Plataforma

Introduccion

El momento actual

El derrumbe de la Unión Soviética ha llevado al fin de la guerra fría, pero esto no ha significado ni el fin del imperialismo ni el fin de la amenaza de una guerra global.

El retiro de la URSS de la confrontación imperialista con los Estados Unidos y su disolución sucesiva, se deben a dos factores del todo internos a la dinámica del sistema económico capitalista. El primer factor está dado por la crisis económica que ha atenazado a la economía mundial desde los primeros años de la década de los setenta; tanto los países con una economía completamente estatizada (sedicentemente "socialistas"), como los del "mundo libre" con una economía mixta, se encontraron frente a una situación de creciente estancamiento económico. Tal cosa significaba que el capitalismo había llegado al fin del ciclo de acumulación. La primera señal de esto se tuvo con la devaluación del dólar en 1971 que condujo al fin del régimen de Bretton Woods (el pacto internacional que, firmado en 1944, había trazado el cuadro económico del imperialismo postbélico). Esta fue la maniobra con la cual los USA intentaron hacer pagar al resto del mundo los costos de su propia crisis.

El segundo elemento ha sido dado por el estancamiento económico al interior de la misma Unión Soviética. En este país no se había realizado, en efecto, el socialismo, sino una particular forma de capitalismo en la cual el aparato estatal había asumido el rol de la burguesía clásica. En virtud de su monopolio absoluto sobre el poder estatal, el PCUS se había convertido, en efecto, en el vehículo de la nueva clase dominante que se transmitía sus privilegios de generación en generación.

A esto es preciso añadir la relativa debilidad de la URSS. En este país al estancamiento económico se superponía un manifiesto retraso tecnológico en relación con el mundo occidental, lo cual entrañaba una menor capacidad de sostener el esfuerzo militar. En la competencia hacia el rearme, que vio contrapuestas a las dos potencias entre los años setenta y ochenta, la economía soviética no estuvo en condiciones de asumir la confrontación con la capacidad de gasto de la americana y las tentativas de Gorbachov de poner fin a esta competencia y de probar a reestructurar su aparato económico naufragaron a causa de los sabotajes provenientes del interior de la clase dominante soviética y del limitado espacio de maniobra impuesto por la misma crisis que buscaba combatir.

La historia reciente confirma, por consiguiente, dos elementos:

  1. El completo control de la economía por parte del Estado no es socialismo. En una economía verdaderamente socialista los productores mismos decidirán colectivamente qué cosas producirán sobre la base de las necesidades humanas. La planificación económica constituiría aquí un medio para la administración racional de los recursos y el empleo de la fuerza de trabajo sería conmensurado de acuerdo con las necesidades de la sociedad. En una sociedad semejante no se asistiría, además, a crisis del tipo de la que complica a la Unión Soviética.
  2. Ninguna tentativa por parte de un Estado capitalista de superar o regular las leyes de la valorización y tanto menos las fantasías irrealizables de dar a ellas una libre expresión a través del llamado libre mercado pueden proporcionar una vía de salida de la crisis mundial de la economía capitalista.

No obstante todas las tentativas por administrar la crisis, no obstante los distintos acuerdos entre los siete grandes de la economía mundial y las renegociaciones internacionales de la deuda, no obstante la revolución del microprocesador y las reestructuraciones apoyadas por los estados con abundancia de financiamientos y amortizaciones sociales, los problemas fundamentales de la acumulación capitalista persisten. Estos son dados por la crónica disminución del plusvalor extraído; su merma está conduciendo a la burguesía a buscar siempre nuevas vías para aumentar la explotación del proletariado tanto en términos relativos como absolutos.

Situación general y perspectivas para la clase obrera

Volvamos a examinar la situación actual desde el punto de vista de las relaciones de clase. Se nota una enorme desproporción entre, de una parte, la dureza de la crisis económica actual y la consiguiente amenaza de estallido de una guerra imperialista y, de otra parte, la falta de movilización por parte del proletariado. El dominio del capital sobre la producción y la distribución ha llegado a someter también todo tipo de relación social y política; por medio de los partidos democráticos y de los sindicatos, la ideología burguesa ha penetrado con tanta profundidad en la clase obrera que toda tentativa de reacción a los efectos de la crisis por parte del proletariado es sofocada en su nacimiento.

La onda de huelgas sobrevenida en tiempos recientes, y que a veces ha abarcado enteros sectores productivos al interior de un país, no se ha extendido hasta ahora a los otros sectores y esto en razón de que todo sentido de unidad y de solidaridad de clase ha sido suprimido por el nacionalismo, por el gradualismo, por el individualismo o bien por todas aquellas formas de la ideología burguesa que los agentes del capital han conseguido difundir entre los trabajadores. El dominio de la burguesía sobre la clase obrera mediante los sindicatos y los partidos de la izquierda burguesa es la manifestación concreta de lo que Marx llamaba "la reificación de las relaciones sociales".

