El paro estatal o la dilapidación del movimiento obrero

El cuadro general de las nuevas medidas burguesas, la reaccion de masas y las promesas imperialistas

En el último año los movimientos sociales en Colombia (dentro de una tendencia que parece abarcar a la mayoría de los países latinoamericanos) han adquirido una radicalidad y amplitud particulares. Si en la década de los ochenta los trabajadores y los estratos más desheredados de la población dejaron pasar sin resistencia las políticas degradantes del capital, asociadas a un plan de recuperación agresivamente anti-obrero, hoy comienzan a reaccionar violentamente contra sus efectos. Las huelgas se transforman en motines; las paralizaciones cívicas en revueltas, las protestas de las masas urbanas terminan en violentas asonadas; los distintos movimientos contra el marginamiento de las regiones pronto asumen las dimensiones de grandes bloqueos, con sus respectivas secuelas de ataques armados o el aislamiento de regiones enteras del país prolongado durante semanas y a veces meses; en suma, los enfrentamientos entre el Estado y la población se reproducen de un extremo a otro del territorio e involucran a franjas sociales que antes permanecían en la pasividad. Incluso los conflictos entre las regiones y el centro del país se han manifestado de modo virulento; para atestiguarlo está el caso del reciente levantamiento popular en el departamento del Chocó habitado mayoritariamente por una población negra que vive en un estado de objetiva segregación y marginalidad en una zona donde carece de los mínimos servicios sociales e infraestructura. Tales acciones cobijan a todos los sectores de la población trabajadora e incluso a sectores burgueses y lumpemburgueses (como lo atestigua la rebelión de los contrabandistas del norte del país, en el departamento de la Guajira). Todas aportan sus levas a los rebeldes que, bajo diferentes signos, marchan como legiones, convirtiendo los campos y ciudades en un gran campo de batalla. En resumen: en Colombia hay un proceso insurreccional en marcha desatado por los mecanismos capitalistas y la exacerbación y extensión del conflicto entre los dos frentes militares burgueses. Dicho proceso es concomitante y complementario al de deslegitimación del Estado - el cual es progresivamente sustituido por otros agentes - sobre el que ha versado otro de nuestros artículos.

En este incendio se involucra también la lucha por el control total del negocio de las drogas, bajo una situación excepcional en la que la burguesía imperialista y los marginados de Colombia y otros países vecinos protagonizan una feroz contienda. Si los primeros tienen en el negocio archibillonario de las drogas un medio de expansión de sus superganancias, los segundos han sabido encontrar en los alucinógenos de que están sedientos los habitantes de las metrópolis el "oro de los pobres", la vía segura a El Dorado de la riqueza capitalista que hasta ahora habían contemplado tan sólo por las pantallas de sus televisores. En medio de tales fuerzas está el proletariado sometido a la peor agresión de la historia por el frente patronal, en el que se cuentan directamente los grupos capitalistas, los partidos de todos los signos, el Estado y el imperialismo con todas sus corrientes rivales. Es decir, las masas son atacadas y llevadas a la exasperación desde dos flancos claramente identificables: por un lado, los mecanismos económicos de la crisis, el redoblamiento de la concurrencia, la contracción de los mercados; por el otro, la escalada agresiva del imperialismo y sus frentes militares que quieren imponerle grados mayores de sumisión y explotación mediante el terror: los unos en nombre de la democracia, la modernidad y la "lucha contra las drogas", los otros en nombre de un peculiar género de "socialismo" donde todavía reinan la mercancía, el dinero, las clases sociales y, por supuesto, el Estado. Todas estas condiciones exasperan a las masas y catapultan su rebelión contra el "orden" establecido hasta hoy, pero por sí mismas no las hacen revolucionarias.

La realidad actual presenta, en efecto, tres facetas que producen en conjunto una de las situaciones más curiosas y peculiares.

La primera consiste en la rebelión anticapitalista que responde a mecanismos automáticos. Además de los trabajadores asalariados, en esta rebelión se ve involucrada toda la heterogénea composición de clase de una formación social en la que quedan residuos a veces muy vitales de otros modos de producción y los movimientos de masas son improntados, en sus representaciones y reivindicaciones, por los vestigios de la ideología y la cultura precapitalista. Todos estos sectores y capas que, para emplear una expresión genérica de Bórdiga, denominaremos "infraburgueses" son sensiblemente afectados por el desarrollo capitalista y, especialmente, por la expropiación generalizada y la centralización del capital y del poder llevada a cabo por medio de la concurrencia interimperialista en la economía monopolista global.

