Primero de Mayo 2001

Solamente la clase obrera puede poner fin a la barbarie capitalista

El capitalismo no es el mejor sistema en un mundo perverso. Es la causa más importante de la miseria en el mundo. Desde el fin del último conflicto imperialista mundial - en 1945 - han sido asesinadas más de 50 millones de personas. Otros millones de personas mueren por hambre y por los llamados "desastres naturales", ambos evitables. Dos millones han muerto en Irak en los últimos diez años a causa del bloqueo genocida de Occidente contra el no menos genocida Saddam Hussein. Donde quiera que dirijamos nuestra mirada, de Israel / Palestina a los Balcanes, desde Cerdeña hasta Indonesia o hacia África, la masacre continúa.

Religión y nacionalismo son las razones formales para estos conflictos, pero las razones reales están en la lucha por los recursos naturales entre las potencias capitalistas. Los conflictos locales se convierten en impresionantes, en gigantescas masacres, sólo gracias a que allí se encuentran involucradas las ricas economías metropolitanas. Sin embargo, todo esto es presentado como extraño a la vida cotidiana seguida fuera de las zonas de guerra. En las metrópolis se dice que hemos vivido en medio de un boom de la economía mundial a lo largo de un decenio. No obstante, en el mismo periodo del "boom", el 80% de la población mundial ha visto descender sus propios niveles de vida.

Esta es una de las consecuencias de la nueva economía "globalizada" donde la inversión de capital ya no está ligada específicamente a un área geográfica. Los cinco o seis centros industriales que controlan el 75 por ciento de la producción mundial pueden cancelar las pérdidas de una planta simplemente trasladándose a otra área para sacar ventajas de las garantías locales a la inversión, de los ahorros fiscales y de una fuerza de trabajo dócil y en manera alguna protegida. En cuanto al boom, pocas personas conectadas a los parásitos del mercado de las finanzas han obtenido provecho en el último decenio, pero para el 20 por ciento de la población de las metrópolis capitalistas aumenta la pobreza.

De cualquier modo, ahora la bomba financiera de la bolsa americana ha reventado. La disminución de medio punto de la tasa de interés por parte de la Reserva Federal es una tentativa de atenuar la recesión que se está desarrollando en América y, en consecuencia, en todo el mundo. Ya el sistema bancario japonés está al borde del colapso. Y se están preparando en el mundo entero nuevos recortes y nuevos licenciamientos. Licenciamientos en masa se están anunciando en las fábricas del high-tech (alta tecnología). Globalmente 100 mil puestos de trabajo en las telecomunicaciones han desaparecido en tan sólo 10 semanas y seguirán más. La globalización nos recuerda que los trabajadores asalariados, dondequiera que estén, se encuentran en la misma barca, a merced de los altibajos del capitalismo.

"Globalización" significa imperialismo capitalista

No hay nada sustancial o nuevo en la globalización actual. Ella es la continuación de la tendencia a la centralización de los capitales, identificada por Marx, que conduce a los grandes monopolios imperialistas. Es por esto que nosotros calificamos todavía nuestra época como Imperialista.

Imperialismo significa la era de la competencia monopolista a escala internacional. Lo que es nuevo en el actual periodo es la masa de capital a disposición de los monopolios. Hoy, las grandes empresas trasnacionales son más dominadas por el capital financiero que por el capital industrial. Ellas controlan más riqueza que casi todos los Estados del planeta. De este modo, se ha injertado una nueva contradicción en el sistema capitalista. El sistema está organizado esencialmente en torno a Estados nacionales, pero tales Estados y, particularmente los ubicados en la periferia, ejercen un control cada vez menor de lo que sucede al interior de sus confines.

He aquí porqué los reformistas, que pululan en reuniones semejantes a la llamada "Cumbre de los pueblos" - celebrada simultáneamente a la reciente Cumbre de las Américas en Québec - o el World Social Forum de Porto Alegre en febrero, desearían regresar al "buen viejo capitalismo" de prolongado crecimiento, que ha seguido a la Segunda Guerra Mundial, cuyo fin fue indicado por el fracaso de los acuerdos de Bretton Woods, en 1971. Pero aquel periodo capitalista ha terminado al ser profundamente conmovido por la crisis del ciclo de acumulación que hemos visto desarrollarse por cerca de treinta años. Ha pasado, entonces, el tiempo en el cual la burguesía podía permitirse el lujo (al menos en los países ricos) de garantizar servicios públicos relativamente "aceptables" y una legislación social.

La "globalización" es el producto de la crisis general del capitalismo. Los reformistas que pretenden que "otro mundo es posible" sin deshacerse del presente modo de producción, son, como mínimo, gentes malinformadas o, peor, cómplices "progresistas" de la campaña capitalista de desinformación centrada cada vez más alrededor del concepto de ciudadanía. La idea de que los efectos devastadores del capitalismo pueden ser combatidos dejando intacta su estructura es tan vieja como el capitalismo mismo y siempre ha tenido sus defensores. Su vieja línea política consiste en que a través de la acción "civil" (es decir, obrando según la ridícula idea de que vivimos todos en la "sociedad civil" y, por tanto, somos todos iguales bajo el capitalismo) podemos tener acceso a "una civilización" que, como bien sabemos, reserva para nosotros sólo lo peor.