Cualquiera que haya sido su origen, éstos no son ahora más que instrumentos del dominio de la burguesía sobre el proletariado. No basta, sin embargo, denunciar la función, sino que es necesario combatirlos tanto sobre el plano político como organizativo.

No obstante los indudables éxitos de la burguesía en la contención y en la gestión de las contradicciones de su sistema económico, ellas no son eliminables y nosotros los marxistas sabemos que este juego no puede prolongarse eternamente. Sin embargo, su explosión final no desembocará necesariamente en una victoria revolucionaria; en la era imperialista, en efecto, la guerra global puede representar para el capitalismo una temporal resolución de sus contradicciones. Empero, antes de que esto suceda, es posible que el dominio político e ideológico de la burguesía sobre la clase obrera pueda relajarse; en otras palabras, es posible que de improviso el proletariado vuelva ser masivamente parte activa en la lucha de clases y los revolucionarios deberán estar preparados para este momento. Cuando la clase obrera retome la iniciativa y comience a usar su fuerza de masa contra los ataques del capital, las organizaciones políticas revolucionarias deben encontrarse, desde el punto de vista político y organizativo, en posición tal que puedan guiar y organizar la lucha contra las fuerzas de la izquierda burguesa.

Toda sucesiva onda de lucha será un ulterior paso en preparación de la revolución sólo a condición de que el programa y la organización revolucionaria salgan cada vez más reforzadas, lo cual puede darse únicamente si a lo largo de las luchas mismas la organización revolucionaria está en situación de radicarse y hacer penetrar de modo cada vez más profundo el programa al interior de la clase.

La revolución rusa de 1905 ha sido una preparación de los acontecimientos de 1917 en el sentido de que el programa revolucionario que llevó después a la revolución de 1917 emergió reforzado de ese primer ensayo. Hoy no hay garantías de que un episodio similar pueda advenir, esto es, que se pueda asistir a una sublevación generalizada en la cual, pese a que la clase resulte derrotada en lo inmediato, se registre un crecimiento de las fuerzas revolucionarias. Hay una cosa que, sin embargo, es cierta y es que si sobreviniese un tal movimiento de clase sin que al interior del proletariado esté sustancialmente presente una fuerza política revolucionaria, las derrotas asumirían proporciones históricas. Incumbe a la organización revolucionaria recordar al proletariado las lecciones de sus mismas experiencias históricas de manera tal que éstas constituyan un elemento de fuerza de la clase en la perspectiva de su misma emancipación.

El Buró Internacional por el Partido Revolucionario

El Buró Internacional nació en 1983 como resultado de una iniciativa conjunta del Partito Comunista Internazionalista (P.C. Int.) en Italia y de la Communist Workers Organisation (CWO) en Gran Bretaña.

Existían dos razones fundamentales para tal iniciativa.

La primera era dar una forma organizativa a una tendencia ya existente al interior del campo político proletario.

Esta había emergido de las Conferencias Internacionales convocadas por Battaglia Comunista entre los años 1977 y 1981. Las bases de adhesión a la última de tales conferencias eran los siete puntos por los cuales la CWO y el P.C.Int. habían votado en la Tercera Conferencia:

  1. Aceptación de la Revolución de Octubre como proletaria.
  2. Reconocimiento de la ruptura con la socialdemocracia operada desde el Primero y el Segundo Congreso de la Internacional Comunista.
  3. Impugnación sin reservas del capitalismo de Estado y de la autogestión.
  4. Repulsa de cualquier línea política que supedite el proletariado a la burguesía nacional.
  5. Reconocimiento de los partidos socialistas y comunistas como partidos burgueses.
  6. Orientación de la organización de los revolucionarios hacia la asunción de la doctrina y de los métodos marxistas como ciencia proletaria.
  7. Aceptación de los principios según los cuales las reuniones internacionales son un aspecto del trabajo de discusión entre los grupos revolucionarios para coordinar su intervención política activa hacia la clase en sus luchas, con el objetivo de contribuir activamente al proceso que conducirá al Partido Internacional del proletariado, el órgano político indispensable para la dirección política del movimiento de clase revolucionario y el mismo poder proletario.