La segunda corresponde a la reacción contra el coloniaje imperialista encarnado en los funcionarios yanquis que prácticamente hoy gobiernan a Colombia: en el desarrollo de su estrategia anti-obrera y contrainsurgente la superestructura político-militar de las multinacionales ha localizado su Puesto de Mando Avanzado en Bogotá;

la tercera es representada por un proletariado que, sin un pasado político revolucionario y sin fuertes tradiciones de lucha anticapitalista, se ha convertido hoy en un gigante solitario, embargado de furia y frustración, pero sin consciencia de clase comunista y cuyos poderosos brazos intentan dirigir los bandos en confrontación. En estas circunstancias sólo quedan los stalinistas y la izquierda reformista tradicional ocupando todo el vacío de dirección política de las masas dejado por la historia y postulándose como la vanguardia de la respuesta social ya no sólo contra la ofensiva del establishment y sus partidos contra los trabajadores, sino también en favor de los marginados que creen haber encontrado en la producción de estupefacientes y el narcotráfico su boleto de entrada al País de Jauja del bienestar.

El partido y el programa comunistas brillan por su ausencia.

Para rebelarse, el proletariado no debería invocar razones ni justificarse; debería bastarle encontrar en su propia existencia los argumentos y los móviles de su movimiento. Pero, por desgracia, en el mundo real el proletariado no existe encapsulado y sin sufrir las influencias burguesas. Para alcanzar a plenitud su aptitud histórica revolucionaria el proletariado no necesita de otra condición que hacerse fuerte y crecer a través de una organización que concentre su voluntad y conduzca al máximo su disposición de combate. Pero primero y por encima de todo debe barrer a sus adversarios políticos. El jueves 3 de agosto esto se ha hecho completamente evidente. La nueva huelga del sector estatal en la que la dirección sindical, embebida en la ya anacrónica idea de eternizar a una capa de dignos funcionarios del gobierno superior al resto de la clase trabajadora, ha puesto en claro la bancarrota histórica del sindicalismo y las fuerzas de la izquierda burguesa que no tienen otro programa que el de la concertación y la conciliación de clases.

Desprovisto de una alternativa histórica frente a la sociedad capitalista, el MO no tiene más remedio que aceptar el dominio del capital - y, por lo tanto, de la burguesía - sobre la clase trabajadora, sometiéndose al sistema asalariado y a su condicionante fundamental - la acumulación de capital - con todas sus consecuencias. Esto explica por qué la única fórmula política de solución del reformismo en todas sus variantes a la crisis en curso estriba en la reconstitución del orden capitalista a través de la profundización de las medidas contra el proletariado. En último análisis, el MO ha desembocado lógicamente en la reafirmación de los mismos principios de la burguesía: si hay una crisis del capital y del dominio burgués, el proletariado organizado en los sindicatos y partidos de hoy, al permanecer en el marco de la relación trabajo asalariado-capital y referir a él todas sus posibilidades y estrategias, debe pagar el costo de su recuperación y contribuir a efectuar los cambios políticos e institucionales que permitan darle continuidad a la dominación - incluso bajo la hipótesis de que se integrase eventualmente en el movimiento de la revolución política de inspiración burguesa y pequeñoburguesa - y relanzar la economía. De ahí que de ningún modo le convenga a la dirección política del MO actual que la clase trabajadora reivindique sus intereses inmediatos ni se exprese autónomamente. La adecuación del MO a la lógica sindical entraña, por tanto, convertir en un tabú la sola mención del tema del mejoramiento del nivel de vida general de la clase obrera. Prisionera de esta lógica, hoy la lucha obrera es encausada hacia objetivos conservadores o francamente regresivos. No hay duda, empero, que, independientemente de la estrategia de contención en el presente cuadro institucional o de desviación hacia el movimiento nacionalista burgués, las condiciones objetivas acicatean a la revuelta y la acción de masas ante la imposibilidad de conciliar las exigencias de recuperación del capital y la mera supervivencia física de los trabajadores.