Estas políticas, que han sido asumidas a guisa de fundamentos por los liberales anti-americanos de Le Monde Diplomatique y por la gente de ATTAC, se han convertido en el cemento ideológico de la entera izquierda burguesa: sindicatos, ONG, feministas, académicos, partidos reformistas y sectas. Esta es la línea de la nueva internacional reformista que salió del Foro de Porto Alegre. Su eficacia es tal que partidos abiertamente burgueses la usan cada vez más. La verdadera naturaleza de esta ideología ha quedado al desnudo en la apertura de la Cumbre de los Pueblos, donde todos estos honestos "ciudadanos" se han reunido para tomar un coctel en los confortables salones de la Asamblea Nacional de Québec. El anfitrión era nada menos que uno de sus compañeros, el Premier del Québec, Bernard Landry, un "izquierdista" particularmente útil a la burguesía. Puede apostarse que Landry ha ofrecido también solidaridad a su "compañero" Bove, ¡por su gloriosa defensa del queso Requefort!

Pero detrás de cada discurso subsiste siempre la realidad. La misma puede ser sintetizada por la elocuente declaración de Tarso Fernando Herz Genro, el alcalde populista de Puerto Alegre, que ha dicho "Ni Puerto Alegre ni el Foro Social Mundial se oponen a la liberalización de los mercados". En efecto, la izquierda burguesa aspira, por encima de todo, a ser invitada a la mesa de los negociados. Desea estar en posición de jugar un rol en la contención de la clase obrera y en la colaboración de clase, es decir, en convencer a la humanidad de que está condenada a todo cuanto el capitalismo le reserva. El reformismo no espera otra cosa que la barbarie iluminada. No dispensará sino más miseria y explotación.

Los puntos de ataque de las demostraciones anti-globalización han coincidido con el momento en que las mayores potencias imperialistas batallaban entre sí. Pese al mito reformista, el escandaloso fiasco de los summit imperiales ha obedecido a la dificultad de conciliar intereses en pugna. En efecto, apenas se reúnen para discutir acerca del manejo de la crisis, todas las potencias pretenden obtener reglas para los intercambios y las inversiones que les garanticen una mayor ventaja financiera. Así, contrariamente a la mitología, el AMI (Acuerdo Multilateral sobre Inversiones) que habría obligado a los Estados a dejar al arbitrio del "mercado libre" casi todos las esferas y momentos de su economía, no ha sido sobrepasado por efecto de los leves empujones de las pocas y débiles organizaciones reformistas. De hecho, los acuerdos han fracasado a causa de las divergencias entre algunas de las mayores potencias, especialmente de las europeas. Debido al colapso del ex-Imperio Soviético, se ha roto la disciplina de los viejos bloques y nuevos alineamientos imperialistas están naciendo para sustituir a los anteriores. Una de las fuerzas emergentes es la Unión Europea, que se encuentra en una fase de expansión y consolidación desde 1992. Otra se está formando en el extremo oriente en torno a China, Japón, Corea y otros miembros de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sud Este Asiático). Las reuniones de Seattle y de Praga han sido campos de batalla para todos los bloques y países imperialistas. La cumbre de Québec estaba destinada a preparar la consolidación de un tercer bloque. Los pesos pesados que han conducido la reunión del Québec ( Canadá y Estados Unidos) trabajan en una nueva "Doctrina Monroe" - ninguna intervención europea en los asuntos de América - que les aseguraría una máxima penetración en los mercados nacionales dentro del área y, por tanto, gran competitividad y poder a escala mundial.

Qué hacer?

Se escuchan todavía muchos cantos de sirena buscando sofocar las voces de las débiles fuerzas que siguen el hilo rojo de la historia y resisten en la vía que conduce a una verdadera liberación de la humanidad.

Contra todas las falsificaciones estalinistas y troskistas, continuamos definiendo la nueva sociedad como comunista, dado que no hay cabida para otra opción. Para alcanzarla es preciso, sin embargo, realizar un gigantesco trabajo. Es hora de que la clase obrera renueve su instrumental organizativo, teórico y político.

Debemos romper el yugo de la lógica sindicalista que pretende reconciliar los intereses de los trabajadores con los de aquellos vampiros que los desangran. Todavía debemos crear organismos de masa para la lucha, que nazcan de la lucha misma y bajo el control absoluto de los trabajadores en el puesto de trabajo y en las esferas circunvecinas. En fin, la clase obrera debe construir su organización revolucionaria, un real partido comunista e internacionalista. No un partido que gobierne sobre y por cuenta de los trabajadores, sino un partido que luche al interior de su clase, tanto antes como después de la revolución, para hacer prevalecer su visión del programa histórico del verdadero comunismo.

Persistimos en esta línea de conducta porque sabemos que no estamos solos. Sí, existe una vía de escape para esta ciudad de las sombras.

Al grito de igualdad, se organizan las fuerzas de la felicidad y de la justicia.

¡Viva el comunismo!

- - BIPR, 1 de mayo 2001