La segunda razón y propósito para la formación del Buró era obrar como punto de referencia de las organizaciones individuales que hicieran su entrada en la escena internacional en el momento en el cual la profundización de la crisis del capitalismo hubiese provocado la manifestación de respuestas políticas. En el primer decenio de vida del Buró no se ha asistido a grandes episodios de la lucha de clases de masa, y en los casos en que la respuesta de los trabajadores a los crecientes ataques del capital ha sido muy combativa (como en la huelga de los mineros ingleses de 1984-85 y en la más reciente lucha de los trabajadores portuarios españoles), ésta ha tenido siempre un carácter sectorial y al final ha sido siempre derrotada. De este modo, al capital internacional le han sido concedidos importantes momentos de tregua para llevar adelante las reestructuraciones que han costado millones de puestos de trabajo, medidas de austeridad siempre crecientes y un notable empeoramiento de las condiciones de trabajo y de venta de la fuerza de trabajo. No hay, por tanto, causa para sorprenderse si los años ochenta no han traído consigo nuevos camaradas a nuestras filas y, en cambio, significaron el que muchos de los que estuvieron junto a nosotros se hayan perdido luego por el camino abrumados por el aislamiento político en el cual nos encontramos en nuestra acción. No obstante la situación objetiva desfavorable y nuestras modestas fuerzas, el BIPR se ha consolidado organizativamente y su revista en lengua inglesa "Internationalist Communist" (ahora Communist Review) se ha convertido en su principal instrumento de confrontación teórica y política. Además de gestionar la correspondencia internacional y de organizar, cuando es posible, encuentros y discusiones con los elementos con los cuales estamos en contacto, el BIPR ha producido numerosas publicaciones internacionales en varias lenguas en torno a los argumentos cruciales de los últimos años y se ha encargado de hacerlas llegar también a los países donde han despertado interés. Consideramos al Buró como una fuerza que se mueve al interior del campo político proletario, el cual comprende a todos aquellos que se baten por la independencia del proletariado respecto del capital, que no tienen nada que ver con el nacionalismo en ninguna de sus formas, que no han visto siquiera una traza de socialismo en el estalinismo y en la ex-URSS, pero que, al mismo tiempo, han reconocido en el Octubre de 1917 lo que podía ser el punto de partida de una más vasta revolución europea. Entre las organizaciones comprendidas en este campo hay todavía importantes diferencias políticas, entre ellas debe señalarse la debatida cuestión alrededor de la naturaleza y de la función que debe tener la organización revolucionaria. A este respecto nuestro punto de vista puede ser esquematizado como sigue, a saber:

  1. La revolución proletaria o será internacional o no conducirá a nada. La revolución internacional presupone la existencia de un partido revolucionario, la expresión política concreta de la parte más consciente de la clase obrera para difundir el programa revolucionario en el seno de la parte restante de la clase. La historia ha mostrado cómo las tentativas de organizar el partido durante la revolución misma se han revelado tardías e inadecuadas.
  2. El BIPR apunta, así, a la formación de un partido comunista mundial en el momento mismo en cual existan el programa político y las fuerzas suficientes para su constitución. Sin embargo, el Buró tiene como misión luchar por el partido y no intenta ser el único núcleo originario del mismo: el partido futuro no será, en efecto, el simple fruto del crecimiento de una sola organización.
  3. Antes de que el partido revolucionario sea constituido, todos los detalles de su programa político deberán ser clarificados a través de discusiones y debates entre las partes que van a constituirlo.
  4. Las organizaciones que van a constituir el partido deben ya tener una mínima presencia al interior del proletariado de su región de procedencia. La proclamación del partido revolucionario y de sus núcleos iniciales sólo sobre la base de la existencia de pequeños grupos de activistas no representaría un gran paso adelante para el movimiento revolucionario.
  5. El objetivo de toda organización revolucionaria debe ser hoy en día el de conseguir radicarse en el seno de la clase obrera con la mira puesta en encontrarse en una posición que le permita indicar la dirección que debe tomar la lucha de clases hoy y de organizar y guiar la revolución mañana.
  6. La lección de la última onda revolucionaria no es que la clase pueda pasársela sin una dirección organizada, ni que el partido mismo sea la clase (según las abstracciones metafísicas de los bordiguistas de última hora), sino sobre todo que el liderazgo organizado en la forma de partido es el arma más potente de la cual se puede dotar la clase obrera. Su objetivo consistirá en combatir por una perspectiva socialista dentro de los organismos de masa en el período precedente a la revolución (soviets o consejos). De cualquier modo, el partido seguirá siendo un minoría al interior de la clase obrera y no podrá ser su sustituto. El objetivo de construir el socialismo es, efectivamente, propio de toda la clase en su conjunto y es un papel que no puede ser delegado, ni siquiera a la parte más consciente del proletariado.

Plataforma del Buro Internacional por el Partido Revolucionario

El capitalismo

Al igual que en toda sociedad de clases, el modo de producción capitalista está caracterizado en todas las fases de su parábola histórica por el contraste entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. En el régimen capitalista, la fuerza de trabajo asume la forma de mercancía vendida por sus poseedores (los proletarios) a cambio de un salario equivalente al valor de los bienes y servicios necesarios para la existencia y reproducción de la fuerza de trabajo misma.

En términos de clase, esto se explica por el irremediable contraste entre la burguesía, detentadora de los medios de producción, y el proletariado que ejercita su fuerza de trabajo sobre aquellos medios. Es el trabajo el que produce el valor y sólo el trabajo puede transformar los materiales en bruto en mercancías. Todas las mercancías poseen un valor de uso y un valor de cambio y a los capitalistas les interesa el primero en cuanto, sobre la base del valor de cambio, las mercancías pueden ser vendidas sólo si expresan un valor de uso para el comprador. Las tentativas de la burguesía de succionar cantidades siempre mayores de plusvalor de la fuerza de trabajo, están en la base de la lucha de clases entre burgueses y proletarios, entre capitalismo y clase obrera. Hoy, en un mundo en el que la sociedad ha sido definida como "postindustrial" y donde los ideólogos burgueses sostienen que la clase obrera no existe, todo cuanto hemos afirmado no es menos verdadero que en el siglo pasado. Las fundamentales contradicciones entre las clases subsisten independientemente de todas las innovaciones tecnológicas que han sido realizadas.