En esta fase histórica el carácter esencialmente reaccionario del viejo MO quedado claramente al desnudo. La única divergencia que media entre las dos corrientes principales del reformismo reside tan sólo en las vías para alcanzar la misma estrategia: mientras los unos predican a la masa políticamente virgen e incauta de proletarios que han concurrido a las marchas la mansedumbre propia del rebaño, los otros la llaman a participar en el movimiento de liberación nacional. Sobra añadirlo, ambas tácticas sólo se consiguen al precio del sacrificio de las reivindicaciones inmediatas y la renuncia a la autonomía de clase del proletariado. En este sentido, incluso cuando la conducta de los sectores aparentemente más radicales del MO es funcional a la insurrección y la revuelta, su estrategia opera en el campo de las diferentes alternativas que se proponen para responder a las necesidades de la economía capitalista y el reforzamiento del Estado. Así, el comportamiento de los sindicatos y de los "partidos obreros" nos recuerda la vieja estratagema de la contrarrevolución de todos los tiempos:

si no puedes impedir ni controlar el movimiento de las masas, entonces debes dirigirlo.

La izquierda y los sindicatos han encausado al proletariado por el camino del Gólgota, por el camino del renunciamiento que significa la aceptación final del Calvario que le tiene deparado el odioso orden establecido. A pesar de que el llamamiento inicial de las centrales sindicales era demasiado limitado, las masas proletarias no organizadas han salido a expresar el dolor y la miseria que ya no pueden seguir encerrando en las pocilgas donde habitan. En efecto, alrededor de 1 millón 200 mil personas, la mayoría de ellas sin vinculación laboral con el Estado, se han movilizado en más de 1000 municipios contra la política del gobierno y los patronos. El cortejo de superior envergadura se registró en Bogotá D.C. con aproximadamente 200 mil manifestantes que, demasiado controlados por la policía sindical, se resignaron a mascullar letanías, inhibiendo su rabia. En esta ocasión hemos tenido un nuevo testimonio de que el temor de los sindicalistas a esta masa es tan grande como el que instintivamente experimenta la misma burguesía: ambos saben que ella es la que ha dado materia y forma a las revoluciones y las grandes gestas. Esta masa pide soluciones inmediatas no diplomacia. Aún prisionera de los velos de la ideología, sueña con un mundo nuevo libre de dolor, opresión y miseria, pero cuando osa reclamarlo sólo le devuelven el viejo y podrido mundo revestido de una envoltura reformista. Cierto, el 3 de agosto hubo batallas, pero la masa que se congregaba en ellas actuaba movida por la misma furia ciega de un huracán, sin saber hacia dónde dirigir creadoramente su descomunal fuerza. En la ciudad de Popayán en el sur occidente del país, en Cali al occidente, en Medellín, en Chinchiná y Manizales en el eje cafetero se escenificaron batallas campales entre los manifestantes y la policía con decenas de heridos y detenidos. En otras ciudades hubo bloqueos y asonadas en menor escala. Por doquier el proletariado ha expuesto su rabia, pero este argumento no basta: todavía se requiere precisar un gran plan de batalla que muestre el camino que conduce a su dictadura revolucionaria. El punto de partida para la ruptura con el pasado y el comienzo de un nuevo movimiento pasa por el levantamiento de las reivindicaciones inmediatas que abarcan a los estratos más amplios de la clase y ponen a las masas por el camino correcto de la auto-organización, la autonomía y la acción directa frente y contra el capital y todos los organismos sociales y políticos burgueses. Entre tanto, la ausencia de un verdadero partido comunista en la escena política proletaria da cabida al camino reformista, el cual en las circunstancias de Colombia se presenta tan sangriento como la fase política de la revolución misma, pero sin ninguna de las transformaciones esenciales que traería consigo la realización del programa comunista.

Guerra y reforma

La guerra y la reforma social capitalista son los dos momentos íntimamente entrelazados del proceso contrarrevolucionario que se desenvuelve en Colombia.

El proyecto de reforma laboral contempla:

  1. La eliminación del derecho a la negociación colectiva.
  2. Supresión del pago de horas extras, recargo nocturno, dominicales y feriados.
  3. Establecimiento del salario integral para quienes tengan una remuneración salarial igual o superior a tres salarios mínimos.
  4. Reducción de la jornada laboral a 36 horas semanales, con una disminución proporcional del salario.

