineptas para frenar la reacción de masas a la pauperización creciente. Pese a que todavía no cristaliza una alternativa comunista a la explotación capitalista y al estado de cosas existente, ha quedado evidenciado hasta la saciedad que las instituciones y órganos de poder que representan al orden establecido son absolutamente incapaces de dar cauce a las nuevas necesidades y aspiraciones humanas expresadas por los desposeídos. La discrepancia esencial entre el sistema de ganancias y las necesidades de los hombres ha quedado evidenciada para muchos incluso en los momentos en que la funesta dirección sindical decidía restablecer el diálogo social con el gobierno para inhibir una revuelta que ya en los cinturones de miseria que rodean a Bogotá y en las misérrimas ciudades satélites amenazaba con llegar al clímax. Precisamente por ello, en el curso de las acciones se ha hecho patente más que nunca el vacío de una dirección revolucionaria que señale a las masas la imposibilidad de resolver sus problemas al interior del capitalismo. Para los revolucionarios es fundamental poner los ojos en este escenario y en la situación que se dramatiza en hoy en Colombia no sólo porque en este país se reflejan los signos más visibles de decadencia del sistema burgués y la consecuente reacción de barbarie de las esferas dominantes, sino porque pueden extraer importantes lecciones para su causa de transformación comunista de la sociedad. A este respecto podemos decir que el hecho de suyo trivial de que la burguesía logre o no momentáneamente sus objetivos de desviar o neutralizar la rabia de las masas, no es decisivo en términos de la gigantesca lucha que se presenta al proletariado en el porvenir; la verdadera gran lección que se desprende de los recientes acontecimientos es que la primera y más importante necesidad que debe satisfacer el proletariado consiste en disponer de los órganos e instrumentos de clase que le den tanto una perspectiva histórica amplia de las condiciones de su lucha, de sus intereses y tareas, como la suficiente coherencia y el grado de organización y de potencia en la acción para adelantar victoriosamente su combate contra el asfixiante capitalismo, es decir, necesita del programa comunista y de su partido histórico.
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