Las distintas formas de capitalismo

La contradicción entre el carácter social del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción crece, de un lado, con la modificación de las formas mismas del carácter social del trabajo y, del otro, de la propiedad. La aparente propiedad estatal de los más importantes medios de producción no anula la sustancia de la propiedad privada del capital financiero, es decir, de la verdadera forma del capital en la época imperialista. De esta suerte, el imperio de los monopolios nacionales y transnacionales bajo la forma de sociedades por acciones (con capital "social") no anula, sino, por el contrario, exaspera la contradicción fundamental, dándole dimensiones y significación de hecho internacionales. Tal cosa fue intuida por Engels hace más de un siglo; él, en efecto, nos explicaba que

... la transformación del capital en sociedades por acciones (o trust) o en propiedad estatal, no cambia la naturaleza capitalista de las fuerzas productivas. Por lo que respecta a las sociedades por acciones, esto es obvio. El Estado moderno es, por su lado, la organización que se da la burguesía a fin de conservar las condiciones necesarias para el funcionamiento de la producción capitalista contra las insidias o ataques que pueden provenir tanto de los trabajadores como de los capitalistas individuales. El Estado moderno, independientemente de las formas que asume, es esencialmente el Estado de los capitalistas, una máquina al servicio de los capitalistas, la personificación ideal de todo el capital nacional. Así, cuanto más fuerzas productivas quedan bajo su posesión más se convierte en un capitalista nacional real y más explota a los ciudadanos. Los proletarios permanecen en su condición de asalariados y las relaciones sociales típicas del capitalismo no se descomponen.

Anti-Düring

He aquí por qué el sistema social que regía en los países que en un tiempo fueron llamados "socialistas" no era otra cosa que la afirmación de una forma particular de capitalismo de Estado donde el aparato estatal controlaba directamente los medios de producción y detentaba el monopolio sobre el mercado. El miserable derrumbe de la ex-URSS confirma el análisis desarrollado por la izquierda comunista (fundado en la crítica de la economía política marxista) durante el período que separa a la revolución de Octubre del colapso del bloque soviético. El trágico modo de identificar el socialismo con la propiedad estatal sobre los medios de producción ha llegado hoy al término de su parábola histórica en un momento en que la denominada sociedad soviética ha regresado a las formas organizativas y legales del capitalismo clásico occidental.

Imperialismo

La ex-URSS y los países alienados a ella formaban un bloque imperialista. El derrumbe de este bloque ha abierto un nuevo capítulo en la historia del capitalismo mundial. Este nuevo capítulo también hace parte de la historia del capitalismo imperialista. La primera guerra mundial, originada por la competencia entre los estados imperialistas, señaló un viraje definitivo en el desarrollo capitalista. Mostró, en efecto, que el proceso de acumulación de capital había conducido a niveles tan altos de concentración y centralización que desde aquel momento en adelante las crisis cíclicas, que habían sido siempre un fenómeno intrínseco al proceso de acumulación capitalista, serían crisis mundiales resolubles sólo a través de guerras globales. Se había entrado, por ende, en una nueva era histórica, la era del imperialismo, en la cual cada estado es parte de un sistema económico global y no puede eludir las leyes económicas que regulan este complejo en su conjunto. Por esto, el imperialismo no es sólo un tipo de política que los estados más poderosos adoptan con respecto a los más débiles, sino un proceso inevitable mediante el cual los tentáculos de los centros industrial y financieramente más desarrollados extraen más plusvalor de las áreas periféricas. Dicho proceso no conoce fronteras y envuelve en el juego del capital financiero internacional en igual medida ya sea a la burguesía de los países periféricos, como a la de los centros metropolitanos. La primera hace parte, pues, a pleno título de una única clase internacional y no se puede esperar, por tanto, de ella una mínima lealtad hacia su propia nación.