A su vez, el proyecto de reforma de la seguridad social se propone:

  1. Aumentar la edad para acceder a la pensión de jubilación a 65 años para los hombres y a 62 para las mujeres.
  2. Eliminar los regímenes especiales y excepcionales de pensión (Telecom, Ecopetrol, Magisterio, Fuerzas Armadas).
  3. Aumentar las semanas de cotización para tener derecho a la pensión mínima de 1000 a 1300 semanas.
  4. Reducir el monto del porcentaje para la liquidación del ingreso pensional, del 75 al 50% de lo devengado, reduciéndose de este modo ostensiblemente la renta pensional.
  5. Eliminar la sustitución pensional (de acuerdo con la cual el cónyuge del jubilado fallecido hereda la pensión), con lo cual, las viudas y viudos quedarán sin medios para garantizar su subsistencia en la edad en que más lo requieren.

La gran amenaza que entrañan los nuevos proyectos de "Reforma Laboral" y de "Reforma de la Seguridad Social", así como la propuesta complementaria de combate al desempleo mediante la reducción del estipendio de los nuevos trabajadores contratados a la mitad del salario mínimo legal vigente hasta hoy (1) y la distribución obligatoria de la jornada de trabajo actual entre el doble de trabajadores, lo cual obligaría a trabajar la mitad del tiempo por la mitad del salario a un ritmo más acelerado, ha puesto en la calle espontáneamente a cientos de miles de nuevos potenciales soldados de la lucha de clases. Tales "soluciones" habrían sido concebidas pensando en la cifra de 21 millones de personas que viven por debajo de la línea de pobreza (en efecto, en los dos últimos años se ha sumado un nuevo millón al gran ejército de los parias de Colombia) y en los más de tres millones de desocupados que deambulan por las calles de las ciudades. No se trata, sin embargo, de contribuir al ascenso de los "miserables absolutos" a un siguiente escalón de pobreza, sino del descenso de los que ya se encuentran en él hasta el nivel de la miseria absoluta. Aparte del recrudecimiento del ataque al mundo del trabajo, a la amplitud mostrada por la movilización del 3 de agosto ha contribuido en parte también la reciente aprobación del llamado "Plan Colombia" por parte del gobierno y el Congreso de los USA, el cual envuelve un omnicomprensivo proyecto contrainsurgente amparado en 1.600 millones de dólares encaminados a suprimir toda oposición y resistencia al proceso de globalización económica de las multinacionales. La promesa es el nacimiento de un Nuevo Mundo feliz en el que los colombianos serán a pleno título "ciudadanos del mundo", tan libres e iguales como sus "congéneres" Ken Dan-Ren en Asia, Agnelli y Manesmann en Europa y Bill Gates en Norteamérica. Naturalmente, ninguna promesa imperialista es gratuita. Y hoy el precio que debemos pagar es alto porque, según palabras de un importante prelado, "grandes son nuestros pecados y debemos expiarlos antes de entrar en el reino de los cielos". Tras el calvario depurador de la guerra, los USA y su gobierno títere en Colombia nos prometen la conversión de esta región del planeta en un paraíso edénico en el que todos participaremos en igualdad de condiciones y conforme a nuestro libre albedrío en el universo de los negocios junto a Exxon, Dupont, Dow Chemical, Monsanto, Ford, Mitshubishi, Rockefeller y compañía.

Los presentes proyectos y reformas contra los que se ha protestado el 3 de agosto son uno de los golpes finales dentro de la sucesión que le vienen propinando a la clase trabajadora desde la década de los 80's el Estado y los patronos. La ofensiva implacable contra las condiciones económicas y políticas de la clase obrera no ha conocido pausa alguna desde entonces. Gracias al control que sobre los movimientos de masas ostentan los reformistas y la izquierda burguesa, se han podido realizar hasta el momento una tras otra las medidas de la burguesía. Los sindicados han evidenciado su inutilidad histórica. En lugar de avanzar en las reivindicaciones sociales de los trabajadores, éstos se limitan a discutir la dosificación, amplitud y periodicidad de las pérdidas y renuncias que debe aceptar la clase obrera. Su acción se inscribe en el mismo horizonte de la economía política capitalista. La clase patronal necesita recuperar a toda costa la rentabilidad de sus empresas mediante la desvalorización continua del costo de la fuerza de trabajo y el aumento de la productividad a fin de devenir de nuevo competitiva en el contexto de una economía globalizada. Para superar estos límites y las imposiciones unidas a él, la clase obrera debe remontarse sobre el horizonte capitalista y adoptar la perspectiva comunista que somete todas las cuestiones de la sociedad al punto de vista del proletariado, presentando una alternativa revolucionaria a la sociedad capitalista en un orden de producción libre de las leyes del mercado y de la ganancia.