La apertura de la época imperialista, con sus ciclos infernales de guerra global-reconstrucción-crisis ha abierto, sin embargo, a la humanidad la posibilidad de alcanzar una forma superior de civilización: el comunismo. La prueba de esto se tuvo en Octubre de 1917 cuando el proletariado ruso conquistaba el poder como primer acto de la onda revolucionaria que se extendía sobre toda Europa y sobre todo el mundo desde la carnicería y las devastaciones de la primera guerra mundial. Empero, la experiencia de aquel período nos presenta también la traición de la mayor parte de los partidos de la segunda internacional, los cuales dieron su beneplácito a la masacre de sus respectivos proletariados en la guerra imperialista e hicieron todo lo posible por reprimir la revolución durante los movimientos insurreccionales que la siguieron. Hoy podemos observar una neta diferencia entre las organizaciones proletarias del período precedente y el siguiente a la revolución de Octubre: en el último ciclo de acumulación, mientras el modo de producción burgués crece y se consolida, crecen también los movimientos democráticos y nacionalistas que catalizan a las masas proletarias europeas. Estos facilitan a menudo la formación de sindicatos y partidos que consiguen una gran influencia sobre las masas proletarias. No obstante haber sido encuadrada en el seno de estas estructuras que entraban por completo en el esquema de la sociedad burguesa y que eran a ella funcionales, la clase obrera ha estado de todos modos en situación de expresar su identidad de clase formulando con relieve sus necesidades y poniendo al orden del día sus problemas. Al mismo tiempo, las teorías revolucionarias de Marx y de Engels entraron a hacer parte del bagaje cultural de los obreros, pese a que la mayor parte de las fuerzas socialdemócratas no obraban según las indicaciones de las teorías a las cuales, de palabra, obedecían; la revolución prospectada por Marx permanecía, en efecto, como una meta lejana que sería alcanzada algún día en una futuro incierto con medios no especificados. El socialismo quedaba como un glorioso futuro por el cual ellos estaban luchando, pero en la práctica su objetivo estratégico mudaba cada vez más a las elecciones, la jornada de ocho horas, la libertad de organización, etc.

En 1914 la socialdemocracia demostró abiertamente su identificación con el imperialismo y esto produjo un viraje decisivo al interior del movimiento obrero: la separación neta entre los comunistas y las fuerzas burguesas que habían controlado hasta entonces el movimiento de las masas. Con la fundación de la Tercera Internacional se llegó a la proclamación de la apertura de la era de la revolución proletaria mundial y esto signó la victoria de los verdaderos principios del marxismo. Desde aquel momento la actividad de los comunistas debía, en efecto, ser dirigida exclusivamente al derrocamiento del Estado burgués a fin de crear las condiciones para la construcción de una nueva sociedad.

Revolución y contrarrevolución

La derrota del movimiento revolucionario en Europa y el tipo de contrarrevolución que tomó pié en Rusia han representado un serio problema interpretativo para los revolucionarios. El proceso contrarrevolucionario se reflejaba en las revisiones estratégicas al interior de la Tercera Internacional. Su objetivo primario se volvía ahora en la defensa del Estado ruso y los partidos comunistas de los demás países debían tornar a las estrategias y a las tácticas de la política socialdemócrata. Este giro degenerativo fue seguido también por Trotsky y por sus secuaces y dejó a los otros el problema de sacar las debidas lecciones de la derrota.

La política de Trotsky del entrismo en la socialdemocracia y en los partidos laboristas (el llamado "viraje francés"), el sostén suyo y de los trotskystas a las ambiciones imperialistas de la URSS, han liquidado al trotskysmo como una corriente potencialmente revolucionaria. Correspondía a los demás extraer las lecciones de la derrota.

No obstante el hecho de que todos los partidos comunistas europeos (ahora infectados con el germen del estalinismo) se pusieron a favor de la Unión Soviética y la derrota de la gran experiencia bolchevique, con la afirmación del capitalismo de Estado en Rusia, la lección extraída por la Izquierda Comunista respecto de la naturaleza capitalista e imperialista del Estado Soviético salvó al programa comunista de ser aplastado y de desaparecer totalmente junto con la experiencia revolucionaria. Esto ha significado que también durante la Segunda Guerra mundial haya existido para una fuerza revolucionaria la posibilidad de emerger (el Partito Comunista Internazionalista nació en Italia en 1943).

La experiencia de la contrarrevolución en Rusia exige a los revolucionarios profundizar su comprensión de los problemas concernientes a las relaciones Estado, partido, clase. El rol jugado por el que originalmente había sido el partido revolucionario ha conducido a muchos potenciales revolucionarios a rechazar en bloque la idea del partido de clase. Él es, sin embargo, absolutamente necesario al proletariado en su lucha revolucionaria en razón de que representa la expresión política de la consciencia de clase y cobija a la parte más avanzada del proletariado. El partido revolucionario será representado por una minoría al interior de la clase obrera y, empero, el programa comunista que defiende puede ser llevado a cumplimiento sólo por la clase en su conjunto. Durante la revolución el partido apuntará a conquistar la guía política del movimiento haciendo circular y sosteniendo su programa al interior de los órganos de masa de la clase obrera. Así como es imposible pensar en un proceso de crecimiento de la conciencia revolucionaria sin la presencia de un partido revolucionario, es igualmente imposible imaginar que también la parte más consciente de la clase pueda mantener el control de los acontecimientos independientemente de los soviets (o los organismos semejantes de los cuales se dota la clase). Los soviets son el instrumento por medio del cual se realiza la dictadura del proletariado y su declinación y marginalización de la escena política rusa son el efecto de la derrota del Estado soviético y de la victoria de la contrarrevolución. Los comisarios bolcheviques, al permanecer aislados de una clase obrera exhausta y diezmada, se encontraron administrando el poder en un Estado capitalista y obraron, en consecuencia, como gobernantes de un Estado capitalista. En la futura revolución mundial el partido revolucionario deberá entonces encausarse a guiar el movimiento revolucionario sólo a través de los órganos de masa de la clase, cuyo surgimiento impulsará. Sin embargo, todavía no existen recetas que proporcionen una garantía de victoria: ni el partido ni el soviet representan de por sí una defensa segura frente a la contrarrevolución, la única garantía de victoria está constituida por una viva consciencia de clase de las masas obreras.