Las condiciones originarias de la revuelta general

La globalización de los mercados ha entrañado la desaparición de la industria que producía para el mercado interno - cuya ausencia ha sido suplida por las compañías multinacionales de bienes de consumo inmediato y duradero - y el proceso de privatización y transnacionalización de las empresas comerciales y de servicios. Muy pocas de estas empresas eran competitivas y la mayoría acusaba un serio retraso tecnológico. Las compañías que no se renovaron o no estaban en capacidad de integrarse en el juego del capital financiero - el cual compele la totalidad del mecanismo de producción y distribución a operar como mero transmisor de renta - fueron saliendo de escena a medida que debían afrontar la concurrencia de las compañías internacionales. Aunque la apertura del mercado de capitales ha permitido el ingreso de inversión internacional, la compra de entidades y las inyecciones financieras no han provocado más que un crecimiento ficticio; lo que en realidad se está presentando es un traspaso de propiedad.

Por otra parte, la economía rural, sin subsidios, languidece. Las empresas que practicaron la reconversión tecnológica para permanecer en la concurrencia disminuyeron de manera dramática los puestos de trabajo. Las entidades que mostraron balances positivos lo lograron sólo gracias a la práctica del down sizing (a través del recorte de personal), pero ¿hasta cuando podrá mantenerse este estado de prosperidad de unas pocas empresas sin aumentar la producción y la cifra de negocios a escala individual y general? El año anterior la economía decreció casi un 7% y en el curso del actual las tentativas de recuperación no tienen respaldo en los indicadores económicos, los cuales señalan de nuevo una caída de las ventas, la producción y las expectativas, así como un incremento del desempleo al 24%. Según fuentes del DANE (2), el mayor número de desempleados provenía de las actividades comerciales (27%), la industria (19,2%) y los servicios comunales, sociales y personales (24, 1%). El número de pérdidas de empleo es presentado así por el reporte: operarios (29,9%), trabajadores de los servicios (22,3%), trabajadores forestales (1,1%), funcionarios públicos (1,5%) y profesionales y técnicos (6,9%).

Las cifras suministradas por los organismos de investigación muestran una economía que registra su mayor caída en 100 años. Según la Superintendencia de Valores, las empresas inscritas en la bolsa valen casi la mitad de hace un lustro. De cerca de 20 mil millones de dólares, su valor bajó a cerca de U$10 mil millones. Es decir, la capitalización bursátil se ha deteriorado en un 51%. (3)

Sin el dinero del narcotráfico - el cual ha dejado de invertirse en el país para guardarse o evadirse hacia los llamados "paraísos financieros" - cuyo monto oscila, según los divergentes informes de las distintas agencias del Estado, entre 10 mil y 40 mil millones de dólares anuales, y con tasas de interés que en los años anteriores llegaron a un promedio del 50%, las empresas han sido brutalmente golpeadas. Industrias enteras, como la de la construcción - a la que le cabe una función esencial en la dinamización del conjunto de la economía - han desaparecido y otras se encuentran en retroceso. Por otra parte, las políticas de choque del gobierno para detener la inflación no han contribuido mucho a cambiar la suerte común. Aunque la aplicación de medidas deflacionistas ha permitido vencer la espiral inflacionaria - al reducir la inflación a tan sólo un dígito (9,6%) - al igual que en Ecuador ha profundizado la recesión. El déficit de la balanza comercial - que en el año 98 ascendía a 6 mil millones de dólares - ha sido frenado, pero sólo a causa de que la recesión ha podido equilibrar las cargas.