El partido revolucionario

El partido de clase, o las organizaciones de las cuales nacerá, comprende la parte más consciente del proletariado que se organiza para defender el programa revolucionario. A través de los instrumentos del marxismo y sobre la base de las lecciones extraídas de las experiencias históricas de la clase, el partido elabora el programa y define la estrategia y la táctica revolucionaria. El futuro partido mundial deberá operar de tal manera que sustraiga a las masas de la influencia de las diversas ideologías contrarrevolucionarias y nacionalistas que engañan a la clase obrera. Sin embargo, él estará en posición de conseguir plenamente su objetivo sólo cuando las masas trabajadoras, bajo el impulso de las contradicciones materiales provocadas por la crisis global del capitalismo, vuelvan a ponerse en el papel de protagonistas en la escena histórica.

La revolución podrá sobrevenir sólo si las organizaciones revolucionarias se han desarrollado adecuadamente y están preparadas para conducir el ataque contra los enemigos políticos del programa revolucionario. Por esto, nosotros refutamos los esquemas que ven el nacimiento del partido sólo en el momento en el cual se inicia la revolución, o que limitan sus objetivos a una mera acción de propaganda; las fuerzas políticas proletarias tienen el deber de organizarse aún si las circunstancias objetivas en las cuales trabajan ponen fuertes límites a su capacidad de influenciar a las grandes masas de los trabajadores. En la época del imperialismo el dominio burgués sobre la sociedad se ha extendido hasta controlar todo aspecto de la vida social. En efecto, paralelamente a la concentración de los medios de producción en las manos del capital financiero se ha registrado un incremento del dominio político e ideológico de la burguesía. Lo que Marx declaró hace más de un siglo se confirma hoy más verdadero que nunca:

En todo período las ideas de clase dominante son las ideas dominantes, la clase que representa la fuerza dominante desde el punto de vista material, es también la fuerza dominante sobre el plano intelectual. La clase que detenta el control de los medios de producción material controla, al mismo tiempo, los medios de 'producción culturales', con la consecuencia de que las ideas de todos aquellos que no tienen a su disposición medios de producción culturales se limitan a tomar pasivamente o simplemente copian las ideas de quienes, en cambio, tienen el control de tales medios. La ideas dominantes no son más que la expresión cultural de las relaciones materiales dominantes y de las relaciones sociales que hacen de una clase la clase dominante; no son, por tanto, más que la justificación de su dominio.

La Ideología Alemana

Esto significa que, en condiciones de paz social y, especialmente, en las metrópolis imperialistas donde el dominio de la burguesía es más extendido y totalizante, el proletariado está completamente sometido a la ideología burguesa. Es necesario de todos modos separar netamente al proletariado tomado en su globalidad del partido comunista. Hasta tanto la crisis social y económica no lleve al derrumbe de los esquemas ideológicos y políticos burgueses, el programa revolucionario y la organización que lo sostiene podrán existir solamente en condiciones de fuerte separación de la clase y de nada valdrán mayores esfuerzos voluntaristas y mayores medios organizativos. No obstante esto, el ciclo de acumulación iniciado después de la segunda guerra mundial llegó desde hace tiempo a su término y el boom económico de la postguerra ha cedido el paso a la crisis global. Una vez más la humanidad se encuentra frente a una disyuntiva histórica: de una parte, la guerra imperialista, de la otra, la revolución. Ante los revolucionarios esparcidos por todo el mundo se plantea el imperativo de cerrar filas. En la época en la cual el imperialismo monopolista domina a escala global ningún país puede sustraerse a la dinámica que lleva al capitalismo a la guerra. Esta marcha ineluctable hacia la destrucción es acompañada hoy por un ataque generalizado a las condiciones de vida y de trabajo del proletariado. Las condiciones materiales para que a nivel mundial comience a crecer la lucha de los trabajadores contra los explotadores existen y existen también la necesidad y la posibilidad de una revolución comunista. Lo que falta todavía, sin embargo, es un partido revolucionario que esté en situación de sostener y preparar una batalla semejante.