También la caída del consumo es general. De acuerdo con Fedesarrollo, el empeoramiento del nivel de consumo ha afectado a un 35,2% de los hogares del país. Discriminando por estratos sociales, los registros señalan un impacto particularmente grave entre los sectores inferiores de la clase obrera, tocando aquí al 45,1% de los hogares. Las estadísticas de la Superintendencia de Industria y Comercio, publicadas por el periódico ya citado, indican que el desplome de las ventas de vehículos fue del 16,9% en 1998 y del 53% en 1999. De casi 150 mil autos que se vendían en 1997 se ha pasado, apenas dos años después, a una venta cercana a los 60 mil. Un descenso semejante se ha verificado igualmente en el consumo de los productos esenciales.

Pese a que el gobierno central procura mostrar ante el mundo una imagen de estabilidad interna a través del cumplido pago de su deuda al sistema financiero internacional, sin optar todavía por el cese o la reestructuración de la deuda externa como otros países sudamericanos, debe sacrificar el 36% del prepuesto nacional en su cubrimiento y reducir la inversión social a un irrisorio 4%. El geométrico incremento del gasto en sectores parasitarios a causa de la hipertrofia de los mecanismos represivos del Estado - en estrecha conexión con la agudización de la guerra "interna" - así como el crecimiento gigantesco de la deuda externa, han quitado al Estado la capacidad que en condiciones normales tendría para intervenir en el sentido de mitigar las disfunciones de la economía capitalista. En efecto, a diferencia de lo que ocurre en los países centrales del capitalismo, la inversión del Estado colombiano en las F.A. no tiene ninguna repercusión positiva en la economía puesto que se limita a importar todo lo que el aparato bélico consume, implicando frecuentemente mayor endeudamiento externo. Se estima, además, que el 75% de toda la nueva inversión del Estado está destinada al aparato represivo (ejército, policía, sistema judicial, cárceles, etc.) y que el 68% de los gastos de funcionamiento del Estado van por cuenta del ejército y la policía. Valga anotar que nuevos datos suministrados señalan que de los 875 mil empleados directos del gobierno 325 mil pertenecen a las fuerzas de seguridad. (4)

En el último año y medio del gobierno Pastrana se han realizado 5 reformas tributarias y se promueve una sexta que comprende:

  1. el establecimiento como permanente del impuesto del 2 por mil por cada transacción bancaria, destinado a cubrir las pérdidas del sector financiero.
  2. La destinación del 50% del presupuesto nacional (cuyo monto total es de 87 billones de pesos) al pago de la Deuda Externa.

Por otra parte, con la devaluación de la moneda en los últimos meses y los sobrecostos que se pagan por colocar bonos en el exterior (spread), los cuales a causa de las malas calificaciones de riesgo de la economía colombiana han pasado de un promedio de 200 a 900 puntos, la deuda (cuyo monto total rebasa los U$ 40 mil millones) ha crecido significativamente. En suma: la debacle y la ruina se ven venir por todas partes y parecen ser indetenibles. ¿Qué sucederá finalmente? Por ahora, la iniciativa está en manos, a la izquierda, de los reformistas armados - que se postulan como nuevos agentes y garantes locales del imperialismo - y, a la derecha, del bloque oligárquico hoy en el poder aliado al capitalismo imperialista USA. Entre la "izquierda" y la "derecha" está el proletariado furioso pero sin dirección estratégica, colosal pero acéfalo, pletórico de potencial pero inmerso como siempre en un océano de irracionalidad y de miseria.

(1) Gracias a la política de devaluación, el salario mínimo actual ha llegado a ser inferior a los U$150 que representaba al comienzo del año 1999. Además, sería útil advertir que según la oficina estadística del gobierno (el DANE) se requieren, conforme al índice de precios al consumidor IPC, al menos 7 salarios mínimos para garantizar la subsistencia "digna" de una familia nuclear de tres personas.

(2) Se trata del "Departamento Administrativo Nacional de Estadística.

(3) Véase El Tiempo, 2 julio 2000.

(4) En este punto vale la pena destacar que cuando empezaron las reformas hace tan sólo 20 años había dos millones de trabajadores estatales, de los cuales sólo 120 mil eran miembros del aparato represivo. Tal cosa demuestra fehacientemente que hoy !la única inversión pública que justifica la burguesía es la destinada a su propia defensa privada como clase!