Principios guía para la organización

  1. La era histórica en la cual las luchas de liberación nacional podían representar un elemento progresivo al interior del mundo capitalista ha concluido hace muchos decenios (con la Primera Guerra Mundial imperialista de 1914). Decir que el capitalismo en la época imperialista ha alcanzado un carácter global no significa decir que las aparentes diferencias que presentan todavía las diversas formaciones sociales reflejan diferencias efectivas en los modos de producción. No hay, por tanto, necesidad de que el proletariado adopte distintas estrategias revolucionarias en las diferentes regiones del globo. La historia de la sociedad burguesa ha demostrado ya que formaciones sociales diferentes, fruto de diversos recorridos históricos, pueden existir bajo el dominio del modo de producción capitalista; de cualquier modo, ellas están sujetas a los intereses del imperialismo que utiliza las diferencias nacionales, étnicas y culturales para conservar su posición hegemónica. Las modalidades con las cuales la burguesía ejercita su control político cambian de acuerdo a las características sociales y culturales de los distintos pueblos, pero en todos los casos el poder que representa es siempre el mismo: el del capital. Por consiguiente, hay que combatir cualquier hipótesis que juzgue todavía abierta en algunos países la cuestión nacional y que considere, por ende, que el proletariado deba en estos casos abandonar su propia estrategia revolucionaria para aliarse con la burguesía local (o peor aún, con un frente anti-imperialista). Las organizaciones revolucionarias impugnan cualquier tentativa de minar la solidaridad de clase sobre la base de ideologías que postulan diferencias culturales o raciales; sólo si el proletariado está unido en la defensa de sus propios intereses, será posible, en efecto, destruir las bases de todo tipo de opresión nacional.
  2. Dado que el dominio capitalista desde hace tiempo ha asumido un carácter global, es necesaria una estrategia revolucionaria también global. La revolución proletaria y la dictadura del proletariado deben ser los puntos cardinales de la estrategia del partido comunista en cada país. Situaciones específicas diferentes, más precisamente, las diferencias que median entre las múltiples formas políticas y sociales mediante las cuales se realiza el dominio burgués en todo el mundo, requieren ciertamente aprestos tácticos diferentes, pero en todo caso la táctica de la organización internacional del proletariado será siempre definida sobre la base del programa revolucionario. La era de las luchas democráticas ha terminado hace ya bastante tiempo y su política y acción no pueden ser repropuestas en plena época imperialista. No obstante el hecho de que la reivindicación de algunos elementos de libertad puede pasar a hacer parte de la propaganda revolucionaria, la táctica del partido revolucionario tiene como mira el derrocamiento del Estado y la instauración de la dictadura del proletariado.
    Los comunistas no se ilusionan con el sofisma de que la libertad de los obreros puede ser conquistada a través de las elecciones por una mayoría parlamentaria. Ante todo, aquélla es una ilusión del "cretinismo parlamentario", según lo denunciara Marx; consiste en la creencia de que la clase dominante permanecerá en paz y tranquila mientras nosotros promulgamos leyes por el socialismo. La democracia parlamentaria es la hoja de parra detrás de la cual se oculta la vergüenza de la dictadura burguesa. Los verdaderos órganos del poder en la sociedad capitalista democrática residen fuera del Parlamento: en la burocracia de Estado, en sus fuerzas de seguridad y entre los poseedores efectivos de los medios de producción y del producto social. El parlamento es útil a la burguesía en cuanto logra crear la ilusión de que los obreros eligen a quienes los malgobiernan. Por tanto, los revolucionarios se oponen a las elecciones parlamentarias llamando a los trabajadores a la lucha sobre el terreno autónomo de la clase.
    Está en los militantes del partido revolucionario hacer entender que sólo a través de la destrucción del capitalismo y del Estado burgués es posible para la clase obrera conquistar una completa libertad de expresión y de organización.
  3. Los sindicatos nacieron como instrumentos de contratación de las condiciones de venta de la fuerza de trabajo y no son y no han sido jamás instrumentos útiles para el derrocamiento del Estado burgués. En la era imperialista, además, no son más que organizaciones destinadas al papel de sostener el capitalismo, especialmente en los momentos cruciales en los cuales éste se encuentra particularmente amenazado. De ahí se sigue que es imposible para los revolucionarios conquistar la guía de estas organizaciones y que por doquier deberán combatir a los sindicatos como los últimos bastiones de la contrarrevolución.
    La experiencia de la última onda revolucionaria y de la contrarrevolución que la siguió hace absolutamente claro a los revolucionarios marxistas que el sindicato no es, y no puede ser, un organismo de masa en el cual una minoría política de la clase (el partido) puede trabajar para difundir su programa y sus consignas entre la clase entera. Los organismos que los comunistas tradicionalmente han entendido como órganos de lucha y de poder son, en cambio, los soviets (consejos) que comienzan a formarse tan pronto se acrecienta la lucha de clases. Así como los comunistas pueden conquistar la guía política de las masas sólo en situaciones particulares, del mismo modo los órganos de masa por medio de los cuales los comunistas pueden ejercer esta función se forman por obra de las masas únicamente en períodos de lucha en ascenso. Al margen de estos períodos particulares, los comunistas deben de todos modos desenvolver su trabajo político buscando contribuir al robustecimiento de la vanguardia de clase y tomando parte en la lucha de los trabajadores. La posibilidad de que las luchas se desarrollen desde el plano contingente en el cual maduran al más amplio de la lucha política anticapitalista está subordinada, en efecto, a la presencia y a la operatividad de los comunistas al interior de los lugares de trabajo para actuar como estímulo para los obreros y para indicar la perspectiva a seguir. El objetivo de la organización comunista es el de encontrar un medio para organizar la parte más consciente de los trabajadores, no para contratar el salario ni para desempeñar ninguna otra mediación con el capital, sino para constituir el ligamen directo entre el partido y las grandes masas proletarias.
  4. El proceso revolucionario puesto en marcha en Rusia con la victoria de Octubre fue interrumpido con el repliegue del Estado sobre sí mismo y sobre sus fundamentos económicos capitalistas a causa del aislamiento de la Rusia soviética y de la derrota de la onda de las luchas proletarias en los principales países europeos. Esta experiencia ha demostrado de una vez por todas a los marxistas que es imposible la construcción del socialismo en un sólo país, y que ningún "Estado socialista" puede existir fuera de un real proceso revolucionario internacional. Esto no significa que si el proletariado accede al poder en un país en particular no sea posible la expresión de un genuino poder proletario, significa, en cambio, que es imposible su supervivencia sin que el movimiento revolucionario se propague más allá de sus fronteras.
  5. En la segunda mitad de los años veinte la Internacional Comunista estaba completamente dominada por el Partido Comunista Soviético y había dejado de ser ya por entonces un instrumento útil a la consecución de los objetivos estratégicos del proletariado internacional. Lo que quedaba del potencial revolucionario en Europa y en China había sido comprometido por las políticas de la Comintern, subordinadas como estaban al Estado de la Unión Soviética y a sus imperativos de autoconservación. En la misma Unión Soviética el estrangulamiento del proceso revolucionario condujo, bajo Stalin, al surgimiento de una dictadura antiproletaria; ésta última era expresión de relaciones sociales de tipo capitalista. El desarrollo de semejante régimen en un país tan extenso comportó su reemergencia en la escena internacional en la condición de una potencia imperialista. Con esta caracterización, la Unión Soviética participó primero en la guerra de España y luego en la Segunda guerra Mundial. A través de esta última extendió su control sobre los países de Europa Oriental, constriñéndolos a adoptar su modelo estalinista de capitalismo de Estado. El fracaso de la perestroika y el derrumbe del bloque soviético no eran la señal de que un "Estado obrero" había llegado al término de su proceso degenerativo, sino la manifestación explícita del hecho de que la crisis del capitalismo había llegado a golpear también a la segunda y más débil potencia imperialista mundial.
  6. En China, a través de una trayectoria diferente, se llegó al mismo resultado, esto es, a un régimen de capitalismo de Estado el cual todavía hoy está en busca de su rol en el seno del sistema imperialista internacional. La diferencia fundamental entre la historia rusa y la china estriba en que en este último país no se llevó a cabo jamás una revolución proletaria semejante a la de 1917. La historia del actual régimen chino comienza con la trágica derrota del movimiento proletario en los hechos de Cantón y Shanghai en 1927. A esta catástrofe siguió la guerra civil conducida por un bloque de clases entre las cuales los campesinos representaban la masa de choque. La guerra concluyó con la instauración de un régimen bajo el protectorado soviético el cual adoptó de su protector el mismo modelo de capitalismo de Estado altamente centralizado. Este régimen, tras su desprendimiento en los años sesenta de la esfera de influencia soviética bajo la bandera del neo estalinismo, se encuentra en los años setenta marchando abrazado a los Estados Unidos. Estas dos maniobras aparentemente contradictorias encubren la tentativa del poder de mantener el control de la economía y de sostener la acumulación capitalista. Nunca en China se ha realizado el poder proletario y la ideología marxista fue utilizada sólo como un medio para constreñir a las masas a sacrificar sus intereses en beneficio del capital nacional.
  7. De los puntos precedentes emerge claramente que ha llegado el tiempo de trabajar activamente por la construcción del partido revolucionario. Por cuanto encuentran limitadas sus fuerzas, los revolucionarios deben hacer todo lo posible por arrancar las masas proletarias a la influencia política de las fuerzas de la reacción y de la guerra. Para alcanzar este propósito es, sin embargo, necesaria su organización y centralización a nivel internacional. El proceso que debe conducir de la actual fragmentación de las fuerzas revolucionarias, que se mueven dispersamente por toda la superficie del planeta, a las batallas políticas y militares del partido revolucionario internacional, requiere que los comunistas concentren el máximo esfuerzo en alcanzar su homogeneización política y en la formación de nuevos cuadros.
    El nacimiento del partido internacional del proletariado sobrevendrá a través de la disolución de las distintas organizaciones "nacionales" que se reconocen en la plataforma del partido y en el programa. El Buró Internacional por el Partido Revolucionario se propone a sí mismo como centro focal para la coordinación y la unificación de estas organizaciones. Su estatuto proporcionará las bases para la homogeneización organizativa (que deberá resultar de la disolución de las organizaciones individuales) de manera tal que se pueda dar paso a la creación de una estructura verdaderamente internacional. Entonces el Buró habrá agotado el papel que le ha sido dado.
Buro Internacional por el Partido Revolucionario, 1997